Nuevos relatos publicados: 6

Me haces temblar

  • 8
  • 15.437
  • 9,29 (24 Val.)
  • 4

Se volvieron a encontrar después de casi cinco meses. Ella todavía estaba enfurecida por el descaro en aquella fiesta de casamiento, cuando él aprovechando el baile la presionó contra su cuerpo y le hizo sentir su dureza bajo el pantalón. Fue un instante y se arrepintió de no golpearlo delante de los demás.

Ahora Eugenia lo tenía a pocos metros, en la librería. Él, Marcos, estaba con sus manos alzando textos usados, delante de unos de los escaparates. La lectura era una pasión que habían compartido años atrás los dos, cuando los cuerpos desnudos se acoplaban, sin importar dónde. Ella se acercó por detrás y cuando estuvo a pocos centímetros de su espalda le dijo casi al oído y con firmeza:

-Me debes una explicación.

Marcos reconoció el tono de la voz y giró hasta quedar ambos de frente y con sus miradas punzantes cruzadas. Con una leve sonrisa quiso amortiguar el momento de tensión, pero notó que ella estaba realmente enojada.

Eugenia le recordó la noche de la fiesta de casamiento y el baile atrevido que él le había propuesto.

- Te confundís y crees que soy tu patrimonio; te olvidas que tengo un novio que me respeta y que esa noche estaba a dos pasos de nosotros- dijo Eugenia.

Marcos trató de justificar su comportamiento amparado en una borrachera, que ella no creyó. Eugenia era una mujer menuda de casi 30 años, que tenía un cuerpo de adolescente. No era muy alta, pero sus piernas se veían firmes, al igual que su cola. Siempre se había quejado del tamaño de sus pechos, a los que creía no muy grandes. El pelo castaño le caía hasta los hombros, ahora cubiertos por una blusa multicolor, que acompañaba con una pollera corta de jeans.

Marcos cruzaba ya los 35 años y era delgado. Siempre había sido un varón elegante, aun cuando vestía informal. Esa tarde, en la librería, llevaba puesto un pantalón capri y una remera celeste, que contrastaba con su piel dorada por los días de vacaciones. Ambos habían formado una historia de amor en los años de la universidad, cuando cursaban el profesorado de geografía. Fue tan intensa la unión que se deshacían cada vez que tenían sexo. 

Juntos descubrieron sus cuerpos y los puntos erógenos. Marcos tenía debilidad por los pezones rosados de Eugenia y adoraba lamerlos, mojarlos con la punta de lengua y recorrer toda la circunferencia hasta verlos erguidos. Ella había arrojado su educación estricta por la borda, cuando descubrió cuando le gustaba lamer el pene de su pareja. Adoraba sentir el glande hinchado y rojizo aprisionado entre sus labios. Rozarlo con la lengua y envolverlo con la boca, hasta sentirlo crecer.

Eugenia había tenido ciertos prejuicios con el sexo, hasta que soltó sus sensaciones interiores. Siempre recordada esa madrugada en el pasillo de su casa. Los dos pegados a la pared y las manos de Marcos que buscaban la piel desnuda. Nunca había sentido su sexo tan húmedo. Aunque siempre le acariciaba el pene, jamás se había animado a besarlo y lamerlo. Pero, esa madrugada fue distinta. Quitó con decisión la hebilla del cinturón de Marcos, aflojó el pantalón y con sus manos buscó el mástil erguido. En la penumbra lo tomó con su boca y comenzó a succionarlo con delicadeza y luego con mayor brusquedad. Marcos sentía crecer su verga y como la piel rugosa era atrapada por los labios de Eugenia. Ella abrió más la boca y sintió todo el tronco en su interior. Con sus lamidas y sus manos, extrajo hasta la última gota de semen, cuya blancura quedó testimoniada en las baldosas. 

 “A partir de esa noche comencé a ser otra con el sexo”, se repetía Eugenia al analizar su vida. Pero ni el amor profundo ni las mejores sesiones de sexo pudieron garantizar la continuidad de la pareja. 

Cuando Marcos partió a España a doctorarse todo cambió. Ella descubrió que no podía estar sola y él, a la distancia, sintió que el amor se había trucado en apego. Nunca más fueron los mismos ni se volvieron a ver. Hasta aquella noche del casamiento de unos amigos comunes y luego en la librería.

Marcos trató de suavizar el enojo invitando a Eugenia a compartir un café en el piso de abajo. Ella dijo que no, dudando. Él insistió, con un tono más convincente. Ambos sintieron que entraban a nadar en las aguas del pasado. Eugenia recordaba la frase petulante del ahora su ex novio: “Pase lo que pase nosotros siempre terminaremos cogiendo”.

Ocho escalones más abajo los dos se acomodaron en una mesa redonda. Más distendidos resumieron la ausencia compartida, en una conversación hasta la tardecita.  Cuando se asomaron a la calle, el cielo formaba una frontera de dos colores y él la invitó a conocer su departamento nuevo. Eugenia se negó por tres veces. “Estoy en otra”, le dijo en la esquina de la despedida, aunque la presencia de Marcos le provocaba un cosquilleo que ella sabía reconocer.

-Tengo una propuesta a la que no te negarás- le dijo él con voz segura.

-¿Cuál es?

- Cogerte toda como nunca- lanzó Marcos.

- Estás más loco que antes- se quejó Eugenia, con una risa nerviosa.

Él la arrinconó como aquella vez en el pasillo y le estampó un beso húmedo que la boca de ella resistió hasta que las lenguas se soltaron y se entrelazaron. Eugenia dejó de lado la racionalidad y se entregó a ese hombre -cuyo cuerpo conocía de memoria- para que la besara hasta el hartazgo. Los labios estaban fusionados y sintieron una excitación extrema. Cuando las bocas se tomaron un respiro, Marcos la tomó de la mano y la condujo hasta su departamento, emplazado a dos cuadras.

Caminaron en silencio con los dedos entremetidos, acompañados por el aroma de los tilos. En el ascensor de volvieron a besar con pasión. El notó los pezones duros que se marcaban en la blusa. Ella sintió el pene tieso, que se marcaba en el pantalón.  Se desnudaron apurados, pero luego sus cuerpos encontraron el ritmo que tan bien conocían. En la cama, ella se acostó boca abajo y el cumplió con la ceremonia íntima de quitarle la pequeña bombachita, blanca. Notó que el color de la piel era parejo, porque Eugenia gozaba con tomar sol toda desnuda.

Después posó los labios en uno de los hombros y comenzó a besar toda la espalda. Eran besos cortos y largos. La lengua dibujada contornos en una geografía que no era ajena. Ella permanecía con los ojos entrecerrados, gozando de las caricias y los labios. Marcos ubicó sus besos cerca de la cadera, mientras los dedos jugaban en los cachetes de la cola. Eugenia, había tolerado todo en el sexo de los dos, pero jamás había permitido que la penetraran por detrás. Solo admitía juegos en las cercanías de su agujerito virgen. Marcos, bajó con sus labios hasta más allá de la cadera y después hasta besar la cola. La aprisionaba con fuerza y la besaba. 

Eugenia tenía un culo firme. Las manos de él abrían las nalgas y acercaba su boca. Los labios de Marcos querían sumergirse en una porción prohibida. Separó más los cachetes, mientras ella en un movimiento manoteó una almohada para colocarlo debajo de su estómago. Su cola deseada quedó más alta. Marcos no dudó y comenzó a besar el interior con fuerza. La punta de la lengua quería ingresar a la fortaleza y Marcos lo hizo con más fuerza. Con más rapidez. Ella sintió estremecerse ante esos labios que se metían en su culito virgen. La boca parecía devorarlo todo. 

Eugenia llevó una mano hacia su sexo y lo sintió como una laguna. Comenzó a frotarse los labios de su vagina, cuya humedad corría como un río desmadrado. “Me hacés temblar”, le dijo ella al sentir que la lengua empujaba en la rosada arandela. Marcos embraveció su boca y presionaba con ímpetu hacia el interior nunca navegado. Eugenia sentía su clítoris duro. Uno de sus dedos se hundió en su caverna, como lo hacía en las sesiones de masturbación en la bañera. Él se apartó un poco y con uno de los dedos acarició el redondel que nunca había podido penetrar. Lo tocó. Lo rozó, pero no avanzó.

En la penumbra de la habitación hizo girar a Eugenia y su boca quedó a centímetros de la vagina que más conocía. De una conchita estrecha y casi toda depilada, sobre la cual tenía derechos de autor. Entonces comenzó una descontrolada lamida de labios con sus labios. De su lengua, rozando las paredes internas. No podía disimularlo. Deseaba chupar esa concha como nunca antes. Y el cuerpo de ella parecía el de una marioneta entregada. 

Marcos, recomenzó la ceremonia íntima del sexo oral, atrapando con la boca toda la vulva. Lo hizo despacio y luego con mayor vigor. Con un dedo buscaba estimular el clítoris, pero todo lo hacía con exasperada lentitud. Nadie conocía mejor que él, sobre el lenguaje corporal de Eugenia. Ella permanecía jadeante, tocándose sus tetas, sus pezones. Deseaba que la cogieran toda, como sólo Marcos sabía... (Continuará)

(9,29)