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Un chico lindo, demasiado lindo (3)

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Llegado ese día, la “señorita” Rosa lo inspeccionó después de que el esclavito hubo terminado de almorzar en el baño, vigilado por la vieja.

La dueña de la casa decidió que el chico cumpliera tareas de sierva mientras el sátiro descansaba y le ordenó barrer el patio del fondo, la galería y su cuarto. La vieja lo anduvo siguiendo en sus desplazamientos empuñando su temible cinto doblado en dos y cada tanto le daba un cintarazo en la colita, sólo por el placer de hacerlo. A cada azote, que le llegaba por sorpresa, el pobrecito daba un respingo hacia delante y volvía de inmediato a su trabajo para evitar un castigo mayor.

Llegada la hora en que don Benito despertó de su siesta, la “señorita” hizo que el chico tomara una ducha, luego le introdujo el dedo medio en el culo para asegurarse de que no hubiera restos de materia fecal y finalmente lo llevó tomado de un brazo a la habitación del viejo, El chico temblaba pensando en el sufrimiento y la humillación que se avecinaban y que ese dedo invasor había anticipado.

Don Benito los esperaba listo, desnudo y echado de espaldas en la cama, con las manos en la nuca y el pene semiduro. Sonrió malévolamente al verlos entrar y se incorporó a medias, apoyado en su brazo derecho mientras devoraba al chico con la mirada.

-Ven aquí, niño… -ordenó el vejete y al mismo tiempo la “señorita” le dio al chico un fuerte empujón en la espalda que lo lanzó en dirección a la cama, mientras don Benito había empezado a sobarse la pija.

-Trepa, niño, trepa aquí, conmigo, ¡vamos! -lo apuró don Benito y el chico subió a la cama, con la certeza angustiosa de que no tenía otra opción. Entonces el sátiro le ordenó que lo masturbara.

-Vamos, toma mi polla y ponte a masturbarme con tu carita bien cerca, niño…

El chico estaba en cuatro patas entre las piernas de don Benito y como la “señorita” vio que parecía vacilar le asestó un fuerte cintarazo en las nalgas.

-¡Obedecé, mocoso! ¡Obedecé o te doy hasta despellejarte el culo!

-No… por favor, señorita, no… no me pegue…

¡Obedecé, carajo! –gritó la vieja y sin más volvió a cruzarle las nalgas de un azote aún más fuerte que el anterior.

El chico gimió de dolor e inmediatamente tomó con su mano derecha la polla ya dura de don Benito y se aplicó a masturbarlo con su cara a centímetros de ese ariete de carne.

-Tómame los cojones con la otra manita… -ordenó el viejo entre jadeos y el chico obedeció luego de apoyar en la cama el codo de su brazo izquierdo mientras la “señorita” contemplaba extasiada la escena.

-Métete la punta en la boca y sigue sobándome que ya me viene, niño… me viene… ¡Me vieneeeehhhhhh!... –y el sátiro se corrió con el glande metido entre los dientes del chico, que tragó los tres chorros de semen brotados de la pija del viejo.

Poco después, con el chico nuevamente encerrado en el baño, la “señorita” pensaba en su hermano, Ernesto, de 60 años, padre de su sobrina Amanda, dueño de una casa de fotografía y que vivía sólo en un barrio vecino. Iba a menudo a visitarla y a ella no se le había escapado que si se cruzaba con el chico lo miraba a hurtadillas con ojos de sátiro.

“Nos vas a ser muy útil, Ernestito”… pensaba la vieja regocijándose con su idea mientras marcaba el número de teléfono de su hermano.

Al día siguiente don Ernesto –así lo llamaban los padres del chico, apareció en la casa a las dos de la tarde y luego de saludarse con su hermana le extendió un sobre:

-Aquí están, Rosa, salió precioso el nene. –dijo mientras sus ojos brillaban de codicia. Estaban en la habitación de la solterona, ambos sentados en el borde de la cama. La “señorita” extrajo las dos fotos que había en el sobre y sus labios finos se curvaron en una sonrisa malévola:

-Están perfectas, ¿cierto?... La carita del mocoso se ve clarísima. –dijo paladeando el éxito seguro de su plan.

-Sí. –Coincidió don Ernesto. –Además la expresión no da a entender que está siendo forzado.

-Tenés razón, hasta parece que estuviera gozando. –convino la vieja.

Bueno, hermana, este revelado de las fotos no te va a salir gratis. –dijo el vejete con una sonrisa lasciva. –El chico me vuelve loco desde hace tiempo y quiero sumarme al grupo.

-Claro que sí. –aceptó la “señorita”. –Cuando te conté lo que le venimos haciendo estaba segura de que ibas a querer sumarte.

-¿Dónde está ahora? –quiso saber el vejete.

-En el baño, ahí lo tenemos encerrado cuando no lo usamos.

-Quiero verlo. Me salgo de la vaina.

-¿Verlo nada más? –bromeó Rosa.

Su hermano contestó con una risita perversa y ambos iniciaron el camino hacia la improvisada celda.

Al verlos entrar el chico se acurrucó contra el frente del inodoro, a la defensiva y con el miedo reflejado en sus bellos ojos oscuros.

-¡Que se pare! –exigió don Ernesto con su rostro deformado por la lascivia.

-Ya oíste, mocoso, ¡parate! –le ordenó la “señorita”.

El miedo hizo obedecer al pobrecito, cuyas mejillas ardían de vergüenza. Se paró de perfil ante ambos depravados y el vejete lo envolvió en una mirada lenta y morbosa, recorriéndolo de pies a cabeza, dibujando ese contorno de armoniosas curvas entrantes y salientes.

-Es increíble… -dictaminó don Ernesto, de cuyos labios manaba un hilo de baba. –Date vuelta, nene, quiero verte el culo. –dijo el viejo.

-Por favor… -murmuró suplicante el atemorizado jovencito. La “señorita” Rosa se adelantó entonces y le cruzó la cara de una fuerte cachetada.

-¡Obedecé, mocoso de mierda! –le gritó y el chico hizo lo que se le ordenaba, ganado por el miedo y de espaldas a don Ernesto, éste se regodeó largamente con esa silueta apetitosamente ambigua.

-Quiero darle ya. –dijo finalmente dirigiéndose a su hermana.

-Es todo tuyo, vamos a mi pieza. ¿Te molesta que mire?

-¡Al contrario! ¡Eso me va a calentar más todavía! –y allá fueron los dos pervertidos con el chico, que temblaba ante la inminencia de una nueva violación.

Don Ernesto era un hombre delgado, canoso y peinado hacia atrás con gel, de estatura media y siempre impecablemente vestido de saco y corbata. Se sentó en el borde de la cama y el chico debió quitarle los zapatos y las medias, para luego seguir desvistiéndolo, ya con el viejo de pie.

-Muy bien, muy bien, putito, me gustan los nenes obedientes… -aprobó el nuevo miembro del grupo…

-¡No soy eso!... No soy un… un putito… ¡Me lo hacen por la fuerza! –estalló el chico sin poder contenerse. Entonces la “señorita” lo tomó del pelo, a sus espaldas, y luego de doblarle violentamente la cabeza hacia atrás le dijo mordiendo cada una de las palabras:

-Oíme bien, mocoso. Nos importa un carajo si sos un putito o no. Lo único que nos importa es que te tenemos en nuestras manos para hacerte lo que se nos antoje. –y tras esas palabras lo empujó para derribarlo sobre la cama. Don Ernesto trepó inmediatamente al lecho, con la pija ya erecta.

-Ponémelo en cuatro patas, Rosa, y sujetalo. –le pidió a su hermana y con el pobrecito ya en posición lanzó un salivazo abundante sobre la palma de su mano derecha, se lubricó el glande con esa humedad, tomó su pene con la mano y lo dirigió prestamente hacia la rosada y diminuta entradita anal.

-Esperá. –lo detuvo su hermana. –Ponele también un poco de saliva en su agujero. Don Ernesto lo hizo rápidamente, ganado por la más extrema calentura, y enseguida apoyó la punta de su pija en la puerta del sendero. Empujó una y otra vez hasta que por fin el glande franqueó la entrada y tras él comenzó a introducirse lentamente el resto del pene mientras el chico aullaba de dolor y corcoveaba firmemente sujeto por la “señorita”.

Por fortuna para el pobrecito, don Ernesto era eyaculador precoz y la tortura acabó pronto.

Media hora después Rosa despedía a su hermano y ya de vuelta en su pieza encaraba al chico, que seguía boca abajo en la cama. Se sentó en el borde del lecho y le dijo mientras le acariciaba las nalgas:

-¿Sabés qué día es hoy?

-No… -susurró el jovencito.

-Veintiséis de febrero…Tus papis vuelven el primero de marzo. –dijo la vieja al par que su mano derecha se deslizaba por un muslo del chico.

-Sí…

-Y vos pensás que ese día te vas a liberar de nosotros…

-¡Sí!

Ante la respuesta del chico la vieja lanzó una carcajada mientras le daba un par de chirlos.

-¡Te equivocás, putito!

-¡No soy un…!

-¡Callate! No sueñes con liberarte, mirá… -dijo la vieja y extrajo del sobre las dos fotos reveladas por su hermano. Se las puso

delante de la cara y el chico las vio con ojos agrandados por el asombro.

-¿Qué… qué es esto?... –balbuceó.

-¿Qué es esto, preguntás?. Sos vos, nene. Vos culeado por Benito y mamándole la pija.

-Cuando tus papis vuelvan les voy a mandar estas lindas fotos por correo, para que sepan en qué anda el putito de su hijo.

-¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooo! ¡me muero!

-Entendé cuál es tu situación, mocoso. Cuando vuelvan tus papis vos vas a seguir en nuestras manos, a menos que quieras que ellos reciban estas fotos por correo.

-No… por favor, no…

-Muy bien, veo que sos un putito razonable.

-¡No me llame así!

-Te llamo como se me antoje, ¿oíste?... ¿Querés que les mande esas fotos a tus papis?

-No, no…

-Bueno, entonces no te hagas el loquito y escuchame.

-Sí…

-Sí, ¿qué?

-Sí, señorita Rosa…

-Vos volvés del colegio alrededor de las cinco de la tarde, ¿cierto?

-Sí, señorita Rosa…

-Y tus papis vuelven de trabajar a las ocho.

-Sí, señorita Rosa…

-Bueno, vamos a tener más o menos dos horas y media para usarte. En cuanto vuelvas de la escuela te presentás ante mí, ¿oíste?

-Sí… sí, señorita Rosa… -dijo el chico al borde del llanto ante el dramático futuro que le había sido impuesto.

 

(continuará) 

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