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Ama de leche. María, la mujer de mi primera vez, tal vez eres tú.

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Llueve, la tarde es triste, me pongo sentimental, como letra de tango, momentos para el recuerdo, esta es mi historia de allá lejos y hace tiempo.  

Portando mis recién cumplidos 18 años, alto, físico cuidado, pero sin excesos, trigueño, afable y servicial.  Verano en el campo familiar, cercano a la ciudad de Dolores, en el interior de Argentina, es un antiguo casco de estancia, casa muy grande, mis padres nos dejaban al cuidado de la abuela materna y María (41), especie de chaperona, o persona de compañía, mayor que nosotros, pero siendo tan jóvenes, ella nos pinta como una mujer madura en la comparación.

Mi hermana pasa casi todo el tiempo con la prima, en el campo vecino. María, compañera de cabalgatas, de nado en el arroyo y compinche en todo y para todo...

Esa calurosa tarde, la sagrada hora de la siesta en su esplendor, irreverentes y profanos de la religiosa costumbre, aprovechamos para sentarnos al borde del arroyo, agitando los pies en el agua, y sacudir la modorra de la conversación formal, y dejarme llevar en la confidente exploración de María.  Dentro de ese ámbito de confidencia y secretismo íntimo nos manifestamos en libertad de conciencia y de prejuicios.

—Ale (Alejo) vos ya lo hiciste, ¿no?

—Sí...  –¡No!  - Bajando la vista, como niño atrapado robando un dulce.

—¿Cuándo?, ¿Con quién?...

La respuesta para nada convincente, la hizo amagar una sonrisa, creo que por respeto solo quedó en el amague. Toda mi experiencia eran los intentos con amigas y compañeras, las revistas de poses y la “autogestión” a mano limpia, si bien no era tan tímido, tampoco era tan lanzado y cero experiencia en conseguirme una “almeja”.   Cada vez sentía más apremio por debutar en el sexo, sin saber porque las mujeres maduras eran las de mi preferencia, María también lo era, pero no podía decírselo.

—La vedad… es que aún no, ganas no me faltan, pero… -siempre con la mirada fija en el agua.

—Me di cuenta que sí, que tienes muchas ganas… de hacerlo…

—Vos lo hiciste - Aproveché que me daba lugar a la pregunta.

—Sabes que sí, me viste esa vez… – Sonrió, cómplice.    

Sabía que ella me había pescado viendo como el Eladio, uno de los peones, la tenía acorralada, sentada sobre los fardos de pasto, bien abierta de piernas, el hombre con los pantalones en los tobillos, se movía dentro de María, cogiendo y bufando a todo tren, me vio espiar, cómplices en el silencio.

—¡Vamos al agua!   - Se desnuda, me llama.   – Sácate todo, ¡Ven!

Sin esperarme, meneando la cola redonda y firme, entró al agua, sin volverse a ver, mueve la mano invitándome. Ropa y timidez en la orilla, entré a la complicidad del agua, la verga en total erección. El agua permite ver la sombra del vello púbico y las tetas a flor de agua, se me paró más aún.   Dijo la María:

— Qué parada, ¡es grande!   - Se muerde el labio, el típico gesto del deseo.

La abracé, se dejó estar, lamía la humedad de mi pecho, me frotaba contra ella. Labios abiertos, lengua tentadora, guía, enseña despacio el uso de la lengua en el beso húmedo, la pasión le hace perder la cordura, la calentura la conciencia, el deseo todas las demás prevenciones.

Buscamos la comodidad fuera del agua, tendernos sobre la hierba, revolcados, contacto bucal profundo, piernas enlazadas, acaricié los erizados pezones, suspira elevando las tetas al compás de la mamada urgente, se entrega al posesivo joven inexperto, lloriqueo y gemido, la hice acabar con mi boca comiéndole los pechos.  

María agradecía el goce, me tomó el pene, acarició, pajeó despacio, experta lentitud, crece en cada frote, se me nubla la visión, llevo la pelvis hacia ella, acabo, salta contra el vientre, pajea más despacio, para sacarle todo, el dedo toma la última gota, gesto ampuloso, para que vea recoger toda la leche, sin perderse una sola gota.

El agua limpió las culpas y calmó las calenturas.  El resto del día fue una tortura, el reloj alarga los tiempos, será un largo viaje del día hacia la noche, el momento esperado para intentar acercarme a su cama. 

La casa duerme, la pasión despierta, me deslizo como ladrón nocturno, entré en el cuarto de María, cerré con llave, me metí en su cama.

—¡Por fin!, te esperaba. – Sacó mi bóxer, desnudo como ella.

Juega de local, toma la iniciativa, me lleva por el desconocido camino del placer, maestra en besar, profesora en caricias, diestra en mamar y eximia en excitar mi verga.  

Me excita a mil, sacude y mama a ritmo controlado, retarda cuando “el indio” quiere gritar, vuelve cuando cede el tono de calentura. Llevó mi mano a su cueva, aprendo a leer con los dedos, sentir latir la calentura y el deseo en la humedad de una vagina.

Montó, a horcajadas, asido a sus nalgas seguí el ritmo de subir y bajar con el choto dentro, sabe moverse, ondeando el vientre, se eleva y deja caer empalándose en la verga, sus manos apoyadas en mis hombros para poder fregar sus tetas en mi cara.

Goza con el grosor de la pija, dirige la cogida, inclina, levanta y sienta a tope para y gozar al máximo del orgasmo, late y comprime la carne endurecida, hasta el último eslabón de la serie.

Cumplida, sin salirse de mí, giramos hasta invertir la postura, piernas elevadas tomadas de las manos, mis manos fuerzan un poco más para llevarlas sobre su pecho. Toda abierta para el macho joven, me necesita en lo profundo de su sexo. Calentura incontenible:

—¡Me viene María!  - El grito ahogado, en su boca.

—Dámela adentro. ¡Toda! ¡Córrete dentro!... lléname de leche.

—Ah, ah, ah... –Se me fue el alma...

Era mi primera acabada. Salió tanta, quedó llena del fluido lácteo, caliente y espeso, la toalla colocada exprofeso, recogió el desborde, el abrazo de ella la emoción que me invadía.  

Un instante después estaba dentro de María, en un momento otra eyaculación igual de abundante, sin sacarla, la verga chapoteando fue por otro polvo, casi juntos a cruzamos la línea del placer máximo. Desperté abrazado a ella, el “mañanero” fue el despertar de María, ahí me hice adicto a ese saludable hábito.

Pasé muchas noches encamado con María, aprendí a usar forro (condón) en los días no propicios para el sexo al natural, me enseñó cómo hacer feliz a una mujer con la lengua, felicitado por creativo en la técnica oral. Gratificada y saciada en calidad y cantidad, le hacía sexo todas las noches y algunos días a la sacrosanta hora de la siesta.

Cuando pude controlar y manejar la excitación me entregó el culito, no sin antes explicarme de qué modo debía hacérselo para no lastimarla, lo tenía demasiado estrecho.

—La primera vez que me lo hicieron fue un amigo de su padre, pasado de licor me forzó el traste, me dejó dolorida por la brusca penetración, por eso me cuesta dejar que me lo hagan, siempre me niego, pero… tu eres tan dulce, y ser tu primera mujer quiero darte el permiso que lo disfrutes.

Su calentura y mis ganas seducen la decisión de entregármelo.

Una noche, solos en la casa, usamos la cama grande para el amor. Después de uno, largo y agotador, la María quedó con el sí fácil, de bruces, sobre la almohada, “culo p´arriba”, presioné la puerta del cielo con la cabeza húmeda de sus jugos vaginales.

Al segundo intento, entré un poco, con sus manos se abría las nalgas, ayudó a entrarle otro poco, y otro poco… ¡Entré todo! Detuve la penetración, hasta tolerar la carne que le agranda la tripa, que su recto se adecue al grosor de mi poronga, siento el culo bien rico, bien caliente, vibrando al influjo de mis embestidas.

—Dámela, dámela de una vez, quiero, quierooo... ah. No te demores, no voy a poder aguantar…

Esa primera vez fue única, sentida y dolorida, nos gritamos todo. Grita y pide más y más...

—Dame, es tu culo, asííí...  ¡No pares, seguí más, más, más!!!

Abrió los cachetes. Levanta más la cola, grita, el aguante tiene límite.  

—¡Me voy!...  –Grité con toda el alma que se me escapaba junto con la urgencia del semen.

Regué la tripa maltratada, estremece, vibra, la calentura excede todo lo conocido en placer. 

— ¡Quédate dentro! Por favor no te salgas, espera… déjame sentir los latidos de la pija que la estremece, quédate, espérate que amaine la erección, necesito sentirte…

Esas vacaciones fueron únicas e irrepetibles. Enamorado hasta el tuétano, solo quería estar con ella, gozarla todo el tiempo, toda la vida, casarme con ella, vivir con ella, ya no existía otra mujer que no fuera ella. Vueltos a la ciudad seguimos haciendo el amor, con disimulo no siempre logrado, cuando el “metejón” (calentura) fue evidente, intervino mi padre para poner las cosas en orden.   

Dos días después, al regreso de la facultad, mi hermana me contó que María “tuvo que volverse” a su Tucumán natal, que me había dejado una carta, en ella una esquela que decía: “te espero en… y mencionaba lugar y hora”

Me llevó a un “Hotel Alojamiento”, así se llamaba por ese tiempo el hotel para parejas. Nos amamos a morir, puso más pasión y entrega que otras veces, sin cuidarnos, después supe que esa era su despedida.

El recuerdo de la María, maestra inigualable, guía de una forma de vida sexual que hizo la felicidad de buena cantidad de mujeres que probaron mis delicias como macho bien aprendido. Este relato fue recordarla con el afecto de siempre.

Sigo buscando a esa mujer, a esa amiga que me haga recordarla en un presente continuo, sé que esa amiga puede estar leyendo mi historia, entonces escríbeme, ayúdame a recuperar ese recuerdo, necesito saber que tengo una amiga como la María de mi sentimiento.

Estoy esperándote amiga, en [email protected] ¡escríbeme!!!!

 

Nazareno Cruz

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