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Julieta, que no es la del Romeo. Mujer madura, es mi putita

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En la dinámica de nuestro devenir, vamos atravesando diferentes etapas, en muchas de las cuales la búsqueda de nuestra propia identidad se convierte en una necesidad existencia, que nos ubique en tiempo y espacio con nuestros deseos y necesidades. 

Durante los años jóvenes el sexo ocupa la mayor parte de nuestro tiempo vital, la búsqueda y despertar sexual, en objetivo primordial que nos ocupa y preocupa. 

En la mujer madura también tiene lugar el proceso dinámico de tomarse un momento para pensar en ella como individualidad, en abstracto, separando su condición de esposa y madre de ella misma como ser humano, hembra con necesidades eróticas insatisfechas.

Recorrer en trazo grueso el mapa de su vida, de pronto se siente que está estancada en una meseta de sensaciones anodinas, sin sentir la adrenalina de atreverse a más.  Precisamente pensar en esa palabra “atreverse” fue lo que la despertó sus sentidos, se miró en el reloj biológico estancado en la medianía de su existencia, Julieta, que no es la Verona, sintió vibrar en sus venas la rebeldía de tiempos idos.

Julieta está inmersa en esa edad donde los hijos se han convertido en adultos independientes en obligaciones y amistades, el esposo más interesado en jugar con sus amigos o de aventura con alguna jovencita que le haga sentirse como tal.

Este es el punto, se encuentra con más tiempo para ser “mujer”, que ya no es centro de atención de su pareja, él está ocupado en su crecimiento personal, laboral o económico.

Ella siente bullir la vida y los deseos como nunca, a mitad de camino, con más tiempo y más deseos, para ella misma, para sus gustos personales y descuidada en su sexualidad.

El hombre se justificará pensando, para eso está el “finde en familia” y con eso salda el débito afectivo, el resto de “su tiempo libre” lo invierte en amigos, café, fútbol y aventuras extraconyugales.

La esposa comienza a generarse su espacio personal, es la metamorfosis de esposa-madre a mujer, el camino inverso transitado tan solo hace unos años, en el proceso anterior tenia alguien de la mano, ahora en la vuelta al “mercado del deseo” sola, con sus deseos cargada en la mochila.

Se siente llena de seducción y sexapeal, para despertar pasiones y deseos en cualquier hombre, menos... en ese que vuelve en la noche al seno familiar y se encierra en la sección deportiva del diario, contesta con monosílabos y algún que otro hmm, hmm, el sexo forma parte del inventario de la rutina y la costumbre, con más silencios que diálogo.

Se siente hembra total, plena, las clases de gym y las sesiones de spa conservan la firmeza de sus carnes, apetecibles a ojos vista de cualquiera que se cruza en su camino, no es ajena a ese mundo exterior de machos cazadores que la tienen en la mira esperando para el ataque final. 

Nuestra heroína, está plena, todas las hormonas despiertas, listas para dar batalla, falta un poco de decisión y saltar al ruedo...

Le agrada que le digan July, en esta nueva etapa, siente que “a mujer nueva nombre nuevo”, tocada por la varita mágica de la naturaleza, frescura, encanto, gracia y el plus de seducción que le ha incorporado y que tan bien le sientan.  Comenzó a ser permeable a las miradas e insinuaciones, sentía en su fuero íntimo el placer de esas caricias que la llenaba de gozo y elevan la libido. 

Se amigaba consigo misma, esos mimos la revalorizan, elevan la autoestima, de pronto sin notarlo comenzó a cambiar hábitos y costumbres, volver a los detalles de coquetería, renovar la lencería íntima por otra más audaz, fantaseando un encuentro con un secreto admirador, volver al “mercado de la seducción”, postularse como “carne de exportación”, esa frase usaba con sus íntimas para definirse como mujer que busca una “alegría”, adherían y sumaban sus fantasías.

Las bromas y juegos al respecto fueron haciendo mella, se sabía vulnerable y con falta de training, pero igual aceptaba el juego de la seducción, aunque con las reservas del caso, el status social no era negociable.  Pero... como dice el refrán: “donde menos se lo espera, salta la liebre”, y.… no fue precisamente una liebre sino yo, joven veinteañero con todo el deseo a full, algo saturado de las muchachas tontas de mi entorno y con el deseo de encontrarme alguna mujer con sustancia, que fuera algo más que para calmar un momento de calentura.

El destino movió sus invisibles hilos y el diablo metió la cola para juntar por un momento las vidas de dos personas disímiles, pero en la búsqueda inconsciente de un mismo objetivo: el placer de sentir palpitar la vida.  Así July y Ricardo sintieron el flechazo de Cupido, herida mortal en el centro del corazón.

Amigo y compinche de su hijo mayor, cómplice de correrías, hasta ese momento ella solo había sido una mujer de muy buen ver, atractiva por demás, pero... sobre todo la madre del amigo.

Una tarde, como tantas, llegué a su casa para buscarlo, un equívoco en los horarios nos desencontró.  Toqué el timbre y se apareció ella, July, con el cabello aún húmedo y envuelta en una bata de baño a medio cerrar, un teléfono celular en la mano, y ¡Oh, sorpresa! No es el hijo que volvía por el móvil, sino ¡Yo!

Un instante de sorpresa, mirándonos, ella sorprendida, suponía con razón que su hijo volvía por el foni olvidado, yo que no salía de mi sorpresa al ver como en la sospresa y la torpeza de movimiento para abrir la puerta y alcanzar el teléfono se abrió la bata más allá de lo prudente, regalándome buena parte de esa tremenda anatomía nunca vista y siempre imaginada...

—¡Pasa!  -de la sorpresa a la sonrisa sin escalas.

Sólo atinó a dejar el foni y a cerrar la bata, me dejó pensando si morosidad en cerrar la bata, habrá torpeza o intencionalidad, no lo sabré pero esos segundos fueron una excursión al paraíso del deseo, algo turbados por la situación se nos dificulta  volver del estado de sensualidad creado por el ¿azar?.  Halagada por la excitación del “ánimo” que produjo en mí, momentos cruciales y decisorios, podía más la ilusión de una aventura transgresora que la satisfacción de los sentidos, se sentía ansiosa cuyas sorpresas nunca se agotan.

Conservar las formas mientras la procesión va por dentro, de la emoción a la turbación y de la sinrazón a la pasión fue solo un paso.  Sin poder manejar mis emociones me expuse al cachetazo y la reprimenda, la tomé de los hombros y la besé, sin más ni más.  Sorprendida se dejó estar en el contacto bucal, se deja acomodar, beso intenso, más pleno y profundo, colaboró en el beso robado.

Saciado ese instante de loco deseo, tomé algo de distancia, tomé de las manos y se las besé.

—¡Soy culpable!  -ofrecía la mejilla para que se cobre.

En lugar de bofetón, un beso fue el cobro, la sonrisa plena la gratificación adicional.  La forma y el modo de “avanzarla” había terminado con sus defensas, dejar hacer a un joven que tenía actitudes de caballero, que hacía realidad alguna escondida fantasía: se dejó llevar por los insondables caminos de la seducción y el deseo, se atrevía a volar.

Con sus manos me tomó el rostro, serenidad complaciente, mejillas encendidas de carmín, ojos muy abiertos y la mirada chispeante, era otra persona llena de vida, sonreía todo el tiempo.

La bata abierta a pedir de mi curiosidad, los pechos rotundos coronados de turgentes pezones asoman desafiando la avidez del joven amante, me dejo atrapar entre sus senos.

Sus manos me rodearon, apretaron contra su pecho, acurrucarme entre el canal de sus tetas fue caer al abismo de todas las tentaciones.

Extasiado en el aroma de las sales de baño que habían perfumado su piel hasta retomar el sentido, besarla, recorrer sus carnes que me quitaban el sueño y la calma en las noches de solitaria calentura.  Ahí y ahora, toda real, toda en carne viva y ¡qué carne! Dejándose besar y lamer, llenarme la boca de sus carnes palpitando vida y deseo.

Los gemidos, reprimidos al inicio, de July incentivan y acompañan las evoluciones sobre ese cuerpo que pierde, la verticalidad, el equilibrio corporal y emocional, se deja conducir hasta el sofá, sin soltarnos ebrios de pasión y lujuria, me dejo caer para tenerla encima de mí.

Nada más importa, la suerte está echada, displicente, con estilo y graciosa seducción sacude de sí la bata, como una rosa deja caer algunos pétalos para mostrarse ante mí, diosa pagana, cabellos húmedos cayendo en prolijo desorden sobre los pechos voluptuosos, por los incipientes y sensuales rollitos del vientre se escurren algunas gotas de agua, indiscretas y brillantes como perlas de rocío, me apresuro a recoger con mi lengua como trofeo...  Esta gentileza terminó por derribar el último vestigio de cordura, tirar por la borda los últimos escollos morales, quemar las naves de la prudencia y el recato, dejarse llevar por su instinto y mi deseo.

Se exhibió ante “su hombre” en plenitud, su deseo desbordado, la libido había alcanzado el tope de la escala de lujuria, suavemente me empuja, tira en el sofá, y comienza a desnudarme, lento, saborea cada trozo de piel expuesta, primero el torso, descubre y besa, luego se arrodillada ante el ícono de su deseo que abulta bajo la tela, abrazada a la cintura me dejo deslizar el pantalón, como en acto sublime es turno del bóxer, lo quita como se hace con el lienzo que cubre un escultura, eso parecían decir su ojos y sus gestos.

Se tomó su tiempo, saborea cada instante, cada gesto, adora al ícono de carne que brilla ante sus ojos, objeto fetiche de su apasionado deseo, no alcanzan los ojos y las manos para abarcarlo, palpitante y vive entre sus manos.  Aprieta, adora, besa, lame despacio, hacer eterno ese momento, imagino cuantas cosas transitan por sus pensamientos, sensaciones que la conmueven, agitan el ánimo, si hasta me parecía ver un destello de lágrimas robadas al rocío de muchas mañanas sin alegrías.

Lenta mirada en la profundidad de los míos y se “abocó” a degustar el manjar de mi juventud, bebía el deseo contenido en mí, los primeros jugos de la excitación transmiten el sabor del macho, ligeramente salado, la puso en órbita, sin voluntad, solo dejar manejar la cabeza con mis manos, enredar mis dedos en sus cabellos, movernos al compás de mi excitación, ella solo tiene ojos para mi contento.

Perdió la voluntad, dejarse llevar por el ímpetu que ha despertado en “su hombre”, como me llamaría más tarde, transita momentos inéditos en su vida sexual, nunca tan lejos de este modo, nada importa, es un libro del deseo que estoy escribiendo en su carne, palabras nuevas, sensaciones diferentes.

Los tiempos se consumen, el control y el manejo de mi excitación se hizo llama, perdí el control, el momento culminante se aproxima a grandes zancadas, lo siento generase en los riñones como si algo se desprendiera de mí, comienza el recorrido, subido al tobogán de un destino imparable: July.

No puede emitir sonido alguno, la garganta se cierra, los ojos se me abren grandes y elocuentes, ella nota el estado de trance, los dedos enredados en sus rizos se lo transmiten, los movimientos de pelvis que la penetran en la boca lo corroboran.   Su leve movimiento de cabeza, sus ojos y la tracción de sus manos en mis caderas sostienen el destino del “final feliz”: La urgencia masculina apremia, me derramé en su boca sin aviso.

No podía creerlo, estaba fluyendo en ella, los primeros fulgores de savia joven estallaron dentro de su boca, sorprendida solo atinó a sacarme un instante para no atragantase y dar lugar a recibir el resto de “su hombre”.  Tragó, todo en dos etapas.

Se detuvo mi mundo, con el último envío, quedamos inertes... despacio me salí de ella, sostenido en sus manos como una delicada y frágil pieza de fino cristal, vuelve a mirarme, otra vez esos ojos grandes y llenos de brillo, entreabre la boca como si quisiera que viera por última vez el contenido del amor en ella... despacio, la vi como el elíxir de la vida es pasado dentro de su cuerpo.  Una última gota del rocío del amor asoma de la carne palpitante, la recoge con la lengua y la lleva para sí con el resto.

Me dejé caer sobre el respaldo, ella sobre mi regado, sin soltarme.  La emoción y la energía puesta en la prisa de esa eyaculación me habían dejado las piernas temblando, más que cuando hacemos sexo de pie.  No sabré cuanto tiempo permanecimos así, en el silencioso revivir de los momentos una y otra vez, los ojos cerrados y el corazón abierto, como será el nuevo mundo a abrir los ojos a esta nueva realidad fundacional. Estamos persuadidos que algo nuevo ha nacido entre nosotros.

Con los pies en la tierra del nuevo mundo, me disculpé por lo intempestivo, la falta de consideración y aviso, que no soy de hacerlo sin aviso previo, pero... los hechos me pudieron, perdí el dominio y el control.   La besé, en la boca, tenía sabor a mí, nos enredamos en un beso que nos lleva la vida en él.   En la húmeda comunión se decía todo lo que las palabras omitían, no se necesitó más.

—¡Mi hombre!, te siento tan mío   - no hacía falta, lo había escuchado en cada latido de su ser.

Esto era el preludio del encuentro que unió dos necesidades en busca de satisfacción, dos sentimientos que se encontraban después del naufragio, ella de la rutina y la insatisfacción, yo de lo frívolo y falto de contenido, ella aporta la búsqueda de la aventura y la potencia salvaje, yo para robarle caricias y ternura.

Luego de esta presentación viene lo mejor y lo más sustancioso de esa fogosa relación del deseo insatisfecho de una mujer madura y el fuego de un joven que necesitaba liberar la presión volcánica de su masculinidad, que por lo extenso se continuará en otro capítulo.

Esta relación siguió un tiempo, hoy con más años nos hemos reencontrado y renovado ese compromiso afectivo.   Este relato es una forma de dejar testimonio de esos primeros encuentros que cimentaron la amistad que perdura en nuestro sentimiento.

Necesito encontrar a esa Julieta, la de mis deseos, acércate que te quiero conoce, escríbeme estaré esperándote en [email protected] siento latir mis ansias de encontrarte.

 

Nazareno Cruz

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