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Mi perrito faldero

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La primera vez que se levantó para ir al baño advertí, merced a que llevaba ropa ajustada, una musculosa y un jean, las suaves y armoniosas curvas de su cuerpo y ese culo empinado, redondo y carnoso que me obsesionó inmediatamente.

Cuando volvió del baño me miró y bajó la vista al advertir que yo también lo miraba. Pero supe que habíamos establecido un vínculo hecho de esa mirada y de miradas anteriores, furtivas pero elocuentes.

A partir de la aparición de ese chico yo iba al bar todos los días, con mi condición de viejo perverso de setenta y un años y la esperanza de encontrarlo y avanzar en la cacería.

Él no iba a diario, pero sí con frecuencia y siempre bebía una gaseosa sin dejar de mirarme furtivamente. Yo mantenía mi vista fija en él, por táctica de cazador, pero también por la atracción cada vez mayor que ese chico ejercía en mí. Debo aclarar que me gustan las mujeres, pero también, como activo, los chicos lindos y recuerdo haberme calentado con algunos compañeros de la secundaria y con algún nene en el gimnasio al que concurrí por algún tiempo cuando tenía dieciocho años.

Pero volvamos a este jovencito. Una noche me decidí a lanzar el ataque decisivo luego de las miradas de costumbre. El chico estaba esa noche con un pantalón blanco muy ceñido y una remera sin mangas no menos ajustada y cuando fue al baño lo fui observando sintiendo que mi pene comenzaba a endurecerse. Me levanté, fui hasta el baño y entré sin vacilación alguna. Él se estaba subiendo el cierre del pantalón y amagó salir, pero sin dudar lo detuve tomándolo de un brazo, con el corazón latiéndome aceleradamente. Me miró con una expresión entre asombrada y ansiosa y entonces, mientras aumentaba la presión de mis dedos sobre su brazo le dije:

-Ahora nos sentamos a tu mesa.

Él me miró a los ojos durante un segundo y enseguida murmuró agachando la cabeza:

-Está bien…

-Bueno, vamos. –lo conminé y él se dejó llevar. Una vez sentados a la mesa le dije:

-Sos muy lindo y seguramente lo sabés…

-Gracias… -contestó en un tono apenas audible.

-Gracias, señor… -lo corregí poniendo en marcha mi condición de dominante. Él alzó la cabeza, me miró fugazmente, tragó saliva y dijo:

-Gracias… señor…

-Muy bien. –aprobé cada vez más excitado al sentir que la presa ya era mía. –Veo que además de muy lindo sos obediente y a mí me gustan mucho los chicos lindos y obedientes.

Él no dijo nada, pero me di cuenta de que se había puesto colorado.

-¿Y a vos que te gusta? –le pregunté y tardó en responderme. Miraba a uno y otro lado, visiblemente nervioso, hasta que por fin dijo en voz muy baja:

-No me… no me gustan las… las chicas…

-Te gustan los chicos… Qué bien. –le dije.

-No… tampoco… -murmuró con la cabeza gacha.

-¿Y entonces qué te gusta? –inquirí desorientado.

-Me gustan los… los señores… los hombres mayores… muy mayores… completó siempre en un tono muy bajo y yo creí haber llegado al paraíso, un paraíso pagano, pero paraíso al fin, donde me esperaba un jovencito increíblemente bello al que le gustaban los hombres como yo.

Después comenzó a explayarse con una vocecita encantadora:

-Es que, no sé… Mi papá se murió cuando yo tenía cuatro años… Me acuerdo mucho de él y lo extraño… ¿Será por eso que… que me gustan los hombres mayores?... –me preguntó.

-Muy probablemente, querido. -le confirmé. –Pero no te compliques preguntándote sobre el motivo. -¿Alguna vez estuviste con un señor mayor?

-¡No! –contestó como alarmado. –Tengo muchas ganas, pero… pero tengo mucho miedo también…

-¿Miedo de qué, lindo? –quise saber mientras mi verga estaba ya considerablemente dura.

-Miedo de… de que me duela y aparte de… de tener que… que aceptar que soy gay…

-Sos gay, lindo, y aceptarlo te va a aliviar, te vas a sentir mucho mejor. En cuanto al miedo de que te duela, te va doler al principio, pero si soy yo quien te desvirga lo voy a hacer con cuidado, para que goces después del dolor inicial. –hice una pausa a la espera de algún comentario, pero al ver que callaba seguí hablándole o, mejor dicho, envolviéndolo en una suerte de red que yo iba a tejiendo con mis palabras. Él me escuchaba con la cabeza gacha.

-Seguramente tenés fantasías, ¿cierto? Seguramente te imaginás con un señor mayor… Él señor mayor te hace cosas… ¿Me equivoco, lindo?

-No…

-El señor mayor te mete su pene en la colita, ¿cierto?

-Sí…

-¿Y te duele?

-No… En mis fantasías no me… no me duele, me… me gusta…

-Entonces estás listo para iniciarte, querido. –lo apuré. –Porque tus fantasías expresan tus deseos y si no te duele y te gusta es que deseás probar, iniciarte por fin.

-Sí, puede ser… -admitió.

-Aceptá que llegó el momento de iniciarte, lindo. Y soy yo quien va a ponerte en el camino.

-Ay, señor… -suspiró él.

Llamé al camarero, aboné la cuenta y le ordené:

-Levantate que nos vamos.

-¿Adónde?… -preguntó mientras obedecía mi orden.

-A mi casa, claro. –le dije tomándolo de un brazo.

-Decime tu nombre. –le ordené ya en la vereda.

-Alejandro… me dicen Ale… -me contestó para después preguntarme:

-¿Y usted cómo se llama?

Con una presión de mis dedos en su brazo lo conminé a andar más rápido y le dije:

-Mi nombre no importa, lindo. Llamame señor.

Me hubiera gustado tener alas para volar camino a mi casa con ese chico al que deseaba tanto. Hicimos en silencio las tres cuadras y en cuanto estuvimos en mi departamento le dije:

-Bueno, te llegó el momento, lindo… -mientras él miraba las bibliotecas, los cuadros en las paredes, la mesa rodeada por cuatro sillas, el sofá cama. Yo lo advertía comprensiblemente nervioso. Iba a ser su primera vez, la puesta en acto de sus fantasías. Por mi parte, si bien estaba muy caliente decidí no apresurarme, paladear lentamente la situación.

Me le acerqué mientras él miraba uno de los cuadros y comencé a acariciarle el culito, que abultaba redondo y tentador bajo el jean. Gimió al sentir mi mano, pero no se movió.

-Te gusta… -le dije mientras recorría su cuello con mis labios y mi lengua. Su piel olía deliciosamente.

-Sí, señor… respondió luego de una pausa. Entonces retiré mi mano y refregué mi verga, ya bien erecta, contra sus dos nalgas. Él acompañaba el desplazamiento de mi pija moviendo acompasadamente su culo.

De pronto me aparté y le dije:

-Quiero verte desnudito, bebé. Quiero apreciarte completo. –y encendí un cigarrillo para después sentarme en el sofá cama, cómodamente reclinado de espaldas contra uno de los tres almohadones.

-Ay, me da vergüenza…

-Entiendo que te dé vergüenza porque seguramente será la primera vez que te desnudás ante un señor, ¿cierto, lindo?

-Sí, señor, es… es la primera vez…

-Bueno, pero con vergüenza y todo vas a desnudarte, lindo. No me gustan los chicos desobedientes. –le advertí en la certeza de que mi imposición le ayudaría a vencer sus inhibiciones y a concretar su deseo.

-Pe… perdón, señor, sí… voy a… voy a desnudarme… -murmuró él con esa vocecita que me calentaba tanto.

-Y vas a hacerlo en el orden que yo te diga…

-Sí, señor…

Cada vez que mi presa me llamaba señor aumentaba la temperatura de mi deseo y ya ardiendo entero comencé a ordenarle su striptease:

-Las zapatillas, lindo… -y él se sentó en el piso y se las quitó.

Vi que no llevaba medias y continué:

-El jean. –y se lo quitó ya nuevamente de pie. Admiré entonces sus piernas largas, sin vello, de muslos mórbidos y exquisitamente torneados.

Había llegado el turno del calzoncillo mientras él esperaba ante mí, con la cabeza gacha y retorciéndose nerviosamente los dedos de ambas manos.

-El calzoncillo, lindo, pero quitátelo de espaldas a mí y lentamente. -dispuse.

Él interpretó perfectamente mi orden y dándome la espalda comenzó a deslizar el calzoncillo muy despacio por sus caderas y después por sus piernas, hasta que llegó a un punto en el que debió inclinarse hacia delante y ofrecerme así su delicioso culo en una posición invitante. Se deshizo de esa última prenda y se irguió para después permanecer inmóvil, a la espera de una nueva orden. Supe que ya había asumido que estaba en mis manos, que yo era quien mandaba y él tenía que obedecer. Tal como si yo fuera su padre y él mi hijo adolescente, un adolescente que, lejos de albergar la rebeldía natural en todo adolescente, era absolutamente sumiso.

Yo ya tenía la verga bien dura y entonces me puse de pie y fui hasta él. A sus espaldas lo abracé por la cintura y comencé a refregarle mi pedazo contra sus nalgas. Él acompañaba ese frotamiento moviendo el culo de un lado al otro y de atrás hacia delante mientras se deshacía en gemidos. Había llegado el momento de darle verga. Me pregunté si dársela primero por ese hociquito tan lindo que tiene o por el culo y me decidí por una mamada para comenzar a gozarlo.

-Date vuelta y arrodillate ante mí, nene lindo. – le ordené.

Él obedeció de inmediato y su carita quedó muy cerca de mi pija.

-¿Alguna vez fantaseaste con chuparla? –quise saber.

Él nene vaciló y finalmente dijo: -S… sí… sí, señor…

-Bueno, mamoncito, ahora te vas a dar el gusto… Vamos, chupamelá… -le ordené y obedeció sin vacilar. Tomó mi pija con la mano derecha, se la metió en la boca y empezó a sorber con ganas. Tenía los ojos cerrados y entonces le dije: -Mirame mientras chupás. Me miró y vi en sus ojos la lujuria, el intenso placer que le provocaba chupar mi verga. De vez en cuando entornaba sus lindos ojos, como si estuviera en trance, pero luego volvía a abrirlos y a mirarme mientras no dejaba de chupar, a veces sólo el glande y a veces metiéndose la verga en la boca lo más profundamente que podía aguantar sin ahogarse.

Yo estaba en la gloria, en una gloria impía donde el pecado danzaba alegre y sin culpa. Me sentía cada vez más caliente y en un momento pensé en descargarme en su boca, pero a mis años es uno y gracias y quería usarle el culo y acabarle ahí. Ya habría otra oportunidad para llenarle el hocico de leche y hacérsela tragar hasta la última gota.

-Lamela, rico, dale unos cuantos lengüetazos.

Él se sacó la verga de la boca y murmuró: -Sí, señor… -Inmediatamente tomó mi ariete por la base con dos dedos de su mano derecha y comenzó a hacerme sentir su lengua. Lamía con el entusiasmo de un perrito, deslizando lentamente la lengua a lo largo de todo el tronco hasta la cumbre y allí se detenía durante un momento para después comenzar el descenso y una nueva ascensión.

Yo no daba más de la excitación, gemía y jadeaba mientras lo tenía aferrado por el pelo, en la zona de la nuca. Sentí que debía empezar a darle por el culito y entonces le ordené que dejara la pija y trepara al sofá cama. Allí lo hice poner en cuatro patas y que separara bien los pies.

-Esperame así, quieto como una estatua, ¿entendiste?

-Sí… Sí, señor… -me contestó mientras yo iba hacia el baño en busca del pote de vaselina. Volví junto al chico con mi verga ya bien envaselinada, le apliqué un poco en la entradita de su orificio anal y comencé a acariciarlo, alternando esos tocamientos con el deleite visual que me deparaba la contemplación de su cuerpo ambiguo, de una belleza extraña y por lo mismo muy turbadora y excitante.

Él no cesaba de mover sus caderas de un lado al otro y de gemir, sin duda muy caliente. Arrodillado entre sus muslos le froté mi verga contra las nalgas y se estremeció violentamente mientras exhalaba un largo suspiro. Me incliné hacia delante y le murmuré al oído:

-La querés, ¿eh, putito?... La querés en la colita…

-Sí… sí, señor, sí… tengo miedo, pero… pero tengo muchas ganas…

Sin despegar mis labios de su oreja le pregunté:

-¿Sabés por qué tenés muchas ganas de tragar mi pija? ´-él permaneció en silencio, respirando con fuerza por la boca y yo agregué con deliberada crueldad: -Porque sos un nene putito con un culo hambriento…

Él permaneció en silencio y yo seguí humillándolo por el placer de hacerlo, pero también para avanzar decisivamente en mi dominación.

-¿Sos o no sos un nene putito?... porque si no lo sos te vestís y te vas ya mismo… Al oírme se sacudió con violencia y tras una pausa me suplicó:

-No… no, señor, por favor, no…

El goce que yo sentía era indescriptible, no sólo por el contacto físico con él, no sólo por refregarle mi verga contra sus nalgas y sentirlas tan firmes, sino también por esa sádica humillación que le estaba infligiendo.

-¿No qué? –continué.

-No me… no me eche…

-Pero entonces, ¿sos o no sos un nene putito con un hermoso culo que tiene hambre de pija? –insistí siempre con mi boca pegada a su oreja.

Él emitió un sollozo, pero pudo controlarse y contestó: -Sí…

Ya lo tenía en mi poder, pero debía asegurar la captura y entonces continué:

-¿Sí qué?

-Eso, señor, que soy lo que usted dice… -dijo con un tono de desesperación en su vocecita.

-Decilo… -lo apuré acentuando el frotamiento de mi verga en sus nalgas.

-Soy… soy un…

-¡Vamos, decilo!

-Soy un nene… un nene putito con…

-Vamos, seguí… -lo urgí disfrutando morbosamente de mi impiedad.

-con un culo que… que tiene hambre de verga… -completó por fin con una voz quebrada por la enorme tensión que estaba padeciendo.

Satisfecho por mi victoria, que me aseguraba la presa, me erguí sobre mis rodillas y le dije:

-Bueno, vamos a darle de comer pija a este hermoso culo. --y empuñé mi pedazo para dirigirlo al objetivo. Hice que el chico apoyara la cara en el acolchado y se abriera las nalgas. Me fue dado apreciar entonces su orificio anal rosadito y carente de pelos. Un verdadero tesoro sexual. Cuando lo rocé con el glande se estremeció tanto que estuvo a punto de perder el equilibrio y tuve que sostenerlo con mi mano izquierda. Comencé a presionar mientras él gemía y por fin pude introducir la cabeza de la verga y unos centímetros más con un fuerte embate. Él gritó:

-¡Aaaayyyyyy! ¡Me duele! ¡Me duele!

Seguí metiéndosela en ese senderito deliciosamente estrecho y le acaricié la cabeza:

-Calma, lindo… calma que ya va a pasar… -le dije con tono tierno y sabiendo, por las varias mujeres a las que les había dado por el culo, que el dolor intenso del inicio de la penetración va atenuándose hasta casi desaparecer cuando la pija ya está toda adentro. Con el chico pasó lo mismo. Con mi verga yendo y viviendo en el interior de su culito comenzó a tranquilizarse y sus gritos de dolor se transformaron en gemidos placenteros mientras yo seguía acariciándole la cabeza hasta que puse ambas manos en sus caderas y seguí bombeando. Poseerlo sexualmente me deparaba un goce indescriptible y no sólo físico sino también sicológico al saberlo mío, totalmente mío, en mi poder, en mis manos como una dócil mascota.

Procuré demorar lo más posible mi orgasmo, mientras me deleitaba con ese ir y venir de mi verga dentro de su tierno culito y con esas expresiones de goce de mi perrito que, ya completamente rendido al placer, acompañaba los embates de mi pedazo con un rítmico movimiento de sus caderas.

Por fin no aguanté más y le inundé el trasero con varios chorros de semen. Caí sobre su espalda y él se derrumbó boca abajo en el acolchado, gimiendo.

Mientras yo trataba de recuperarme advertí que se había puesto de espaldas y se estaba masturbando. Me le eché encima para impedírselo por dos razones: para que no me manchara el acolchado y además para que no creyera que podía masturbarse sin mi permiso.

-¡¡¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO, MOCOSO DESVERGONZADO?!!! –lo increpé a los gritos.

Él palideció y soltó inmediatamente su pito. Me senté sobre su estómago con las piernas a ambos lados aprisionándole los brazos con mis rodillas, para tenerlo indefenso, le crucé la cara de una bofetada y seguí reprendiéndolo con severidad:

-¡¿Qué creés, nene?! ¡¿Qué podés hacer lo que se te ocurra?! ¡Estás muy equivocado!

-Perdón, señor… ¡Perdón!... murmuró él al borde de romper en llanto. –Es que… que estoy muy caliente… -se justificó.

Yo continué firme:

-Oíme, nene. Oíme bien. Entiendo que estés caliente, que mi pija te haya dejado calentito, pero si querías masturbarte debiste pedirme permiso. Para todo tenés que pedirme permiso, hasta para respirar. ¿Queda claro, putito?

-Sí… sí, señor… -aceptó él.

-¿Querés seguir teniendo mi verga? –le pregunté.

-¡Ay, si! ¡Sí, señor, sí! –fue su enfática respuesta.

-Muy bien, entonces vas a ser un perrito faldero de tan obediente. ¿Entendido?

-Sí, señor… Lo que usted quiera… -aceptó y me dispuse a dar el paso siguiente de mi dominación, que era iniciarlo como spankee.

-Fuiste un nene malo y a los nenes malos hay que castigarlos. –le dije mientras me incorporaba para después sentarme en el borde de la cama.

-Parate. –le ordené y él obedeció sin demora.

Un segundo después lo tenía echado boca abajo sobre mis rodillas, sin que hubiera mediado por su parte la más mínima protesta.

-¿Me… me va a pegar, señor?... –se limitó a preguntar.

-Sí, nene malo, te voy a dar unos buenos chirlos en esta colita tan linda que tenés… -confirmé mientras le acariciaba las nalgas.

-Sí… me lo… me lo merezco, señor… -aceptó él en un murmullo con esa vocecita que bastaba para ponerme a mil.

-Contá cada chirlo. –le ordené mientras me deleitaba con la tersura de la piel de ese culo que me pertenecía. Alcé mi mano derecha y la dejé caer con fuerza.

-Uno… contó el nene luego de exhalar un gemido que interpreté como expresivo de una mezcla de dolor y placer. Mientras seguía nalgueándolo crecía mi certeza de que el muy putito estaba gozando de la paliza. No me asombró. Un padre muerto cuando él era muy chico y una necesidad insatisfecha del rigor que lo condujera por el buen camino, el camino de la obediencia, el único camino posible y deseable para un sumiso como él.

Noté que el pito se le había puesto duro y mi verga también lo estaba. Por primera vez en mucho tiempo me sentía en condiciones de un segundo polvo y éste sería en su boquita. Recién después de que tragara toda mi leche le permitiría masturbarse.

Seguí calentándole el culo y él gimiendo, suspirando. contando cada chirlo mientras sus nalgas se veían ya coloreadas y su pito se sentía bien duro contra mis muslos.

Cuando lo escuché pronunciar el número treinta consideré que era suficiente por ser la primera vez y le ordené que se pusiera de pie con la cabeza gacha y las manos atrás. Lo hizo y me dispuse a humillarlo una vez más antes de hacerle tomar la mamadera.

-Mmmhhhhhh… ¡cómo tenés el pito!... Estás ardiendo… ¿Qué te puso así? –pregunté retóricamente. –Fueron los chirlos ¿no?... ¡Contestá, putito! –le exigí.

Él permaneció en silencio hasta que finalmente murmuró:

-Sí… sí, señor, me… me excitaron sus chirlos…

-Qué bien, putito… ¡Me encanta que te guste ser nalgueado!... Seguramente te hubiera gustado que tu papá te calentara el culo, ¿cierto?...

-Por favor, señor… -me rogó y por su voz percibí que procuraba controlar un sollozo.

Me di cuenta de que yo había sido muy cruel, demasiado, y decidí ponerle un freno a mi crueldad, al menos por el momento.

-Bueno, está bien, olvidémonos de tu papá. Él no está, pero estoy yo, que no soy tu papá, pero sí tu dueño. Eso quiero que sepas y sientas, bebé: que soy tu dueño, que me pertenecés por completo. Es obvio que podés rechazar esto e irte ahora mismo.

-¡Nooo!... –exclamó y lo advertí estremecido de pies a cabeza.

-Bueno, entonces aceptalo y decilo.

-Usted es… mi… mi dueño, señor…

-¡Perfecto! Y como tu dueño puedo hacer lo que quiera con vos, ¿cierto?, pero no tengas miedo que no pienso causarte ningún daño.

-Está bien, señor… -dijo luego de suspirar como aliviado.

-Bueno, entonces ¿puedo hacer lo que quiera con vos o no?

-Sí, señor…

-¿Sí, señor qué? –le pregunté para continuar con mi objetivo de ejercer sobre él una dominación absoluta.

-Sí, señor, usted… usted puede hacer lo que… lo que quiera conmigo… -reconoció el chico colmando de satisfacción a mi naturaleza dominante.

-¡Bien, bebé! ¡muy bien! –exclamé mientras sentía que mi pene estaba totalmente erecto, listo ya para convertirse en la mamadera que le haría tomar a mi perrito.

Me puse de pie ante él, me bajé el jean hasta los tobillos y enseguida el bóxer.

-Arrodillate, putito. –le ordené y él obedeció de inmediato con la vista clavada en mi verga.

-A ver esa boquita… le dije y su respuesta fue tomar mi verga con su mano derecha y metérsela en el hocico. Comenzó a chupar de inmediato y a alternar la succión con lamidas en los huevos y en todo el tronco para finalizar en el glande y volver a empezar. Entre lamidas y succiones el mocoso me estaba llevando al éxtasis. Cada tanto yo le ordenaba que me mirara y entonces me deleitaba con sus ojos turbios de calentura.

Por mi estado de excitación no puedo estimar el tiempo que tarde en llegar al orgasmo, pero sí recuerdo que fueron tres los chorros de semen que le lancé en la boca y de inmediato le grité con la voz enronquecida por una intensa emoción erótica:

-¡Tragá, putito! ¡tragá todo! –mientras lo aferraba por el pelo y trataba de controlar el temblor de mis piernas. Él tragó toda mi leche, cosa que comprobé cuando hice que abriera bien grande la boca, donde no quedaba ni una gota.

-No puedo más, señor… -me dijo con tono suplicante y los ojos cerrados, todavía de rodillas. Entonces lo tomé del pelo y me lo llevé en cuatro patas al baño. Lo senté en el inodoro mirando hacia la pared y le permití que se masturbara:

-Te lo ganaste… -le dije y me quedé mirándolo hasta que acabó temblando entre gemidos.

Minutos después, ya vestido, le pregunté si tenía celular y luego de su respuesta afirmativa le ordené que me diera el número. Lo anoté y le dije:

-Tenelo prendido todo el tiempo. ¿Entendido?

-Sí, señor…

-Bien. ¿vas al colegio o ya terminaste?

-Sí, señor, estoy en quinto año.

-¿Vas de mañana o de tarde?

-De mañana, señor.

-Bien, te autorizo a que en clase tengas el celular apagado.

-Gracias, señor… Veo que es comprensivo.

-Muy severo, pero también comprensivo. Ahora escuchame bien. –le dije mientras bajábamos en el ascensor. –Vas a venir cada vez que te convoque. ¿Oíste?

-Sí, señor, cuando usted quiera.

Ya en la vereda le di un beso en la boca y lo despedí con una palmada en la cola.

Lleva ya tres meses en mis manos y lo he convertido, como me lo había propuesto de entrada, en un verdadero perrito faldero de tan obediente y sumiso. Además, es un adicto a la verga, y está siempre con ganas de tragarla.

Tan perrito es que a menudo se me cruza por la cabeza una fantasía tan morbosa como irrealizable: sacarlo a pasear en cuatro patas con collar y correa.

Fin

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