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Anita de tus deseos (capitulo 11)

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Hacía frío, pero en el interior del maletero no lo notaba pese a estar desnuda. Llevaba las manos sujetas a la espalda con unas muñequeras de cuero, un collar en el cuello con una correa, y en los pies, papá me había puesto unos zapatos abiertos con un tacón casi imposible. Habíamos salido así de casa, pero papá antes de arrancar el coche, me arropó con una manta.

No sé cuánto estuve en el maletero mientras el coche circulaba, pero se me hizo muy largo: papá no me había dicho nada. Cómo antes de salir me limpio internamente cómo cuándo fuimos a casa de su amigo, supuse que íbamos al mismo sitio: me equivoqué. El vehículo paró y arrancó varias veces y supuse que habíamos salido de la carretera y estábamos en una zona urbana. Finalmente, paramos, oí el claxon dos veces seguidas y una puerta mecánica que se abría. La certeza de que lo que me fuera a ocurrir era inminente hizo que mi deseo se disparara.

Cuándo regresamos del camping del pirineo, lo hice con las pilas cargadas y adorando a papá mucho más que antes, si eso fuera posible. Incluso llegué a olvidar que una zorra asiática se la había chupado y que luego la había follado delante de mi cara. Lo que de alguna manera me reconfortaba, fue que su esperma me lo ofreció a mí.

De todo eso hacía ya tres meses, y en ese periodo noté cómo su grado de violencia había ido aumentando de una manera casi imperceptible pero constante.

Lo había ido aceptando sin ningún problema. De hecho, todo lo que provenía de papá lo aceptaba sin rechistar. Los azotes con la mano eran ya habituales, y los tirones del pelo y los pellizcos en los pezones también. Y me gustaba, me llevaba a otro tipo de placer que complementaba al sexual porque papá nunca los separaba: uno iba en función del otro, al menos, hasta ese momento.

El coche se detuvo definitivamente y papá se bajó mientras le oía hablar amigablemente con otras personas. Finalmente, se abrió el maletero y papá, después de coger la correa me ayudo a bajar. Había cinco desconocidos que, mientras permanecía de pie, me miraron detenidamente de arriba abajo mientras los pezones se ponían duros cómo piedra por el frío. Sin duda tenía que darles placer y disfrutar yo también, porque así me lo había dicho papá antes de salir de casa: quería que me corriese con normalidad.

—¡Joder tío! Menudo pibón, —dijo uno de ellos.

—Ya te digo, —añadió otro.

—Así, sin probarla, te la compro, —dijo otro más riendo con acento extranjero.

—No seas animal: cómo te va a vender a su hija.

—¡Coño! Pues yo he visto cosas más raras, —insistió el extranjero.

—Pues eso no lo vas a ver Emil, —afirmó papá riendo.

—Pues alquílamela tío, —dijo Emil pasándome un dedo por la vagina. Después se metió el dedo en la boca saboreándolo—. ¡Joder! Si sabe hasta bien.

Todos soltaron una sonora carcajada, mientras yo empezaba a tiritar por el frío de la calle. Aun así, empezaba a sentir cierta excitación con la situación. Desnuda en la calle y rodeada de desconocidos.

—¡Joder tío, eres la hostia! —dijo otro sin dejar de reír.

—Vamos para dentro a ver si la chica se va a resfriar, —dijo otro cogiendo la correa de manos de mi padre. Tirando de ella, me condujo al interior de la puerta mientras Emil me sobaba el trasero.

—Sí, sí, vamos.

—Tenemos que hablar de esto, —insistía Emil ante la indiferencia de papá—. Hace muchos años que somos amigos…

—Así es Emil, pero te aseguro que mi hija, jamás va a estar a solas contigo, y sabes el porqué: no insistas.

—Venga tío, ya sé que alguna vez se me ha ido la mano.

—Alguna vez no: varias veces. Y tengamos la fiesta en paz.

—Vamos Emil, déjalo ya, —dijo otro mientras me abrazaba y me olía el cuello—. No empieces a joder la pava tan pronto.

—¡Joder! Es que no sé por qué no me la puede dejar a mi solo: seguro que a vosotros si os la deja, —la conversación me estaba poniendo muy excitada, aunque me aterrorizaba la idea de terminar en manos del tal Emil.

—A lo mejor es porque cuándo Edu te prestó a su mujer, terminó en un hospital. Por eso dejó de venir.

—Y tuviste suerte…

—Coño, que pagué todos los gastos… —se defendió Emil.

—¡Nos ha jodido! Tuvieron que reconstruirla un pezón, y la verdad es que no sé cómo no te denunció.

—A ver, que aquí todos tenemos cosas que callarnos, —dijo Emil—. No soy el único…

—Vale tío: se ha acabado, —le interrumpió papá de mala manera—. Que te quede una cosa clara: Anita nunca va a estar a solas contigo, y si continúas insistiendo, cojo y me la llevo. No ha sido una buena idea avisarte.

—¡Eh, eh! Tenemos un acuerdo…

—Pues ya no estoy muy seguro de ese acuerdo… y dejemos el tema ya.

—Sí, dejémoslo ya: hemos venido para conocer a Anita, no a discutir.

Emil se empezó a quitar la ropa de mala gana tirando la al suelo. Inmediatamente, una mujer desnuda, con un sobrepeso evidente y con el cuerpo lleno de moratones apareció de improviso y se puso a recogerla. No sé de dónde salió. Miré a mi alrededor y vi que había otras cuatro mujeres más arrodillados y desnudas a mi espalda. Posteriormente, descubrí que una de ellas era en realidad transexual.

Emil me agarró por el brazo, me hizo arrodillar y sin más me metió su patética polla en la boca. Patética es la forma adecuada para describirla. Era fina y en erección no llegaría a los ocho o nueve centímetros. Era cómo tener un chicle en la boca, y por más que lo intenté, no hubo manera de que se le pusiera dura. Entonces llamó a la gorda y cuándo estuvo junto a él, empezó a abofetearla. Instantes después, el pingajillo empezó a reaccionar y tuve la certeza de que si papá no hubiera estado allí, sería yo la que recibiría las bofetadas. Pasó el tiempo y no había manera de que se corriese y los demás empezaron a meterle prisa. Finalmente, propino tal bofetón a la gorda que la tiró al suelo.

—Fuera de aquí puta: no vales para nada, —dijo dándome un empujón y tirándome también al suelo.

Papá, que se había sentado en un sillón hizo ademán de levantarse, pero uno de sus amigos se adelantó.

—Emil, si no vas a saber comportarte vete de mi casa ahora mismo, —el aludido se vistió rápidamente y después de darle una patada a la gorda, que seguía en el suelo, se dirigió a la puerta de la calle.

—¡Vamos cerda! Que no tengo toda la noche, —la gorda se levantó y desnuda salió corriendo en pos de Emil.

—Así no podemos seguir, —dijo otro—. Cada día está peor y se le va la pinza.

—Nada, nada tíos decidido: no se cuenta con él para nada.

Papá permanecía en el sillón sin decir nada: se le veía muy cabreado. Uno de sus amigos, le llevó una chica de mediana edad, muy delgada, que después de susurrarla algo al oído, se arrodilló entre sus piernas y empezó a desabrocharle el pantalón.

—Venga tío, anímate, que seguro que Carmen lo consigue: que sé que te gusta.

Esta última frase me golpeó en la mente cómo si me hubieran dado con un martillo. «¿Qué a papá le gusta esa guarra?»: no me lo podía creer. Mi mente estaba en ebullición mientras le chupaba la polla a uno de ellos. Incluso tenía ganas de llorar.

Estaba inmersa en mis pensamientos cuándo noté el sabor inconfundible del esperma del que tenía su polla en mi boca. Para nada me había empleado a fondo, pero al parecer, ese gilipollas había quedado muy complacido.

—La has enseñado bien: la chupa cómo los ángeles.

—Pues entonces me toca a mí, —dijo otro. Se arrodilló delante y me inclinó hacia delante hasta que su polla quedó a la altura de mi boca. La introdujo y empezó a bombear mientras yo, de reojo, miraba cómo la tal Carmen seguía chupando la polla de papá. Noté cómo alguien empezaba a sobetearme el chocho mientras papá acariciaba el pelo de la Carmen. El placer se fue adueñando de mí, y sin duda el que me tocaba el chocho se dio cuenta porque insistió hasta que consiguió que me corriera.

Cuándo me recuperé, vi que Carmen estaba sentada a horcajadas sobre la polla de papá y cómo la acariciaba el trasero.

—«La voy a sacar los ojos a esa hija de puta» —pensé, aunque con las manos sujetas a la espalda y siendo el foco de atención de cuatro tíos, era prácticamente imposible.

—Tenías razón sobre tu hija: es una máquina, —dijo otro que también se puso a toquetearme mientras otro más me metía la polla en la boca.

—«También habla sobre mí con sus amigotes»

Al rato me corrí otra vez y esta vez de manera mucho más escandalosa. Cuándo miré a papá, tenía a la Carmen abrazada y la estaba morreando sin descanso. No parecía que tuviera prisa por soltarla.

Me pusieron bocarriba y otra de las mujeres, de raza negra, que permanecía en un rincón, me cabalgo la cara ofreciéndome su oscura y afeitada vagina. El tipo puso una silla entre mis piernas y cogiéndome los pies empezó a acariciármelos. Al cabo de un rato, muy lentamente me fue quitando los zapatos: recreándose en la operación. Siguió jugando con mis pies: oliéndolos, chapándolos, besándolos, hasta que empezó a masturbarse con ellos. Ordenó a la negra que me tocara el clítoris e inmediatamente empecé a reaccionar mucho más, porque la verdad es que Paloma, que era el nombre de la negra, lo hacía muy bien y además sabía muy bien.

Noté, y oí, como el tipo se corría llenándome los pies de esperma. Unos segundos después me corrí y sentí cómo Paloma se corría también llenándome la boca con los jugos de su vagina.

—¡Chúpala el chocho! —ordenó el tipo e inmediatamente Paloma me separó las piernas y empezó a chuparme la vagina. Que bien lo hacía. A los poco minutos, no solo me corrí, sino que Paloma supo hacerme más largo el orgasmo. Yo intente, y creo que conseguí, hacer lo mismo con ella. Sentí cómo su cuerpo se crispaba otra vez al tiempo que gemía sin descanso y me volvía a mojar el rostro con su encharcada vagina. Me gusta mucho tener relaciones con otra mujer: para mí ha sido un descubrimiento.

Cuándo Paloma se separó siguiendo las órdenes del que sin duda era su amo, pude mirar a papá y vi cómo la Carmen estaba acurrucada en su pecho mientras papá la acariciaba. Deseé cambiarme por ella, echar a patadas a esa puta y estar en su lugar, pero parecía que papá me ignoraba y prefería sobetear a esa pelandusca.

Estuvo toda la noche con Carmen encima. Mientras conmigo hacían un carrusel, oía cómo esa zorra chillaba de placer cada vez que papá la arrancaba un orgasmo, que fueron varios. Incluso sus amigos lo comentaron.

—Cómo se nota que te gusta mi mujer, —dijo uno de ellos.

—Ya sabes que sí. Si alguna vez te quieres deshacer de ella, yo me la quedo: sería una buena pareja para Anita.

—Por el momento no. Tener a las dos a tu disposición todo el día debe de ser la bomba, y ya estás mayor para eso, —dijo el marido de Carmen riendo.

—Unos cojones, mayor, —dijo papá.

—De todas maneras, te iba a costar mucho dinerito: no te pienses que te iba a salir gratis.

—Pues ya sabes que yo no pago por una mujer.

—Pues entonces no hay más que hablar.

—Yo lo decía por hacerte un favor. Carmen es mucha mujer para ti y no sabes sacarla todo su potencial, —bromeó papá.

—Será cabrón, —dijo mientras los demás reían a carcajadas—. Sabrás tu cómo es mi relación con mi mujer.

—Pues no, pero me la imagino. Solo hay que ver lo tristona que la tienes: solo se alegra cuándo está conmigo.

—Eso sí es cierto, —dijo otro— y además se la nota.

—Iros a tomar por el culo todos, —dijo el marido de Carmen mientras los demás se desternillaban de la risa. Incluso Carmen sonrió mientras le miraba y negaba con la cabeza.

Esa conversación me puso de los nervios. Aunque estaba claro que estaban bromeando, la sola idea de tener que estar con Carmen y compartir a papá me descomponía. «Antes me cargo a esa zorra» pensaba. Lo tenía muy claro.

Durante esa noche, se la chupe a todos, todos me follaron y todos me dieron por el culo. Incluso las otras mujeres participaron. Entré en una especie de trance de placer continuo, salpicado por fuertes orgasmos.

A eso de las seis de la madrugada estaba agotada y tirada en el suelo, me dejaron descansar un poco mientras Paloma me incorporaba un poco y mientras me abrazaba me estuvo besuqueando los labios: ¡joder! Cómo me gustaba esa chica. Con el tiempo me enteré de que era la hija adoptiva de uno de los amigos de papá. Mientras descansaba en los brazos de Paloma, estuvieron bebiendo y charlando de asuntos de negocios. Durante toda la noche, Carmen siguió al servicio de papá y a él se le veía complacido.

Cuándo se cansaron de charlar, me pusieron sobre uno de ellos que se había tumbado bocarriba en el suelo y me soltaron las manos. Casi al mismo tiempo me la metieron por la boca y por el culo, mientras que el cuarto ponía su polla en mi mano. Salvo el que estaba abajo, los demás fueron cambiando de posición hasta que se fueron corriendo, siempre en mi boca.

Cuándo salimos de la casa ya era de día y el sol me hirió los ojos. Me metí en el maletero, me arropó con la manta y antes de que arrancara ya estaba dormida. Llegamos a casa y me cogió en brazos para subirme a la habitación: estaba cómo muerta.

Me quitó los zapatos, las muñequeras y el collar, y después de desnudarse me volvió a coger en brazos y nos metimos en la ducha. Con mucho detenimiento, me estuvo enjabonando y pasándome la esponja por cada centímetro de mi cuerpo. Parecía que quería hacer desaparecer el más mínimo rastro de sus amigos en mí. Lo viví cómo en un sueño a causa del agotamiento.

Cuándo terminó, me secó y me tumbó en la cama, pero antes de apagar la luz me hizo ingerir un par de comprimidos con un poco de agua. Y después nada hasta que me desperté, bastante confusa, casi veinticuatro horas después.

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