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Columbus

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Lo platicaban como la llegada del Apocalipsis, el rumor se había esparcido como peste negra Europea, recuerdo que mi padre comentaba con el Señor Tunstall –el dueño de Lemon and Payne, la única tienda de provisiones- sobre la enorme desatinada de Samuel Ravel.

-¡Que estupidez¡ Nadie en su sano juicio se metería en medio del caos revolucionario en el Sur..-

Papa se encontraba preocupado, al igual que cada miembro de nuestra pequeña comunidad. Se corrió la voz de un negocio mal logrado y una furia vengadora de parte del Caudillo Mexicano más temido. Por días no había otro tema de conversación que no fuera la llegada de Los Dorados, la tensión se podía cortar con una diminuta navaja, los pobladores de nuestra comunidad laboraban normalmente pero al caer la noche se atrincheraban en su hogares. Una vez que el cielo se teñía de obscuridad nadie rondaba las terregosas calles del pueblo. Ni siquiera el Saloon –conocido como cantina en México- era visitado durante aquellas noches de inminente tribulación. Se murmuraba sobre atrocidades tan inhumanas que ni siquiera la mente psicópata más retorcida hubiera imaginado. Un salvajismo neandertal que solamente se equiparaba al reino animal y su cadena alimenticia. Así era la Revolución Mexicana, y en el tope del ciclode poder se encontraba el amenazante Centauro del Norte.  

***

Los meses pasaron y todo parecía normal de nuevo, la tranquilidad había regresado de forma gradual a nuestro pueblo. La rutina se estableció en su horario habitual y los borrachos se amontonaban en el Saloon Columbus. Mi padre visitaba constantemente al Señor Tunstall. Más que abastecerse de provisiones le gustaba intercambiar puntos de vista sobre temas de actualidad; Política, Economía y conflictos bélicos. La situación de México era por demás interesante. No era descabellado pensar que si una guerra civil sucedía a menos de 60 millas de nuestro pueblo, estábamos en peligro. Así lo veía mi familia, pero al parecer le pasó desapercibido al resto de la comunidad. Todos pecaron de confianza, pero en realidad, nadie estaba preparado para la horrenda calamidad que sucedería en un futuro próximo.  

***

Lupe Ramírez era un alcohólico de origen mexicano que siempre buscaba beber a expensas de alguien más. Se la pasaba molestando a todas las personas del pueblo pidiéndoles unos cuantos dólares para saciar su enfermedad. Paseaba de rancho en rancho esperando la oportunidad para embriagarse, era muy reconocido en el ambiente de las tabernas y noches bohemias, sin embargo gozaba de muy mala reputación. Su mitomanía lo convertía en un tipo desagradable con el que no podías pasar más de cinco minutos. Desgraciadamente, la única ocasión que decidió hablar con la verdad nadie lo escuchó.

 En la mañana del 8 de marzo, se embriagaba en Puerto Palomas Chihuahua, allí se encontró con un par de amigos que se habían unido a la causa Villista. Al sonar el destape de la segunda botella comprobó la amenaza. Este par de hombres esperaba un enorme contingente de la División del Norte para hacer –según ellos- un movimiento mortal.  

-¡ese cabrón de Ravel nos la va a pagar¡-

Lupe comprendió al instante que se trataba de Samuel Ravel; magnate originario de su Pueblo y dueño de varios negocios, entre ellos el Hotel Comercial. Se despidió de sus compañeros de parranda y montó su caballo para regresar lo más rápido posible. Arribó pasadas las 4 de la tarde. Yo lo ví cuando ingresó al Saloon, no pude evitar sonreír, me imaginaba que no podía contener su adicción y tenía que beber lo que sea, no obstante, algo en su semblante me pareció inusual. Una extraña corazonada me obligó a seguirlo. Dentro del Saloon se dirigió hasta Jack Evans –el cantinero- y antes que abriera la boca fue detenido.

-no digas nada Lupe, hoy no hay bebidas gratis….-

-¡ya vienen¡- expresaba con desesperación el alcohólico.

-¿Quién viene?- preguntaron entre risas varios tomadores de la barra.

-¡Los Dorados, ya vienen¡-

La impaciencia en su rostro no era la de un hombre queriendo ganarse unos tragos. Lo observé con seriedad mientras el resto del Saloon se carcajeaba estruendosamente.

-¡Es verdad¡…¡ahí viene Pancho Villa¡..-

Lupe encaraba a cada uno de los hombres en la taberna, los tomaba de  sus hombros y los sacudía con exasperación, quería hacerlos entrar en razón pero su esfuerzo fue en vano. Fue entonces que decidió salir para dirigirse al pueblo entero. Lo seguí con sigilo puesto que no quería llamar la atención. Lo alcancé en plena calle y lo tomé de su antebrazo.

-Lupe…¿es verdad lo que dices?- 

-¡Si, es verdad… ¿tu si me crees?-

El pavor en su mirada me convenció. Enseguida le liberé su brazo y dejé que se fuera, me dirigí a casa y me sorprendí al ver a mis Padres empacando. Conversamos sobre lo sucedido con Lupe. Mi Padre me calmó al comentar que la frontera estaba asegurada, así se lo hizo saber el Señor Tunstall, no obstante, sería muy buena idea empacar todo para emprender la huida en escasos días.

-Hijo, no me cabe duda que Lupe decía la verdad, pero en estos momentos no hay porque temer. Precisamente porque está muy tensa la situación, la frontera esta resguardada por nuestro ejército. Si planean atacarnos, dudo mucho que lo hagan el día de hoy… -

Las palabras reconfortantes de mi padre no surtieron efecto. ¿Cuantas veces los mexicanos han cruzado la frontera sin ningún problema?. Deben existir docenas de pasajes que ni siquiera nuestro propio ejército conoce. El mejor ejemplo es Lupe Ramírez, cruza el rio una y otra vez sin ser detenido. Mi corazón no dejaba de palpitar aceleradamente. Un mal presagió me carcomía el alma.

 -¡ahí viene Pancho Villa¡-

Lupe continuó en su afán de informar al pueblo. Tocó puerta tras puerta durante toda la tarde pero no hubo una sola persona que lo escuchara. El crepúsculo nocturno se apoderaba del firmamento y la voluntad de aquel borracho se resquebrajó.

-¡ya vete a dormir maldito alcohólico¡.-

Le gritó la familia Powell. Fue entonces que Lupe bajó los brazos y se dirigió nuevamente al Saloon. Lo observé por mi ventana y un brote de amargura llenó mi corazón. Sin duda su intención era buena, pero el método utilizado asustaría a cualquier persona. De pronto, un silencio abrumador se apoderó del pueblo. Me acosté a descansar, cerré mis ojos lentamente aunque mi corazón temiera que fuera por última vez.

***

Aquella fatídica madrugada del 9 de marzo de 1916 sería recordada para la posteridad. Un siniestro ruido me despertó, parecía ser el sonido de un inmenso huracán que se aproximaba implacable contra nuestro pueblo. No sabría cómo describirlo, mis oídos relacionaban centenares de tambores celestiales tocando el preludio de una inevitable explosión colosal. Me levanté de mi cama y observé al horizonte, la obscuridad me llenó de pavor y en seguida salí de mi casa. El aterrador sonido se percibía sumamente cerca. Mi cerebro acomodó sus ideas al instante. <<¡ahí viene Pancho Villa¡>> recordé las palabras de Lupe. Rápidamente regresé y desperté a mis Padres, los puse sobre aviso del próximo ataque.

-Papa, Mama, es hora de irnos, traigan sus maletas...-

Con acelere notorio recogí varías cosas para nuestro bastimento, pero un silencio repentino intensificó mis dudas. El sonido infernal había cesado por completo. Eran las 3:45 de la madrugada. El Saloon todavía funcionaba y me causaba extrañeza que nadie se haya percatado de tan siniestro ruido. Mis padres y yo observábamos cautelosamente por la ventana.

-ya dejó de sonar, lo vez hijo… tal vez eran truenos del cielo, estos días han estado nublados, puede que sea la lluvia…-

Después de la teoría expuesta por mi padre, una resplandeciente luz hizo notar la silueta de un hombre entre la obscuridad. Caminaba despreocupado mientras sostenía un candil de gas. Reconocí su vestimenta y un intenso escalofrió recorrió la totalidad de mi espina dorsal. Se dirigía hasta la Avenida Bondary –la calle principal del pueblo. Al observar sus lentos pasos me percaté que la luz del Saloon se había apagado.

<<ya se enteraron de la llegada enemiga>> sopesé con nerviosismo.

El tipo moreno se posicionó en medio de la calle y gritó con decisión. Parecía expresar un mensaje pero su lengua era desconocida. A pesar de ser fronterizos, mi padre jamás me inculcó el idioma de nuestros vecinos. Su voz era temible, rasposa y gruesa, reía al terminar de exponer sus palabras. De pronto reconocí parte de su aviso.

-¡Queremos a Samuel Ravel¡-

Los gritos no pasaron desapercibidos en el pueblo. A estas alturas estoy seguro que todos sabíamos de la incómoda visita, pero era sumamente extraño que un solo hombre viniera a cumplir la misión. Simplemente no era creíble. -Tal vez Lupe exageró, después de todo Los Dorados tiene una guerra que luchar en su país- expresó con calma mi padre mientras abrazaba a mi aterrorizada madre.

-no, esto me parece muy extraño…algo anda mal- comenté con sumo nerviosismo.

 El mexicano levantó su candil y se dirigió hasta la casa de los Thomason. Sus espuelas de acero retumbaron a cada paso retador. Se posicionó enfrente de la puerta y la golpeó fuertemente cuatro veces.

-¡buscó a Samuel Ravel, necesito que me digan donde esta…. Abrán la puerta¡-

El nervioso silencio nocturno opacó las palabras de aquel extraño. Fue entonces que sonrió a sí mismo y regresó. Se perdió entre la obscuridad nuevamente. Agudicé mis oídos a pesar de no entender el español, y pude percibir el murmurar perverso de varias sombras. De pronto, los presurosos pasos de otro hombre ratificaron mi peor pesadilla.

<<¡sabía que no era una sola persona¡, ¿es que acaso aquel sonido era…?>>

Quede pasmado solo de considerar mi catastrófico pensamiento. El nuevo hombre caminó con decisión hasta la misma puerta, pero a diferencia de su predecesor este fue mucho más violento. Inesperadamente sacó su pistola y disparó al cerrojo, enseguida pateó la puerta con fiereza e ingresó a la casa de los Thomason. Los gritos horrorizados de Leonora –Thomason- erizaron mi piel de inmediato. Observé con tristeza a mis padres y les comenté que era el momento de huir. Sin embargo me contradijeron con una hipótesis aún más escalofriante.

-no podemos irnos hijo, creo estamos rodeados..-

***

La familia Thomason había sido tomada prisionera. Los hincaron a todos en medio de la Avenida Bondary ante las secretas miradas del poblado. El corazón se me escapaba por la boca al contemplar a John, Leonora y a sus tres hijos; Fred, Johnny y Beth totalmente vulnerables. Estaban a punto de ser ejecutados vilmente. Sus lágrimas rodaban sin parar mientras el par de hombres demandaba diversos requerimientos que, siendo francos, ninguno de sus rehenes podía contestar.

-¿alguien que hable Español?..- exclamó con fuerza uno de los forasteros.

De inmediato pensé en todos los residentes mexicanos de nuestro pueblo. Macario Villaseñor, Manuel Espinosa, Laureano Rodríguez y hasta el mismo alcohólico de Lupe Ramírez. Sin embargo, no creí que nadie abandonara sus hogares y sus familias para rescatar a unos perdidos Thomason. 

Cada centímetro de mi cuerpo estaba poseído en nerviosismo. Temblaba sin control cuando de pronto un disparo cimbró mis oídos.

<<oh Dios mío, ¿Qué pasó, a quién mataron?>>

Mis padres se apretujaron uno al otro. En ese instante mi mente recorrió cada rostro de los Thomason, me entristecí al recordar los momentos que pasamos con ellos. Sin embargo, el cuerpo que cayó fue de un Dorado. Alguien había disparado desde algún punto de la comunidad. Fue en aquel preciso segundo que el infierno se hizo presente en nuestro querido pueblo.

***

El revolucionario yacía en el suelo mientras su compañero emprendió la huida y se perdió en la negra noche. Los Thomason volvieron desesperados a su hogar solo para percatarse que su puerta estaba inservible, de inmediato solicitaron asilo con su vecino Jacob Hewitt pero esté nunca les abrió. John apresuró a su esposa e hijos y escaparon entre las calles del pueblo, sabían de la endemoniada tormenta que se aproximaba. Esta sería la última vez que los vería en mi vida.

Una espeluznante luz se encendió en el horizonte obscuro. Se multiplicaba de forma veloz, en un par de minutos, cientos de llamas luminosas rodearon todo Columbus. Los destellos se movían incesantemente de un lado a otro, y el aterrador sonido de hace un momento regresó con mayor intensidad. Se acercaba a pasos agigantados. Este creciente estruendo titánico era la antesala de una inevitable destrucción. Yo soy Católico, y recuerdo haberme preguntado si las trompetas del Apocalipsis sonarían de esa forma.

En menos de un cuarto de hora habían llegado. Lupe Ramírez tuvo la razón todo el tiempo. Cada luz originada en la obscuridad traía consigo a un jinete asesino con la peor actitud homicida. Cargaban antorchas que aluzaban sus rostros salvajes, decididos para arrasar con todo a su paso, como si fueran parte de un descomunal tornado. El inmenso trote de 586 caballos colisionó irremediablemente con nuestro pueblo, mientras el caos, horror y pánico se apoderó de cada ciudadano.

-¡Viva Pancho Villa¡….¡Viva Pancho Villa¡-

Jamás olvidaré aquellos sádicos gritos que inevitablemente venían acompañados de brutales acciones contra nuestra gente.

 –¡Viva Pancho Villa¡- las antorchas volaban hasta incrustarse en los techos de paja y adobe encendiéndose inmediatamente.

–¡Villa Pancho Villa¡- Los Bandidos ingresaban por la fuerza a cada casa llevándose posesiones de valor sin que nadie pudiera detenerlos.

 –¡Viva Pancho Villa¡- Sus balas asesinas acababan con la vida de ciudadanos valerosos que defendían sus hogares y familia.

–¡Viva Pancho Villa¡- golpes inmisericordes doblegaban la voluntad de niños y mujeres para complacencia de los feroces invasores.

De pronto, una inesperada lluvia de balas contestó el actuar aberrante de los Dorados. Las ventanas del Saloon estallaron en pedazos para contestar la sorpresiva embestida gigante. Mis padres y yo nos recostamos en suelo, nos tapábamos nuestros oídos mientras orábamos a Dios por la terminación de aquella noche infernal.           

***

El fuego cruzado en el Saloon Columbus solo despertó el instinto asesino de La División del Norte. La respuesta mexicana fue descomunalmente feroz. Avanzaron en sus caballos con dirección a la taberna, e ingresaron entre las ventanas destrozadas. Sus rostros reflejaban una decisión demoniaca para aplacar aquella tenue respuesta. La curiosidad me había ganado y me desplacé por el suelo hasta llegar a la ventana nuevamente. Desde allí pude observar con claridad todo. Mi comprensión no podía concebir la masacre dentro del Saloon. Atónito contemplé las furiosas ráfagas que destellaban por segundos una y otra vez.

<<se están disparando a quemarropa>>

Me tallé mis ojos y cabeza. No podía creer lo que estaba viendo. Inmediatamente pensé en mis amigos que llegaban a tomar todos los días; Jack Evans, Simon Richards, Sam Welsh, William O´Hara, José Gutiérrez. Todos deberían estarse fajando contra los malditos asesinos de Villa. El caos imperaba en las calles del pueblo, la gente comenzó a salir a causa del alboroto, y la estampida mexicana aprovechó destruyendo todo a su paso. Pude observar cuando menos cuatro golpes de asaltos simultáneos. La destrucción del Saloon Columbus sucedía junto con el incendio de Lemon and Payne. Cinco jinetes de Villa quemaron la única tienda de provisiones del pueblo, la cual poseía gran cantidad de productos inflamables. La explosión fue gigantesca. Me temí que el Señor Tunstall tendría que comenzar de nuevo. Mientras tanto, el Hotel Comercial –propiedad de Samuel Ravel- era igualmente incendiado por una docena de Demonios Dorados. La gente huía despavorida, al parecer unos cincuenta ciudadanos habían tomado el hotel como refugio, pero al llegar los Villistas todos corrieron por sus vidas. Al extremo de la Avenida Bandory se encontraba el Banco de Columbus. Una veintena de mexicanos saqueaban absolutamente todo de nuestra caja financiera.

 <<y así se esfumaron nuestros ahorros>> recuerdo haber pensado. De pronto, mi padre me susurró con desespero. Rápidamente pude escuchar que nuestra puerta estaba siendo forzada. El terror invadió mi alma, de esta manera regresé con mis padres y juntos tratamos de salir por la puerta trasera pero un sorpresivo estruendo nos estremeció el alma. Nuestras ventanas caían despedazadas por las agresiones imparables de los asesinos Villistas. Observamos con horror decenas de antorchas que prendían fuego dentro nuestra casa. El humo nos apresuró en nuestro escape, nos cubrimos la boca y a tientas logramos abrir la puerta trasera. En ese preciso instante, un trio de Dorados ingresó con éxito mientras nos observaron huir, cruzamos miradas por un par segundos,  pude ver sus sonrisas picoticas salpicadas con soberbia ganadora.

-¿Dónde demonios esta la caballería?- grité aterrado. Mi padre ni siquiera se molestó en contestarme. Corríamos apresurados entre callejones obscuros mientras escuchábamos el perturbador desorden del saqueó. Lamentos dolorosos, ráfagas de disparos y gritos estremecedores nos ensordecían en cada cruce de calle. Avanzamos cautelosos mientras observábamos con pavor como una inmensa llama se apoderaba de la ciudad entera.

***

En el campamento Furlong, hogar del XIII Regimiento de Caballería de los Estados Unidos, descansaban alrededor de 100 efectivos militares mientras 400 más se encontraban patrullando la región. La División del Norte sabía a lo que se enfrentaría una vez llegando a Columbus, planeaban un ataque frontal contra todo el pelotón, para su fortuna se encontraron con un grupo sumamente disminuido. Los masacraron mientras dormían, robaron su armamento y después tomarían el camino rumbo a nuestro pueblo. A un par de kilómetros de distancia nos rodearon y mandaron a un par de hombres para investigar el pueblo. Minutos después pasaría el incidente con Los Thomason y enseguida nos atacarían sin piedad.

Nosotros nos escondíamos mientras la carnicería acontecía a dos bloques de distancia. Intentamos correr hasta el Rancho de los Sullivan pero nos dimos cuenta que Los Villistas aún rodeaban el pueblo. <<¿aún son más de estos animales?>> sopesé desesperanzado. Nos detuvimos al reconocer las extrañas siluetas y el murmuro españolizado. La ansiedad nos consumía, pero afortunadamente un susurro milagroso nos llamó. Era precisamente James Sullivan quien se resguardaba en una especie de sótano con vista a la Avenida Bondary. Sigilosamente nos dirigimos hasta su voz, nos abrió la pequeña puerta e ingresamos. 40 minutos después, el ruido parecía haber terminado. Disparos aislados nos anunciaban la terminación de un exterminio sin sentido que nos marcaría por siempre.

-¿Aún siguen esos desgraciados aquí?..- preguntó James Sullivan mientras yo observaba por el único orificio de la puerta. Me habían encomendado relatar los acontecimientos en el centro del pueblo.

-sí, aquí están todavía esos malnacidos.- contesté furioso y con un par de lágrimas impotentes.Nunca tuve ningún prejuicio contra diferentes razas o naciones, para mí solo existían dos tipos de personas; los buenos y los malos, nunca diré que los mexicanos son unos malditos ladrones y asesinos, algunos de mis mejores amigos –José Gutiérrez, Macario Villaseñor y Manuel Espinosa- son de por allá. Sin embargo, la saña y el salvajismo de estas personas comandadas por ese tal Pancho Villa me dejaron asqueado de la humanidad.

Los observé con desprecio y repugnancia. Un grupo de 20 o 25 jinetes se regodeaban con soberbia en el centro de nuestro pueblo, por otro lado, cientos de subordinados todavía saqueaban los remanentes de una ciudad prácticamente muerta. De pronto, la figura de un hombre emergió entre todos. Era robusto, físicamente grande, -lo cual contrasta con el estereotipo de nuestros vecinos- de caminar seguro y con una presencia imponente. Usaba barba y bigote adornados con una sonrisa convincente. Su vestimenta no la pude apreciar con claridad, aún estaba obscuro a pesar del fresco viento mañanero y los primeros rayos del sol. Sin embargo, las notorias manchas de sangre en su ropa eran la señal de que el jefe había llegado.

***

Los salvajes guerrilleros le abrían el paso reverencialmente, no me cabía la menor duda que al fin estaba observando al Bandido más buscado y aterrador de todo México. Su semblante, rostro y postura eran demasiado diferentes a como lo imaginaba. Lo había visto en varios cartelones pero indudablemente tenerlo cerca demandaba un inmediato respeto, aún sin conocerlo. Allí estaba el “Billy The Kid” mexicano, parado con arrogancia en la plazuela central de nuestro destruido pueblo. Se regocijaba del infierno que había traído consigo, era palmeado en su espalda una y otra vez por un sinfín de salvajes que lo felicitaban por el éxito de su misión. Segundos después escucharía su voz venenosa y adictiva. Su carisma era incontenible, la idolatría con que era observado por sus seguidores no la había visto en ningún otro personaje. Se paró sobre un baúl viejo que sacaron de alguna casa y curiosamente se dirigió a “nosotros”.

-sé que están por allí, escondidos en un rincón, apuntándome con sus rifles, sus pistolas, sus machetes, cualquier cosa que pueda matar.-

James Sullivan hablaba perfecto español, nos traducía temblorosamente cada palabra del Líder mexicano.  

-sé que no me creerán cuando les diga que no hemos venido a pelear. Estamos aquí para mostrar el descontento por el injusto embargo que nos ha dado su presidente Wilson.-

El glamuroso bandido se bajó del baúl y deambuló por los alrededores de la plazuela. Gritaba su discurso mientras era resguardado por una escolta de 20 hombres.

-¡Yo soy Pancho Villa¡-

El silencio se acopló a la voz del caudillo. El orgullo en el rostro de sus seguidores se reflejaba en sonrisas victoriosas.

-he venido por varias razones, pero la principal es para decirles la verdad.-

El eco de su voz nos aturdió increíblemente.

-quiero que sepan que un maldito ladrón vive entre ustedes. Un hombre que no hace honor a su palabra, una pinche rata, su nombre es Samuel Ravel. Como sabrán, nosotros estamos en medio de una sangrienta batalla contra nuestro gobierno tirano, cosa que ustedes deberían hacer también. Necesitamos armamento, cartuchos, suministros, provisiones, y su presidente nos embargó todo. Entonces, el hijo de la chingada de Samuel Ravel nos prometió seguir vendiéndonos lo que necesitáramos, pero al final nos engañó. Se suponía que nos daría armas de calidad para vencer a los Federales de Carranza. Nos pidió oro, plata “Money” como le dicen ustedes, y nosotros honramos el trato. Le dimos todo lo que pidió. ¿y qué fue lo que nos entregó Ravel? Unas pinches carabinas de juguete que no matarían ni un cucaracho. Unos malditos rifles que con solo tocarlos se caían en pedazos, y en vez de cartuchos nos envió cajas vacías…-

El calor de sus palabras aumentaba mientras Sullivan nos explicaba cada detalle.

-Tienen que saber una cosa pinches gringos… ¡con Pancho Villa no se juega¡.. si ustedes dicen que me darán armas de calidad, yo espero armas de calidad.. ¿o que acaso el oro, la plata y el dinero que entregamos no era real?... Soy un hombre razonable, pero tampoco soy un pendejo. ¡Soy Pancho Villa, hijos de la chingada¡ vale más que no se les olvide, ¡Ustedes mismos se buscaron el desmadre que pasó¡ Mis muchachitos llegaron preguntando por Samuel Ravel y alguien de ustedes les disparó. Ora, como yo no sé quién lo hizo, me obligaron a tumbar cada puerta. Quien haya sido lo más seguro es que ya se lo llevó la chingada, pero aún me queda una cosa por hacer…

Sullivan explicó con horror esas últimas palabras. –Dice Villa que quiere algo más-

Temblamos horrorizados al comprender que la pesadilla no había terminado.

-¡Quiero a Samuel Ravel, aquí y ahora¡…..Deben saber que hemos respetado mujeres y niños, pero si no me dan lo que busco… bueno, entonces sabrán que todas esas historias sobre lo que hacemos con “los prisioneros” son reales. Fusilaremos a cada pinche gringo que quede en este mugroso pueblo, sea niño, joven o viejo, sea hombre o mujer, así que traigan a Ravel…..les doy 15 minutos.

***

Villa se rodeó por su sequito interno y esperó con paciencia. Fumaba con estilo, terminaba su cigarro, lo arrojaba al suelo y luego lo pisaba. Un hombre delgado a su derecha lo tomaba del hombro y susurraba a su oído, Villa asentía y parecía darle la razón. ¿Quién es ese hombre para ejercer influencia sobre el Líder Dorado?. Los primeros claros del amanecer revelaron el horroroso saldo que había dejado la cruzada infernal de la noche anterior. El pueblo entero se redujo a cenizas, uno pensaría que la rabia de Pancho Villa y La División del Norte eran los verdugos causantes de semejante salvajada. Sin embargo, más tarde me enteraría sobre las verdaderas razones de estos incendios. ¿Samuel Ravel?, no lo creo,  ese hombre solo fue el pretexto perfecto para que El Centauro del Norte llevara a cabo un Plan maestro mucho más profundo.

Un vendaval de disparos alertaron a los bandidos mexicanos, al instante relucieron sus armas y se colocaron en posición de combate. Las detonaciones provenían del carbonizado Hotel Comercial, enseguida observé a mis padres y a la familia Sullivan. El terror no había terminado. Un grupo de 10 pistoleros trajeron arrastrando a un joven de 15 años de edad y a un hombre de 40. Los reconocí inmediatamente y temblé atemorizado por su futuro trágico.

-¿Quiénes son?- preguntaron mis padres y los Sullivan.

-shhh- los silencié mientras analizaba a detalle los acontecimientos de la plazuela principal.

-¿Qué paso con esos disparos, Fierro?- cuestionó Villa.

-se pusieron rejegos mi General.. y pos… me los eché..- contestó el que parecía ser uno de sus lugartenientes.

El mal presagio de mi corazón se hizo realidad cuando hincaron a los dos hombres frente a todo el pelotón de malditos.

-¡los van a fusilar¡- expresé alarmado mientras mi madre y la señora Sullivan sollozaban amargamente.

El Líder Bandido discutía con dos de sus hombres, entre ademanes llegaron a un acuerdo, una vez más aquel bandolero delgado pareció convencer a Fierro y al mismo Pancho Villa.

-ta bueno Pipe.. tienes razón, no tenemos municiones para gastar en fusilamientos-

Contestó el Centauro del Norte, al parecer había sido persuadido para no asesinar al par de hombres. Sin embargo, El Líder Mexicano era un hombre frio y calculador. Al fin de cuentas, como lo diría el mismo; ¡Con Pancho Villa no se juega¡

-pero… pos una bala para cada uno me parece suficiente… ¡Fierro¡-

Villa ordenó a su troglodita de confianza ejecutar de un solo balazo al par de prisioneros. Dio instrucciones precisas para eliminar primero al hombre mayor y luego al joven. Con pasos firmes y decididos se acercó el General Rodolfo Fierro y empuñó su revolver justo en la sien del hombre de 40 años.

-¡por soplón¡- tradujo James Sullivan.

El solitario disparo retumbó en todo Columbus. Mis ojos se empañaron instantáneamente al contemplar como caía el cuerpo sin sentido de Jacob Hewitt. Así terminó la vida de un hombre que aspiraba ser Doctor y que a pesar de su amateurismo hizo lo que pudo para ayudar al prójimo. Al menos en términos médicos.

-¡Han matado al Señor Hewitt¡- expresé con tristeza ante la mirada desconsolada de todos en el sótano.

-ahora sigue el pequeño Arthur Ravel- Al momento de mencionar el nombre del joven mi madre cayó en una pequeña crisis de histeria, mi padre tuvo que controlarla ya que corríamos peligro de ser descubiertos. Mientras tanto en la plazuela, el General Rodolfo Fierro avanzó un par de pasos y se posicionó enfrente de su próxima víctima, recargó su revolver, jaló el martillo y alcanzó a mencionar unas palabras que no entendí. 

-no llores, esto es para que tu hermano aprenda a no jodernos-

El Señor Sullivan tuvo problemas con aquella expresión, dijo que solo pudo entender las palabras “llorar”, “hermano” y “joder”, así que supuse alguna frase como la que mencioné arriba. No pudimos comprender la oración completa del General Fierro porque un sonido aterrador

–muy similar a la llegada de Los Dorados- se hizo presente de nuevo. Mi Padre solía decir una frase que aplicaba como anillo al dedo en ese momento; “Piensa mal y acertarás”, por esta razón asumí la llegada de más bandidos mexicanos. No obstante, el grito de guerra de Pancho Villa me llenó de una débil esperanza.

-¡Muchachos, llegaron los pinches soldados gringos, tomen todo el motín, suban a sus caballos y vamos a rajarles la madre¡-

***

El XIII Regimiento completo” de Caballería al mando del General Herbert Slocum arribaba como tornado a la destruida ciudad de Columbus. El choque fue monumental, la batalla tomó niveles mucho más aterradores a los vividos la madrugada anterior. Literalmente, miles de disparos retumbaron cada pared, ventana, puerta, portón, corral, andamio, establo, madera y adobe del pueblo. Cada esquina era testigo de un cruento enfrentamiento entre militares americanos y Villistas. Los gritos enrabiados se entrelazaban con lamentos dolorosos, brindaban un aura endemoniada durante aquella mañana de olvido.

Vi la única oportunidad para escapar entre el torbellino de muerte y destrucción. Sabía que sería sumamente peligroso, tendríamos que atravesar cientos de balas en todas direcciones, pero de quedarnos en el sótano de los Sullivan, tarde o temprano nos encontrarían. Sinceramente no quería echar mi vida a la suerte, mi madre recomendó quedarnos ya que podríamos ser rescatados por el Regimiento, sin embargo, las posibilidades eran remotas. El campo de batalla era dominado por un número mayor de revolucionarios mexicanos. El combate continuaba brutalmente, fue entonces que removí la puerta del sótano y subí para iniciar el escapé, uno a uno ayudé a que todos salieran y retomamos huida.

-¡cúbranse la cara¡- porciones enormes de tierra se levantaban del suelo al impacto de las detonaciones. Mi padre recomendó correr a toda velocidad sin siquiera mirar nuestro camino, teníamos que escapar a como diera lugar. Observé aterrorizado como decenas de hombres caían muertos mientras expulsaban el último suspiro de sus vidas. Las calles estaban repletas de cuerpos inertes, estáticos y perturbadores, no pude contener mis lágrimas y proseguí entre aquella masacre.

-¡por acá¡- exclamó mi Padre, todos obedecimos sin cuestionar. Avanzamos por 6 bloques hasta llegar a la última calle del pueblo. No podía creerlo, lo íbamos a lograr, de pronto nos cruzamos en el camino al joven Arthur, enseguida se nos unió a nuestro escape. Arthur Ravel era el hermano menor de Samuel Ravel, -el acérrimo enemigo de Pancho Villa-, nos contó durante la fuga que los Villistas ingresaron al Hotel de su hermano y lo tomaron prisionero, mencionó que Jacob Hewitt los había llevado hasta allí. Tal vez el General Fierro lo asesinó por eso.  –¡por soplón¡- sopesé en ese instante. Subimos un pequeño cerro conocido como Cootes Hill, desde allí pudimos contemplar la interminable batalla, Arthur nos comentaba que Samuel sabía lo que sucedería, y decidió escapar al Paso Texas un par de días antes. Le preocupaba su otro hermano Louis Ravel.

-probablemente el sí haya sido asesinado- comentó con tristeza Arthur.

Inesperadamente, un disparo se incrustó en el pecho de James Sullivan, su esposa e hijos gritaron de manera desgarradora al observar la horrenda escena. Quedé pasmado ante esta acción, no supe quien lo había hecho, Arthur escapó rápidamente tan pronto escuchó la agresión, yo no pude reaccionar, observé a mis padres quienes señalaban algo tras de  mí. De pronto escuché otra detonación, un profuso dolor penetró mi espalda. Corrí despavorido detrás de mis padres, ellos lloraban sin cesar y levantaron sus manos. Enseguida los alenté a continuar pero ni siquiera me dirigieron su mirar. Algo extraño estaba sucediendo. Mi madre cayó al suelo gimiendo de un intolerable dolor, mi padre la abrazaba y también derramaba lágrimas.

-¿Qué hacen?.. ¡No se detengan¡..- les grité desesperado pero su atención estaba con los malditos revolucionarios. Nos habían alcanzado. Pensé en huir pero jamás los abandonaría. Sin embargo, una trastornada escena perturbó mi mente por completo.

-al suelo, los dos..-

Les gritó un soldado Villista, mis padres comprendieron sin entender español.

-¡no les hagas daño, maldito infeliz¡- los desafié sin importar las consecuencias, pero el bandido mexicano me ignoró. Segundos después, observé dos cuerpos en el suelo. James Sullivan yacía despedazado de su pecho, el otro hombre derrumbado sobre su estómago era yo.

***

Me observé muerto y la ansiedad inundó mi cuerpo. No podía comprender lo que sucedía. Cualquier cosa que estuviera pasando no quería ver la ejecución de mis padres, les grité, lloré, rogué, me posicioné delante de ellos y no pude lograr nada. De pronto, un soldado Villista, delgado, de barba y bigote se acercó hasta la inminente masacre y expresó su sentir al respecto.

-¿Pero qué están haciendo hijos de la chingada? ¿Qué no ven que son gente mayor, y ni siquiera son soldados?, ¡ya tenemos lo que queremos, no hay necesidad de matar gente inocente¡-

El pelotón de Villistas desistió del fusilamiento y mis padres fueron perdonados. Aquel hombre delgado –al que el mismo Pancho Villa escuchaba- era El General Felipe Ángeles, uno de los más grandes estrategas militares de México. Él fue quien le perdonó la vida a mis padres; Paul y Mary Brown

***

Pancho Villa y sus Dorados regresaron a México dejando una estela de caos, destrucción y muerte en Columbus. El Regimiento combatió con gallardía, y a pesar de hacerlos retroceder, sufrieron mucho más bajas que los mexicanos. Villa resultó ser un visionario, no solo venía para vengarse de Samuel Ravel, quería desestabilizar el gobierno de su eterno enemigo en México –Venustiano Carranza- provocando el rompimiento bilateral con los Estados Unidos. Por mi parte, volví al pueblo horas después de la batalla y deambulé como alma en pena. Tristemente observé cientos de cuerpos regados por la calles, la mayoría era gente conocida, amigos y parientes. La familia Thomason había sido asesinada brutalmente durante el primer asalto de los Dorados. Allí yacían en el suelo John, Leonora, Fred, Johnny y Beth. Milton James, un trabajador del ferrocarril lloraba desconsolado frente a su mujer, había sido asesinada durante el escape de su casa, estaba embarazada. Caminé a través de ellos y me disculpaba por no ofrecer mis condolencias, llegué al Saloon Columbus, un escalofrío recorrió mi espíritu, sabía lo que iba encontrar. Las puertas y ventanas estaban totalmente destruidas, avancé entre escombros y reconocí los cuerpos masacrados de todos mis amigos; Jack Evans, Simon Richards, Sam Welsh, William O´Hara y José Gutiérrez. Me sentí totalmente solo, abandonado, pero minutos después, todos aquellos que había reconocido en baños de sangre, me acompañarían espiritualmente para esperar nuestro llamado al paraíso.

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