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Perra obsesión (3)

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Querido lector, recomiendo la lectura de "Perra obsesión I" y "Perra obsesión II" para mejor comprensión de este capítulo.

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Resumen Perra obsesión I: Me obsesioné con una desconocida en la calle, logré que ella fuera al Spa donde trabajo como masajista y me gané su desprecio gratuitamente.

Resumen Perra obsesión II: Me dediqué a observar a aquella mujer "Diana" y a su amiga Carmen las cuales tenían una extraña relación de dominación. Carmen y yo nos volvemos tan amigas que terminamos masturbándonos mutuamente ante la atónita mirada de Diana.

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Mis días en el Spa continuaron sin mayores novedades hasta el miércoles, día en que Carmen fue a buscarme, sola por primera vez, justo cuatro días después de lo que había ocurrido entre ambas. Me sorprendió gratamente su visita, vestía una falda blanca corta y blusa del mismo color, a leguas se veía que venía de jugar tenis. La recorrí de la cabeza a los pies con la mirada y ella se acercó a mí y como la cosa más natural del mundo me saludó con un beso francés a la vez que me acariciaba las nalgas por encima de la falda.

¿Me das un masaje? – me preguntó guiñándome un ojo.

Yo bien sabía que tras ese masaje había algo más, era más que obvio así que le dije que mejor fuéramos a uno de los saunas, que ese día y a esa hora casi nadie iba por esos lados. Agregué, además, aunque innecesariamente que un masaje allí sería mucho mejor. Trató de tomarme por la cintura mientras caminábamos, pero yo me separé, no me interesaba para nadie que alguien me viera y mucho menos mi jefa.

Llegamos al sauna y le di espacio para que entrara primero, momento que yo aproveché para mirarle el trasero, nada despreciable… se le veía espectacular con esa falda blanca. Al entrar cerré la puerta y bajé un poco la temperatura del lugar, coloqué una toalla sobre uno de los paneles de madera dándole la espalda. Cuando me di vuelta Carmen estaba completamente desnuda, me sorprendió no solo contemplar de nuevo la belleza de su cuerpo sino su rapidez para desvestirse y su determinación para hacer las cosas, definitivamente esta mujer no se lo pensaba mucho antes de hacer lo que se le antojara.

Se acercó a mí, yo permanecía tiesa e impávida, no estaba acostumbrada a este tipo de cosas, nunca había estado con una mujer, lo máximo que había hecho era lo de la mutua masturbación con Carmen de días atrás. Desde que había visto a Diana la idea de acostarme con una mujer me excitaba y al ver a Carmen desnuda sirviéndose en bandeja de plata para mi mucho más. Ahí me di cuenta que es verdad que una lesbiana puede oler a kilómetros a una mujer con ganas y yo tenía muchas, muchas ganas de sexo.

Ese día yo llevaba puesto como siempre una falda y una blusa blanca ligera, ropa más cómoda para mi trabajo, una tanga blanca y sostén del mismo color.

Carmen estaba a escasos centímetros de mi cuerpo, sus pechos casi rozaban los míos que se movían hacia arriba y hacia abajo casi imperceptiblemente, producto de mi respiración agitada en ese momento.

Valentina… me gustas muchísimo – me dijo Carmen besando la comisura de mis labios mientras me apretaba las nalgas piel a piel, las separaba y amasaba casi con rudeza.

Tu a mí me gustas también – le contesté – me provocas mucha calentura.

¿Es la primera vez que vas a estar con una mujer? – preguntó notando mi nerviosismo.

Asentí con la cabeza…. Carmen, experta en esas lides tomó siempre la iniciativa, yo simplemente me dejé llevar, cerré los ojos y me dediqué a sentir, también al cerrarlos imaginé que era Diana la que estaba conmigo, mi musa, mi amor imposible, la mujer que amaba y odiaba a la vez, mi obsesión….

Con determinación y suavidad me quitó la ropa quedándome solo en sostén y tanga.

Me encanta como se te marcan los pezones por encima de la tela, a pesar del calor se adivinan grandes, gordos, exquisitos – me dijo mientras los lamía con deleite por encima del sostén.

Yo temblaba como una hoja al viento, de temor y placer. Carmen era de esas mujeres a las cuales no se les puede negar nada, que saben que el mundo entero se rinde a sus pies solo por su belleza, que son capaces de llevarte al séptimo cielo con ayuda de unas manos hábiles y una lengua experta. Y vaya que lengua… se enrollaba como una víbora alrededor de mis pezones cada vez más marcados. Luego me bajó un poco el sostén dejándolo justo bajo mis tetas, elevándolas y juntándolas como si fuera una sola teta enorme. Las tomó con ambas manos y comenzó a alternar sus besos de un pezón a otro con una velocidad y con unas ganas impresionantes. Sentí que me iba a correr ahí mismo, las piernas me flaqueaban y ella como adivinándolo me agarró por la cintura con una de sus manos mientras con la otra me tomó por la barbilla casi con rudeza, y es que esta mujer en verdad era ruda, pero me gustaba esa forma dominante que tenía de tratarme, me gustaba sentirme poseída por ella, dominada de esa manera.

Su boca se juntó con la mía, nos mordíamos como si nos fuéramos a arrancar los labios la una a la otra, los sentía calientes, inflamados, sentía casi como si estuvieran ocupando por completo la boca de Carmen, me dolían y a la vez me gustaba, no quería que dejara de besarme de esa manera tan agresiva como si estuviera marcando su territorio.

Unos segundos después me acostó boca arriba sobre la toalla que yacía sobre uno de los paneles de madera. Sin demora me separó las piernas a todo lo que daban, a lado y lado de la estera, me corrió la tanga húmeda, por el calor y mis flujos y tumbándose boca abajo con su cabeza sobre mi concha depilada comenzó a darse un buen banquete.

Al minuto yo ya estaba en la fase de pre-orgasmo. Esta mujer tenía una lengua de oro, que habilidad para hurgar, recorrer y explorar. Me sentía en la gloria, como si el lugar entero hubiera desaparecido y solo existieran coño y lengua… y mucho calor… me sentía mareada, con ganas de reír y llorar. Mis largos días de abstinencia habían terminado, tantos días masturbándome por culpa de mis naturales necesidades físicas y ahora tenía a una de las mujeres más hermosas que había visto pegada de mi coño como si fuera su postre favorito, gimiendo, untándose de hasta el último de mis flujos, bebiéndoselos por completo, relamiéndose como una gatita golosa, haciéndome gemir primero, ronronear y luego gritar como una loca… ya no me importaba que me escuchara el Spa entero, que me oyeran hasta en la China, quería liberar mi cuerpo, mi piel, mi sensualidad de mujer….

Los temblores de ese primer orgasmo estaban cesando y ella se retiró un poco para observarme. Le producía mucho placer haberme visto tan desencajada, le fascinaba que me hubiera dejado llevar sin ningún pudor, que hubiera gemido como una cualquiera… se sentía satisfecha, aunque a medias… ahora me tocaba mi turno de hacerle cositas. Carmen no era de las mujeres que se quedara con ganas, a las buenas o a las malas.

Se acostó encima de mí. No había lugar a dudas, quería que hiciéramos el 69. Cuando tuve su conchita a escasos centímetros de mi cara no dudé un minuto, la tomé de las caderas y comencé a besarla. Ya ella me había dado una buena lección de cómo debía hacerlo, era toda una maestra y yo una buena alumna. Me aprendí su coño de memoria, sus formas, sus olores y sabores, hundí mi lengua y mi nariz en él. Era el primero que probaba en mi vida y me encantó, le hice lo que a mí me gustaba y sus gemidos fueron mi mejor recompensa. A la vez sentía como mi clítoris aún sensible por el orgasmo anterior comenzaba a latir primero suavemente y luego con violencia. Cuando me veía así ella se detenía un poco, yo aumentaba la velocidad de mis lametones mientras Carmen se ayudaba moviendo sus caderas, clavándose en mi lengua que la recibía cálida y más que dispuesta. Luego volvía a besarme… yo me retorcía, me movía en círculos contra su boca. Ambas estallamos casi al tiempo, extenuadas nos tumbamos de medio lado de modo que al abrir los ojos nos encontramos con el hermoso espectáculo de la concha de la otra completamente húmeda, con una humedad que nuestras lenguas habían provocado.

Diana debe llegar en cualquier momento – me dijo – le puse una cita en este lugar, no debe tardar.

Mis ojos se abrieron como platos. Al parecer a Carmen le estaba gustando el juego de serle infiel a Diana conmigo y delante de sus propias narices, le parecía una divertida manera de humillarla. No le dije nada, allá ellas y sus cosas. Sin embargo, todo eso me estaba dando una idea para tener a Diana, solo debía redondearla, día a día mis planes con respecto a Diana cambiaban, pero este plan que tenía en la cabeza al parecer era el definitivo. El próximo paso a seguir era que Diana se diera cuenta que Carmen y yo habíamos estado juntas.

Nos vestimos, aunque intencionalmente me dejé la blusa al revés de modo que las costuras se veían claramente, aunque en realidad no había necesidad de eso. Salimos del sauna sudorosas, con el cabello húmedo y revuelto, nos veíamos realmente hermosas, no hay nada como un orgasmo para hacerte sonreír, para que tu piel y tus ojos brillen.

Caminamos juntas hacia mi lugar de trabajo y allí estaba Diana esperando a Carmen. Me miró directamente la boca, allí estaban los mayores indicios de lo que había ocurrido, estaba complemente inflamada como más tarde comprobaría ante un espejo. Nuestro aspecto entero nos delataba. Carmen miró a Diana desafiante y esta última optó por bajar los ojos y saludarla haciendo como que no se daba cuenta de nada, aunque evidentemente su corazón estaba destrozado. Carmen no lo notó, pero en ese momento algo se rompió dentro de Diana, no se dio cuenta que había ido demasiado lejos con su juego de humillación, no se le pasó por la cabeza que su muñeca de carne y hueso podía rebelarse, que podía pasar de amarla a odiarla.

 

CONTINUARÁ…

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