Nuevos relatos publicados: 11

La historia de Claudia (2)

  • 14
  • 14.715
  • 9,50 (38 Val.)
  • 0

Claudia siguió entregándose durante un tiempo a sus prácticas de spankee con la mucama a espaldas de su madre, hasta que sorpresivamente y sin explicación alguna, la señora despidió a Blanca.

-Estoy segura de que mamá algo sospechó y por eso hizo que se fuera. –se decía Claudia a menudo lamentando que la mutua imprevisión la privara de toda posibilidad de encontrar a Blanca.

A partir de ese momento vivió varios años muy duros, sin nadie que le calentara el culo cuando se portaba mal. La imagen de Blanca estaba todo el tiempo en su mente.

En los últimos tiempos, la mucama había dado rienda suelta a su naturaleza profunda y no sólo la azotaba, sino que además la tenía dominada.

Cada vez que entraba al cuarto de la joven ésta debía saludarla de rodillas besándole la mano, gesto que causaba en la mucama una intensa satisfacción.

En la intimidad, Claudia estaba obligada a llamarla Señora Blanca, no podía mirarla a los ojos y tampoco hablar sin pedirle permiso.

Todas estas imposiciones le habían revelado a la joven su condición de sumisa y cuando tras el despido de la mucama ya no tuvo a quien obedecer, porque su madre había abandonado definitivamente la pretensión de dominarla y corregirla, se encontró en medio de la desolación más absoluta. Pero el azar vino una tarde en su auxilio. Ocurrió que Claudia se encontró en la calle con una amiga que conocía a Blanca y a la que le contó que su madre la había despedido sin razones aparentes.

-En verdad me gustaría pedirle disculpas por lo que hizo mamá tan injustamente ¿sabés?, pero no tengo cómo ubicarla.

-No te preocupes, Clau. –fue la respuesta. -yo tengo su teléfono.

Claudia anotó el número, se despidió con el corazón alborotado y al llegar a su casa llamó a la ex mucama. Al escuchar su voz sintió que las mejillas le ardían y respirando agitadamente le dijo:

-Hola, Blanca, te habla Claudia, yo quería pedirte disculpas por...

-Señora Blanca. –corrigió la ex mucama. –Olvidaste como debés tratarme ¿eh, mocosa insolente? Se nota que hace tiempo que no te caliento el culo.

-Sí, sí, perdón, Señora, es que... bueno, como le decía, yo quiero pedirle disculpas por lo que le hizo mamá sin ningún motivo.

-¿Y cómo pensás que puede remediarse eso?

-Bueno, yo... yo estoy dispuesta a.… a hacer lo que usted quiera...

Al escucharla, Blanca respiró hondo y agradeció a la suerte que ponía otra vez a su disposición un bocado tan delicioso. Se le hizo agua la boca y volvió a verla corcoveando y gimiendo sobre sus rodillas, suplicando en vano, frotándose llorosa las nalgas enrojecidas después de la paliza.

-Pasaron tres años. –le dijo. -¿Qué haces ahora, seguís estudiando?

-No, abandoné, ahora trabajo. –le explicó Claudia. –Soy productora comercial en una radio. ¿Y usted?

-Yo estoy muy bien, mi esposo tuvo un ascenso en su trabajo y gana un muy buen sueldo, así que ya no tengo que fregar trapos ajenos ni aguantar que me humillen como lo hacía tu madre por unas monedas miserables. –y al recordar esos 10 años en casa de Claudia, deslomándose de la mañana a la noche, soportando el despotismo de la patrona y los frecuentes desplantes de la hija que ahora se le entregaba tan mansita, tuvo de pronto una idea que le permitiría saborear hasta la última gota el exquisito licor de la venganza.

-Me alegro mucho, señora Blanca. –le dijo Claudia sacándola de la ensoñación en la que había entrado imaginando el futuro inmediato que el destino le deparaba.

"No sabés la que te espera" –pensó mientras le preguntaba a su ex patroncita:

-¿Y qué horario tenés en tu trabajo?

-Visito clientes hasta las cinco de la tarde, después paso por la radio y a las seis estoy libre. –explicó Claudia.

-Bueno, a esa hora venite para acá. Mi esposo mañana desde la oficina se va a lo de su madre y cena con ella, así que vamos a tener mucho tiempo para estar solas.

-Sí, señora, así lo haré. –contestó la joven sintiendo que había empezado a mojarse.

Blanca colgó y de inmediato fue al dormitorio, abrió una de las puertas del placard y extrajo el rebenque de campo que había heredado de su padre.

-Llegó el momento de mi desquite. –se dijo. -Ahora sí que vas a saber lo que es bueno, mocosa. –y sus labios se curvaron en una sonrisa perversa.

Claudia, mientras tanto, encendió un cigarrillo con gesto nervioso y volvió a sentirse invadida por ese deseo que nunca se había atrevido a confesarle a Blanca: que fuera su madre por un momento y después de alguna paliza le diera de mamar.

Al día siguiente, a las seis y cuarto de la tarde sonó el timbre y Blanca se dirigió presurosa a la puerta, abrió y ahí estaba su presa, tan apetecible como siempre, el cabello oscuro y largo, los pechos abultando tentadores bajo la remera blanca y la campera, y esas piernas tan bien torneadas que la minifalda de jean descubría muy generosamente.

Blanca la observó de arriba abajo con una mirada lenta y escrutadora que hizo enrojecer a Claudia, después se apartó y le dijo imperativa:

-Vamos, entrá.

Claudia quiso darle un beso, pero la otra apartó la cara, cerró la puerta y le dijo:

-Nada de besitos. Sabés muy bien cómo tenés que saludarme.

La joven vaciló un tanto desconcertada; esperaba un recibimiento más formal y que los acontecimientos se fueran sucediendo poco a poco, pero enseguida apoyó su bolso en el piso, se arrodilló y besó cerrando los ojos y respirando agitada esa mano que la dueña de casa le tendía.

Blanca no era lesbiana, pero Claudia, desde que comenzara a azotarla, le provocaba un deseo sexual indisimulable. Muchas veces había alcanzado el orgasmo mientras la nalgueaba sobre sus rodillas y ahora el roce de esos labios en su mano la había estremecido de pies a cabeza.

Fueron al comedor, Claudia adelante y Blanca con sus ojos clavados en esas nalgas redondas, carnosas, firmes y empinadas bajo la corta pollerita.

Claudia ocupó una silla y entonces Blanca la increpó:

-¡¿Quién te autorizó a sentarte, mocosa insolente?! ¡Parate, vamos!

La joven se puso de pie, coloradísima y asustada.

Blanca se sentó en el sofá y con tono firme le ordenó que juntara las piernas, que bajara la cabeza y colocara las manos en la espalda.

-Te voy a enseñar cómo comportarte ante mí y más te vale que lo aprendas. –le dijo.

-Sí, señora... perdón... –contestó Claudia comprendiendo definitivamente que nada sería como ella lo había imaginado y que esa mujer le estaba imponiendo de entrada las reglas de un juego que advertía peligroso y excitante a la vez.

-Bueno, vamos a ver. –le dijo Blanca. ¿Así que me buscaste para pedirme disculpas por lo que me hizo tu mamita, eh?

-Sí, señora, es que...

-¡Mentira! Me buscaste porque ya no aguantás andar con las nalgas frías, porque extrañás esas palizas que yo te daba, porque necesitás de alguien que te mande y te tenga a rienda corta, como te tenía tu mamita antes de ablandarse y como empecé a tenerte yo hasta que ella me echó a la calle como a un perro... ¿Me equivoco, mocosa?

Claudia sentía arder sus mejillas mientras los latidos de su corazón se aceleraban más y más. Respiraba agitadamente y no podía hablar.

-¡Te hice una pregunta! ¡Contestá! –le gritó Blanca.

Claudia tragó saliva y respondió articulando dificultosamente cada palabra:

-No.… no se equivoca... No se equivoca, Señora...

Blanca lanzó una carcajada y comenzó a estrechar el cerco en torno de su presa.

-Muy bien. –dijo echándose hacia atrás en el sofá y envolviendo a la joven en una mirada ardiente. –Te voy a explicar cómo serán las cosas. Fui mucama en tu casa durante diez años ¿no es cierto?

-Sí, señora.

-Trabajé de la mañana a la noche y aguanté humillaciones de tu mamita y muchos desplantes tuyos por un sueldo miserable.

-Bueno, es que...

.¡Callate! ¡No te autoricé a que hablaras!

Claudia enmudeció y siguió escuchando a Blanca estremecida por un temblor que no podía controlar.

-Pero ahora todo cambió, mocosa. Ahora estás en mis manos. Ahora soy yo quien manda. Soy yo la patrona y vos vas a ser mi mucama, la sierva de esta casa. Te quiero acá cada vez que yo te llame para que hagas limpieza, laves y planches ropa, cocines y me sirvas la cena.

Claudia no podía creer lo que estaba escuchando. Por un momento sintió el impulso de irse, de escapar de esa trampa en la que ella misma se había metido, pero una fuerza irresistible la mantenía paralizada ante esa mujer que se le estaba revelando en toda su naturaleza de dominante y a la que se sentía irremediablemente sujeta.

-Así serán las cosas. ¿Entendido, Claudita? –le preguntó Blanca en tono burlón.

-Sí... Sí, señora... –contestó con un hilo de voz y resignada a su suerte.

-Muy bien. Y ahora sacate las zapatillas. –le ordenó la dueña de casa.

Claudia obedeció y entonces Blanca le dijo:

-Ahora quitate la pollera y la bombacha (bragas)

-¿Qué me va a hacer? –se atrevió a preguntar.

-Te voy a dar por todo lo que no te di estos años.

-Ay, no, señora, por favor, no...

Blanca rio a carcajadas y le dijo:

-¡¿No?! ¡Vamos, mocosa, si es eso lo que están esperando esas hermosas nalgas hambrientas de azotes! ¡Vamos! ¡sacate la pollera y la bombacha de una buena vez!

Claudia se quitó ambas prendas con manos temblorosas y entonces Blanca le ordenó que se inclinara sobre la mesa. Lo hizo sin poder contener los sollozos y ya en posición vio por el rabillo del ojo a Blanca dirigirse al dormitorio y volver enseguida empuñando el rebenque y mirándole el trasero mientras se le acercaba por detrás sonriendo sádicamente.

La joven no había visto nunca ese temible instrumento de castigo en manos de Blanca y se asustó ante lo que le esperaba. La mujer se dio cuenta y emitió una risita burlona.

-No probaste nunca este lindo juguete, Claudia, pero cuando empieces a sentirlo en el culo vas a entender que te conviene ser una sirvienta aplicada y muy obediente, jejeje. –después obligó a la joven a abrir la boca y a sostener entre los dientes el mango del rebenque mientras le palpaba cada vez más excitada esas hermosas nalgas que había añorado durante tanto tiempo. Tras gozar unos instantes acariciando ese firme trasero que tenía a su entera disposición y muy complacida por el curso que estaban tomando los acontecimientos le quitó a la joven el rebenque de la boca, volvió a colocarse a sus espaldas y le dio el primer azote que le arrancó a su víctima un prolongado grito de dolor.

-Duele, ¿no es cierto, mocosa? –se burló Blanca observando excitada el surco coloreado que la lonja había dejado en una de las nalgas de Claudia, y siguió castigándola.

Muy pronto la joven fue incapaz de seguir resistiendo el dolor, aumentado por la sensibilidad de sus nalgas después de tanto tiempo sin azotes, y trató de esquivar los golpes moviéndose hacia uno y otro lado mientras pataleaba desesperadamente, lanzaba verdaderos aullidos a cada rebencazo y se aferraba con fuerza a los bordes de la mesa

Su culo se veía ya cubierto de marcas que a medida que la paliza continuaba se iban uniendo unas a otras extendiendo una mancha rojiza por todo el culo, desde poco más abajo de la cintura hasta el nacimiento de los muslos.

-¿Vas a ser una buena sirvienta, Claudita? –se burló Blanca suspendiendo por un momento la zurra. La joven, ahogada por el llanto, se veía impedida de contestar y cuando pudo articular una frase, ésta fue una súplica que desde luego no conmovió en absoluto a la dueña de casa que, por el contrario, se inclinó sobre el rostro de Claudia y le dijo:

-Soy una patrona muy dura, mocosa, como lo fue tu madre conmigo, y supongo que te estás dando cuenta ¿cierto?

-Por favor, señora Blanca... –suplicó la joven con voz ahogada por el llanto. -no.… no puedo más... no siga pegándome... se lo... se lo suplico...

-La paliza terminó, pero no creas que lo hago por piedad sino porque si sigo vas a quedar en un estado tal que voy a tener que tirarte en la cama en lugar de ponerte a trabajar. –le dijo Blanca revelando la crueldad de la que era capaz. La incorporó tomándola del pelo sin miramientos y sonrió satisfecha al ver la cara de Claudia arrasada en lágrimas. Después le dio un empujón y le ordenó que fuera al baño a refrescarse un poco el culo en el bidet.

-Y volvé inmediatamente que tenés mucho que hacer. ¿Entendido?

-Sí, señora... sí... –contestó la joven entre sollozos y empezó a caminar hacia el baño refregándose las nalgas que le ardían como si estuvieran siendo abrasadas por el fuego.

Al quedarse sola, Blanca se sentó en el sofá, se echó hacia atrás con una amplia sonrisa de satisfacción y pensó en esa impensada generosidad del destino que le había devuelto a Claudia e incluso tan plenamente como no la había poseído nunca antes.

-Esto recién empieza. –se dijo frotándose las manos y mirando en dirección al baño, agregó: -Ya vas a ir sabiendo quién soy, mocosa, jejeje...

Mientras tanto, Claudia se levantaba del bidet ya más aliviada por ese refrescante contacto de sus nalgas con el agua fría. Se lavó la cara y después de secarse se miró al espejo:

-Dios mío... –se dijo. ¿por qué no puedo escaparme de aquí? ¿por qué no vuelvo al comedor, me visto y salgo disparando para no volver nunca más y olvidarme para siempre de ella? ¿por qué, aunque me resulte increíble me siento excitada si debería estar indignada por la humillación a la que me somete convirtiéndome en su sirvienta?... Nunca ni mamá ni ella me habían dado tan fuerte y sin embargo a pesar de que me dolió horrores esa paliza siento que no puedo escaparme... que me tiene dominada y en su poder.

Salió del baño con los ojos llenos de lágrimas otra vez y con la cabeza gacha fue hacia Blanca y le dijo:

-Aquí estoy a su disposición, señora... –y pensó: "mi camino ya no tiene retorno"...

-Y más te vale que no te retobes y hagas muy bien tu trabajo de sirvienta. –le advirtió Blanca ya de pie e imponiéndose con autoridad desde su estatura diez centímetros superior a la de Claudia, y su proporcionada corpulencia.

-¿Puedo volver a ponerme la bombacha y la pollera, señora? –se atrevió a preguntar la joven.

-Todo lo contrario. –fue la respuesta. –Te vas a desnudar del todo, así no te preocupas por cuidar la ropa y pones toda la atención en las tareas que tenés que hacer.

Claudia contuvo una protesta, por miedo a ser nuevamente azotada, y se quitó entonces la campera y la remera, exhibiendo totalmente ante Blanca la belleza de su cuerpo desnudo. Cuando Blanca la azotaba siendo su mucama nunca se había mostrado desnuda ante ella y estarlo ahora le producía una mezcla de sensaciones, vergüenza y excitación al mismo tiempo, y al darse cuenta se puso colorada.

-Andá a dejar esa ropa en el dormitorio y volvé enseguida. –le ordenó la dueña de casa y cuando Claudia estuvo de regreso en el comedor le enumeró las tareas que debía hacer: planchado de varias camisas, lavado de vajilla que Blanca había dejado a propósito y, por último, cocinar y servirle la cena.

"Dios, parezco una verdadera sirvienta", pensó la joven y se aplicó de inmediato al trabajo bajo la mirada vigilante de Blanca, que empuñaba su temible rebenque.

Planchó camisas del esposo, lavó la vajilla y, por último, se encargó de preparar las hamburguesas con arroz que serían la cena de la señora. Tendió la mesa y sirvió todo con diligencia mientras Blanca la observaba sentada a la mesa, sobre la cual había dejado su rebenque.

Antes de empezar a comer le dijo a Claudia:

-Te quedás parada al lado mío y atenta a mis órdenes. ¿Oíste?

-Sí, señora. –contestó la joven.

Durante la cena debió reponer varias veces la gaseosa en la copa y trozar más pancitos, cuando Blanca se lo indicaba.

Finalmente le alcanzó una manzana de la heladera y permaneció de pie, inmóvil y en silencio hasta que Blanca se incorporó y le ordenó que levantara la mesa, lavara la vajilla, se vistiera y se retirara, porque su marido no tardaría mucho en llegar.

Claudia lo hizo todo presurosamente y cuando estaba por marcharse la dueña de casa le preguntó:

-¿Tenés celular?

La joven contestó afirmativamente y entonces Blanca le exigió el número.

-Así te voy a tener bien controlada de la mañana a la noche.

Después la llevó a la puerta y Claudia la saludó como debía, de rodillas y besándole la mano, totalmente sometida a la dominación de esa mujer de la que ya no podría escapar.

(continuará)

(9,50)