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Doly se llenó de carne viva. Una relación madura, un aprendizaje de vida

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Contar esta historia, me sirve para purificar los recuerdos más entrañables, verme en el espejo del pasado, descubrir esa foto en tono sepia de un tiempo en el que tenía todo por descubrir, al mismo tiempo recordar de dónde vengo y que aún sigo sintiendo y viviendo con los mismos valores y conservando los mismos deseos por la vida y el disfrute del sexo.

Este relato conserva la esencia de mi ser, las mismas ganas de vivir a full, que siendo algo más joven se enriquece con la experiencia de vida que me recibo en el intercambio generacional con una mujer madura.

Con mis 19 años, la vida me ríe y canta, cada mujer representa el desafío del cazador por conseguir ese trofeo que adorne el inventario del deseo consumado.

Recién ingresado a la universidad, trabajaba por las mañanas haciendo gestiones para un estudio jurídico, recorría varias oficinas públicas, algunas con mayor frecuencia, como la de rentas de la ciudad de Buenos Aires, que todas las semanas debía pasar como una especie de rutina.

Todos me conocían, pasaba del otro lado del mostrador como uno más de ellos. Sin modestia puedo afirmar que era un lindo pibe, simpático, rubiecito, alto, “fachero” (buen aspecto), las minas (mujeres) me tenían “junado” (mirado con cierta admiración), en las veteranas (maduritas como de 40 maso) despertaba el sentido maternal o, tal vez, sus fantasías sexuales.

Usaba estas ventajas para agilizar los trámites, siempre con palabras y gestos cariñosos, podría decirse que “las tenía comiendo de mi mano”, algunas siquiera les importa disimularlo.

Esa mañana llegué a Rentas, pasado de frío, las “maduritas” convidaron con café en el office. Mientras bebía la infusión observo como la encargada del sector, la señora Dolores (Doly), una veterana bien puesta, estaba con la mirada triste, como ida. Pregunté y dijeron que estuvo así toda la semana. Salí y volví con un ramito de flores, ausente, dejé sobre el escritorio con una notita: “Vale por una sonrisa.  Charly”.

Me aparecí, un par de días después, me llamó y agradeció la gentileza.

—Gracias, por la sonrisa. – Agradecía con afecto y dulzura.

—Si me esperas, salgo a las 13 y te invito a comer para darte las gracias, ¿sí? –acepté. – En el barcito que está aquí a la vuelta.

A la hora convenida, esperaba a Doly, cuando apareció en la puerta no podía creerlo, estupenda con un trajecito gris, lucía un cuerpo desconocido, oculto bajo el uniforme de oficina, “la mujer de las cuatro décadas “que Arjona ensalza, a su paso concentra las miradas de los tipos, viéndola llegar me sentía un afortunado, tocado por la varita mágica del destino, hasta se vino a la mente una peregrina fantasía, pero su llegada la hizo naufragar en las aguas de la realidad.

El almuerzo transitó por los carriles de la amabilidad y la cordialidad. Ejecutaba la técnica casi siempre infalible de escucharla, prestarle mi oreja, es algo que toda mujer necesita y pocos entienden esa necesidad existencial, yo lo entiendo, ella se lo merecía más que nadie. 

Ponía atención en el desgranar de su carga emocional, así me enteré que tiene un hijo casi de mi edad, bueno solo un poco mayor, que el marido levantó vuelo para enredarse con una muchacha muy joven para él. Esto último me pareció que era lo que más la deprimía, cambiarla por una más joven, que las flores llegaron en un momento justo para hacerla sonreír y pensar que no todo está perdido...

—Y yo te vengo a entregar mi corazón –fue como la nota de humor, completar sus últimas palabras con parte de una canción.

Me parecía lo más adecuado, sazonar esa confidencia que le hacía daño con algo de humor, rescatarla del dolor y ponerle más humor. Entendió mi sentido de la oportunidad y agradeció la considerada comprensión, sus gestos y el brillo de sus bellos ojos completaban el agradecimiento.

No era momento de dudas, me urgía secuestrar su voluntad, ser parte de su alegría, apropiarme de ese sentimiento en busca de quien lo sepa entender y hacer florecer. Pagué la adición, le tendí mi mano para salirnos, aceptó mansamente, dejándose volar en mi ilusión súper sport prestos a volar por las cornisas con una golondrina en el motor…

—Salimos, la subí a un taxi, tomando el mando de la situación.

—¿A dónde me llevas?  -Me hago el interesante, no respondo, se deja abrazar, bien juntitos.

—Indico la dirección (alquilo un mono ambiente, en las cercanías).

Subimos para tomar un café, se ofrece a prepararlo. Me arrimo, pegado a su espalda, miro sobre el hombro como bate el café instantáneo. La tomo por la cintura, abrazo fuerte, aspiro de su cuello, el sensual perfume que emana, me aprieto algo más, con la excitación a full contra sus nalgas, entre los glúteos, que ella menea con naturalidad para acomodar las partes en juego.

Giro su cuerpo, ahora frente a frente, vuelco su cuerpo sobre la mesada, subo la falda arrollada en la cintura, aparta la tanga con una mano, libera el camino. Con la agilidad de un felino y la urgencia de mi deseo, apoyé la cabeza del pene entre los labios vaginales, excedidos de flujo, ardientes en la abstinencia, me tragó entero.

Hacía falta mucha verga para apagar tanto fuego… para fortuna de ella no vengo mal dotado, sobre todo en el grosor, que pareciera que es lo que más le importaba.

Casi nada costó llevarla a la gloria, breve, intenso y agotador, vibró como un diapasón, se alargó en los estertores del clímax casi al límite de perder el sentido.

Bajo la ducha todos los mimos fueron para mí, tomado del miembro, a remolque me llevó a la cama, para hacerme la “gran Doly”. Chuparme todo, montarme al estilo “indio” a pelo y a los gritos.  Hacía lo que mejor sabe, entregarse en cuerpo y alma, ser ella misma, dejarse perder en un orgasmo tan aullado de placer. Sentirse libre, poder gustarle a su hombre, ser aceptada como es. 

El orgasmo tan temido, sentido como una poesía de amor y un grito desesperado, nada más que ser ella misma, siente que le doy su lugar, que agradezco la honradez de mostrarse sin eufemismos, que la acepto como es, por ella misma, por sus valores como hembra.

—Quiero… necesito sentirte mi puta, que en este momento seas mi putita, por favor

—Sí mi hombre, seré tu puta, tu putita, ahora y siempre que lo desees, y… aunque no me lo pidas. Estoy sintiendo la vida dentro de mí, porque tu sexo dentro mío es mucho más que eso, siento que me has dado vuelta como a un guante, me siento el ave fénix, me rescataste de mis propias cenizas. Le has puesto vida a mi vida, me hiciste nacer, florecer en tu deseo. Sí me siento tu putita...

El orgasmo fue como una bendición, estremecida, vibra, se agita y arquea como una poseída, casi desvanece, desparramada, desarticulada, la sonrisa expresaba el goce que sus palabras atoradas en la garganta se niegan a salir.

La esperé, con la paciencia de un santo, era un lujo para mis sentidos, apreciar tamaña expresión del goce de una mujer, sentía el placer de ser el creador de esa delicia que transita por dentro de Doly, darle tiempo a su tiempo de vida interior es algo que la mujer sabe valorar y he aprendido a disfrutar esos momentos mágicos de vida interior. 

Algo repuesta, la vida y el sexo están listos para continuar, comprende que está en deuda con su hombre, que también necesita demostrarle lo tan buena que puede ser como mujer, como hembra caliente, y ahora como “su putita”.

Se limpió el exceso de flujo para sentirnos mejor, más friccionados, con las piernas levantadas, la enterré a fondo, de un golpe. Recaliente, apenas pude esperarla que llegara nuevamente, descargué un fuerte y candente chorro de semen, la colmé de mi leche. Entregado en alma y vida.

Regresé al mundo de los mortales, abrí los ojos cuando sentí la verga en la boca de Doly, venía con hambre atrasada y necesitaba ponerse al día, calmar la hambruna de una abstinencia forzada, alimentarse de carne joven es la mejor terapia.   

Siempre he sido de tiro largo, podía alargar y demorar los polvos, bastante, más que el común de los tipos, según mis amantes, también con ella para bien de los dos.

Pidió adentro, complacía todos sus deseos, el más y mejor era la constante en la fogosa faena sexual, alternamos posturas, desde el 69 hasta entrarla en la argolla, desde atrás, puesta como perrita. Juego en el ano con el dedo, frunce el esfínter por temor, los años sin uso y el tamaño la intimidan, no cree poder aguantarlo todo, prometo suavidad, sacarla cuando quiera, sin chistar. Mentía, ¡Moría de ganas por hacérselo!, son esos momentos que podemos prometer la luna y el sol si nos la piden. Se dice que en el amor y en la guerra todo vale, ahora es el momento de probarlo.

Un poco de manteca y paciencia sirvieron para apoyar la máquina en toda su potencia. Sintió la cabeza entrando, se le frunció, aguantó, no pude meterle más de la mitad, la mano entre ambos marca la frontera inexpugnable. Con esas limitaciones seguí dándole verga, acabarle dentro, aunque no fuera tan adentro fue igualmente satisfactorio por la venida y por el agradecido reconocimiento.

Lo seguimos repitiendo, el acostumbramiento le va ganando al dolor, el uso continuado necesidad…

En ese momento mi deseo encontró razonable el límite de su dolor, la ambición pudo esperar.

Pude reprimir la tensión del deseo por hacerle el ano, sentir la consideración de la espera como un acto de amor, comprenderla y entenderla, sin engaños, una relación entre adultos, sin prometer lo incumplible, tan solo dejarse ser, contener y ser contenido. Así le pude acabar, la siguiente un poco más, ahora sigue doliendo, pero se lo hago tragar todo.

El sexo anal fue motivo de entendernos, de comprender la importancia del sexo en nuestras vidas, que somos algo más que sexo, que podemos sentir y vivir una relación que excede los límites del deseo, poder compartirnos sin promesas, sin compromisos, dos individualidades con sentimientos, afinidades, compañeros en la cama y en la vida. Esa fue realmente la aventura, el resultado una enseñanza de vida que aún perdura.

En este relato dejé una parte de mi filosofía de vida, a Doly, el agradecimiento de permitir descubrirme a mí mismo. Ahora quiero, necesito, saber si has leído y comprendido a este joven, que me representa y por favor atrévete a contármelo. 

Estoy en [email protected] esperándote, sabes que soy ansioso, no te demores tanto…

 

Nazareno Cruz

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