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Mi suegra encontró la horma de su zapato. Familia open mind todo vale

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Esta historia descorre el velo sobre “de eso no se habla”.  El open mind, o mente abierta, ese estado de libre albedrío que permite aceptar cosas que no son bien vistas socialmente o la predisposición para lo nuevo, raro, poco usual y novedoso de incorporarlas, individuos que no la van con el molde estructurado y conservador, adelantados en el descubrimiento de otros comportamientos. 

Los “open mind”, solo somos adelantados, algunos dirán atrevidos, yo prefiero llamarlos espíritus libertarios. Pasan cosas buenas en una familia, a nosotros nos gustó comentárselo, espero que ese gusto sea compartido, al final del relato encontrarán de qué modo podemos intercambiar experiencias…

Desde hace unos años estoy en pareja con Alicia, una muchacha plena en toda la acepción del término, sus 21 años contrastan con mis 40, tan solo en los números fríos, porque en el encuentro de pasiones vamos codo a codo con el deseo y la calentura, por eso mismo decidimos convivir.  Por esas cosas de la economía y de que su mamá (Lidia) no se quedara sola, decidimos que la casa familiar tan espaciosa, sería también nuestra residencia.

La madre de Alicia, transita sus 52 años, bien llevados y mejor lucidos. En cuestión de edad estoy a mitad de camino entre las dos mujeres de la casa.

Mi pareja heredó las buenas formas de su progenitora, algo más bonita de rostro, pero con menos “tetamen” que la madre, ambas comparten el admirable trasero como marca de fábrica, no pasa indiferente a la mirada libidinosa de los hombres.

Doña Lidia, como suelo llamarla adrede, para molestarla con el “doña”. 

—¡Doña!, ¡las pelotas! Deja de joder, doña es una mujer que “pasó a cuarteles de invierno” y yo estoy en actividad, no tengo marido, porque decidió morirse hace cinco años, pero soy una hembra en “edad de merecer” ¡Qué tanto eh!, y se palmea la nalga en demostración de la firmeza de sus carnes.

Me gusta provocarla, mostrar esa enjundia, espíritu de pelea que tan bien le sienta a la expresión altiva y tan sensual que me provoca “cosa” cuando se pone de ese modo, ella que de lenta no tiene nada, se da cuenta de que esa ocurrencia es parte de una estrategia de seducción mutua, su forma de retrucar ese dicho, me hizo suponer que todo esto tiene un propósito desconocido en ese momento.

Como en todas familias las divergencias y conflictos son moneda corriente, pero nada tan grave como para que dure más de un día; la convivencia no es fácil, solo es cuestión de poner voluntad y ganas para aprender a tolerar el pensamiento y gustos distintos.  En la visión de las relaciones humanas, la tolerancia y respeto hacia el prójimo había consonancia, teníamos más consenso que disenso, tenemos más cosas que nos unen que las que nos separan. Somos adictos a los juegos de palabras, graciosos y con una segunda intención.

En una ocasión esta frase en tono jocoso: “el matrimonio dura lo que dure dura”. Mi suegra dijo: – Ah, entonces no tendrán problemas… - Supongo… aunque eso lo debería decir tu hija. – Ella no es imparcial, puede estar forzada a mentir, ja! -Veo que no me cree…ni sé qué más puedo decir en mi favor… ¿Qué pruebas necesita?

¡Touché! Está bien, está casi la ganas, las pruebas son los gemidos fuertes de Alicia en las noches, que luego me dejan alterada y me cuesta dormirme. Deberían ser menos efusivos o menos ruidosos.

—Bueno eso debe decírselo a su hija, ella es la gritona. Y… seré un poco atrevido si le pregunto, ¿Cómo hace para calmarse?

—¡Epa!, sí que eres atrevido. – silenciosa espera…  - Bueno… como hacen algunas las mujeres que escuchan gemidos y jadeos tan enfervorizadas… ¡No me preguntes más!... 

Sonreímos, de momento esos puntos suspensivos escritos equivalen a miradas sugerentes que insinuaban un continuará… por la llegada de Alicia y la otra hermana, venían para la cena.

El impasse duró hasta el lunes en el regreso de mi trabajo, la “doña” estaba preparando café con esa receta familiar de agregarle un toque de canela que tan bien sabe hacer.  Me quedé sentado sin que Lidia hubiera notado de mi presencia (creía), así como cinco minutos o más, viendo ese movimiento de “entre casa”, con la impunidad que da creerse sola, en un momento se levantó la falda y acomodó el cola less de la tanga, en otro movimiento metió su mano bajo la camisa y se acomodó las tetas, movimientos habituales, pero no cuando los ojos masculinos están pendientes y estudiando su anatomía.

De tonta no tiene nada, era el cazador cazado, ella supo de mí en todo momento, el reflejo en una bandeja de acero inoxidable servía de espejo para tenerme controlado, todos esos movimientos habían sido hechos adrede, más aún, exagerados y lentos como cuando metió la mano bajo la falda para “acomodarse” la tanguita negra, parodiando al chapulín colorado “todos sus movimientos estaban calientemente calculados”, diríase que causalmente exagerados para causar el efecto deseado. El juego del gato y el ratón que le dice, yo era el ratón, ella la gata que juega con mi deseo.

—¡Epa! No te escuché llegar, me sorprendiste. ¿hace mucho que estás? 

—Bueno… no… hace poco…

—Y yo inocentemente haciendo café y moviéndome en soledad… bueno contigo.  ¿Que viste?

—Bueno… no mucho… Solo un poco…

—¿Y… qué te pareció? ¿Te gustó?

—Sí… por qué negarlo… estás buena… diría que mucho…

—Bien, me gusta. ¡Así me gusta! Nos vamos entendiendo ¿No? ¿Podrías decir que estoy buena para estrenar yerno?

No sabía hasta donde quería llegar, pero dejaba en evidencia que le gusta apostar fuerte, sobre todo en estos temas de la seducción, estaba evitando un problema, quería ver sus cartas, que mostrara lo que tenía entre manos antes de aventurarme. 

—Por los efectos… (me señala la bragueta abultada) la exhibición fue efectiva, ¿o me parece nada más?

—Sí, claro. A que negar, la evidencia está a la vista…

—No tanto, más bien está oculta.  ¿Me dejas ver?

La “doña” había puesto “toda la carne en la parrilla”, que falta hacía decir algo más, todo estaba súper claro, sus intenciones se correspondían con las mías, provocado o no era algo que me rondaba cada noche desde hacía varias noches.  Las ganas acumuladas eran de ambos lados del deseo.

Sabíamos que teníamos al menos tres horas de recreo, “piedra libre” para jugarnos una partida de sexo en su cama.

—¡Vamos! No te hagas rogar, vamos a mi cama, hace tanto tiempo que ese lecho no tiene una encamada

que lo alegre. Yo necesito esa alegría que solo tú me puedes dar, necesito esto, y me acaricia la verga.

Pegado a su trasero, tomada de las tetas, en tándem, caminando con la dificultad de estar tan pegaditos, pero generando esa calentura que nos debíamos de hacía tanto tiempo, estaba por cerrar la puerta, pero me lo impidió.

—Deja abierta, así podemos escuchar si llega Alicia.

Me dejé hacer, libera el objeto de su deseo. Lo sacó fuera y se lo engulló de un bocado, ansiosa por sentir el fruto prohibido, solo lo sacó para decir: - Tal como decía Alicia ¡Qué pedazo de pija, qué gorda es! Y siguió mamando. Demostró sus habilidades de mamadora, sabe todo lo que disfruta un hombre, cómo encerrarla entre sus labios, esconder los dientes (sin rozarme como su hija) subir y bajarse, abarcar todo el tamaño del miembro.  Sabía cómo acomodar la boca y la garganta para hacerle “garganta profunda” meterse todo el choto hasta dar con sus labios en mis pendejos, algo que me gusta y no conseguía, porque a la hija le producía “arcadas” y se salía. Doña Lidia sabe hacer y bien, sabe cómo llevar a un tipo a la cima de su placer.

Exhibía su necesidad de atención masculina, sin pudores, se me ofrece en bandeja de plata, y vaya ¡qué premio!, sólo un poco de esa grasa abdominal, esa que nombra Arjona en la canción, le dan el toque sexy, tomarse los pechos en el hueco de sus manos y ofrecerlas para dar de beber al yerno sediento es un gesto de buena voluntad. – Toma, es para hacernos amigos.  Sonríe de manera pícara y atrevida. Me llevó de la mano hasta su dormitorio.

Esta fue la carta de presentación, el prefacio del contenido, “muestra gratis” del tratamiento intensivo. Dispuesta para expresar sus deseos, recostada contra el respaldo de la cama, piernas abiertas y manos activas, descorre el vello enrulado, abre sus labios para que vea el brillo húmedo de su deseo.  Sus dedos se mueven lentos y precisos, comienza a masturbarse para mí, conoce de sobra como excitar a un hombre.  Voy reptando sobre el lecho, llegué a su cueva, me “agarré” a sus caderas. Reemplacé sus manos por mi lengua, lamí su raja, sabe a deseo, se aturde en gemidos, se agita en convulsiones, la exaltación sexual esta al tope de su resistencia física, se deja llevar en la ola salvaje del orgasmo, se reitera un par de veces antes de entregarse a la flojedad que deviene de ese torbellino de sensaciones, el terremoto interno pierde intensidad sin desaparecer del todo.

No está muerto quien pelea, debe haber pensado en ese momento de recogimiento y saboreo del placer entregado a domicilio, directo de mi boca a su boca genital. Me aprieta a su sexo, encarcelado entre sus piernas y condenado a ser gozado por esta hembra insaciable.

Fui por las tetotas, robarme el sabor de los pezones rosados y erectos, por la rapiña de las cerezas que coronan sus mamas.  Llenarme las manos y la boca del fruto rosado, solícita da de mamar al hombre goloso.

—¿Quieres que me ponga como te hace Alicia? También me gusta en posición de perrita.

Sabía mucho de mí, conocía mi posición favorita, la dejé hacer

—Espera, me pongo la almohada, doblada así te quedo bien expuesta, y me puedes domar a gusto.  Seré tu putita, cuantas veces quieras. ¡Vamos mi macho, monta, estoy ardiendo!

Esta señora “puso toda la carne en el asador” dispuesta a gozar y ser gozada. Para poner más brasas al fuego del deseo, separa sus nalgas, ofrece el espectáculo de su sexo regalando el deseo, pidiendo ser lamida nuevamente. Me dejé llevar por la invitación, lamí con intensidad hasta hacerla gemir, gritona y calentona como su hija, como decía mi abuela, “lo que se hereda no se compra”.

Por los gemidos hasta me pareció que estaba en otro orgasmo justo cuando le entré, todo de un golpe, algo brusco, pero me pintó hacerlo de ese modo, me había calentado tanto que no me pude contener y se la mandé a guardar hasta el fondo de un solo envión.  Se sentía tan ajustado como la de su hija, pero tan lubricada que fue solita hasta el fondo de su vagina.

El sacudón brusco por la entrada, suma lo que pareció un orgasmo, la hizo vibrar, estrujar la almohada, morderla, gemir mientras mordía. Empinó bien el culito, me afirmé bien de sus ingles y comencé a meter con fuerza, con más violencia que lo habitual, esta mujer me había calentado de tal forma que me había alterado, desbordaba de lujuria y ella que se movía como una potra mientras la doman, todo convergía en acentuar mi calentura, llevada al extremo de aferrarme de sus cabellos y nalguear mientras vocifero guarradas, groserías al por mayor. Responde y nos perdemos en esos gritos de batalla de los sexos, estamos subidos al mismo delirio y nos quemamos en la misma hoguera.

—¡Vamos, puto, cabrón, coge, coge! ¡Coge a esta puta que te va a dejar sin una gota de leche! ¡Coge, coge, coge…!

Lidia se había transformado en una máquina de fornicar, sacudía sus caderas en círculo, adelante, atrás. Sus manos se tocan la concha, se agita y sacude nuevamente, parece electrizada, sacudida por una descarga eléctrica, se deja estar un momento y retoma y otra vez.  Los gemidos son gritos quizás más fuertes e intensos que su hija cuando se viene, intento acallarla, tapo su boca me chupa los dedos.

Acentúa los movimientos, me obliga a seguirla, pido que se detenga, que pare, necesito disfrutarla más, ella quiere su premio, yo seguir cogiendo…  Ella ganó, forzó a venirme, me exprimía la verga, ¡qué modo de apretar sus labios vaginales! Me llevó en su calentura, arrastró sin poder contenerme, me gozó, me sacó hasta la última gota de semen.

—Quédate, quédate, no te salgas, déjame disfrutarte, quédate dentro de mí.

Exhausto, me derrumbé a su lado, más por la tensión puesta en esta calentura imprevista que por el gasto físico, la tensión emocional dominó la carne, amansando al macho cogedor.  Lidia sonríe, con esa sonrisa franca, abierta, el rostro muestra las huellas de la batalla de los sexos, la mirada que refleja el goce increíble que acaba de tener.

Coloca su boca en mi pene para limpiarlo, degustar el mix de sabores de la hembra caliente y el macho posesivo que la nutrió de leche recién fabricada para ella. Lidia se deja estar sobre mi vientre, en su mano el testimonio de su goce.  Nos dejamos estar en el sopor que deviene de una entrega de tamaña dimensión, el reposo del guerrero que le dicen, mientras Lidia queda al cuidado del arma del guerrero…

Cuando abrí los ojos, no entendía cómo ni de qué modo nos dejamos estar sin tomar precauciones, la razón se esconde cuando entra el gobierno de la pasión, por eso nos dormimos en los laureles del goce y ella, Alicia me está mirando desde el vano de la puerta, en silencio, expectante.  Quién sabe desde cuando está viéndonos.

Qué decir, qué hacer, son esas situaciones tan evidentes que no existe la más mínima posibilidad de establecer una “duda razonable”, la desnudez de los dos, los rastros de mi viaje por el interior de su mamá, se le escurren entre las piernas de la “doña”. Sin decir palabra toco suavemente en el hombro de Lidia para avisarle de la visita. 

La madre demostró tranquilidad, naturalidad, recostó su cara sobre mi pecho y habló con la calma de quien sabe de qué modo manejar esta comprometida situación.

—Sólo pasó. Es bueno el Dany, es bueno haciendo el amor…

—Estabas necesitando una alegría.  ¿Cuántas?...

—Es que llegaste antes, sólo uno solo, pero bien rico fue…

—Ya tendrás tiempo para otros más…  Bueno, mientras se acondicionan voy preparando algo para comer. 

Ni un reproche, ni un cuestionamiento, la cena normal, bueno había miradas cargadas de intencionalidad entre ambas mujeres.  Esa noche bebimos más de lo usual, todo parecía igual, pero era distinto, ese no sé qué de algo flota en el ambiente.

Terminado el café se va haciendo hora de dormir, pareciera que nadie está dispuesto a dar el primer paso, yo estoy sobre ascuas, tengo la sensación que algo está por suceder, pero ignoro que se traen entre manos. Demoro para ser el último en abandonar la mesa, el último sorbo de licor me lo arrebata de la mano Alicia y me lleva de la mano. 

Abre la puerta del dormitorio y me cede el paso, Lidia esta en nuestra cama, ni pregunto, me desnudo y me agrego al dueto, ¡me hacen lugar en medio de las dos!!!!

Esto sucedió en Buenos Aires, y me pregunto: alguna mujer que habrá sentido algo similar, me gustaría saberlo de primera mano, dos desconocidos se intercambian experiencias en [email protected] estaré esperándote si quieres ser esa amiga que busco para hablar de estos temas que no podemos hacerlo con otros.

 

Nazareno Cruz

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