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Tan real y tan lejano

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Los nervios cosquilleaban en sus estómagos por igual. Se acababan de conocer, y eso no hacía más que aumentar la curiosidad del uno hacia el otro. Habían comenzado a conocerse unos minutos antes en un chat de Internet, e inmediatamente surgió la química entre ellos. Tras unas palabras realmente agradables, inmediatamente ambos supieron lo que iba a pasar después.

Ella tenía 35 años, era morena, y tenía un cabello que llegaba más abajo de sus hombros. Era de estatura media y pesaba... bueno, realmente ella no dijo lo que pesaba ni él lo preguntó, ya que tenía muy claro que ese dato no se le debe preguntar a una dama. Él tenía 32 años y un cuerpo bien acostumbrado a salir a correr cada día. Era fibroso, delgado y pudo presumir de su 1.80 de altura y su 72 kg de peso. Ella no sabía si estos datos eran ciertos o no, pero tras iniciar el coqueteo con él, estaba plenamente dispuesta a descubrirlo.

Ella conectó su webcam y respondió a la petición de videoconferencia que él había enviado. Los segundos que transcurrieron desde que aceptaron la llamada, se hicieron eternos para los dos. En las pantallas de sus ordenadores se abrieron sendas ventanas con una aburrida publicidad que se mostraba mientras se establecía la conexión, y unos instantes después aparecieron, uno frente al otro, separados tan solo por la pantalla del ordenador y 300 km de distancia.

En ambas pantallas no se veía rostro alguno, pero si dos cuerpos. Cada uno estaba cómodamente sentado delante de su correspondiente teclado. Ella llevaba puesto un ligero vestido de verano rojo que le llegaba por la rodilla. Él llevaba una camiseta naranja ajustada y unos shorts azules que demostraban claramente que no mentía en su descripción. Mientras ella fijaba la vista en el cuerpo del otro lado de la pantalla, trataba de imaginar cómo sería ese torso sin esa camiseta que tan bien le quedaba. Él recorría con la vista el cuerpo femenino que tenía enfrente y descubrió que realmente le gustaba. Le gustaba lo que veía y realmente le gustaba lo que decía. Sin dejar de contemplarse y de disfrutarse con la vista, siguieron hablando en el chat y expresando lo que sentían, creciendo en ellos una excitación que cada vez era más patente en sus cuerpos. Los shorts de él cada vez parecían más abultados, algo que no pasó desapercibido para ella. No pudo ni quiso dejar de mirarlos imaginando cuanto estaba creciendo ese miembro que allí habitaba y que ahora la recibía con una generosa erección. Mientras ella recreaba su vista, sus pezones empezaron también a endurecerse hasta el punto de notarse perfectamente a través del vestido y a través de la cámara, convirtiéndole a él en el hombre más feliz del mundo en ese momento.

La conversación siguió avanzando cada vez más caliente. Ambos demostraron en sus palabras su excitación, ya sin pudor, hablando abiertamente de la pasión que sentían por los cuerpos que veían en pantalla. Cada palabra era una caricia más en sus pieles y una gota más de líquido caliente en sus sexos. Ella, que ya había dejado de escribir y ya solo leía su pantalla, separó las manos de su teclado y comenzó a acariciarse los pechos para disfrute de él y el de ella misma. Los agarraba con ambas manos, los estrujaba, los juntaba y los separaba, todo a través de la fina tela del vestido. Sus pezones a estas alturas ya eran puñales que querían atravesar la tela y llegar al corazón de él.

Él seguía escribiendo mientras miraba, aunque sus manos cada vez estaban más dedicadas a acariciarse para ella. Brevemente regresaban al teclado para escribir un sentimiento, una confesión o un piropo, pero inmediatamente volvían a su cuerpo para acariciar con una mano su pecho por debajo de la camiseta naranja. La otra mano, mucho más atrevida, recorría con el dedo índice toda la longitud de su verga bien erecta por encima de los shorts. Comenzaba en la raíz y lentamente deslizaba el dedo hacia arriba hasta llegar a donde claramente se le marcaba el glande, que a estas alturas debería estar realmente hinchado. Ese movimiento que hacía él con su dedo, la transportaba a ella a un mundo de excitación, donde ya su sexo estaba plenamente invadido por la humedad de su interior.

Ella continuó sobando tus pechos sobre el vestido, agarrándoselos una y otra vez hasta que introdujo una de sus manos por dentro del generoso escote que vestía para por fin acceder a esos pechos deseosos de pellizcos, caricias, de unos labios que los besen y unos dientes que mordisqueen sus pezones. Pero sus manos eran habilidosas y sujetaban los pezones con la presión justa para hacerle sentir esa mezcla de placer y dolor que tanto le gustaba. En su cabeza ya no había juicio alguno, solo instinto, y recurrentemente le venía el pensamiento de ella misma disfrutando con la polla de su improvisado amante.

Según él vio las manos sobando el pecho con esa intensidad, empezó a sobrarle la ropa. Esa mujer le estaba provocando un calor increíble y la camiseta naranja le estaba empezando a molestar realmente. No la soportaba, así que se la quitó de un movimiento rápido descubriendo su pecho, realmente bien formado. Casi con la misma velocidad bajó también sus shorts, que se atascaron torpemente al salir por los pies víctima de los nervios de su propietario. En este momento le hervía la sangre. Solo se imaginaba a él mismo con la cabeza hundida entre esas tetas que tenía delante. Se imaginaba lamiendo, mamando, haciéndolas suyas. Realmente aún no las veía, pero sabía que en el momento de verlas tendría que hacer verdaderos esfuerzos para no correrse presa del morbo.

Cuando ella vio como él se desprendía de su ropa le dio un vuelco el corazón. Estaba ya sudorosa, con las piernas abiertas y el vestido haciendo una precisa curva a la altura de las rodillas que evitaba que mostrara su ropa interior. Una imagen que a él le tenía loco como ella pudo comprobar cuando vio a su hombre de esa noche únicamente con unos escuetos bóxer grises de licra. Su verga se marcaba perfectamente desde la raíz a la punta. Era una estaca curvada ligeramente que acababa en una punta de flecha hinchada. Y ella quería esa estaca dentro de su cuerpo. La quería en su boca y la quería entre sus piernas, ensartada en ella hasta la raíz. Era increíble cómo se ceñía a ese bóxer y era más que clara la excitación de él, que alrededor de su glande ya mostraba un círculo de humedad con las primeras gotas de placer que empezaban a salir de su cuerpo. Ella no pudo más con esa visión en sus ojos, fue inundada por el calor y se levantó para sacarse sensualmente el vestido por su cabeza.

Al descubierto quedaron unos maravillosos senos visiblemente excitados. Esos pezones que antes querían atravesar el vestido, ahora quería atravesar la pantalla. Él se moría desde su sillón por chuparlos, tenerlos entre sus labios y jugar con ellos con su lengua. La braguita roja que ella dejó también al descubierto nublaba su juicio. Si hubieran estado compartiendo la habitación, en ese momento se habría abalanzado sobre ella para penetrarla irracionalmente, con locura, sin ser dueño de sus actos. Cuando ella abrió ligeramente las piernas para acariciarse sobre su braguita, dejo ante la vista de él un gran trozo de tela empapada justo a la altura de su sexo. Demasiado para él. A esas alturas ya prácticamente se masturbaba por encima de su bóxer. Su polla ya en la máxima longitud era agarrada por una mano a la que poco le importaba la tela que había por medio. La agarraba con decisión y su miembro duro como una piedra se ceñía perfectamente en la licra de la ropa interior. Ella gozaba tocándose mientras observaba la forma de su glande y como muy despacio no dejaba de soltar gotas que mojaban más y más el bóxer.

Él no pudo aguantar más ese estado de excitación extrema en el que se encontraba y se deshizo de su ropa interior tan rápido como pudo, dejando a la vista su miembro erecto para deleite de ella. Su tronco era grueso en toda su longitud, pero lo era más aún allá donde nacía, en esa selva de pelo negro y rizado. Esa polla tan apetecible para ella estaba coronada por un glande que la esperaba bien hinchado, y un agujero en su extremo con el que tanto ella como su lengua ansiaban jugar. Mientras él se masturbaba ya sin nada que le molestase, por la mente de ella solo corría la idea de tener esa verga en su boca. Esa polla era suya esa noche, y esa erección le pertenecía, así que estaba loca por dar placer a ese miembro y dárselo ella misma mientras su imaginación volaba.

Mientras él se masturbaba rápidamente, a ella también comenzó a molestarle su ropa interior, por lo que se puso de pie y sensualmente se deshizo de sus braguitas, visiblemente mojadas. La sensualidad se convirtió en erotismo cuando ella dejó ver su monte de venus cubierto de un bien cuidado vello negro, pero el erotismo se convirtió definitivamente en pornografía cuando abrió sus piernas frente a la cámara y con los dedos índice y corazón separó sus labios más externos. Ese coño estaba ávido de esa polla tan dura que aparecía en pantalla. Su clítoris aparecía hinchado y una gota de color blanquecino resbalaba de la parte inferior de sus labios internos para acabar mojando su agujero trasero. Dos dedos de la mano, mojados en su saliva se acercaron a la entrepierna y lentamente se introdujeron dentro de ella hasta tener las 3 falanges completamente en su interior. Esos mismos dedos salieron completamente mojados, resbaladizos en ese elixir que él se moría por saborear, y se pusieron a jugar con su clítoris, haciendo pequeños círculos concéntricos sobre él, primero más despacio y después mucho más rápido.

Mientras él veía esa escena se imaginaba como sería chupar esos dedos y tenerlos dentro de su boca. Mojarlos con su saliva para después dirigirse a su coño, hundir la cabeza en él y beber directamente de la fuente del placer. Mientras le venía ese pensamiento su ritmo se aceleraba. En esos momentos, el movimiento de subir y bajar era realmente intenso y a través de la cámara se escuchaba perfectamente ese sonido acuoso tan característico de aquel que está a punto de derramar su leche. Ella lo escuchaba mientras gemía y aumentaba en consonancia el ritmo de su masturbación. Ahora se imaginaba como apoyada a cuatro patas en la cama, esa polla la penetraba desde atrás. Se la imaginaba saliendo y entrando por completo de ella, notando el roce de cada centímetro al entrar y salir de su interior. Los dos aceleraron más aún el ritmo invadidos por sus pensamientos y la imagen de unos sexos empapados.

Él ya sentía que iba a estallar de un momento a otro. En su mente ya había follado con ella en todas las posiciones posibles y por todos los orificios posibles. Ya solo le quedaba una cosa que hacer y era derramar su placer sobre ella. En su imaginación ya se veía empujando contra ella con fuerza, chocando pelvis contra pelvis, y entrando y saliendo con fuerza de su interior. Se imaginaba ya dentro de ese sexo tan caliente sobrepasando el punto de no retorno, ese punto en el que un hombre sabe que se va a correr y ya no hay vuelta atrás. Aun así se imaginaba a él mismo retrasando ese momento, pensando en que cuanto más lo retardara más placer obtendría, y apurando hasta el último segundo para escuchar y disfrutar cada gemido que ella daba en sus embestidas. Soñaba en salir de ella justo en el momento previo a correrse y derramar todo su semen sobre el coño tan mojado del que había salido instantes antes.

Justo cuando estaba a punto de correrse concentrado en ese pensamiento, un gemido ahogado le llegó por los altavoces del PC, mientras el cuerpo de ella comenzaba a moverse espasmódicamente al ritmo de sus gemidos. Ella se estaba corriendo para él, entregada por completo y ofreciéndole todo su placer. En ese momento él no aguantó más y rápidamente, al presenciar el orgasmo que ella le regalaba, movió su pelvis hacia arriba, brotando de su glande un chorreón de leche templada que le llegó a la altura de pecho. Inmediatamente después y acompañado de un grito, otro chorro de semen con ya menos fuerza salió de su polla y aterrizó sobre sus abdominales dejándole ya completamente rendido. Pequeñas gotas siguieron brotando de su interior y cayeron sin fuerza ya sobre su ombligo.

Ella poco a poco fue abandonando sus espasmos quedando rendida sobre el sillón mojado, con las piernas abiertas y su sexo goteando. Los pliegues de sus labios tras el orgasmo a él le seguían excitando y podría haber seguido masturbándose para ella solo con esa visión ante él. Sin embargo lentamente su miembro comenzó a perder esa dureza que le había acompañado durante los últimos instantes y ahí quedó él ante ella, tumbado y deshecho en su sillón, con su torso empapado en semen para deleite de ella. Estuvieron unos instantes mirándose sin decir nada, sin escribir nada, simplemente contemplando sus cuerpos después de la batalla y sintiendo la intensidad con la que lo había vivido. Esos momentos posteriores se hicieron interminables porque ninguno de los dos querían que acabaran, pero a estas alturas ellos ya sabían que ese no sería su último orgasmo juntos.

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