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La historia de Claudia

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Una noche, al volver de la facultad después de haber reprobado un examen, su madre le dijo abatida: -Ya no sé qué hacer con vos.

Entonces la mucama, que había presenciado la escena, le dijo en voz baja cuando Claudia pasó junto a ella al retirarse del comedor hacia su cuarto:

-Si fueras mi hija yo sí sabría que hacer.

Claudia quedó como clavada al piso durante un segundo, pero no la miró ni dijo nada y siguió su camino con esas palabras sonando en su mente una y otra vez.

Esa noche casi no pudo dormir, presa de los nervios y la ansiedad que la consumían. Al día siguiente, cuando bajó al comedor a desayunar mientras su madre aún dormía, sintió los ojos de Blanca, la mucama, clavados en ella, hasta que por fin se decidió y le dijo con la mirada fija en la mesa:

-Blanca, ayer me... me dijiste que si... que si yo fuera tu hija sabrías... sabrías qué hacer conmigo...

-Sí, sé muy bien cómo hay que tratar a las chicas como vos. -contestó la mucama con tono firme y casi pegada a ella.

-Soy un desastre ¿cierto? Me porto muy mal, no estudio...

-Sí, sin duda hay que corregirte. -aseguró la servidora de treinta y dos años.

-¡Ay, Blanca! –se exaltó Claudia. -¿Y vos lo harías?

-Claro que sí, y te aseguro que conmigo vas a tener que andar derechita.

-¿Y si me porto mal vos que me harías? -preguntó Claudia para asegurarse de que la mucama supiera de qué se estaba hablando, y resultó que lo sabía.

-Lo mismo que te hace tu madre. -fue su respuesta.

A partir de ese momento el pacto entre ambas quedó sellado y Blanca, una señora muy severa, de 34 años y considerable práctica como spanker, ocupó el lugar que la madre de Claudia había abandonado por cansancio ante la certeza de que jamás podría corregir totalmente a su hija.

El primer encuentro en el cuarto de Claudia fue memorable para Blanca, porque hacía años que no que se daba el gusto y ese culo redondo, firme, carnoso y a su entera disposición, le compensó sobradamente tan dolorosa abstinencia.

Por otra parte, el tener sobre sus rodillas y con las nalgas al aire a la patroncita, a esa joven por momento distante y orgullosa, aumentaba su goce al proporcionarle el placer del desquite .

Iba a darle con una sandalia de suela y exhaló un fuerte suspiro cuando Claudia gimió al recibir el primer golpe.

A medida que la paliza se iba desarrollando, la joven corcoveaba en medio de súplicas y grititos de dolor mientras sus nalgas cobraban un tono cada vez más rojizo.

-¡Aaayyyyyyyyyyy, Blanca no, no, por favor basta! -suplicó Claudia cuando había recibido 20 sandaliazos, pero Blanca no se detuvo. Seguía alzando su brazo una y otra vez y la sandalia restallaba sobre esas hermosas nalgas que pronto estuvieron ya bien rojas mientras la joven lloraba y la señora de la casa dormía plácidamente y ajena por completo a lo que había empezado a ocurrir entre su hija y la mucama.

-¿Vas a volver a rendir mal un examen?

-Ay, no, Blanca, no, te lo prometo... -aseguró la joven entre sollozos. -No me pegues más, por favor...

La mucama le dio un azote más.

-¡¡¡AAAAAYYYYYYYY!!!

-A partir de ahora –le dijo –cuando estemos solas vas a tratarme de usted. ¿Entendido?

-Sí...

-A ver.

-No me pegue más, Blanca, se lo suplico.

-Señora Blanca. –corrigió la mucama.

-No me pegue más, Señora Blanca... por favor... rogó Claudia lloriqueando.

-Muy bien. –sonrió satisfecha la mucama y tomando a Claudia de los cabellos la incorporó y sus labios se curvaron en una sonrisa observando cómo la joven se frotaba a dos manos las castigadas nalgas procurando aliviar el doloroso ardor que la atormentaba y excitaba a la vez.

Minutos después se despedían y ya en la intimidad de sus lechos ambas se aplicaban a una frenética masturbación recordando afiebradas el momento vivido.

 

(continuará)

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