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Sexo en la vieja hidroeléctrica -3- octubre

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El administrativo camina por un sendero cerca del río que baja escaso de caudal. El sendero lleva hasta la vieja hidroeléctrica, que se yergue más allá, iluminada por los últimos rayos del sol de la tarde cual monumento a los planes de desarrollo que no fueron a ninguna parte.

Un todoterreno de la Policía Rural se acerca despacio y sobrepasa al caminante. Pero a los pocos metros se detiene. De él sale el agente quien, pese a la ya fresca temperatura, continúa con el uniforme de verano marcando músculo.

Se aposta contra el auto y espera a que el empleado del consistorio llegue a su altura.

-¿Tiene una cita? -dice señalando con la cabeza en dirección al abandonado edificio.

-¿Quiere venir? Por mi parte no tengo inconveniente.

El agente esboza una leve sonrisa.

-Me tiene inquieto -añade.

-¿Motivo?

-Diríase que ya no le importo ¿No tiene nada para mí?

-Nada, salvo pensamientos y deseos impuros.

-¿Y sus sesiones en la “hidro”?

-Satisfactorias.

-¿Sin más?

Tras un vistazo al horizonte de nubes ya casi encarnadas, contesta, serio:

-No encuentro el momento para lo que me pide.

-¿No lo encuentra o no se le pone en sus partes?

-Al cincuenta por ciento.

-¿Tan delicioso es?

-Le confesaré que lo era más antes de que entre usted y yo surgiera esa afición por jugar al dominó. Desde entonces, estoy con él pero sólo pienso en nuestros lances de juego.

-No está solo en la desazón. Tengo un problema similar con mi señora.

-Es usted un verdadero monstruo. Mentiría hasta al mismísimo Dios para obtener sus objetivos.

-Me sobrevalora.

-¿Sabe? Yo también he investigado.

-¿Quiere que le nombre mi ayudante?

-Usted no vino a este pueblo por gusto. Sería más justo decir que fue un destino forzoso. Hubo muchas dudas sobre su versión del luctuoso atraco donde el maleante cayó abatido. Claro que ¡quién quiere a un exmilitar albanés sin escrúpulos campando, por la región, de joyería en joyería!

-También me felicitaron. Pero de manera anónima. El gremio de joyeros y... Mejor no sigo.

-Los tiene muy bien puestos. Desde que sé lo suyo, mis pulsiones insanas hacia su sexo se han disparado. Creo que es mejor que lo dejemos aquí. En cuanto se termine mi contrato me iré y todo habrá quedado en unas humillantes derrotas al dominó.

El policía saca una foto que coloca en las manos del administrativo.

-Cipriano Rodrigáñez. ¿Qué le parece?

El administrativo contempla la foto y su expresión cambia.

-¿Por qué tengo la sensación de haberlo visto en alguna parte?

-Porque lo ve cada día que se mira al espejo. La madre de Cipriano, el día que se topó con usted caminando por el pueblo, me vino diciendo que su hijo había vuelto del otro mundo.

-¿Una anciana que sufrió un desmayo?

-La misma.

-La recuerdo. Pensé que había sido cosa de su salud

-Fue de la impresión.

Ya ve, como Pili Y Mili, ustedes también son dos gotas de agua. Sin lazos de sangre y sin embargo parecen clones.

Confundido, el administrativo devuelve la fotografía.

-No fue sólo la madre de Cipriano quien cayó en la cuenta del parecido; también el hombre con el que usted mantiene encuentros.

-¿Y eso qué importancia tiene?

-Cipriano y él eran amigos. Puede que más.

¿Palidece?

-Lo que me cuenta no me divierte.

-Cipriano desapareció hace diez años. No se despidió. No se llevó nada. Se lo tragó la tierra.

-¿Investigaron?

-Con desgana. Cuatro interrogatorios, dragaron algo por el río y lo dejaron correr. La madre no descansa. Dice que ni siquiera ha podido dar cristiana sepultura a su hijo.

-Pero nadie sabe si está muerto o qué.

-Alguien sí lo sabe.

-¿Quién?

-El hombre con el que usted pasa alguna velada que otra en esa ruina a la que se encamina.

-¿Tiene pruebas? -se defiende el administrativo con voz tensa.

-Las busco con afán. Pero mi colaborador se achanta a la hora de la verdad. Mi colaborador no sabe que practica fornicio con el único candidato a responsable de que Cipriano no esté con nosotros.

-Supongo que no bromea.

-En modo alguno.

El administrativo se aprieta el chambergo que viste, como si quisiera protegerse de un frío repentino.

-Acaba de arruinar las migajas de vida sexual con las que me alimentaba. Estará orgulloso.

-Me preocupa su seguridad.

-Permita que lo dude. Me pregunto si no ha visto en todo este asunto la oportunidad de obtener una medalla con la que salir de aquí.

El rural, pillado a contrapié, se distrae por un momento con el vuelo de unas aves migratorias que retornan al sur.

-No se lo niego -contesta.

-Y la tentación es tan mayúscula que no ha dudado en tocarse la entrepierna, insinuante, en mis narices.

-Ya sabe, soy peor que un áspid.

Pero pienso en usted en los brazos de ese hombre en la hidroeléctrica y me preocupa que pueda correr una suerte similar a la de Cipriano.

-¡Qué sentido es usted!

-No le miento.

El agente se acerca aún más al administrativo, hasta esa distancia donde los seres sienten que se invade su espacio vital.

-Hace unos días los vigilé. Vi cuanto hacían.

-No tiene gracia.

-Le confieso que tuve que apartar la vista y finalmente dejarle solo con el presunto.

-¿Razón?

El agente medita la repuesta.

-La tentación.

-¿El sexo furtivo y maldito le llamaba cual sirena malvada?

-Le vi arrodillado y engullendo. Usted me había hablado... pero la imagen me provocó un deseo como no había pensado y… me marché.

-No sólo hubo felación.

-Prefiero no saberlo.

-El me dio la vuelta, me inclinó la cintura, me besó entre los glúteos, me empapó con su saliva, me visitó con su lengua...

-No necesito que me lo explique...

-Consigue que lo desee, logra que nada me importe en el mundo. Y me hace gemir de placer. Soy así. Gimoteo cuando me dan placer.

¿Vio de qué manera me clavó el sexo?

-Ya le he dicho que no aguanté tanto.

-¡Me llegó tan hondo, me folló con tanta seguridad...! Sabe lo que quiere, pero también lo que me gusta. ¿Le he dicho que algunos días consigue que me llegue el orgasmo sin necesidad de manipularme, sólo con sus maniobras en mis entrañas? ¡Eyacular mientras te follan! Nada es comparable.

-Juega con fuego. Está advertido.

El rural abre la puerta del coche para montarse.

-No le he dicho todo.

-¿Me interesa?

-Si mientras me sodomizan tengo el pensamiento de que es usted el bárbaro que me desgarra desde atrás, el placer se multiplica por mil.

Ambos hombres se miran desafiantes y con la respiración agitada.

-Ese hombre tiene las manos manchadas de sangre -sentencia el agente de la ley.

-Como usted.

-Yo no le segaría la vida a mi amante.

-Sólo tiene conjeturas.

-Ándese con cuidado.

El policía se monta en el coche, pero el administrativo no le permite cerrar la puerta...

-¿Volverá a vigilarnos?

-¿Le excita?

-Le diré cómo actuaré ahora, en cuanto se vaya: buscaré un sitio tranquilo y discreto, me tomaré el sexo y jugaré con él con los ojos cerrados. Imaginaré que me vigila, que se excita, que también juguetea con su sexo, que lo tiene duro y húmedo, que se sienta sobre mi pecho, que me apresa e inmoviliza con las rodillas como hizo con su esposa, que me llena la boca con su carne, que me ahoga y se complace, que se entretiene y repite la maniobra cuanto le place porque se sabe el dueño, el amo, el macho... Y que me escupe enfebrecido toda su jodida lefa.

-Debería de partirle la cara.

-Debería de dejar que me trague su sexo ¿Me recordará mientras “ama” a la madre de sus hijos? Puede que su placer también se multiplique por mil.

-Si encuentra el lugar apartado y discreto que me ha anticipado, que lo disfrute. Quién sabe si, desde el mundo de los no vivos, sea su antecesor en los brazos del hombre que tan bien le sacia, el que le esté observando.

-Eso es un golpe bajo.

-La vida no es un juego limpio. Con Dios.

El agente cierra con violencia la puerta y arranca el todoterreno dejando tras de sí una estela de polvo que transforma en borrosa la silueta de la vieja hidroeléctrica...

FINALIZA OCTUBRE

El administrativo espera en un recibidor. Hay una escalera que conduce a un piso superior del que llega el sonido de un televisor a buen volumen, una pelea de niños y la voz de una mujer que amenaza con dejarles sin cena como no se callen.

Cuando la mujer consigue que los niños se callen, reanuda una conversación telefónica sobre vestuario femenino.

Al poco, por dicha escalera, baja el policía, pero sin uniforme, ataviado con una camiseta sin mangas, unos pantalones cortos deportivos y zapatillas de andar por casa.

El empleado queda con la respiración en suspenso cuando lo ve.

-¿Usted en mi casa? -saluda el agente.

-Disculpe mi atrevimiento.

-Espero poderosas razones. Hay temas que no permito que traspasen mi puerta.

-Le cuento y usted valora.

Pero el administrativo, que ha hablado casi con la vista agachada, no puede más y dice:

-¿Siempre anda así por su casa?

-¿Así cómo?

-Con esos pantaloncitos cortos que apenas aprisionan el volumen de sus muslos.

-Antigua ropa deportiva que ya no tiene otro uso.

-¿Antigua? De la pubertad, supongo.

¿Y su esposa no le solicita de continuo, favores carnales viéndole de tal guisa?

-Mi esposa tiene la libido distraída por sus ocupaciones de madre. Cuesta lidiar con nuestros vástagos. Son dos bestezuelas de difícil control.

-Como su padre, imagino.

-Peores.

¿Este va a ser el tema de nuestra conversación? Porque si es así, se vuelva por donde vino.

El agente ha echado mano a la puerta que da a la calle con intención de despedir a la inoportuna visita.

-He venido por nuestro asunto.

-Muy bien. Pero le sugiero el meollo de inmediato. La cena me espera. Y una reliquia cinematográfica de las artes marciales: “Operación Dragón”, con un Chuck Norris casi imberbe y el inconmensurable Bruce Lee.

-La recuerdo. Me defraudó que no terminaran ambos enzarzados en un coito de proporciones épicas.

-¡Lo que hay que oír! -exclama el agente en voz baja- ¡Y en mi casa!

-De nuevo le pido disculpas. Estoy un poco nervioso. Y usted y esa manera de vestir en extremo ceñida, no me ayudan a recuperar el sosiego.

-No le voy a ofrecer una tila consoladora. Y cuénteme la razón de su inoportuna visita. Sin más rodeos.

-Sepa que, en nuestra última conversación, usted me envenenó.

-¿Me toma por Fu-manchú?

-Esa foto. El tal Cirilo.

-Cipriano.

-Todo cambió. Mis encuentros desde ese nefasto día ya no son lo mismo. Me ha contaminado de sospechas. La hidroeléctrica ya no es el lugar donde pasiones inconfesables de tacto y sensualidad florecen como rosas negras, sino rincón amenazante y saturado de los peores presagios. El furtivo vuelo de una lechuza me hace creer en el alma de ese Ciriaco...

-Cipriano.

-...persiguiéndome.

Adiós al placer. Hola a la inquietud.

-Muy sentida su retórica; pero ¿eso es todo? -se impacienta el rural.

-¡Es usted un mal nacido!

-Me han llamado cosas peores. Serví en territorio de terroristas recién ingresado.

-A causa de su veneno, me he visto obligado a desentrañar el misterio del hombre de la foto.

El agente le examina con atención.

-¿Habla en serio?

-¿Tengo cara de chiste?

-Bien. Necesita calmarse. Tengo coñac ¿Le va bien?

-Lo que sea.

Entran en una estancia a la que se accede desde el propio recibidor. Por la decoración y los objetos parece un espacio privado del rural. Una máquina de multipower y algunas pesas junto con un banco de abdominales llenando uno de los rincones de la habitación, así lo confirman.

Cierran la puerta. Hay fotos colgadas en las paredes de eventos del pasado profesional del dueño de la casa. También de torneos de artes marciales donde el agente, más joven, luce medallas y trofeos.

-Veo que se cuida -dice el empleado señalando hacia la multipower.

-La narración, sin demora -pide el policía ofreciéndole un vaso terciado con licor que ha sacado de una destartalada alacena. 

-Tuve mi última cita no hará ni dos horas.

-Y ha salido ileso.

-Pero he sufrido.

El hombre que me satisface a falta de semental mejor, vino a mí. Fue sigiloso y me dio un susto de muerte. Presentía que en cualquier momento brillaría un acero asesino en sus manos.

-¿Y?

-Nada de nada. Él se ha comportado tan lascivo como siempre. Pero yo no encontraba la concentración requerida. Y eso que acudí a todas las fantasías más extremas que pueda tener con un hombre, incluido un interrogatorio escalofriante por parte de usted en el que me vejaba y violentaba a todos los niveles, sobre todo analmente. Claro que de haber tenido noticia de que se pasea en la intimidad con ropas tan ajustadas, quizás hubiera encontrado lo que necesitaba.

-¿Él le notó intranquilo?

-¡Como para no caer en ello! Me arrodillé convencido de que me sajaría el cuello. Le comí las partes orando por los últimos minutos de mi alma...

-La culpa es mía por no haberle entrenado.

-¿Entrenado?

-Sí. Haberle obligado a practicarme indecencias bajo la máxima presión.

-¿Y me lo dice ahora? -casi grita el administrativo.

-Tengo mis preocupaciones. Y me han distraído.

-Cada día le detesto más.

-Ahogue su ira con el alcohol y veamos hasta dónde llegó.

-Mi amante, desanimado por mi desánimo, me preguntó tiernamente qué me perturbaba.

-¿Tiernamente? Menudo hipócrita.

-Me ha cogido aprecio ¿O no me ve digno de ello?

-Al grano, que la cena me espera -insiste el agente con humor torvo.

-El caso es que, con gran susto por mi parte, jugándome lo más sagrado que tengo que es el pescuezo, entré con el supuesto asesino en materia.

-¿Le confesó que mantenía relaciones con otro, como convinimos?

-No. Nada de eso. Fui... más sagaz.

Dije que una pobre mujer del pueblo me había tomado por su hijo desaparecido y que la angustia de la señora me tenía torturado.

Y así, con pose ingenua, le pregunté: ¿Tú sabes algo del destino del hijo?

-¿Reaccionó?

-¿Que si reaccionó? El pobre empezó a llorar desconsolado e hiposo. Fue muy duro verle tan desolado.

-La culpa.

-No, mi estimado agente: el dolor.

Y el secreto.

El policía, sorprendido por la narración, hace ademán de pedir explicaciones, pero el confidente se adelanta:

-Mi amante me contó, una vez se hubo calmado, que, en efecto, Ciriaco...

-¡Cipriano! ¡Apréndase el nombre de una vez!

-Pues que ese y él fueron “muy pero que muy íntimos”. Que en cuanto me vio la primera vez pensó que su amigo había vuelto del más allá. Y que no descansó hasta que me tuvo en sus brazos. Que cada vez que nos veíamos esperaba que en algún momento me volviera y le dijera: que soy yo, tu amigo, que estoy vivo, que todo fue una alucinación...

-¿Qué tenía que ser una alucinación?

-Su muerte.

Entre ambos se crea un clima aún más denso.

-Vale. Cipriano está muerto. Lo sabía.

-Pero no por él.

El policía queda impactado.

-¿Que no fue él?

-No. Es más, también estuvo a punto de perder la vida.

El agente sopesa lo que acaba de escuchar. Hay urgencia en su expresión.

-Siga.

-Le noto muy intrigado.

-Nada de lo que me cuenta se parece a lo que suponía.

-¿Quiere la verdad de los hechos?

-Para eso ha venido, ¿no?

El administrativo bebe de un trago lo que le queda de coñac y plantea sus condiciones.

-¿Y qué obtendré a cambio?

-¿Se atreve a comerciar con una investigación de la autoridad?

-La autoridad tiene algo de mi conveniencia. Y sé que tiene capacidad para pagar el precio.

-No sé a qué se refiere.

-No juegue conmigo. Y deje de tocarse la entrepierna.

-Me pica. Tendré ladillas.

-No me va a disuadir con una supuesta falta de higiene. Quiero ser objeto de abusos sexuales por su parte. Quiero que me utilice para saciar su apetito de sexo oral. Y recuerde: sería hasta las últimas consecuencias y sin límite de tiempo.

Por mi parte, me comprometo a no solicitarle una vitrocerámica al terminar.

El agente pone cara de profundo disgusto.

-Puede que la información que ha recabado no merezca el precio que pide.

-Ya le he dicho mis condiciones. ¿Hay trato o no?

¿A qué espera? Le ofrezco la resolución de un caso que le sacará de este pueblucho. Y todo a cambio de que me deje tragar hasta la última gota de su, espero, más que delicioso esperma.

El agente se sirve generosamente coñac. Lo bebe de un solo trago. El administrativo le imita.

-Cuénteme.

-Quiero un anticipo.

-Ha venido exigente y envalentonado.

-Ya no tengo nada que perder. Ahora o nunca.

Y quiero que sea ahora.

-Pero comprenda: mi esposa me espera, amén de que tengo que leerles un cuento a los niños.

-Su esposa está cotorreando al teléfono con su hermana sobre la próxima reforma del hogar que le dejará a usted sin blanca. Y sus niños ya no están en edad de cuentos sino de jugar con sus pililas, por lo que su presencia junto a sus camas huelga.

-Voy a hacer que se trague lo que acaba de decir -estalla el agente a punto de arrojarse al cuello del administrativo.

-Mejor procure que me trague lo que le abulta tras el indecente pantalón de cuando hizo la primera comunión.

El agente se mira la entrepierna. En la zona se pronuncia el abultamiento de una erección. El movimiento del miembro atrapado es evidente y llamativo.

-¡Dios! -se lamenta.

-Algo de usted se alegra de verme -dice el administrativo sin quitar ojo de la vivaracha criatura escondida -Y está muy de acuerdo con mis demandas.

-No puedo acceder a lo que me pide. No ahora -se justifica el agente aparentemente desolado- Si usted fuera lo suficientemente altruista y me contara lo que sabe por pura colaboración con una causa noble...

-¡Una causa noble! ¡Qué hermoso!

-¿A que lo comprende?

-Yo, sí. Pero mi yo vicioso, no.

-Muy bien: ¿qué es lo que quiere?

-Lo suyo en mi boca.

El representante de la autoridad sopesa pros y contras y al poco camina hacia la puerta en la que gira una llave para que nadie moleste. Lentamente se vuelve y con pausados movimientos desliza el pantalón hacia abajo.

Los ojos del confidente están tan abiertos que asemejan los de una lechuza.

Ya casi va a asomar el sexo del agente cuando interrumpe el movimiento.

-¿Y quién me dice a mí que lo que me va a contar merece el precio?

-Lo merece. Prosiga.

-No sé, tengo dudas -se demora acariciándose por encima del pantalón.

-No, no tiene dudas. Tiene necesidad.

-Usted también.

-Ya sabe mi precio.

-Ya sabe lo que tengo. Desembuche.

-No. Desenfunde.

-Veo que me desea lo peor. Me decepciona.

-Falso. Yo sólo deseo hacerle gozar.

-Hágame gozar con lo que sabe.

-Deme algo de lo que tiene.

-Los hechos.

-Una prueba. Y la quiero ya.

El policía le mantiene la mirada y se mete la mano en los estrechos pantalones. Juguetea por unos segundos.

El administrativo observa como perro hambriento un delicioso hueso.

Aquél saca por fin la mano y muestra en la punta de sus dedos el brillo de un líquido corporal translúcido.

-¿Lo quiere?

El empleado se precipita hacia la mano y la chupa como si de ello dependiera su vida.

-¡Más! Se lo suplico.

-Primero quiero saber qué pasó.

-Al menos, déjeme ver cómo destila.

El policía se baja unos centímetros la cintura del estrecho pantalón hasta que asoma la punta de su miembro. Una gota de preseminal se hace presente en ella y se desborda precipitándose al vacío pendiente de un hilo gelatinoso hasta que se rompe y cae al suelo.

El empleado lame la baldosa de terrazo donde ha caído.

-Le prometo más si lo que me cuenta es revelador -y le hace una caricia en los labios.

Rendido ante el hombre que sojuzga sus pasiones, el administrativo larga lo que sabe:

-Mi amante me ha contado que cierta noche de verano, estando con el hombre con el que guardo tanta semejanza, se presentó un tercero.

-En la hidroeléctrica.

-Sí.

Ese tercer hombre iba armado con una escopeta de caza.

-¿Lo reconoció?

-Lo reconoció. Porque lo primero que hizo fue insultarles calificándolos de “cerdos maricones”.

-¿Y quién era el tercero?

-El padre del difunto.

-¡¿El padre de Cipriano?!

-Al parecer tenía sospechas de esos encuentros.

-¡Pero si en los archivos consta que fue él quien denunció la desaparición de su hijo!

-Mi amante me contó que antes de disparar hubo unas palabras entre padre e hijo en las que el progenitor le dejó muy claro que antes que maricón lo prefería muerto. Y apretó el gatillo.

Alcanzó al joven de lleno y después cargó para ir contra quien usted pensaba que cometió el crimen. Le hirieron algunos perdigones, pero eso no le impidió seguir huyendo.

-¿Y no lo denunció?

-Sexo entre hombres, un pueblucho como éste... Hubiera sido su fin.

Guardó silencio y se hizo casi invisible por aquí. Hasta que falleció el autor de los disparos, que, según me ha contado, no tardó mucho.

-Me dijeron que del pesar por la desaparición de su hijo.

-¿Pesar o remordimientos de asesino?

El agente permanece por unos segundos pensativo.

-¿Y el cuerpo de Cipriano?

-Eso es asunto para usted si quiere averiguar más. Mi amante ha vivido y vive desde entonces presa del miedo.

-¿Usted le cree?

-Me enseñó las cicatrices que le quedaron de los perdigones en el glúteo y muslo derechos. Bueno, más que enseñármelas, se las he visto en nuestros intercambios de pareceres genitales y hoy me ha dado concretas razones de sus orígenes.

Todo encaja.

-Pero ¿y el cadáver?

-A saber.

Ahora apelo a su honor de agente de la ley. Deme lo prometido.

El agente le pasa una mano por la cabeza como si se tratase de una mascota.

-No entiendo qué me ve. Sólo soy un policía sin ningún encanto en especial. Mi mujer me lo dice: “¿Qué te vería yo para liarme contigo?”

-Su mujer es una necia.

Y no se desvíe del tema.

El rural abre la puerta del despacho.

-“Operación Dragón” me seduce como usted no puede llegar a entender.

Y debo pensar en cuanto me ha contado.

El administrativo se pone rojo de ira. Parece que va a estallar en improperios y maldiciones.

-Si le viese alguna de las virtudes que Bruce Lee exhibe en la película quizás me inclinaría por usted -apostilla el agente.

-Puedo darle una patada en los huevos acompañada de un tenso grito. Como Bruce Lee.

-Mañana iremos a la hidroeléctrica. Debemos reconstruir los hechos.

-Que vayan con usted Bruce Lee y su lacayo yanqui.

El administrativo, con gran enfado, sale de la habitación privada del agente.

En el recibidor se siguen escuchando la cacofonía de ruidos y voces que provienen del piso superior.

-Vamos, no se enfade. Le confesaré que este momento que hemos tenido me servirá de inspiración para cuando obligue a mi esposa a que se trague mi sexo.

-Si hay una justicia divina, su esposa cerrará de golpe las mandíbulas cual caimán, y usted quedará mutilado sin haber ido a la guerra. Piense también en esa posibilidad. Buenas noches.

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