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Un chico lindo, demasiado lindo (2)

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El chico no era homosexual, por el contrario, el descubrimiento de su atracción por las chicas lo tenía fascinado, ansioso y atemorizado al mismo tiempo, debido a su timidez. Pero ahora, todas esas fantasías con chicas habían dado paso a este presente dramático en manos de un viejo perverso y tres viejas depravadas que gozaban golpeándolo y para colmo iban a tenerlo como sirvientita.

La “señorita” Rosa lo vino a buscar por la mañana.

-Arriba, nene, vamos, arriba que tenés que trabajar. 

El chico abrió los ojos y la vio de pie y empuñando un cinto doblado en dos. Estaba en ese momento en una especie de duermevela, entre dormido y despierto y tuvo que hacer un esfuerzo para incorporarse.

La vieja lo tomó de un brazo y dijo:

-Lavate la cara, así te despejás. ¡Vamos!

Cuando salieron del baño la vieja le entregó una escoba y una pala: 

-A trabajar, bomboncito. Barré la galería, el pasillo, el patio del fondo, mi habitación y la habitación de Benito. Dale, movete. –y le dio un cintarazo en el culo.

Al chico le demandó alrededor de una hora terminar con la tarea ordenada, que fue haciendo seguido por la señorita Rosa. La vieja lo observaba con mirada lasciva y cada tanto le cruzaba las nalgas de un cintarazo, sólo por el placer que le daba hacerlo.

Cuando terminó, la señorita lo encerró otra vez en el baño.

-En un rato te traigo el almuerzo, y no me hagas el show de anoche de que no querés comer porque ya sabés las consecuencias, ¿cierto? –y se fue sin esperar la respuesta. 

El chico estaba cubierto de sudor luego de esa hora de trabajo y sintió deseos de darse una ducha. Se metió en la bañera y abrió el agua fría. Había comenzado a enjabonarse cuando entró la señorita Rosa con un plato de fideos y un vaso de agua. Miró al chico, que detuvo el enjabonamiento y la miró asustado por la expresión de la vieja.

La solterona dejó el plato y el vaso en el suelo, volvió a clavarle la mirada y le dijo con tono severo:

-Así que el señorito se cree que puede hacer lo que le dé la gana. 

-Señorita es que… estaba muy transpirado, tenía… tenía mucho calor… yo…

La vieja cerró la ducha y luego le ordenó al chico que se secara. Cuando terminó de hacerlo ella se sentó en el borde de la bañera e hizo que el chico se tendiera boca abajo sobre sus rodillas. Se relamió durante un momento mirando y sobando esas nalguitas redondas y firmes hasta que, por fin, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa lasciva, alzó el brazo y dejó caer enseguida su pesada mano en un primer golpe que hizo gemir y corcovear al chico.

-Te voy a enseñar a comportarte, mocoso. –dijo la vieja y siguió nalgueando fuertemente al pobrecito y excitándose cada vez más a medida en que la piel iba acentuando su enrojecimiento. Cada tanto volvía a palpar esas deliciosas redondeces que ardían bajo la palma de su mano.

-Por favor, señorita Rosa, por fa… ¡aaaaayyyyy!... No… no… ¡¡¡aaaayyyyy!!!... suplicaba el chico y gritaba de dolor en tanto la paliza continuaba.

Por fin, cuando el culito ya mostraba un rojo intenso, la vieja dio por concluida la zurra, empujó al chico y éste cayó sobre el colchón, donde quedó boca abajo, sollozando.

La señorita se incorporó y le dijo:

-Dentro de un rato vuelvo, rico, y si veo un solo fideo en ese plato ya vas a ver lo que te pasa. –y se fue cerrando la puerta con llave. 

Claro que comió, con mucho esfuerzo y ayudado por el miedo que le daba la amenaza de la vieja. Bebió con ansias el agua y se tendió en el colchón de costado para evitar el roce de las maltratadas nalgas. 

Poco después volvió la “señorita”.

-Ah, muy bien. –dijo viendo el plato vacío. Saboreaba su triunfo, la conciencia de estar dominando al chico, anulando su voluntad, obligándolo a obedecer, a hacer lo que ella quería que hiciese. 

-Agarrá al plato y el vaso. –le ordenó y cuando el chico tuvo ambos objetos en las manos se lo llevó a su cocina, ubicada más hacia el fondo, a metros del baño de la familia. 

Sacó de la alacena el detergente, lo puso ante el chico en la mesada y le dijo:

-Lavá eso.

El chico hizo lo que se le ordenaba, secó después el plato y el vaso con un repasado que colgaba en la pared y guardó ambas cosas donde le indicó le vieja, que no había dejado de comérselo con los ojos. En un momento le sobó las nalgas y el chico sólo gimió por el intenso ardor que el toqueteo le causaba, pero permaneció impasible para no recibir otra paliza. Después la vieja lo llevó otra vez al baño y antes de irse y dejarlo encerrado le dijo: 

-Andá preparándote para tomar la lechita. –y soltó una risita perversa. 

Eran las seis de la tarde cuando llegaron Ermelinda y Pola, cada una de ellas con un cinturón en la mano. La “señorita” fue a recibirlas y las llevó a la cocina de don Benito, donde había estado conversando con el vejete.

Tras los saludos, Benito miró los cinturones y dijo torciendo los labios en una mueca malévola:

-Me imagino lo que le espera al pobrecito. 

-Sí, primero una buena zurra –dijo Ermelinda. –y después, la mamadera, ¡jajajajajajajaja! 

-Se me está poniendo dura de sólo pensarlo. -masculló don Benito.

-¡Que no pase más este mes!. –agregó Pola riendo.

-Bueno, ¿qué estamos esperando? –intervino Rosa tomando el cinturón que había dejado sobre la mesa. –y los cuatro salieron de la cocina rumbo al baño. 

-No… no me hagan nada… por favor, no… -suplicó el pobre chico al verlos. 

La “señorita” lo tomó de un brazo y lo sacó del baño para arrojarlo hacia los otros tres, que esperaban junto a la puerta. El chico dio de frente contra don Benito, que de inmediato lo hizo girar, le rodeó la cintura con ambos brazos y le hizo sentir en las nalgas su verga ya semidura. El chico intentó librarse, angustiado por esa cosa que presionaba sobre su cola, pero Ermelinda le dio una bofetada: 

-¿Qué pasa, rico? ¿Te estás atreviendo a desairar a don Benito? –dijo y los otros rieron ante la cínica humorada. 

-Te ganaste un buen castigo. –completó la vieja y de inmediato todos se metieron en la pieza del viejo. La “señorita” arrojó al chico hacia delante de un empujón y entre Ermelinda y Pola lo pusieron de rodillas contra el borde de la cama para después inclinarlo sobre ella. El pobrecito temblaba de miedo mientras las tres viejas doblaban en dos sus respectivos cinturones empuñándolos con firmeza. Pola y Ermelinda se colocaron a la izquierda del chico, Rosa a la derecha. Las tres miraron con morboso deseo durante algunos segundos esa colita perfecta, esos muslos largos y tan deliciosamente torneados, y por fin comenzó la azotaína. Pegaban por turno, comenzó la “señorita” y le siguieron Ermelinda y Pola en ese orden que se fue repitiendo una y otra vez mientras el chico gemía o gritaba según la fuerza del azote y cada tanto suplicaba, por cierto, que inútilmente. Le daban en las nalgas y en determinado momento lo obligaron a separar las rodillas para poder pegarle también en los muslos, por afuera y por adentro. El chico lanzaba verdaderos aullidos cada vez que recibía un cintarazo en esa zona tan sensible, donde la piel era sumamente delicada.

Don Benito ya tenía la verga totalmente en forma, bien dura, estimulado por el sádico espectáculo que presenciaba. 

El chico había empezado a llorar desconsoladamente y al mismo tiempo gritaba cada vez que un cinto restallaba impiadoso en su carne estremecida, sobre la piel ya muy roja de las nalgas y los muslos.

Las tres viejas bufaban excitadas, con sus rostros arrebatados, y fue Rosa quien, haciendo un esfuerzo y advirtiendo que si seguían con la zurra pronto iban a producir heridas, dispuso terminar el suplicio.

-No quiero que lo lastimemos. –dijo. –No por piedad, sino para no afectar su belleza con heridas.

-Sí, de acuerdo. –dijo Ermelinda mientras trataba de normalizar su agitada respiración. Pola le dio en las nalgas un último azote y luego coincidió con ambas.

Don Benito se sentó en el borde de la cama, junto al chico, que seguía llorando y se frotaba las nalguitas tratando de aliviar el doloroso ardor que sentía, se quitó los zapatos y las medias, se despojó de la camisa y por fin los pantalones y el calzoncillo y se acomodó contra la cabecera de bronce, con las piernas encogidas y las rodillas bien separadas.

-Ya tengo lista la mamadera. Acomódenlo. –dijo sosteniendo su verga erecta con la mano derecha.

Las viejas tomaron al chico como si se tratara de un bulto y lo pusieron de rodillas ante el vejete, para después inclinarlo hacia delante, Ermelinda y Pola por los hombros y Rosa por la nuca.

-¡Abre la boquita, niño! –le ordenó don Benito. -¡Vamos, cómetela! 

El chico tenía el rostro bañado en llanto y vio la verga a través de las lágrimas que nublaban sus ojos. Para su extrañeza, sintió que tener que hacer lo que se le ordenaba era casi nada comparado con el sufrimiento que acababa de padecer. Cerró los ojos, abrió grande la boca y de pronto sintió dentro de ella esa cosa dura y palpitante.

-¡Chupa! ¡Chupa! –le gritó don Benito y el pobrecito se puso a chupar arrancando gemidos de placer en el viejo mientras las tres viejas le sobaban las nalgas y de vez en cuando le metìan un dedo en el ano provocándole algún corcovo que era aplacado con amenazas. Por fin don Benito acabó soltando un largo gemido y echándole en la boca un chorro de semen no demasiado abundante -para fortuna del chico- que intentó escupirlo. Pero la “señorita” se dio cuenta y le tapó la boca: 

-¡Tragá, mocoso! ¡Tragá! –le ordenó con tono severo y el pobrecito tragó hasta sentir que en su boca no quedaba nada de esa leche humana de sabor salado.

Angustia, humillación, dolor en las nalgas y los muslos, todo eso sentía el pobrecito mientras don Benito yacía de costado en la cama, recuperándose. Las viejas pusieron al chico de pie al costado de la cama, sobre sus piernas vacilantes, y de inmediato lo llevaron a la habitación de Rosa. Allí la dueña de casa le inspeccionó el desgarro en el ano.

-Esto va muy bien. Dentro de un par de días Benito va a poder seguir cogiéndoselo sin ningún problema. –dictaminó la vieja mientras en su mente iba cobrando forma cierta idea tan perversa como ingeniosa.

 

(continuará)

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