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Claudito y su tío Roque

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Ya no era un nene, había cumplido dieciocho años, pero todo el mundo lo llamaba Claudito, tal vez por su aire aniñado y rostro infantil, de facciones delicadas, y porque era retraído, tímido y obediente.

Claudito había comenzado a sentir deseos homosexuales, en principio por algunos compañeros de la escuela secundaria, después por los hombres en general y, sobre todo, por los caballeros de edad madura como su tío Roque, que con cincuenta años era el hermano mayor de su madre.

Una tarde, mientras Claudito preparaba algunos apuntes para su ingreso a la Universidad, su madre lo sorprendió con una noticia:

—Claudito, tu tío Roque vendrá a pasar unos días con nosotros. Tiene que hacer algunos trámites en la Capital y por supuesto le ofrecí que se alojara en casa.

El jovencito procuró disimular la emoción y preguntó cómo al descuido mientras fingía leer uno de los apuntes:

—¿Y el aceptó?

—Claro, llegará mañana.

—Qué bien, lo recuerdo al tío como un hombre simpático.

—Lo es, querido, y cada vez que chateamos me pregunta por vos.

—Si chatean hoy mandale saludos míos.

—Le mandaré.

Claudito ya no pudo concentrarse en los apuntes. Para disimular ante su madre siguió sentado ante ellos, pero sus pensamientos giraban vertiginosamente en torno del tío Roque. Sabía que tenía cincuenta años, cuatro más que su madre, que era soltero y que vivía solo en una ciudad de provincia. Lo había visto hacía dos años, en una visita anterior, y lo recordaba como un hombre de estatura media, robusto y velludo, según revelaban sus brazos y esa pelambre grisácea que asomaba entre el cuello de la camisa.

La evocación lo excitó, tal como se había excitado con ese hombre en la casa, aunque con tiernos dieciséis años no había tenido el suficiente valor para insinuársele, a pesar de que su tío le había echado varias miradas sugestivas. En esa oportunidad la visita había durado tres días y Claudito se había masturbado varias veces en ese corto lapso. “Esta vez me voy a animar”, se prometió y las horas se le hicieron interminables a la espera de la llegada de su tío. Horas signadas por la ansiedad, el deseo y el temor, esto último porque Claudito era virgen y lo agitaba la duda de cuánto dolería una pija entrándole en el culo.

De pronto una idea le iluminó la mente y encendió su entusiasmo. Su madre no estaba. Corrió hacia el baño y en el botiquín encontró un envase de desodorante con punta redondeada e inmediatamente después un pote de crema. Con ambos elementos y el corazón brincándole se encerró en su cuarto dispuesto a atravesar el miedo.

Tendido de espaldas en la cama flexionó las piernas, separó bien los muslos y untó con crema el orificio anal y el envase de desodorante, mientras un fuerte temblor lo sacudía entero. Con gesto vacilante, aunque indetenible dirigió el pote hacia el objetivo y se estremeció al sentir el contacto en su orificio anal. Vio con los ojos de la mente la desproporción entre el conquistador y el sitio a conquistar. Dudó por última vez, pero el deseo se impuso y comenzó a presionar hasta que el invasor pudo ingresar sus primeros dos centímetros en el tierno culito. Claudito se estremeció en medio de un largo gemido que combinaba sufrimiento y placer e impulsado por este último forzó el avance del pote hasta sentirlo casi todo adentro, salvo el pequeño tramo que era sostenido por los dedos del jovencito.

Con su otra mano se tapó la boca para ahogar el grito de dolor, pero no dejó de mover ese remedo de pija de atrás hacia adelante y de adelante hacia atrás una y otra vez mientras sentía, en el paroxismo de la alegría, que el dolor se iba atenuando hasta casi desaparecer. Entonces comenzó a masturbarse y poco después, presa de la más intensa calentura, se derramó en cuatro chorros de semen que fueron a dar en su vientre y en su pecho. Ya estaba listo para el tío Roque.

El hombre llegó al día siguiente, por la tarde y luego del efusivo saludo con su hermana reparó en Claudito, que esperaba ansioso detrás de su madre procurando dominar sus nervios.

—¡Claudito! ¡Qué alegría volver a verte! –exclamó el visitante y se adelantó hacia su sobrino para estrecharlo en un abrazo que hizo estremecer al chico. El tío Roque lo besó en la mejilla derecha, muy cerca de la boca y le murmuró al oído: —Qué lindo estás, Claudito…

El chico sintió que sus piernas temblaban mientras el rubor le encendía la cara:

—Gra… gracias, tío… contestó en un murmullo, presa de una intensa excitación.

—Claudito, acompañá al tío al cuarto de huéspedes.

—Sí, mamá…

—¿Querés darte una ducha, Roque? Y después tomamos unos mates.

—Sí, Sara, me va a venir bien después del viaje. –aceptó el hombre e hizo ademán de tomar la pequeña maleta, pero Claudito se le adelantó:

 —Deje, tío, la llevo yo.

—Mmmhhh, qué chico servicial que sos… —dijo el tío Roque ocultando en la frase una segunda intención mientras ambos se encaminaban al cuarto de huéspedes.

 “Chico servicial”, pensó Claudito y se imaginó sirviendo sexualmente a tu tío Roque. El hombre iba detrás de él, mirándole codiciosamente el culo.

 

(Continuará)

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