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Sexo en la vieja hidroeléctrica -5 bis- Una semana más tarde

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El agente de la policía Rural y el empleado del consistorio caminan por un sendero hasta el viejo cementerio. Lo rodea un alto muro y para acceder al interior abren la pesada verja de la puerta con sólo empujarla. Una pareja de cuervos grazna desde el tejadillo del único mausoleo del camposanto y emprenden el vuelo.

Las nubes del horizonte ya se tiñen de colores que viran hacia rojizos y añiles.

-Apenas ha hablado en todo el trayecto ¿Qué le ocurre?

-Creí que me visitaría a lo largo de la semana para ponerme al tanto de sus avances en la investigación.

-Tenga estas pastas y disfrútelas -dice el agente entregándole una pequeña caja de cartón de color blanco.

-¿Qué es esto?

-Un detalle que le envía mi esposa. Las ha hecho ella misma. Tómelas como un gesto de agradecimiento por su colaboración en el caso.

-Pero ¿qué clase de aberración es esta? ¿Le como a usted sus partes y es su esposa quien me lo agradece?

-Ella carece de información tan sensible. Como le he dicho, se trata de un gesto amistoso por su colaboración. Le conté lo mucho que me está ayudando y ella se lo agradece. Nada más.

-¿Y debo mostrarme conmovido?

-Cómalas, dígame que estaban buenísimas y habrá cumplido.

El administrativo acepta la caja con semblante enfurruñado.

-El trato fue otro.

-No sé de qué me habla.

-Imaginé que después de lo que pasó, usted y yo...

-¿Qué le parece esta tumba? -pregunta el agente frenando ante una sepultura.

-¿Para qué? ¿Para follar encima?

-Persigo una opinión... más convencional.

-No tengo opinión sobre nada que no me empalme.

-Le diré a mi esposa que las pastas no fueron de su agrado porque no contenían nada que le provocase una erección instantánea.

-Dígale a su esposa que las cocine con el semen de usted, que ella se resiste a tragar, y los pelos de sus cojones.

-¿De quién aprendió una receta tan sicalíptica, de su abuelita la buscona?

-¿Cuándo habrá más de lo nuestro?

-Haga el favor de no acosarme. Su insistencia me distrae de los asuntos profesionales.

-Debería de quitarle el arma que lleva al cinto y descerrajarle un par de tiros.

El rural suspira profundamente. Después aparta con un pie unos crisantemos secos que impiden la visión del nombre grabado en la lápida.

-Aquí enterraron a la única persona fallecida el año de la desaparición de Cipriano según reza en el registro que usted me facilitó: la anciana Teresita Carmen Palenquela, finada tres días antes de los hechos que nos interesan. ¿Qué piensa del dato?

-Que me importa una higa.

¿Por qué no ha venido a verme?

-Está bien, hablemos claro -dice el rural, harto de la situación- ¿Qué placer obtuvo usted cuando “se me bebió” en la hidroeléctrica?

-Me he estado pajeando toda la semana con la evocación del momento.

-¡Impresionante!

-¿Pero a usted qué más le da mi placer?

El agente le mira con dureza.

-Me juzga muy negativamente ¿Piensa que cuando hago el amor con mi esposa voy a lo mío y que ella me trae sin cuidado?

Para mí, también es placer que se sienta satisfecha.

-¿Me quiere dejar satisfecho? Pues fuérceme a que engulla su pedazo de rabo.

-No me comprende. O no quiere comprenderme.

En la hidroeléctrica yo obtuve lo mío. Pero no vi nada en usted identificable con una satisfacción plena.

Si debo creerle, disfrutó, pero en su casa, lejos de mi mirada. Es como si mi esposa se fuera al cuarto de baño a provocarse el éxtasis. Tal actitud me insulta.

-¿Cómo puede pensar...?

-En la narración de los encuentros con su contacto, me hablaba de que con él alcanzaba el nirvana sexual.

-¡Pero yo pensaba en usted!

-Pues parece ser que pensar en mí le es más satisfactorio que tenerme en carne y hueso.

-No, se equivoca. Yo no pretendía... Dígame lo que quiere.

-Para empezar, ayúdeme a encontrar el cadáver de Cipriano.

-¡Le estoy ayudando!

-¡Pues ayúdeme más!

Desbordado por sus emociones, el administrativo estalla:

-Usted me tortura. Me somete a un insoportable maltrato psicológico.

-Si le quisiera maltratar no le habría traído unas pastas.

-¡Métaselas donde le quepan!

El administrativo suelta la caja de cartón sobre la lápida e comienza a desandar el camino.

-Muy bien, váyase. Me quedaré aquí solo buscando pistas. Y metiéndome las pastas donde me quepan -le grita el agente.

El administrativo se detiene, vuelve la cabeza y ve al rural con gesto enfadado. Tras un momento de duda regresa junto a él.

-¿No se iba?

-No puedo. Me ha seducido y me siento un pelele de su voluntad. Ha sabido mover perfectamente sus fichas. Igual que con el dominó.

El uniformado toma la caja de pastas de sobre la lápida y se la devuelve.

-Tenga. Son suyas. Después me aseguraré de que se las coma y me dé una opinión. Mi esposa la espera.

El agente sigue hablando mientras se mueve en torno a la sepultura.

-He tenido una charla con la nuera de la fallecida. Me dijo que tardaron tres días en sepultar a Teresita Carmen porque hubo problemas con el acta de defunción. Es decir, que, a pesar de estar la fosa cavada y lista, no acogió a su residente oficial hasta casi cuarenta y ocho horas más tarde de lo que se tenía previsto.

El administrativo ha abierto la caja de las pastas, ha tomado una que tiene forma de estrella y la mastica con aire apesadumbrado.

-Si usted hubiera matado a un hombre y quisiera ocultarlo... -sigue su exposición el rural, pero se interrumpe cuando se percata de que no está siendo escuchado- ¿Son de su agrado?

-¿Cómo dice?

-Le pregunto si las pastas son de su agrado.

-No. Están secas. Pero me las comeré porque usted lo quiere.

-Casi ha hecho una descripción de la personalidad de mi parienta. Pero me gustaría que atendiese a mis preguntas sobre el caso.

-Como usted ordene, herr agente.

-Decía que ...

-¿Cómo sabía el padre del asesinado padre que había una tumba lista y vacía?

Las palabras salen de la garganta del empleado municipal acompañadas de migajas del dulce.

El policía con ganas de vapulearle.

-Tengo una respuesta, herr subordinado del ayuntamiento: porque el enterrador era primo del padre.

-Eso significaría que el padre planeó la ejecución, que no fue un arrebato -asegura el administrativo desafiante.

De pronto, el agente parece abstraído de la tensión que vive con el hombre que le acompaña. Por su mente cruzan posibilidades abiertas con la hipótesis del empleado municipal.

-Si el cuerpo de Cipriano se oculta bajo los restos de Teresita Carmen, su planteamiento sería más que plausible. Tendría que pedir una orden de exhumación. Pero si me equivoco, la cagaré.

El empleado del consistorio examina el entorno.

-¿Puede un hombre solo cargar con el cadáver de otro desde la hidroeléctrica hasta aquí? -pregunta- Hay un kilómetro largo, como usted dijo.

-Si es un hombre fuerte y duro y las circunstancias apremian ¿por qué no?

-Aun así, no creo que un hombre solo pueda saltar la tapia de más de dos metros con un cuerpo a cuestas.

-¿Saltar la tapia?

-Ahora hemos entrado sin problemas porque la cerradura de la verja lleva unos meses rota. Pero si hubiera estado en condiciones hubiéramos tenido que acudir al ayuntamiento a pedir la llave.

O al enterrador si está faenando porque ha habido un deceso.

En el rostro del rural se dibuja la expresión de quien ha visto la salida a un tortuoso laberinto.

-Y el enterrador era primo del padre de Cipriano.

-¿Vive aún ese hombre?

-Vive.

-¿Se le puede interrogar?

-¡Se le puede acojonar!

Es usted una verdadera fuente de inspiración.

¿Nos vamos?

-¿Y ya está?

-Sí. Ya está.

-¿Que soy, su perrito faldero?

Los dos hombres salen del camposanto con el administrativo sin parar de quejarse.

Llegan al coche patrulla aparcado junto a un arbolado espeso. Un viento inclemente arranca hojas ocres de las ramas

Entran en el auto.

-Así que encuentra secas las pastas de mi santa.

-Ásperas, grosera, burdas... ¿Sigo?

El agente mete la mano en la caja y saca una en forma de gatito. La muerde.

-Le doy la razón. El problema está en que, si no le voy con una opinión favorable, se deprime. Y mi esposa deprimida es peor que el más lacerante dolor de muelas.

-Pues lamento comunicarle que no será fácil que cambie mi opinión.

El agente mira fijamente a su copiloto que trata de engullir el último tramo de la primera pasta sin cejar en su actitud de enfado desafiante.

-Se me ocurre una idea- dice por fin- ¿Le importaría sacarse el sexo?

El administrativo le mira sin terminar de creer lo que ha escuchado.

-¿Qué pretende?

-Un cambio de opinión.

El agente sitúa una de sus manos a la altura de su propia entrepierna, admirablemente destacada frente al volante. El gesto no pasa desapercibido para el administrativo.

Éste deja la caja de las pastas en el salpicadero, y con manos pausadas abre sus pantalones, aparta el calzoncillo y deja al aire un sexo medio hinchado de proporciones acordes con su físico robusto.

-Creía que tendría un sexo pequeño y sin gracia. Pero no es así. La naturaleza le ha dotado de manera aceptable. Bájese más los pantalones. Quiero verle bien.

Obedece el empleado y desnuda sus testículos y muslos. La verga se ha endurecido todavía más.

El agente desliza la pasta con forma de gatito por los muslos del empleado. La verga se pone completamente tiesa y palpita impaciente.

-Deme algo con qué mojar el gatito -dice en un tono oscuro y provocador.

Le lleva el dulce hasta el perineo y lo frota contra la piel.

El administrativo tiembla con el roce y eleva las piernas dejando el ojete de su culo al descubierto.

-Deme algo, no sea tacaño -susurra el rural jugueteando sobre el culo.

Al poco, fluye de la verga un hilo gelatinoso.

-¿Qué sale de aquí? -se pregunta el agente deslizando el dulce de silueta de felino por el miembro hasta el glande. Lo moja en el fluido y se lo da a comer.

El empleado del municipio lo mastica con ansia, se le llena la boca con más velocidad de la que traga, llega a los dedos del rural, los chupa...

-¿No tiene suficiente con el gatito?

-No. Quiero al cabrón- dice con la boca rebosante de dulce ya triturado.

Y echa mano a la entrepierna del rural. 

-¿Dónde está ese cabrón? -pregunta asiendo el miembro aun oculto bajo el pantalón caqui.

El agente se abre la bragueta, desenfunda su sexo, se sube arrodillado sobre los muslos desnudos del administrativo y le ensarta el pijo en la boca de un solo golpe. Actúa sin concesiones, le folla a saco la garganta. Parece que persiguiera matarlo por ahogamiento.

Le saca por fin el sexo impregnado de saliva y migajas.

-¿Quiere otra pasta? -dice agresivo de placer.

-Quiero todas las pastas que usted me de esta manera.

Le mete en las fauces unas cuantas de golpe. Hace que las mastique. Las migajas saltan de la boca demasiado llena.

-¿Necesita ayuda para tragarlas? ¿Algo de leche de cabrón?

Sin esperar respuesta le ensarta de nuevo el sexo.

-Voy a hacer que se trague esa mala opinión que ha dado de los dulces de la madre de mis hijos. ¿Creía que podía decir lo que le diera la gana y que no tendría consecuencias?

Empuja el sexo hasta que sus huevos reposan contra la barbilla del administrativo.

-¡Joder, qué gusto me da, qué gusto...!

Su mano derecha atrapa la verga del empleado y la mueve.

-Vamos, deme una prueba de lo caliente que le pongo, démela, démela...

Del miembro del empleado se escapa un chorro de lefa que mancha la mano del agente.

Este le saca el pijo de la boca para ponerle en los labios la mano manchada y que la limpie.

-¿Le gusta su lefa, eh, le gusta?

-Me gusta más la suya -responde el empleado entregado a la limpieza de la mano.

-Pues gánela -ordena el rural entrándole otra vez con su miembro excitado.

Es metérsela y al instante le llega un orgasmo descontrolado que le arranca aullidos y le origina una energía tan extrema que tiene que descargarla golpeando con sus fuertes manos la chapa del vehículo.

Al poco, los dos hombres continúan en silencio mientras se recuperan del frenesí sexual. Sólo se escucha sus respiraciones agitadas y el ulular del viento entre las ramas de los árboles.

El panorama es desolador, con los asientos salpicados por doquier de restos de los dulces.

-¿Ha cambiado de opinión sobre las pastas de mi esposa? -rompe el silencio el agente.

-Por favor, felicítela por su buena mano en la cocina.

-Eso ya me complace más.

Y añade:

-Me gusta su polla.

-A mí, la suya. Pero también me gusta su culo, sus piernas, su torso, su mirada canalla...

-¡Qué romántico es todo esto!

Los dos hombres se adecentan la ropa como pueden y el policía vuelve a ocupar el asiento del conductor.

-No sé a dónde vamos a ir a parar -reflexiona.

-Según me decían de niño, al infierno. Pero no me preocupa demasiado si usted viene conmigo y me somete a esta clase de vejaciones. O peores.

El agente suspira con cara de circunstancias y arranca el vehículo.

Se ha conectado la radio al momento y se oye una música rock: Black dog, de Led Zeppelin.

DOS DÍAS DESPUÉS

El administrativo toma un café a media mañana en la taberna del pueblo y hojea la prensa.

Al establecimiento entra el policía de la Rural quien, tras saludar a algunos de los parroquianos, se llega donde el empleado.

-¿Usted nunca está en su oficina?

-Es mi hora del desayuno y de leer la prensa.

-¡Funcionarios!

-No arroje piedras contra su propio tejado.

-Mi esposa quedó encantada con su opinión sobre sus dulces. Ha pasado a ser su admirador número uno en cuanto a sus aptitudes culinarias y creo que ya se ha puesto manos a la obra con una nueva hornada. Felicidades.

-¿Me veré obligado a degustarlas de la misma manera que las primeras?

-Si están igual de secas... Pero no he venido a su encuentro para tratar de cómo piensa comerse las pastas de mi costilla. Vengo por un asunto oficial.

-Usted dirá.

-Le presento la orden de exhumación sobre la tumba de Teresita Carmen -dice mostrando un mandato- Se insta al municipio a que colabore y disponga medios.

El funcionario municipal recoge el documento.

-Notificaré al alcalde.

¿Tiene la seguridad que buscaba para dar este paso?

-El interrogatorio al sepulturero jubilado.

-He oído comentarios.

-Ni siquiera fue un interrogatorio. Me planté frente al susodicho, nombré a la difunta y su rostro demudó al momento. No se molestó ni en disimular que no la recordaba.

Creo que lo estaba esperando.

-Felicidades.

En ese instante el agente torna a un humor más sombrío.

-Aún queda comprobar que el cadáver esté donde imaginamos.

-Pero el enterrador ha confesado...

-El enterrador sólo dijo que le dejó la llave del camposanto a su primo y que no preguntó. Es un hombre de setenta y cinco años bastante cascado porque le da en demasía a la botella. Difícil que diga nada más. Por el momento.

-¿Cree que colaboró?

-A mí sólo me interesa que se sepa que hubo un crimen. Si alguien quiere profundizar en las causas, que lo haga. Por cierto, su contacto de la hidroeléctrica tendrá que declarar.

El administrativo le mira con pánico.

-Eso significará exponernos a la luz. No sólo él. También yo... y usted.

El agente se vuelve con gesto violento. Pero lo controla en décimas de segundo y responde en un tono casi indiferente.

-¿Yo? ¿Por qué yo?

-Mi contacto tendrá que explicar lo que había entre el muerto y él. Y entre él y yo.

-Todo bajo secreto de sumario.

-Y yo tendré que explicar mi relación con usted.

El rural se muerde levemente los labios bajo el espeso bigote.

-Me ha ayudado a desentrañar un asesinato. Ha sido un buen ciudadano que ha colaborado con la ley cuando se le ha solicitado. No hay que explicar más.

-¿Ese ha de ser mi discurso?

-¿Quiere tener otro?

La mirada del agente cohíbe al administrativo.

Se instala un silencio duro y molesto entre los dos hombres.

-¿Me invita a un café? -rompe el tenso momento el agente.

El funcionario municipal solicita el café para el rural.

-¿Nos sentamos?

Ocupan una mesa algo apartada.

-Dígame: ¿necesitará ayuda a la hora de preparar su declaración?

-No me gusta verme envuelto en todo este embrollo. Y tampoco confesar la naturaleza de mis intimidades. Las paredes oyen y las informaciones se deslizan de los sumarios. Usted lo sabe bien.

-Le siento en extremo paranoico.

-¿Y si digo que mi relación con mi contacto se debe a que un día me abordó por mi parecido con el difunto y que en su conmoción me habló del crimen? Es decir, casi lo mismo, pero sin carne de por medio.

-Tendrá que convencer a su contacto. Las declaraciones de ambos deben coincidir.

Los dos hombres vuelven a mirarse en tensión.

-Parece que cualquier solución pasa porque yo hable él.

-Y le convenza.

Nos jugamos mucho. Usted, yo...

El agente da un distraído sorbo a su café y levanta una mano en señal de saludo a otro parroquiano que ha cruzado cerca de ellos.

-¿Ha pensado en mí desde lo del coche?

-No dejo de pensar en usted para mi tormento -se sincera el empleado.

Se miran a los ojos.

-Hice el amor con mi esposa -confiesa el agente- pero sólo pensaba en el placer que usted me dio. Y una pregunta me obsesiona. La aparto de mí pero me puede. Porque me pregunto y me pregunto si... si debo conformarme tan sólo con lo que siento cuando usted sostiene mi sexo en su boca.

-¿Qué quiere?

-He visto su trasero, lo he tocado, recuérdelo. Y ahora soy prisionero de unas ganas casi enfermizas de penetrarlo. De tomarlo incluso contra su voluntad.

El agente aparenta entereza mientras habla, pero sus ojos se han humedecido.

-Le arrastraría al baño de esta mierda de cantina, le esposaría a la cañería del agua de la cisterna, le arrancaría los pantalones y le sodomizaría sin piedad.

Mire mis manos: tiemblan. No sé qué voy a hacer con este sentimiento.

¡Dios, no puedo aguantarme, no puedo!

El rural se levanta.

-Vayamos al baño.

-¿Qué?

-¡Vayamos al baño! -insiste por lo bajo.

-¿Ha perdido el juicio?

El agente no hace caso de la prevención del administrativo y se mete directo por un pequeño pasillo que conduce a los servicios.

El empleado se queda petrificado en su sitio. No sabe si seguirlo o salir corriendo de la cantina.

El reloj corre lento, los minutos pasan. El policía no regresa.

El administrativo, sentado en la mesa con el café en la mano, no mueve ni un músculo a causa del conflicto en el que se encuentra sumido.

“Pero el que no arriesga, no gana” se dice a sí mismo.

De repente, se levanta, mira a su alrededor. Un anciano que habla con otro le observa.

¿Hablarán de lo que piensa practicar en el baño? ¿Lo saben? ¿Sabe la cantina entera que su propósito es dejarse dar por el culo en los servicios?

Las piernas le comienzan a temblar. Pese a ello da un primer paso.

Justo en ese momento ve al agente regresar a la mesa. Y trae algo en el puño cerrado de una mano.

-No ha venido -dice éste en cuanto se sientan de nuevo- No ha tenido huevos.

-Va usted demasiado rápido.

-Yo no soy dueño de mi tiempo como lo es usted.

Al final he tenido que buscar mi propio alivio. Y le traigo esto como prueba.

Le entrega lo que aprisiona en el puño.

El administrativo lo toma. Lo examina discretamente. Son unos calzoncillos. Y están húmedos. Una soberbia mancha blanquecina de lefa se esconde en el interior del amasijo. El olor le golpea el olfato y una abrupta erección se hace presente.

-Es usted un ser abyecto. Le odio -dice con la piel completamente erizada.

-Me lo devuelva si no lo quiere. Y si lo acepta, póngalo cerca de su sexo. Vamos, quiero ver cómo lo hace.

El administrativo, con disimulo, se mete la prenda manchada por la cintura del pantalón hasta situarla sobre su propia erección. La lefa aún tibia le embadurna la punta de la verga.

-¿Quiere que perdamos esto? -pregunta el rural.

El administrativo niega con la cabeza.

-Entonces hable con su contacto. Convénzale de que testifique. Todos saldremos ganando. Lleve la prenda que le acabo de dejar a modo de amuleto. Será como si yo le acompañase.

Se levanta y va hacia la barra de la cantina. Allí saluda a un par de parroquianos con los que intercambia unas palabras.

El empleado del consistorio no puede apartar sus ojos de él: de sus muslos, de su trasero, de la entrepierna, de sus esposas, de su arma reglamentaria, de su leve tripilla de hombre bien casado... Y con movimientos lentos se presiona su propia entrepierna deslizando la prenda manchada sobre su glande; sin dejar de mirar hacia al dueño de la prenda y del esperma, tan masculino, tan manipulador, tan cabrón e interesado... Y se toca, y se presiona...hasta que un inevitable orgasmo le llega sentado en la apartada mesa mientras los demás departen de asuntos del campo o juegan a las cartas.

Tan sólo el temblor en la quijada y manos, y un cierto extravío en la mirada le delatan.

Cierra los ojos vencido por lo que le acaba de ocurrir y cuando los abre de nuevo, el rural ya se ha ido, su hora del café ha expirado y debe de volver a su puesto en el consistorio con la orden de exhumación en el bolsillo.

EN EL VIEJO CAMPOSANTO

Se está procediendo a la apertura de la tumba de Teresita Carmen en presencia de un juez y su auxiliar, familiares de la fallecida y el agente de la Rural.

La lápida, partida en dos, reposa sobre unos cascotes de ladrillo y argamasa.

Un par de hombres cavan en la fosa para llegar al féretro, extraerlo y comprobar si debajo yace, oculto, el cadáver de Cipriano Rodrigáñez.

Es una mañana gris de otoño con una neblina heladora que todo lo cubre y que tiene a los presentes ateridos.

El policía observa a los cavadores con preocupación.

Mientras, como surgido de la nada, se presenta el administrativo.

Saluda a todos, en especial al juez para identificarse como representante del consistorio.

Después se une al rural.

-¿Cómo va?

-Ese par de torpes han roto la lápida -contesta el agente señalando a los cavadores- Los familiares de Teresita ya han dicho que alguien tendrá que pagar una nueva.

-Al señor alcalde no le va a hacer gracia.

-Que hubiera mandado a gente hábil y no a los inútiles de sus primos.

-Cuidado con esas acusaciones de enchufismo, agente.

-¿Es usted ahora su espía?

-Soy el hombre que le sirve al señor alcalde de felpudo. Ya ve lo bajo que estoy cayendo.

Le noto nervioso.

-Lo estoy. Y más de lo que imaginaba. Me asaltan todas las dudas.

-Lógico.

-¿Dónde andaba? Se le esperaba a primera hora.

-Asuntos municipales urgentes.

-¿Y esto no lo es?

-Mi amo me ha requerido y no me he podido negar.

-No me diga que también el alcalde quiere “tratos” con usted.

-Sé que he caído muy bajo. Pero por el momento conservo una brizna de dignidad que me impide terminar al nivel de un mero esputo infectado.

Pero... ¡quién sabe!

-Prefiero que no me siga contando.

¡Dios, lo que daría por un café caliente!

-¿Le traigo uno?

-Usted no se mueve de aquí. Es capaz de no volver. Le quiero a mi lado cuando el barco comience a hundirse.

-No sea pesimista, hombre.

El administrativo da unos pasos en dirección a la tumba. Vuelve junto al agente.

-Pues sí que les está costando llegar al féretro.

-La tierra está muy dura. Y han dicho que se encuentra más hondo de lo esperable.

-Y si lo rompen ¿la familia querrá uno nuevo? Porque al alcalde no le hará ninguna gracia.

-No me cree más tensión de la que ya soporto ¿quiere?

Por cierto ¿ha hablado con su contacto?

La conversación se ve interrumpida por el aviso de uno de los cavadores de que ya han dado con el féretro de Teresita Carmen.

Instalan una suerte de maquinillo para elevarlo sin esfuerzo y sacarlo a la superficie.

-Estamos cada vez más cerca -comenta el administrativo.

-No sé si del éxito o del desastre -apostilla pesimista el agente- No ha contestado a mi pregunta.

El empleado del consistorio habla sin perder de vista las evoluciones del alzado del ataúd:

-¿Qué pregunta?

-¿Se ha entrevistado con su contacto?

-Puede.

-¿Puede?

El humor del agente empeora.

-¿Ha hablado o no ha hablado?

-¡He hablado!

-¿Y qué le dijo?

-Decir, no mucho.

-¿Quiere ser claro?

-Yo... fui donde él y me cité.

-¿Dónde?

-Donde siempre, en la hidroeléctrica. Estaba preocupado y muy afectado. Me dio una gran lástima.

-¿Y a parte de la lástima, le sacó el compromiso de declarar?

-Dijo que no tenía fuerzas.

-¡Qué gilipollez!

-Yo me mostré comprensivo...

-¿Y mostrarse comprensivo sirvió para que cambiara de opinión? -le interrumpe el rural de malos modos.

-Lo discutimos...

-¡¿Con qué resultado?!

-No fui capaz de arrancarle un compromiso, pero...

-¡Mierda!

El agente le da una patada a una piedra que sale disparada y choca contra una cruz de metal clavada en el suelo muy cerca del juez y el auxiliar, que se vuelven asustados hacia el impacto.

-Tiene que volver a intentarlo.

-¿Con qué argumentos?

-¿Se los tengo que explicar? Compórtese con su venalidad habitual con ese campesino rijoso y sáquele la promesa de que declare mientras le saca otras cosas.

-¿Me pide que utilice el sexo...?

-Necesidad obliga.

-No pienso caer tan bajo.

-Ya ha caído todo lo bajo que se puede caer con él. Sólo le pido que se regodee, por nuestro beneficio, en ese lodazal.

-¿Se está oyendo?

-¿Tendré que ser yo, al final, el que se la chupe al puto campesino rijoso para que testifique?

-¿Eso quería, que se la chupase?

-¡Pero si lo ha hecho ni sé las veces, por todos los santos! ¡Chúpesela una vez más?

-Yo no quiero llegar a eso. No quiero utilizar el sexo con fines espurios.

-¡Ahora resulta que su amoralidad contiene una ética. ¡Vaya por dios, y yo sin enterarme!

-¡No es eso!

-Entonces ¿qué es?

En ese momento el féretro asoma elevado por el maquinillo. Lo depositan junto a la fosa. El juez ordena que se abra.

-¿Para qué necesitan abrirlo? -se pregunta el administrativo con cara taciturna a causa de la discusión.

-Por si la finada gozara de compañía.

-¿Un novio roto por el dolor o algo así?

-Romanticismos aparte, puede que escondieran el cuerpo de Cipriano en el féretro.

-No se me ocurre dónde ni cuándo.

-Deje de mascullar inconvenientes. La Justicia tiene que hacer su trabajo.

El agente se acerca al féretro en el momento que deslizan la tapa que lo cubre. Los familiares de la difunta gimotean. El juez, tras dictar unas palabras a su auxiliar, ordena que lo vuelvan a cerrar.

El agente regresa junto al administrativo.

-¿Y bien?

-Teresita Carmen está sola en su descomposición.

-¿Seguirán cavando?

-Lo espero.

-¿Y si no encuentran nada?

-Creía que usted era el animoso y optimista.

-Me siento contagiado.

Los cavadores vuelven a entrar en la fosa y reanudan su labor.

-Discúlpeme por mi mal humor -dice el agente- He dicho cosas que no han sido muy acertadas.

-Me hago cargo.

¿Quiere que le cuente por qué no recurrí a bajarme los pantalones y tener sexo una vez más con ese que usted llama campesino rijoso?

-No sé si quiero saberlo. Pero si con ello se siente mejor...

-He decidido guardarle fidelidad. 

-¿A quién?

-A usted. Después de lo que me confesó en la cantina cuando me dio sus calzoncillos, he comprendido que ya sólo puedo entregarme a un hombre: usted.

El rostro del agente presenta lentas muecas de espanto.

-Llevé su calzoncillo a la entrevista, tal como me aconsejó. Lo llevé puesto. Ahora mismo lo llevo puesto. Y sin haberlo lavado, con su lefa reseca. Y la mía. Porque yo también me corrí allí, en la cantina.

El agente demuda despacio del espanto a la estupefacción.

El administrativo, ajeno a lo que sus palabras provocan, sigue con confesión.

-Entonces, cuando me entrevisté con mi contacto de nuevo, y él se mostró plañidero e inclinado a que yo le prodigase consuelo y atenciones creo que de todo tipo, sentí su presencia gracias al calzoncillo. Y me dije: resiste, no cedas a la tentación de fornicar con este hombre cuando hay otro que te ha declarado su deseo, y que está contigo tocándote a través de su prenda.

Ya ve, le guardé una respetuosa fidelidad.

-Devuélvame el calzoncillo.

-¿Cómo dice?

-Yo no le di el calzoncillo para que me guardase fidelidad. Todo lo de la cantina no fue más que una pura comedia porque a mí lo que me interesa es que el puto campesino rijoso testifique. Pero usted lo ha malinterpretado todo. ¡Todo!

¡Devuélvame el calzoncillo!

-No me diga eso.

-Claro que se lo digo. Todo ha sido una comedia. Usted me excita lo que una patada en el estómago.

¡Devuélvame el calzoncillo!

-Lo llevo puesto.

-Pues quíteselo.

-Hay gente. Nos van a ver.

-¡Que se lo quite!

El agente se lanza a despojar al administrativo de los pantalones sin atender a nada ni a nadie. Entre ambos se entabla una suerte de pelea ridícula que termina por llamar la atención de los asistentes a la exhumación.

El juez, indignado, reclama a gritos al agente.

Este cesa en su intento de desprender de sus pantalones al empleado municipal y acude adonde se le requiere.

Cuando el juez inicia lo que parece será una tremenda reprimenda, uno de los cavadores da la voz de que han topado con algo.

Se organiza cierto revuelo.

El mismo cavador saca con sus manos un objeto: se trata de una escopeta de caza oxidada y con la culata muy deteriorada por la descomposición del material. Aun así, se distinguen unas iniciales grabadas que corresponderían con las del padre de Cipriano.

Antes de que puedan asimilar el hallazgo, sigue otro: un cráneo humano.

El juez ordena que paren. Quiere las máximas garantías para recuperar los restos y ese trabajo corresponde a los peritos forenses.

El policía rural, completamente emocionado por el hallazgo y lo que puede suponer para sus aspiraciones, busca con la mirada a la única persona que sabe el verdadero significado del éxito de la operación y que compartiría su alegría.

Pero el administrativo ya se ha marchado del camposanto.

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