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Un chico lindo, demasiado lindo

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Un momento más tarde apareció Hilda, que avanzaba decididamente hacia la verja con un llavero en su mano derecha.

-Hola, bu… buenas tardes, señora, yo…

-Sé quién sos, nene. Seguime. –dijo con tono cortante mientras abría la puerta. El chico fue tras ella, intimidado por esa matrona corpulenta y de modales duros. Tras la puerta de entrada había un corto y estrecho pasillo, la puerta cancel y luego un pasillo más ancho con dos habitaciones a la derecha, el living comedor y el dormitorio del dueño de casa con el baño en suite, y una a la izquierda, que era el cuarto de Hilda con el baño contiguo. Al final de ese pasillo una puerta de metal daba al patio trasero acondicionado para las visitas que el viejo recibía cada tanto y que ahora serviría de celda para el chico. Allí lo llevó Hilda, abrió la puerta, se volvió hacia el jovencito, en cuya bella carita se advertía el miedo, lo tomó de un brazo y lo metió con violencia en la habitación, para después entrar ella.

-¿Qué… -amagó preguntar el chico, cuya mirada inquieta recorría la habitación.

-Cerrá la boquita.

-Pero… -la matrona dio un paso adelante y lo hizo callar de una bofetada tan fuerte que el chico cayó sobre el camastro con los ojos llenos de lágrimas y los dedos de la mujer marcados en su mejilla izquierda.

-Por favor… -rogó el pobrecito.

-Yo no hago favores, nene. Para que veas lo buena que soy te voy a contar todo. A partir de ahora y hasta que don Ernesto decida liberarte vos vas a vivir acá.

-¡¿Quéeeeeeee?! –se alarmó el jovencito incorporándose, pero la matrona volvió a derribarlo con otra cachetada, esta vez con el dorso de su mano en la mejilla derecha.

-Ahora te desnudás, me das la ropita y esperás tranquilito y sin escándalo a don Ernesto.

-No, por favor, no… ¡Nooooooooooooo!... –gritó el chico sumido en la desesperación. Ese viejo degenerado no sólo iba a seguir violándolo, sino que además lo arrancaba de su familia, de lo que había sido su vida.

-Como te oiga gritar vengo y vas a saber lo dura que puedo ser si no se me obedece. –amenazó la matrona para después abandonar la habitación y cerrar la puerta con llave.

El vejete llegó antes de lo acostumbrado. Solía regresar a las 20,30 luego de cerrar el negocio a las 20, pero ese día estaba demasiado ansioso, bajó la persiana a las 19 y se fue a su casa en taxi, impaciente y alentado por el llamado telefónico de Hilda anunciándole que todo había salido bien y el pajarito estaba en la jaula.

Le había dado instrucciones a la mucama: -Llego a las siete y media, Hilda, tenémelo bañadito y perfumado. ¿Se porta bien?

-Al principio debí darle un par de bofetadas, pero ahora está como resignado. Tal vez entendió que por más escándalo que arme de acá no se va en mucho tiempo.

-Así es, hasta luego, Hilda. –y el viejo se frotó las manos, excitadísimo tras cortar la comunicación.

Efectivamente, Hilda se llevó al chico al baño a que tomara una buena ducha y tenerlo listo para esperar a don Ernesto. El pobrecito debió higienizarse a fondo, enjabonando cada centímetro de su cuerpo para después lavarse la cabeza. Por último, la mujerona le ordenó:

-Enjabónate el dedo medio y metételo en la colita, bien adentro. Quiero comprobar que tengas el culito limpio. -y lo tenía.

Al terminar la ducha y luego de que el chico se hubo secado, Hilda hizo que se aplicara desodorante en las axilas y que se lavara los dientes. Por último, le perfumó las sienes, ambos lados del cuello, las muñecas y los lóbulos de las orejas.

Luego del baño el chico lucía más lindo que nunca, ya seco su pelo castaño y enrulado y con tristeza en sus ojos y en su carita.

-Vení, seguime que vas a esperar a don Ernesto en su dormitorio. Te acostás en la cama y te quedás ahí quietito, ¿me oíste?

El chico asintió con la cabeza y la matrona insistó, elevando el tono:

-¡¿ME OÍSTE?!

-Sí… -contestó en un susurro, atemorizado.

-¡¿A QUIÈN LE ESTÁS HABLANDO?! –vociferó Hilda, vuelta hacia él.

-Pe… perdón, señora Hilda… -balbuceó el chico.

-Mmmhhhhhh, hay que enseñarte modales, nene, y me voy a ocupar de eso. –dijo la mujer, lo aferró por el pelo, lo lanzó hacia delante y enseguida lo metió en el dormitorio del vejete.

-A la cama, ¡vamos!... Y bien quietito.

Y allí quedó el pobre, temblando ante la inminencia de nuevas violaciones cuando luego de la muerte de la “señorita” Rosa y de don Benito había albergado la ingenua ilusión de que su calvario había terminado.

Durante el tiempo que esperó inmóvil en la cama del sátiro pensó en su situación y en lo que estarían pensando y sintiendo sus padres ante su desaparición. La idea lo hizo sollozar y sollozaba cuando don Ernesto entró en el dormitorio en mangas de camisa y con la pija semidura, abultando el pantalón.

-Se sentó en el borde de la cama y mientras el chico, por temor, procuraba controlar sus sollozos, el viejo le dijo mientras le deslizaba su mano derecha lentamente por un muslo:

-Guardate esas lagrimitas para cuando te la meta hasta los huevos, cachorro… -y lanzó una risita cruel.

El chico trataba de no moverse mientras esa mano ascendía por su muslo derecho y por fin dijo:

-Don Ernesto, me… me comentó la señora Hilda que… usted me… me va a tener viviendo acá… ¿Es cierto eso?...

-Sí, es cierto, te voy a tener acá unos meses, hasta que me canse de darte leche por el culo y por la boca, y te voy a hacer sacar muchas fotos por Hilda, para que tus papis hagan un lindo álbum con las travesuras de su hijo…

-¡Noooooooo!... –gritó el chico sentándose en la cama, presa de la desesperación.

Don Ernesto lanzó una carcajada:

-Ah, tenés miedo, ¿eh, putito? –se burló el viejo.

-No se las mande, don Ernesto… Por favor… No… no se las mande… -suplicó el chico angustiado.

-Cuando te deje ir dentro de unos meses te voy a decir cómo le vas a explicar a tus papis tu desaparición. Si hacés los deberes yo no les mando las fotos.

-Sí… -admitió el jovencito ilusionándose con su liberación, aunque fuera dentro de varios meses y tuviera que padecer, mientras tanto, abusos sexuales y humillaciones.

Don Ernesto ordenó entonces:

-Desvestime, vamos, sacame los zapatos, las medias y después toda la ropa.

El chico supo que debía obedecer, que no tenía opción, y se abocó a la tarea ordenada. Se angustió al ver la pija dura del sátiro y mucho más cuando éste, echado de espaldas en la cama y con las piernas abiertas le dijo:

-Vamos, nene, a chupar.

Entonces se arrodilló entre los muslos del viejo, cerró los ojos, tomó con su mano derecha ese pene, se lo metió en la boca y empezó a chupar.

-Cada tanto sacátela de la boca y lamé… lamé desde la base de los huevos hasta la cabeza. ¡Vamos! –y el chico obedeció casi asfixiado por esa verga que el viejo le mantenía metida hasta la garganta. Fue un alivio cumplir la orden, quitarse ese ariete de carne de la boca y, a pesar del asco, comenzar a lamer por debajo de los huevos e ir ascendiendo por el escroto y luego por el tronco del pene en dirección al glande.

-Despacio, putito… despacio… Quiero sentir a fondo esa lengüita… -dijo el vejete con la voz enronquecida por la excitación hasta que de pronto ordenó:

-Ya está bien con eso, putito... Ahora ponete en cuatro patas con el culo hacia mí…

El pobrecito obedeció herido en lo más profundo por ser llamado putito, temblando ante lo que sabía iba a sucederle. Cada vez que era violado sentía un dolor muy intenso que no disminuía pese a las muchas penetraciones que había padecido. El viejo se incorporó a medias en la cama, extrajo del cajón de la mesita de noche un pote de vaselina y se untó la pija, para después poner un poco en el orificio anal del chico.

Estaba arrodillado entre las piernas de su víctima, que no dejaba de temblar y el sátiro, al advertirlo, le dijo con tono burlón mientras le sobaba las nalgas con ambas manos:

-¿Qué pasa, putito? ¿Con lo mucho que te hemos hecho tragar pija todavía no te acostumbraste? A esta altura hasta te debería gustar…¿Acaso no sos un putito? –lo humilló don Ernesto y remató sus comentarios con una carcajada mientras se tomaba el pene con su mano derecha y la dirigía hacia el diminuto objetivo. Segundos después, mientras el chico gemía y suplicaba, la pija comenzó a entrar. Primero el glande y luego el resto, centímetros a centímetro, más y más y se hundió hasta que los huevos comenzaron a tamborilear sobre las nalguitas a cada embate que el viejo provocaba moviendo agresivamente las caderas de atrás hacia delante y de adelante hacia atrás. Era tal el dolor que al chico le costaba mantenerse apoyado sobre sus manos y rodillas, y el sátiro debió sujetarlo firmemente por la cintura con ambas manos hasta que, en medio de sonidos guturales le soltó tres chorros de semen en el fondo del culo para caer después de costado sobre la cama con la pija despidiendo aún los últimos restos de la eyaculación.

Después de un sueño breve, se incorporó, fue hasta la puerta y entreabriéndola llamó a Hilda.

-Diga, don Ernesto.

-Llevátelo y encerralo, Hilda. Decile que más tarde le llevás la cena. Mañana vamos a organizar cómo va a seguir esto.

Como usted diga, don Ernesto. –dijo la matrona y se dirigió hacia el chico, que permanecía echado boca abajo en la cama mientras el sátiro ocultaba su desnudez detrás de la puerta.

……………

A la mañana siguiente don Ernesto y la mucama desayunaban y fue entonces que el vejete dijo:

-Hilda, decidí usar al cachorro a fondo. No sólo cogiéndomelo sino además usándolo como sirvienta.

-¡¿Cómo sirvienta? –se asombró la mujerona.

-Sí… Mientras lo tengamos acá vas a pasar una vida de reina, Hilda. Todo lo va a hacer el putito. Incluso las compras. Vos solamente cociná, que lo hacés muy bien, pero de todo el resto se va a ocupar él y si flojea o comete algún error lo arreglás con un cinto o a bofetadas, y otra cosa. Quiero que de vez en cuando presencies cuando me lo cojo y le tomes fotos.

-Será un placer ver eso… -dijo Hilda después de carraspear.

-Esas fotos me van a servir para mantenerlo con el hocico cerrado cuando lo largue.

-Genial, don Ernesto.

-Pero no terminé.

-Diga, don Ernesto…

-Pero decime la verdad, eh…

-Claro…

-¿Qué sentís por el chico?

-Le soy franca, don Ernesto… Me calienta… -se sinceró la mujer.

-Pero, te calienta ¿cómo? –ahondó el viejo.

-Me calienta ese culito que tiene… ¡Me calienta para violarlo con estos dedos!

–se exaltó la mucama y agitó en el aire los dedos ìndice y medio de su mano derecha.

-¡Bien, Hilda, bien! –exclamó el viejo entusiasmadísimo ante el desenlace de la conversación, coincidente por completo con sus deseos más oscuros. Se limpió los labios con la servilleta, se incorporó y mientras se ponía la chaqueta que tomó del respaldo de una de las sillas dijo:

-Ahora andá y fijate si está despierto, si no, lo despertás y me lo ponés a trabajar. Hasta luego, Hilda. Nos vemos a la noche.

-Nos vemos, don Ernesto… -saludó la mucama y se dirigió al fondo mientras el corazón le latía con fuerza ante el curso que tomaban los acontecimientos.

(continuará)

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