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Compinche. Sexo en la oficina

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Nilda, es una amiga entrañable, amigos de verdad con mayúsculas.

Trabajamos en una importante empresa, ambos cargos de cierta importancia que nos permiten disponibilidad de dinero para gastos “personales”, desarrollamos una amistad que escaló varios grados de complicidad, pero sin llegar a situaciones de “cama”, simplemente porque ninguno de los dos mostró interés en llevarlo a esa situación.

Tal era la confianza que llegamos a rentar un apartamento “para la trampa”, compartíamos el uso, pero no la cama, cada quien con quien le pinte, una especia de norma no escrita pero entendida, como sucede en estas situaciones, habíamos establecido una clave para evitarnos incómodas sorpresas, el aviso previo y si la situación ameritaba una urgencia o imposibilidad de avisar teníamos una clave de advertencia, una planta visible desde fuera del edificio nos advertía que el “nido” estaba siendo ocupado.

Amigos y confidentes, tanto que hasta disfrutaba consiguiéndome las mejores mujeres que estaban como para el abordaje en pos de una conquista. Una mañana compartiendo un café dijo:

—Tengo una muchacha, que “corta el aliento”, ¿la quieres de regalo? - algo sorprendido, pregunté qué quería decir…

—Tengo acceso a todo el personal, confían en mí, si es hombre y me gusta “me lo volteo”. Por tu cargo no puedes, pero… tu amiga te consigue “mercadería de primera” ¿se entiende? - Estoy entendiendo…, con algo de sorpresa. – La oferta de primera, primera...

- Y.… sí, cómo hacemos.

- Acompáñame, tengo algo que mostrarte.

Salimos a recorrer, esperaba ver eso que “me” había encontrado. Con el disimulo propio de quien no puede mostrar sus intenciones, no era la primera vez, pero en esta ocasión había “un algo especial” en sus dichos que habían despertado mi curiosidad. De pronto en el sector de liquidación de pagos me hace fijarme en una muchacha, que está inclinada sobre la máquina fotocopiadora, delgada, rasgos levemente asiáticos, tal vez genes de algún oriental, la hacía distinta, un toque exótico. Busto levantado con esa medida que podía contener en las palmas de mi mano, cintura estrecha y culito respingón. Tal vez eso concitó mi atención, además de lo rotundo de sus caderas expuestas al agacharse, que hasta me pareció provocado intencionalmente. Nilda me miró la entrepierna y dijo:

—Ya me la marcaste, el bulto ahí abajo te delata.

—Esa cola es contundente, respondí.

Retornamos a la oficina haciéndonos chistes, y riendo en complicidad. Me dejó pensando en el tema. Al día siguiente, llegando del almuerzo se presenta Nilda, acompañada por la muchacha de la fotocopiadora.

— Hola jefe! Esta es Raquel, y sería útil para su ascenso, si le asigna un trabajo de mayor importancia en la empresa, va a hacer los “méritos” necesarios. Una seña discreta refuerza “necesarios”, indicaba que estaba todo OK.

—Bueno, los dejo solos, ah, por qué no le enseña la oficina del cuarto piso… Marchó, no sin antes decirle a la muchacha:

—Chau, quedas en buenas manos, y tiene buenas manos.

—Siéntate. -pedí dos cafés.

Compartimos la infusión hablando generalidades sobre temas laborales mientras elaboraba una estrategia de seducción. Terminado, la invité a una “visita guiada” por otras dependencias. Subimos al cuarto piso, ingresamos en la “oficina”, para uso privado, sólo la jefe de personal y yo teníamos acceso, había sido archivo de documentación, ahora solo un escritorio, biblioteca, sillas y un cómodo y amplio sillón de tres cuerpos, uno de esos lujos que se pueden arrogar dos “piratas”. No se mostró sorprendida, más bien en disponibilidad.

—Qué buena oficina, ¿Qué haces aquí? - sonrisa incluida.

—Verás..., aquí vengo a.… meditar…

—¿Me muestras cómo es la meditación?

—Siéntate, ponte cómoda, te voy a dar un masjito, para… acomodarte….

Sin decir más acaricio sus hombros, un remedo de masaje, se hace la mimosa agradecida por el “masaje”.

—Qué bueno el masaje, me saco la camisa, ¿para que puedas mejor?

Pregunta retórica, incluía la obvia respuesta, Se puso de pie, sacó la camisa. Desde atrás, aprovecho para tomarla del vientre, apretarme todo contra su cola, acomodando la erección entre las nalgas. Puedo aspirar el perfume de su piel y le doy un beso húmedo en el cuello. Se estremece y consiente, sigo besando ahora voy por el hombro y mis manos toman se llenan con sus senos, no pequeños, pero a la medida justa de mis manos, deslizo las manos debajo del corpiño y entro en contacto directo con los erguidos pezones. Se estremece toda, aprieto mi cuerpo contra el de ella con más fuerza, que pueda sentir los latidos del deseo.

La acción se está produciendo abajo, mi carne ansiosa presiona contra ese culo tan paradito. Empuja hacia atrás sus caderas, moviéndolas para acomodarse, van a mi encuentro.

No puedo aguantar más, nos comunicamos solo con manos ansiosas. Separándome muy poco libero al miembro de su cruel encierro, levanto la falda y corro la delgada tela de la tanga. Se inclina instintivamente hacia delante, apoyándose sobre el escritorio.

Volcada de bruces sobre él, subimos la falda hasta la cintura, correr la bombacha cola less, coloco la verga entre sus blancas nalgas y la guío para dejársela en la puertita. Apoyo en la chucha y tras un breve empujón la entrada triunfal en Raquel.

—¡Ay, ¡despacio, no tan bruto, la tímida respuesta.

Moviéndola en la “canaleta”, jugando para que vaya tomando derecho de posesión. Se aceleran los tiempos, el tiempo apremia y la calentura exige acción. Ella ayuda con un movimiento de retroceso y avance, presionando contra mí. La penetración se hace más profunda, a esta altura de los hechos se la tengo metida hasta los pendejos, la atraigo hacia mí tirando de sus caderas.

La fantasía de la empleada teniendo sexo sobre el escritorio es un clásico, un paradigma de las secciones de seco en la oficina, y por qué no hacerlo, ser parte de ese colectivo erótico. Como si hubiera sido algo pensado en simultáneo, nos acercamos al escritorio, ahora sin bombacha, tomada de la cintura senté sobre el escritorio, la falda arrollada en la cintura, piernas elevadas, el sexo con la felpa de los vellos adornando el acceso, espera que el señor se deshaga del molesto pantalón.

El acople de sexos se perfecciona cuando saco sus caderas más al borde de la mesa, la danza se torna frenética, y profunda, volcado sobre su vientre, totalmente apretados, ensartada, intensa y profundo. Todo mi cuerpo sobre el de ella, jade y dice que la siente hasta la garganta

—Te falta mucho, estoy “llegando”, dice cómo puede por la presión en la argolla.

—Esperame un poco y “llegamos juntos”.

La penetré rápido, profundo y en pocos movimientos de metisaca ya estaba “con ella”.

—Dale nena, ¡nos vamos juntos!

—¡Ah, ah, ah!  era su aviso.

Me apreté contra ella cuanto pude, seguí con el mismo ritmo para que llegara en las mejores condiciones, un momento después le llené la “canaleta” de leche, largué todo dentro de su concha. En un par de sacudidas dejé todo de mí dentro de esa conchita, chapaleando en el semen y sus jugos. Me salgo de ella, al retirarme de su concha, contemplo esa cola hermosa y la beso con agradecimiento. Nos besamos en la boca, abrazamos. Acomodamos la ropa, nos disponemos a abandonar la oficina, no sin antes agradecernos mutuamente el grato momento de sexo vivido, quedamos en repetirlo con más tiempo…

Retornado a la oficina, recibo la visita de Nilda, sonríe, esa era su pregunta…

—De diez, te lo agradezco tanto, estuvo muy bueno, re bueno.

—¿Quieres otra sorpresa para mañana?

—¿Qué?

—Te tengo una pelirroja, que es un canto al deseo.

—¡Tráela!, confío en tu ojo clínico para elegir.

Estos hechos nos hicieron más compinches, compartimos muchos secretos, nos cubrimos y damos ayuda para tapar nuestras aventuras de piratas de la lujuria con excusas más o menos creíbles, no tengo palabras para agradecerle a esta cómplice. Y si me trae a esa colorada con que acicateó mis ratones, más todavía.

Trabajas en una oficina, has tenido sexo en ella, Nazareno Cruz quiere comentar sus experiencias contigo, si me escribes no comentamos en directo, de primera mano en [email protected]

Nazareno Cruz

(9,20)