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Un chico lindo, demasiado lindo (7)

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Sólo al alba logró conciliar el sueño y cuando la mujerona lo despertó a la mañana le costó que las brumas del sueño abandonaran por fin su cerebro.

Las tareas domésticas que Hilda le encomendó eran regar las plantas del patio y hacer una limpieza a fondo del baño, trabajos que el chico hizo vigilado estrechamente por la matrona. Mientras cumplía con lo ordenado pensaba en que cuando terminara iba a hablar con Hilda, acuciado por ese placer que le habían dado los dedos de la mujer en su cola. Eso no lo alarmaba, porque también y simultáneamente se había calentado mucho virilmente con la mujerona. Fueron sensaciones muy fuertes y más a su edad, cuando las hormonas son un tsunami y la experiencia y el conocimiento de sí mismo es incipiente y no alcanza.

Trabajaba nervioso, sintiendo a sus espaldas la mirada de Hilda, que lo seguía cinto en mano. Mientras tanto, iba juntando coraje y finalmente, cuando la tarea doméstica estuvo concluida se dirigió a Hilda mirando al piso y con las manos atrás:

-Señora… ¿puedo hablarle?...

La matrona lo miró como siempre: con un brillo de deseo en los ojos.

-Hablá. -autorizó.

Entonces el chico, con mucha vergüenza, pero decidido comenzó a definir lo que sentía:

-Señora, es que… me cuesta, pero… pero es que me… me gustó lo que me hizo con los dedos… pero además usted… usted me excita, señora…

Hilda meditó durante unos segundos y finalmente dijo:

-Ay, mi putito, pero es que yo soy lesbiana. Nunca he cogido con un hombre ni voy a coger nunca. Vos me gustás mucho y me excitás, pero es porque sos tan lindo como una nena. Mirá las piernas que tenés, tan bien torneadas y además no musculosas sino mórbidas, mirate esos muslos… Mirate esas caderas, nene, son curvas y eso se nota más por lo finita de tu cintura… ¡Y ese culito que tenés!... Te digo algo: he cogido con muchas jovencitas y te aseguro que no sé cuántas de ellas tenían un culito mejor que el tuyo… De verdad te lo digo. Oíme, putito…

-Por favor, señora Hilda, no me diga putito…

-Callate y oíme. Me encanta que te haya gustado lo de mis dedos y te portaste muy bien como sirvientita, así que te merecés un premio. Te voy a coger así otra vez y te dejo que te masturbes, pero no en mi cama, no quiero que me la ensucies otra vez con esa lechita. Lo hacemos en la bañera. Vamos. –dijo la mujerona y tomándolo de un brazo lo condujo al baño mientras el chico temblaba de excitación.

Una vez llegados a destino Hilda le ordenó que me metiera en la bañera, de rodillas, con el torso erguido y el antebrazo izquierdo apoyado en el borde externo.

-Muy bien, sirvientita… Muy bien… Quietita ahí… -dijo Hilda y mientras el chico trataba de digerir el infamante tratamiento verbal fue hasta el botiquín en busca de un pote de vaselina. Volvió hacia el chico, se sentó en un pequeño banquito de plástico usado para recortarse las uñas de los pies, untó con vaselina el orificio anal del chico e inmediatamente sus dedos índice y medio en tanto el pene del adolescente iba poniéndose duro.

Hilda sobó un poco esas deliciosas nalguitas que la obsesionaban y luego, mientras la respiración agitada del chico sonaba en sus oídos como una música exquisita, le introdujo primero el dedo medio y enseguida el índice, que en su arremetida hasta los nudillos hicieron que el chico corcoveara en medio de un largo gemido y de inmediato comenzara a masturbarse gozando esos dedos de Hilda que iban y venían dentro de su culo. No tardó mucho en acabar y su leche fue al piso de la bañera. Hilda lo sujetó del pelo para que no cayera hacia delante en medio de las violentas convulsiones orgásmicas y cuando logró dominarlas cual domadora montando un potrillo le ordenó:

-Limpiá el piso de la bañera con la lengua, quiero que pruebes tu lechita.

El chico no encontró fuerzas para resistirse y comenzó a pasar su lengua por el semen y a tragarlo hasta que en el piso de la bañera no quedó resto alguno de su orgasmo.

Después de haber tomado ese semen el chico yacía boca abajo en la bañera, reponiéndose del trajín sexual y la matrona comenzó a interrogarlo:

-¿Estás oyéndome, sirvientita?...

-Sí… -murmuró el chico.

-Bueno, decime qué diferencia hay entre mis dedos y la pija de don Ernesto.

-Sus dedos me hacen gozar… Esa cosa de don Ernesto es muy grande y me duele mucho…

-¿Y eso de tragar el semen?, porque supongo que cuando se la mamás al viejo tenés que tragarlo, ¿cierto?.

El chico asintió con la cabeza.

-¿Y te gusta?.

-No… me da asco…

-Mmmmhhhhh, ¿y tragar el tuyo también te dio asco?

-No…

-¿Por qué el semen de don Ernesto te da asco y el tuyo no?

-Porque… porque su semen es… es muy agrio…

-¿Y el tuyo no?

-No… No sé por qué pero… pero casi no es agrio…

-Bien, entiendo…

-¿Puedo… me deja preguntarle algo, señora?

-Preguntá.

-¿Va a… va a seguir con eso de los dedos?

Hilda lanzó una risita burlona y dijo:

-Claro que sí, por nada del mundo me perdería disfrutar de tu culo de nena…

-No soy una nena… -negó el chico, nuevamente humillado.

Esa noche don Ernesto volvió exultante.

-Después de cenar empezamos con las fotos, Hilda.

-Qué bien, don Ernesto... ¿Usted se lo coge y yo saco fotos?

-Exactamente, mi querida Hilda. Cuidá que no salga mi cara, por supuesto, y que la del putito se vea bien clara. Esto vale tanto para cuando se la esté metiendo como para cuando me la chupe.

-Entiendo, don Ernesto. Cada vez usted vaya diciéndome dónde me pongo con la cámara.

-Claro, voy a ser el director de escena, jejeje… -bromeó el viejo. -¿Dónde está ahora el putito?

-En su cuarto, ¿o prefiere que lo llamemos celda?

-Mmmmmm, me gusta eso… Vos sos medio sádica como yo… ¿me equivoco?

-¡Ay, don Ernesto!... ¿Todavía tiene dudas?...

-Claro que no… En verdad no sé cuál de los dos es más perverso… Ahora andá y traelo al putito, que tiene que atendernos en la cena.

-Ya vengo. –y la matrona partió en busca del chico muy excitada con la idea de la sesión de fotos.

Durante la cena el vejete se divirtió hostigando al chico con toqueteos mientras el pobrecito se aplicaba a atenderlo a él y a Hilda, que reían al ver la vacilación del nene entre el deseo de esquivar ese manoseo y la conveniencia de soportarlo para no arriesgarse a un castigo.

Por fin ambos perversos terminaron de comer y mientras el chico lavaba la vajilla y los cubiertos, don Ernesto e Hilda se fueron al dormitorio del viejo a ultimar los detalles para la sesión de fotos.

-Terminá pronto y vení a mi pieza, putito. –fue la orden del viejo.

Diez minutos después el chico hacía su entrada en el dormitorio, donde don Ernesto terminaba de explicarle a Hilda el manejo de la muy buena cámara fotográfica que había traído del local.

-Bueno, ya tenemos al modelito, un modelito muy putito… -se burló el sátiro provocando la risa de Hilda, ya cámara en mano.

-Hilda, las primeras fotos hacelas mientras me está bajando el pantalón. Hace varios disparos en esa situación. Vos, putito, arrodillate delante de mí, soltame el cinto y empezá a bajarme el pantalón mientras me mirás a la cara. ¡Vamos! –apremió el viejo y el chico comenzó a cumplir con la orden mientras Hilda, a espaldas de don Ernesto y un poco de costado accionaba la cámara. No dejó de disparar una y otra vez mientras el chico, mirando al viejo a la cara, le deslizaba el pantalón hacia los tobillos.

Hilda realizaba su tarea ganada por una creciente excitación y más cuando el vejete dijo:

-Bueno, putito, ahora me agarrás la pija. Mirá que parada y dura que está, jejeje…

El chico vaciló, pero supo que desobedecer no tenía sentido. Tomó entonces esa verga erecta y esperó la siguiente orden mientras escuchaba el sonido de la cámara ante cada toma.

-Abrí la boca y tragala. –le ordenó don Ernesto y eso hizo el chico.

Hilda seguía tomando imagen tras imagen, fascinada con la carita del chico, con su boca que engullía la pija del viejo y mamaba con los ojos cerrados.

-Bueno, basta, putito. –decidió don Ernesto. –Ahora ponete en cuatro patas que te voy a entrar por el culo. –dijo. -Vos, Hilda, ubicate a la izquierda de nosotros, a mi espalda, arrodillada para que la cámara esté a la altura de la cara del putito.

-Entiendo, don Ernesto. –dijo la matrona y adoptó la posición ordenada mientras el sátiro iba hasta la mesita de noche, tomaba el pote de vaselina, se untaba la pija y ponía después un poco en el orificio anal del chico, que temblaba ante la inminencia de la violación.

Hilda estaba en posición cuando don Ernesto penetró al chico hasta los huevos, pero lentamente, para atenuar el dolor y que el rostro de su víctima no se viera crispado.

-Doblá la cabeza hacia la izquierda, putito, y levantala un poco. Eso es, así, muy bien… ¿Lo tenés, Hilda?

-Lo tengo perfecto, don Ernesto… Se lo ve precioso…

Y el viejo empezó a bombear, pero con suavidad, hasta que Hilda le confirmó que tenía diez tomas. Entonces don Ernesto apresuró el bombeo y poco después inundaba de semen el culito del chico, que jadeaba, gemía y suplicaba en vano presa de un intenso dolor.

Poco después, cuando el vejete se recuperó del trajín y el chico yacía dolorido y gimiente en el piso, le preguntó a Hilda:

-¿Tendremos buenas imágenes?

-Creo que sí, don Ernesto, cuando usted las revele mañana veremos, pero creo que sí. Tengo muchas ganas de verlas.

-Sí, yo también… Bueno, ahora llevátelo que me dio sueño y quiero dormir.

-Que descanse, don Ernesto. Hasta mañana.

-Hasta mañana, Hilda.

Y tras los saludos, la matrona levantó al chico tomándolo de un brazo y a empujones lo llevó hasta la habitación del patio, donde lo derribó sobre el camastro para después retirarse y cerrar la puerta con llave.

(continuará)

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