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El curriculum de Laura

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Ese mediodía de primavera Laura había salido de su departamento con el ánimo en alto. En ocho días sería su casamiento, después de cuatro años de novia, y ahora caminaba a una buena oportunidad laboral. Ella vestía una blusa clara abotonada, que cubría sus pechos redondos, pero no muy grandes, pero de pezones rosados perfectos. Una pollera corta, dejaba ver unas piernas cuidadas. A los 25 años se sentía plena y feliz. Su novio era un destacado profesor universitario, cuyos seminarios eran escuchados en todos los auditorios. 

Laura se encaminó ese día hacia el edificio de la Cerealera, donde solicitaban una asistente, con ciertas exigencias y conocimientos. Un puesto apetecible con buena remuneración. Subió al cuarto piso y espero 45 minutos, hasta que escuchó su nombre. En la sala un amplio ventanal daba al río. De las paredes colgaban varias obras de arte.

Hola Laura, dijo el hombre encargado de la entrevista. Ella se sorprendió por la familiaridad del trato. Lo observó con más detenimiento y estiró su mano.

Parece que no me reconoces o tienes mala memoria, agregó. Laura se sonrió y algo de rubor subió a las mejillas. Por algunos segundos permanecieron callados. Fue entonces que ella reaccionó y con una sonrisa amplia dijo su nombre con seguridad: Claudio. 

Ambos habían sido asistidos al mismo colegio en la secundaria. Él cursaba cuarto año, cuando ella iba a segundo. Habían tenido un romance adolescente. Breve. De cuerpos frotarse y besos escondidos. En ese tiempo, ella apenas había cedido algunas caricias piel a piel. El coqueteo terminó. Pero, continuaron compartiendo salidas con amigos en común. Cuando Claudio egresó dejaron de verse. Él comenzó a cursar la facultad y terminó su carrera en el exterior. Ahora, luego de 8 años, estaban de nuevo frente a frente. 

Ella se disculpó por no haberlo reconocido de manera inmediata. Los dos cruzaron frases de compromiso. Claudio mantenía una autentica alegría en su cara por el sorpresivo reencuentro. De inmediato cerró la carpeta que tenía el currículum de Laura. Y la charla se evaporó a contar sus vidas alejadas. Ella se sintió cómoda. Claudio era un joven de 27 años, cálido en el trato. Un varón soltero, apetecible para cualquier mujer, por apuesto y presencia. Laura se sorprendió de la soltura que mantenía ante una persona que hacía tantos años que no veía. Habló de sus planes de casamiento y de los pocos hombres, que capturaron su corazón. La charla fluyó con naturalidad. Cuando había pasado casi una hora, él se atrevió a pedir un almuerzo para dos, allí en la oficina. Laura dudó, pero no tenía más planes hasta la tarde. Claudio ordenó la comida y a su secretaría que no le pase más llamadas.

La intimidad lograda por el anfitrión levantó compuertas para conversaciones más profundas. Con delicadeza, Claudio le sirvió a Laura, unas copas de vino blanco espumante. Ella notó las miradas penetrantes. Sentía que su cuerpo bullía como en otras épocas, ante ese varón con el que se reencontraba. Decidió terminar el encuentro. Se levantó y él la acompañó, hasta casi la salida. Claudio la tomó de la cintura, la atrajo hacia él, y le plantó un medio beso en la boca. Laura retrocedió y apoyo la espalda contra una columna. No dijo nada. Estaba conmocionada por el atrevimiento y su propia pasividad. Claudio avanzó, pegó sus labios a los de esa mujer apetecible, para vencer la resistencia. Mojaron los labios. Él frotó su cuerpo contra el de ella. Besó a esa muchacha hasta que sintió como las lenguas de ambos se chocaban. Se entrelazaban con una pasión desbordante. Laura emitía pequeños gestos de resistencia. Claudio recorrió las mejillas y llegó hasta el cuello. Sus labios avisparon esa piel. Déjame, por favor, dijo ella por tres veces sin mayor convencimiento.

La boca de Claudio subía y bajaba por el cuello de Laura. Con sus manos desabrochó la blusa y buscó tocar los pechos firmes. Con habilidad quitó el seguro del corpiño. Frotó con sus dedos las tetas de Laura. Rozó los pezones duros. Y, luego, su boca se apoderó de los senos. Por favor no sigas, me estás enloqueciendo la vida, dijo Laura. La lengua de Claudio jugaba en la redondez de la protuberancia de los extremos de los senos sensibles. Una mano, la derecha, bajó hasta acariciar los muslos de Laura. Con lentitud sintió la piel y la humedad de la pequeña bombacha. Rozó la vagina humedad, por encima de la tela. Laura gimió y apretó su cuerpo contra el de Claudio. No me hagas esto, por favor, le susurró suplicante al oído. Los dedos hábiles habían corrido la tela de la bombachita y acariciaban los labios vaginales. Basta ya, basta, agregó ella, cuando sintió que las paredes de su conchita mojada atrapaban un dedo que la penetraba y jugaba en su interior. De manera instintiva, Laura buscó con desesperación el sexo de ese hombre. Aflojó el cinturón, bajo el cierre del pantalón y su mano tomó por encima de la tela el pene duro y tieso. Lo acarició así un rato, mientras sentía como dos dedos ahora la penetraban. Frotó su mano por la dureza, hasta que sus dedos buscaron la piel. Rodeó con su mano ese pene, cuyo calor la quemaba. Movió su piel rugosa. Lo sintió grande y tocó el glande varias veces. En esa excitación mutua, de respiraciones agitadas, Laura sentía como ese pene crecía y la terminaba por enloquecer. Su excitación aumentaba como el miembro que masajeaba por entre la piel y el calzoncillo. Las lenguas se volvieron a encontrar en un beso profundo.

Fue en ese instante, que, como un relámpago, ella se apartó y corrió al baño. Busco el agua fresca de las canillas. Acomodó su vestimenta. Su pelo. Y espero por algunos minutos para recomponerse. Claudio hundió su cuerpo en un sillón, con su excitación en alto. 

Ella salió de la oficina y buscó el aire de la calle. Prefirió caminar hasta su departamento. Estaba contrariada por su comportamiento a pocos días de casarse. No había tenido muchas experiencias amorosas en su vida. Con dos novios se había animado a mantener relaciones, incluyendo al actual. 
¿Qué me pasó?, pensaba una y otra vez. No se justificó por el lado de las copas de vino. Creyó intuir que sus deseos habían nacido de lo más profundo. Estaba contrariada y excitada. El viento fresco ayudó a bajar la temperatura interior. 

En su casa, Laura se duchó y se quedó bajo el agua durante extensos minutos. Después, se tiró en su cama de una plaza y media, para tratar de dormir. No podía disimular el ardor que le había despertado Claudio. Pensó en masturbarse y aliviar su tensión. Qué necesidad de coger que tengo, reflexionó, sin poder encontrar paz interior.

Laura pasó la tarde con el pensamiento puesto en ese encuentro laboral. No sentía culpa. Llamó a su novio y respondió el contestador. Ocupó algunas horas repasando los detalles de su boda sin salir del departamento. Semi desnuda caminó con libertad por los ambientes. Cerca de las 20 se recostó en la cama solo con una tanguita que cubría su sexo depilado. Encendió el televisor para tratar de distraerse. Minutos después sonó el celular y ella lo atendió de manera automática. Estaba segura que era su pareja.

Del otro lado sonó la voz de Claudio. Ella quiso interrumpirlo, pero él no la dejó. 

—Encontré tú número en la carpeta laboral y no dudé en llamarte, creo que debemos hablar —dijo

Laura se mantuvo en silencio por algunos segundos. Después reaccionó.

— Por favor corta y no vuelvas a llamar. Olvida de todo lo que pasó hoy. Borra para siempre esos momentos —respondió ella.

— Es imposible eso. Desde el instante en que te fuiste llevó tu sabor de piel. Aún mantengo la excitación que me provocaste y cómo hiciste bullir mi sangre— dijo Claudio, mientras se acomodaba en un amplio sillón. Recién salía de la ducha del Apart Hotel y no podía disimular su pene semi erecto contenido por la tela de su bóxer.

Laura descubrió como sus pezones se endurecían de sólo escuchar esa voz. Su cuerpo estaba inquieto en la cama. Y por su interior el hervor la quemaba.

—Deseo tocar de nuevo tu piel, recorrer todo el cuerpo con mis manos y con mi boca, para que mi lengua baje y suba por vos— dijo Claudio.

Laura, al escuchar esas palabras, movió instintivamente su mano a las tetas firmes. Comenzó a masajearlas con suavidad y a tocarse la punta de los pezones. Esas frases la encendieron.

—Por favor dejame, me estás trastocando toda la vida—respondió ella con debilidad, pero no dejaba de tocarse sus senos, esos montes tan sensibles. Una de las cosas que más adoraba era que le chupen bien las tetas.

—¿Dónde estás? — preguntó él.

—Tirada en mi cama, como entregada —respondió.

—Me gustaría estar allí y descubrirte entera, lamer la piel de tus pechos, morder tus pezones, que mi lengua moje la aureolas, que mi boca atrape con fuerza tus tetas— dijo.

—Mis tetas son muy sensibles— dijo Laura, lanzada por su bullir y dejando de lado las simulaciones.

—Quisiera comerme tus tetas, chuparlas con fuerzas, sentir tus pezones bien adentro de mi boca— dijo él mientras su pene alzaba la rigidez en el bóxer.

—Quiero que me las chupes, que me comas las tetas, que me comas toda— agregó ella y llevó la mano hacia su sexo humedecido. Laura se liberaba de sus ataduras internas y comenzó a rozar los labios de su vagina, despacio.

— Deseo que mi boca baje desde tus pechos, hasta la mesera de tu pancita y que mis labios atrapen los jugos de tu sexo, muy mojado...quiero lamerte tu conchita, que mi boca sienta tus jugos— dijo Claudio, mientras su mano masajeaba su pene erecto.

—Tengo mi pene muy duro, tu sentir me provoca una erección enorme—agregó.

Laura se frotaba su clítoris y metía un dedo en su conchita cada vez más mojada. Los jadeos eran mutuos, tanto como la excitación que se provocaban.

—Quiero que me chupes bien mi conchita, sentir tu lengua en mi cavidad. Sentir mi sexo lleno de vos.... chupámela toda, por favor, comeme la conchita... penetrá más tu lengua —dijo ella entre gemidos.

Claudio aceleró sus caricias. La cabeza de su pija lucía mojada y el tronco muy duro. Su mano subía y bajaba la piel exterior... gotas aparecían en el glande hinchado. Laura arqueaba su cintura en la cama. Uno de sus dedos iba hasta el fondo de su sexo. Tenía convulsiones de placer. Era una ola de calor asfixiante la que el entregaba sus caricias íntimas. Una masturbación tan profunda, que parecía iba a estallar. Sudaba, caliente.

—Por favor no pares… seguí —dijo ella. Imaginaba ese mástil tieso y duro que con ganas tomaría entre sus labios.

—Quisiera tomar tu pija y chuparla entera...sentir como llena mi boca, como su cabeza toca mi paladar— agregó Laura apurando sus caricias y al borde del orgasmo.

— Quiero cogerte toda, ponerte en cuatro en tu cama y que sienta como mi pene roza tu vagina, como el glande besa los labios de tu conchita, para luego meterla despacio hasta el fondo— respondió Claudio entre jadeos y con su pene a punto de explotar.

— Así me gusta que me cojan, por atrás y sentir que me entra toda en mi conchita estrecha— agregó Laura.

Después ella lanzó un gemido de lo más profundo ahhhhh, mientras sus dedos sentían la laguna de su sexo.

—Acabo para vos —gritó él y su pene lanzó su leche contenida, como cuando un geiser abre la tierra. Las gotas cayeron en el cuerpo, mientras Laura se retorcía de placer y gemía.

Cuando ella se compuso y él logró hablar, sus voces denotaban aún la excitación. Dos horas después se encontrarían...

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