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Manuelita. Una madura inolvidable

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Los recuerdos gratos no enmohecen, con el tiempo se añejan y como los buenos vinos se van mejorando, destacan lo bueno y disimulan lo menos bueno, tal es el caso de este recuerdo que voy a sacar a la luz para degustar el buen sabor de los tiempos felices.

Estrenaba mi mayoría de edad, esos maravillosos 18 años, con todos los sueños y todos los proyectos, década del ´80, las ganas de sexo al tope de la escala de mis deseos, caminando por la vida con toda la testosterona buscando canalizar las urgencias juveniles. 

Mi familia tenía un taller de marroquinería, mucho trabajo y poco personal, por ser tiempo de vacaciones, por lo cual me piden dar una mano en tareas de oficina.  Comenzar a caminar el taller era la obligación generacional, continuidad de la tradición familiar.

Desde la oficina se podía tener una panorámica de la sala de trabajo, bastantes mujeres, algunas de buen ver, entre ellas destacaba una que me llenaba el ojo, que más de una vez pensándola me hizo andar a los manotazos por la noche, recaliente con ella.

Esas vacaciones pintaban para que pasara mucho tiempo en el taller, aprendía con los trabajadores más antiguos cómo se manejaba el taller y en el descanso aprendía el arte “del levante” femenino. Ellos me hacían lugar como uno de ellos, unos años antes habían llevado a debutar, conocerle “la cara a dios” con una puta del barrio.

Una tarde cuando se retiraba el personal, pasó Raquelita, comentaron entre ellos ¡ahí va Manuelita!, haciendo referencia a la tortuga Manuelita, un clásico de las canciones infantiles, esta mujer precisamente era la que me llenaba los ojos deseando ese fabuloso trasero, sobre todo en el meneo cadencioso de esas carnes tan deseables.

Por curiosidad le pregunté al capataz el porqué del apelativo, me comentó que entre ellos le decían Manuelita porque tenía “buena mano”, una diosa para la paja, y lo de “tortuga” por ser la bombacha veloz del taller.  

—A esta mina (mujer) le gustan todas, cuanto más grande mejor.

—¿Te gusta?  - sin mofarse.

—Y.…, si... me gusta.  – con algo de timidez.

—¿Te tiene muy caliente?

—Mucho, mucho.  – con franqueza.

—Espera tranquilo, no digas nada, yo te la consigo.  – una mano paternal sobre mi hombro,

A los dos días, se me acerca y dice:   - Cuando hayamos cerrado, ven, tengo lo prometido.

Bañadito y perfumado, con mariposas en el estómago propias de la inexperiencia, llamé, el capataz me hizo pasar.

—La Raquelita se está cambiando, ahora viene y te la presento.  ¡Haznos quedar bien!

Esperaba con la ansiedad a flor de piel, me conocía, pero no en estas circunstancias, donde sabíamos para qué estaba.

— ¿Lo conoces a Mario?

—Claro… es el “patroncito” - casi con ternura, se me acercó, besó en la mejilla y dijo:

—Hola, ¡qué buena pinta che!, parece que estás de levante –sonrisa cómplice.

—Y, si estuviera...   – simulando aplomo.

—¿Estás?...  -sonreía complaciente.

—Bueno se me hace tarde, los dejo…    – dijo el capataz, antes de salir agregó:  - Si van a hacer

algo dejen todo en orden, ¿OK?, me hizo un guiño.

—¡Vení!, vamos al fondo, en la oficina del patrón estaremos más cómodos, nunca viene nadie.

En la oficina me sentí un poco de miedo escénico, mi primer protagónico, me entendió, de la

mano me llevó al amplio sillón de cuero marrón.   En él, rozando las piernas, nos fuimos “conociendo”, toda delicadeza, todo calculado para que entre en confianza, con sutileza y habilidad sabe de qué modo enseñar sin que se note, cómo y por dónde comenzar a recorrerla.

La primera lección, besos.    Besaba con sensual maestría, me dejó sin saliva, su lengua me llega al alma; lentamente me desnudó, la verga al re palo saltó como resorte, en plenitud, con auténtica sorpresa dijo:

—¡Qué aparato!, habrás hecho gritar a más de una pendeja…

—No.… bueno solo lo hice dos veces con una mujer de... vos sabes... esos lugares...

—No te achiques, con este socotroco tan gordo, podés hacerte a la mejor mina.

Conocí “la Manuelita”, me hizo una paja de antología, sabe llevarme al cielo, pero controlar de no gastar la pólvora tan pronto, alternó la mano con su boca pródiga en atenciones, me lleva al súmmum de la excitación, entiende mis tiempos, con la cabeza me da señal de luz verde para el final feliz.

—Me voy, me voy, ¡ah, ah!...   – urgente eyaculación, con la potencia del deseo acumulado.

Me sacó todo, quedé emocionado y temblando por la intensa eyaculada.    Me disculpé por ser tan rápido.

—Está todo bien, el próximo vas a durar más, ya vas a ver.

Se desnudó, despacio, para hacerme gozar con cada pétalo que caía, los pechos libres eran palomas buscando asilo, sin el bikini, el vello negro cubría la tentación, brillando, el interior brillante, húmeda, abierta toda para mí, me invita a probarla con la boca.

Me pegué a su vientre besando la piel perfumada de mujer, la cabeza contra ella, bajándome hasta el pubis, guía con sutileza y maestría, sabiendo que debía aprender.   Recostada, mi boca besando la roja y abierta herida del amor, comiendo esa breva sabrosa, perfumada de sexo, llenándome la boca con su esencia femenina.   Disfruta, goza ser la iniciadora de un pendejo que se está comiendo su primera concha.

El novel amante le arrancó un orgasmo fantástico, diría más tarde.   Acabó en mi boca, chupado a esa boca peludita, aprendí a disfruta el orgasmo de la mujer como propio, siguió la tarea docente, encima de ella, un cojín bajo su cadera, exponiendo su sexo pleno de jugos, abriendo los labios me llevó con su mando al interior, enseñaba todo sin hacerse notar, sin órdenes, insinuado, pronto estuve a tope, me fue llevando al cadencioso metisaca, marcando el ritmo con sus caderas, la batuta removía su interior haciéndole doler, un poco por torpe, otro poco por el tamaño que halagaba en cada quejido.

Chapoteando en el jugoso y caliente interior me hizo llegar, la inminencia marcada en mis movidas, me impulsó a que terminara dentro, quería sentir mi primer polvo de verdad, intenso y vital.

—Amor, me viene..., me vie.…ne...  – la voz sonó como dentro de una caja.

Se me escapaba la vida con la leche, más que una eyaculación era el despertar al sexo, ahora que lo repito entiendo el contenido de la palabra amor empleada para avisarle que llegaba.  Seguí pujando, a fondo, fluyendo, sin parar de moverme, cosquilleo casi doloroso por la eyaculación tan profunda, ella me regaló lo más hermoso que mujer alguna pudo, su segundo orgasmo me lo compartió.   Enchufados, la abundante lechada y sus jugos se escurría, me retuvo dentro, tomado de las nalgas me hizo volver a la vida, sostener la erección dentro, removiendo la verga en el semen caliente.

Contenta, agradecida por la ofrenda, concluyó la faena lamiendo el miembro, degustando los rastros de la venida.

Raquel aún me tenía preparado otro regalo: su culito.   Se levantó y limpio el semen que comenzaba a escurrirse.  – ¿Te gustaría?… - se palmea las nalgas

No me hice repetir, se lo colmé con el miembro endulzado en su saliva, abría y cerraba el esfínter, haciendo más sencillo y menos dolorosa la intrusión. Hábil, me ayudó a entrarle, le dolió bastante por el grosor del choto, a pesar del reciente polvo estaba casi como al comienzo, con toda su dureza, me hice sentir al entrarlo todo.

La cola levantada, tomado a sus caderas, se la sacaba hasta la puerta y me lanzaba con todo, aguantó, me dejaba jugar con la novedad de estrenarme haciendo sexo anal. Le di para que me sienta todo, sus quejidos me incentivan al reviente, era Tarzán venciendo al león, montado en una potra sensacional, rompiéndole el culo como tantas veces en eróticos sueños.    Largué toda la leche, a esta altura no tanta, pero que maravilloso polvo.

Me dejó besarla, llamarla “mi amor”, demoramos la despedida, quería más, ella estaba colmada y con el culo roto, dijo: 

—¡Suficiente!, por hoy, tendremos otras. –era sincera.

Hubo muchas otras, me enseñó todo y bien cuando necesité donde ponerla siempre estuvo.

Después la vida nos llevó por caminos diferentes, le perdí el rastro, ahora después de treinta años me dijeron de ella, que no transita por un camino de rosas, y que siempre me recuerda. Esta mañana fui a verla, los años no pasaron en vano, avejentada por la vida y la soledad, llegué para asistirla económicamente, como ella a mí cuando me estaba haciendo hombre.  

El recuerdo de los buenos tiempos perdura en mi alma, sus enseñanzas atesoradas me acompañaron en mi desarrollo como hombre y me enseñaron el valor de esta mujer que puso más que sexo en un acto que marcó para toda la vida.

Estas líneas testimonian el recuerdo a tantas “Raquelitas” que enseñaron a ser hombre a muchos de nosotros en la juventud.

Nazareno Cruz “busca una amiga” con quien platicar sobre esta historia y la relevancia que tiene la mujer madura, que enseña mucho más que sexo, en [email protected] estoy esperándote.

 

Nazareno Cruz

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