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Un chico lindo, demasiado lindo (final)

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Poco después le decía a la matrona:

-Resultaste muy buena fotógrafa, Hilda… ¡No sabés lo bien que se lo ve al mocoso!

-Bueno, me alegro, don Ernesto. ¿Sirven, entonces?

-¡Pero claro, mujer! Con estas fotos lo tenemos bien agarrado. Esta noche le voy a mostrar las fotos y sabrá que cuando lo larguemos va a tener que decirle a sus papis lo que ya te conté.

Mientras transcurría ese diálogo el chico barría el living, que era el lugar donde estaba el aparato telefónico.

Cuando don Ernesto e Hilda cortaron la comunicación la matrona se dirigió a él con tono burlón:

-Parece que saliste muy lindo en esas fotos, putito... –y soltó una risa ofensiva. –Esta noche te las vamos a mostrar.

A la noche don Ernesto volvió muy entusiasmado con las fotos, un sobre y un álbum. Antes de la cena le mostró a Hilda las imágenes, para regocijo de la mujerona, que inmediatamente después fue al cuarto del patio en busca del chico y lo llevó a la cocina para que atendiera a ambos en la cena. Mientras comían, el vejete repitió lo de los toqueteos al pobrecito entre risitas, risotadas y las divertidas expresiones verbales de Hilda.

Finalmente, el chico se aplicó a lavar la vajilla acosado por el sátiro, que se le puso a la espalda y no dejó de manosearle las nalgas hasta que terminó con la tarea.

-Bueno, a mi dormitorio, putito. Vamos, Hilda, que vemos las fotos.

El viejo las puso sobre la cama y el chico fue mirándolas en medio de una angustia que le oprimía el pecho. Se vio mamando la pija del viejo y clavado en cuatro patas y tuvo que admitir que en ninguna de las fotos su cara evidenciaba que estaba siendo forzado. Hilda había hecho un trabajo excelente. Finalmente, don Ernesto, que estaba vacío por haberse masturbado esa tarde en el negocio, decidió irse a dormir y ordenó a Hilda que encerrara al chico en el cuarto del patio.

-El día de hoy terminó… -dijo mientras la matrona abandonaba la habitación con el chico. Pero ésa de encerrarlo no era la idea de Hilda. No llevó al chico al cuarto que servía de celda, sino al baño y una vez allí le dijo:

-Me calentaron mucho las fotos, putito, ¿sabés?, así que duchate bien que te voy a coger…

-Sí… sí, señora, sí… -murmuró el chico súbitamente excitado ante la inminente posibilidad de gozar otra vez de esos dedos.

Entró en la bañera, abrió la ducha y fue obedeciendo las instrucciones de Hilda hasta terminar de rodillas en la bañera, con el antebrazo izquierdo apoyado en el borde y la mujerona sentada en el banquito aplicándole vaselina en el orificio anal y embadurnándose sus dedos índice y medio.

-Quiero que estés muy caliente, putito, ¿oíste?, y que largues mucha lechita cuando te masturbes y después la tragues toda cuando limpies la bañera con tu lengüita de perrito… ¿Estás caliente, nene nena?...

El chico sentía mariposas en el vientre, respiraba por la boca y ardía de deseo al contacto de las manos de Hilda sobándole las nalgas, entreabriéndoselas y rozándole la diminuta entradita con la yema del dedo medio.

-Sí, señora… síiiiiiii… -y de repente la penetración del dedo medio y de inmediato el índice, ambos hasta los nudillos de un único embate. El chico corcoveo en medio de un largo gemido de placer y ese goce se fue incrementando a cada ir y venir de esos dedos dentro de la deliciosa colita que Hilda observaba fijamente con mirada extraviada y el rostro deformado por la más intensa calentura. El chico se masturbaba entre gemidos y jadeos y acompañaba los embates de esos dedos violadores con movimientos de sus caderas hacia delante y hacia atrás hasta que de pronto los jadeos se acentuaron y el chico alcanzó el orgasmo con varios chorros de semen acompañados por un largo gemido.

Hilda miró ese semen, le pasó un brazo por delante del cuello para evitar que cayera, le dio un chirlo y luego de besarlo en la oreja derecha le dijo:

-Mmmmhhhhh, cuánta leche, putito… Vas a tragarla toda, ¿cierto?

-Yo… yo hago todo lo que usted… todo lo que usted quiera, señora Hilda…

La matrona se estremeció, excitadísima, ante semejante y sorpresiva muestra de sometimiento.

-Es que… usted me hace gozar muchísimo, señora… -explicó el chico que procuraba normalizar su respiración mientras sentía en su interior que empezaba a estar atado a la voluntad de Hilda.

-Muy bien, nene nena, ahora ya sabés lo que tenés que hacer… -dijo la mujerona liberando el cuello del chico.

-Sí, señora… respondió el jovencito. Se puso en cuatro patas y acercó su rostro al piso de la bañera para después ir lamiendo y tragando los goterones de su semen en tanto Hilda le daba chirlos en esas nalguitas que la posición ampliaba.

-Ya está, señora… -anunció el chico y entonces la mujerona le ordenó que se arrodillara ante ella y abriera bien la boca, para comprobar que efectivamente había tragado todo el semen.

……………

Los meses iban pasando y el chico vivía entre la humillación de su sirvientazgo, el dolor que le provocaba la pija de don Ernesto, su asco al tragar el semen del viejo y el placer cada vez más intenso que sentía cuando su culito era penetrado por los dedos de Hilda. Sus dieciocho años estallaban en orgasmos abundantes y tragar su propio semen era para él como un tributo a esa mujer a cuya voluntad estaba completamente entregado.

Hasta que una noche, después de haberlo cogido con más violencia que de costumbre, al punto de hacerlo sollozar de dolor con la pija metida en su culo hasta los huevos, don Ernesto le dijo mientras el chico enjugaba sus lágrimas con ambas manos y procuraba controlar sus sollozos:

-Mañana te vas, putito.

-¡¿En serio?!

-Claro, ya te di bastante pija, así que mañana volvés a tu casa, pero oíme bien lo que vas a decirle a tus papitos para explicarles qué te pasó. –y el chico escuchó, asombrado, lo que al sátiro se le había ocurrido.

-Y ni pienses contar la verdad, putito, porque si te hacés el loco tus papis van a recibir esas fotos.

-No, don Ernesto… Yo… yo les voy a contar lo que usted me dijo, porque… porque no quiero que usted les mande las fotos…

Al día siguiente Hilda lo acompañó hasta la puerta de calle y el chico empezó caminar rumbo a su casa. Esa noche el reencuentro con sus padres fue un desborde de emoción, con abrazos interminables hasta que su papá le preguntó:

-¿Qué pasó?

-Me secuestraron para llevarme a uno de esos… talleres clandestinos donde… donde fabrican ropa, papá… Estuve ahí con otra gente hasta que gracias a Dios pude escaparme…

¡Tenemos que hacer la denuncia! ¡tienen que ir presos!

¡No, papá, no!... No quiero denuncia, no quiero policía, tribunales, nada… Lo único que quiero es olvidarme de todo eso…

-Pero…

-No, papá, por favor…

-Tiene razón… -intervino la madre… -Lo tenemos otra vez con nosotros, olvidémonos de todo eso que sufrió y sufrimos…

El padre aceptó a regañadientes y la vida del chico volvió a la normalidad, aunque no tanto.

Muy pocos días después sintió, inquieto, que extrañaba a Hilda. Extrañaba su rigor y, sobre todo, sus dedos. Comenzó a remedar, en el baño, encerrado con llave, esa ceremonia erótica de los dedos, la masturbación, la limpieza de la bañera con la lengua y el beber hasta la última gota de su leche.

Una tarde sonó el teléfono.

-Hola… -dijo el jovencito y el corazón se le desbocó cuando oyó la voz que lo saludaba:

-Hola, putito…

-¿Se… señora Hilda?... –preguntó retóricamente, porque esa voz era inconfundible.

-Claro, la señora Hilda… ¿Creíste que te iba a dejar escapar?

La emoción le impedía al chico articular palabra mientras temblaba de pies a cabeza incontrolablemente.

-Ni loca te dejaría escapar, putito… -Insistió la mujerona y finalmente el chico pudo hablar:

-Me… alegra que… que me haya llamado, señora Hilda…

-Me gusta escuchar eso, putito… Supongo que me extrañaste…

-Sí, señora…

-Decilo…

-La extrañé, señora Hilda…

-¿Sos mío, putito?...

El chico respiraba agitadamente por la boca y ante la pregunta respondió sin vacilar:

-Sí, señora…

-Decilo. –exigió la matrona.

-Soy suyo, señora Hilda…

-Mmmmhhhhh, muy bien, putito… ¡Muy bien!...

Algo se estaba produciendo en el chico, algo que hacía que ya no le molestara que Hilda insistiera en llamarlo putito. No lo era en el sentido amplio del término, pero sintió que sí lo era con ella, con esos dos dedos que lo encendían de sólo pensarlos. Los ansiaba en su cola y ese deseo experimentó mientras dialogaban.

-Bueno, putito, voy a decirte cómo serán las cosas de ahora en adelante.

-Sí, señora Hilda…

-Vas a venir cada vez que te convoque, ¿oíste?

-Sí, señora Hilda…

-Esto queda entre vos y yo, el viejo no se va a enterar, sabés que vuelve del negocio a eso de las ocho y media de la noche…

-Gracias, señora, no me… no me gustaría caer otra vez en manos de ese hombre…

-Tranquilo, putito, que don Ernesto no va a saber nada…

-Gracias, señora… ¿Puedo… puedo preguntarle algo?

-Preguntá.

-¿Tiene… tiene ya pensado cuándo… cuándo quiere que vaya?...

Del otro se oyó una risita burlona y luego Hilda dijo:

-¿Qué pasa, putito? ¿estás caliente?...

El chico tragó saliva y contestó mientras su pene se estaba erectando:

-Sí… Sí, señora Hilda…

-¡Qué putito sos! –exclamó la matrona y lanzó una carcajada para después preguntar, jugando con la ansiedad del chico:

-¿Qué pasó con la escuela? ¿te reincorporaste?

-No, por estos meses que perdí tengo que repetir, me reincorporo el año que viene… Señora, por favor…

-Qué pasa… -preguntó Hilda fingiendo inocencia para divertirse sádicamente con el chico.

-¿Ya sabe cuándo quiere que vaya?...

-Ya, putito, venite ya.

-Sí, señora Hilda, ya voy.

Fin

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