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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 11)

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—Nunca hemos visto por aquí a dos “grandes guerreras galácticas” con sus afiladas y poderosas espadas, —dijo el Pretor con ademanes grandilocuentes, provocando la risa desbordada de sus partidarios—. ¿Sabéis? Vamos a ver de que pasta estáis hechas. Para grandes guerreros, tenemos grandes adversarios.

Todo el anfiteatro se levantó enfervorizado gritando: ¡Naag, Naag, Naag!

—Matilda, no debes combatir, —dijo Súm dando un paso hacia delante y colocándose a su altura—. Es muy arriesgado.

—Cállate Súm.

—¿Qué ocurre? —intervino el Pretor levantando la voz—. ¿Las nenas tienen miedo?

—¡Yo combatiré por ella! —gritó la Princesa—. ¡Yo seré su paladín!

—¡Súm, cállate! —gritó Matilda muy cabreada sujetándola por el brazo—. Yo tengo muchas más posibilidades que tú.

—No hace falta que discutáis, —dijo el Pretor riendo—. Tenemos de sobra para las dos. La azulita luchara primero: ¡Soltar un Naag!

El público volvió a chillar mientras Matilda miraba con cara de mala hostia a la Princesa, que la mantuvo la mirada.

—Tú y yo, vamos a hablar luego muy seriamente, pero ahora concéntrate: recuerda que eres capaz de cualquier cosa.

—A la orden mi señora.

Los guardias empujaron a Matilda con la punta de los rifles, para que saliera de la arena mientras la Princesa se situaba en el centro. La enorme reja oxidada de una de las puertas, comenzó a subir con un chirrido estridente y ensordecedor. El público se levantó para ver mejor mientras se hacía el silencio en el coliseum. Un tremendo alarido surgió de la puerta, mientras la tierra comenzaba a temblar bajo los pies de la Princesa. Una enorme y musculosa figura de más de tres metros, y una tonelada de peso apareció por la puerta. Con su mano derecha sujetaba una gigantesca hacha, mientras que en el antebrazo izquierdo llevaba sujeto un escudo remachado de metro y medio de diámetro. Avanzó hacia la Princesa con andar amenazador mientras rugía con fuerza. Súm le esperaba en posición marcial con sus espadas dispuestas para el combate. El Naag comenzó a descargar terribles golpes con el hacha, sin poder alcanzar a la Princesa que saltaba de un lugar a otro esquivando los golpes. Intentaba golpear las piernas del monstruo sin resultado, sus espadas, no penetraban la dura piel del Naag. Llevaban más de cinco minutos peleando cuando el Naag logró golpearla con el escudo con fuerza. La Princesa salio volando y se estampó contra uno de los muros, cayendo a plomo contra el suelo. Logro levantarse con dificultad y visiblemente cojeando se dirigió con valentía al encuentro del monstruo. Esquivó otro golpe de hacha, pero la volvió a alcanzar con el escudo empotrándola de nuevo contra el muro.  Esta vez, casi no se pudo levantar. El Naag se acercó a ella mientras la Princesa, con los dientes teñidos de sangre azul, se incorporó para apoyarse en el muro, mientras le rugía como una gata terrestre y le enseñaba sus pequeños colmillos. Estaba claro que la cobardía o el temor, no tenían sitio en su azulado cuerpo. El monstruo llegó hasta ella, y se irguió un poco para descargar el golpe final. En ese preciso momento, la Princesa se apoyó en el muro con una pierna y tomando impulso, salto clavándole las dos espadas en el arco torácico al animal. Se quedó paralizado con el hacha por encima de la cabeza. Finalmente, se derrumbó contra el muro, quedando la Princesa en el hueco con el muro. El silencio era absoluto. Todo el coliseum callaba. Nadie recordaba cuando fue la última vez que alguien derrotaba a un Naag en combate. La única que aplaudía era Matilda. La Princesa se incorporó apoyándose en una de sus espadas, y renqueante, arrastrando una pierna se encaminó a la puerta. Los guardias abrieron la reja y Matilda salió corriendo a su encuentro para ayudarla.

—¡Jodida cabezona! —dijo con cariño—. De este cabrón te has librado, pero cuando lleguemos a la nave te voy a dar una hostia que te vas a cagar.

—¡Joder! Pues ahora mismo no estoy para muchos trotes, —susurro a duras penas.

—Tranquila, no te preocupes: dentro de poco estaremos en la Tharsis.

—Mucho cuidado con ese cabrón.

—Tranquila, y déjame a mí.

Los guardias se hicieron cargo de Súm, que se la llevaron arrastrando, y Matilda regresó al centro de la arena. La reja comenzó a chirriar de nuevo, mientras se colocaba en el centro. Cuando termino de subir, el Naag salio como una locomotora llena de furia: parecía que alguien le había dicho lo que había pasado con su compañero. Mientras el Naag embestía, Matilda aguardó a pie firme sin desenvainar a Eskaldár que continuaba en su espalda. Cuando lo tuvo casi encima, dio varios pasos laterales, y cuando el monstruo cambió de dirección, girando sobre sí misma en dirección contraria, desenvaino y rajo el vientre del Naag, que sorprendido e intentando sujetarse las tripas con las manos, se desplomó sobre la arena sin entender lo que había pasado. Sin parar, Matilda envainó la espada y se dirigió a la puerta donde, apoyada contra la reja la esperaba la Princesa, mientras el Naag agonizaba.

—La próxima vez lo haré como tú, es más fácil, —intentó bromear la Princesa, a pesar de sus heridas que la impedían respirar con normalidad.

—No seas boba, y no hables sin necesidad, —dijo cogiéndola y acariciándola la mejilla—. Pronto estaremos en la nave para que te atienda el doctor.

—Este hijo de puta enano no nos va a dejar irnos tan fácilmente, —respondió Súm mientras miraba al Pretor que se aproximaba a ellas rodeado de guardias.

—No ha estado mal para empezar… —comentó con una sonrisa cínica cuando llego a su altura.

—Si, pero si no te importa el final lo vamos a poner nosotras, —le interrumpió— y te garantizo que te va a entusiasmar.

—Me gustaría saber como, —contesto el Pretor poniéndose serio: no le había gustado que lo interrumpiera.

—Matilda a Tharsis, —llamó activando un comunicador oculto en sus correajes.

—«Aquí Tharsis», —respondió la voz de Ushlas.

—Apunta todas las baterías principales a la torre norte de este coliseum. Fuego concentrado. Potencia máxima.

—«Baterías preparadas a máxima potencia. Blanco fijado. A su orden».

—¡Fuero! —ordenó Matilda e inmediatamente una vorágine de fuego destruyó totalmente el ala norte de la construcción matando a miles de piratas que unos segundos antes vitoreaban a su jefe y a los Naag.

—¿Qué has hecho? —solo supo decir el Pretor, abrumado por la descomunal destrucción que acababa de presenciar.

—Nuevo blanco. Torre este. ¡Fuego! —y nuevamente otra descarga destrozó otra sección del coliseum con otras miles de vidas. Esta vez la descarga fue mucho más cerca de su situación, y algunos escombros cayeron sobre ellos.

—¿Estas loca? —grito aterrorizado el Pretor mientras algunos de los guardias huían corriendo, abandonándolo.

—Tharsis ¿Tenéis fijado la posición del Pretor? —preguntó Matilda mintiendo.

—«Afirmativo. Blanco fijado», —respondió Ushlas siguiendo el juego.

—No, no, no. —gritó el Pretor aterrorizado—. ¿Es que quieres morir tú también?

—Nosotras ya estamos muertas. ¿No es eso lo que tenias previsto? —contestó Matilda—. Pues tú te vienes con nosotras, hijo de puta.

—Podéis iros; nadie os detendrá; os doy mi palabra… —comenzó a decir.

—Tu palabra vale una mierda, cabrón, —le interrumpió la Princesa levantando una de sus espadas y poniéndosela en el cuello mientras Matilda la sujetaba en pie.

—Te vas a venir con nosotras y nos vas a dar las claves de los dispositivos de defensa, —le dijo Matilda—. O mi amiga va a estar encantada de cortarte el cuello.

—De acuerdo, de acuerdo, —logro decir el Pretor, sudando copiosamente a causa de la presión de la punta de la espada de Súm.

Comenzaron a andar en dirección al puerto espacial para embarcar en la nave del Pretor. Cuando llegaron, embarcaron junto a dos guardias y despegaron rumbo a la Tharsis.

—Atención, nave del Pretor de Petara en aproximación para atracar en muelle 1, —comunicó Matilda a la Tharsis—. La Princesa esta herida. Que el servicio medico este preparado.

Cuando llegaron, se hicieron cargo rápidamente de Súm, mientras varios soldados se hacían cargo de los guardias del pretor. Matilda, cogiéndole de la solapa, y seguida por un par de soldados, lo llevó casi a rastras hasta el puente.

—Moxi, el amable pretor te va a facilitar las claves de los sistemas de armas, —le ordenó—. Comprueba que son correctos y que funcionan.

—Son correctos capitán, —informó después de unos minutos—. Además, puedo entrar con esta clave en todos los sistemas de Petara.

—Descarga las imágenes de las cámaras de la arena del coliseum, de los treinta minutos anteriores al bombardeo, —y después de unos segundos pensando, le preguntó—. ¿Puedes cambiar las claves del sistema?

—Afirmativo capitán, —respondió Moxi—. Incluso puedo inutilizarlos definitivamente accediendo a la autodestrucción.

—No, cambia las claves y sustitúyelas por una fractal, —le ordenó sin titubear, y dirigiéndose a los soldados que vigilaban al pretor, les dijo—: conducirlo a su nave y que se largue.

—Las claves de acceso han sido cambiadas como ordenó, —informó Moxi pasados unos minutos—. Te aseguro que solo podemos acceder nosotros.

—La nave del Pretor acaba de partir capitán, —dijo Ushlas.

—¿Hemos recuperado a los comandos y al transbordador?

—Afirmativo, están a bordo. Los dos que fueron a la nave enemiga, la han apresado. Están en el hangar 9. He enviado asistencias para atender a los esclavos de la nave. Todos los tripulantes han muerto.

—Neerlhix, destruye la nave del pretor, —ordenó mirando a su hermano que obedeció sin rechistar—. Termina de destruir el coliseum y todos los edificios de gobierno marcados por los dispositivos. Daq, sácanos de aquí e informa a la flota de que nos siga.

—A la orden capitán.

—Matilda, informan de la enfermería de que la Princesa Súm esta muy grave, —le susurro Ushlas acercándose a ella—. Los médicos están preocupados. ¿Quieres que informe a sus chicos?

—No, ya me ocupo yo, —respondió con cara de pesar—. Que se reúnan todos en el hangar de infantería. Saca la flota de la puta nébula, y si alguna nave pétariana se pone por medio, destrúyela.

Ushlas asintió con la cabeza, y Matilda, después de recoger la grabación que le preparo Moxi se dirigió al hangar al encuentro del escuadrón de la Princesa. Lo primero que hizo fue felicitar uno a uno, a los cinco hombres y tres mujeres que formaron los comandos.

—Capitán Ramírez, chicos, chicas, cómo ya sabéis, la Princesa Súm ha regresado herida de Pétara: esta muy grave, —comenzó a decir cuando estuvo frente a ellos. No se había cambiado de ropa, y su legendaria espada seguía colgada a su espalda—. Los médicos me han informado de que están muy preocupados, pero yo tengo el sentimiento interior, de que se va a recuperar: sé que lo va a conseguir. Vosotros sabéis mejor que nadie, que no existe el más mínimo atisbo de debilidad, cobardía o derrota en su cuerpo, y va a luchar por salir de esta situación con vuestro apoyo, y con el mío.

Todos los soldados asentían con energía mientras algunos se enjugaban las lagrimas.

—Tengo aquí la grabación de lo que ha pasado en la arena del coliseum, —dijo entregando a Ramírez la cápsula de cristal donde estaba almacenado la grabación—. Sé que no hace falta intentar demostrar nada sobre la Princesa, pero es difícil que imaginéis a lo que se enfrentó, si no lo veis. Yo también salí victoriosa de mi combate, pero ella peleó primero y pude estudiar a nuestros oponentes. En mi ya larga vida de batallas y combates, jamás me había enfrentado a una situación como esta, ni a un enemigo tan temible.

Ramírez insertó el dispositivo en el reproductor holográfico, y todos asistieron al tremendo combate de la Princesa con el Naag. La vieron intentando herir al monstruo, la vieron rugir cuando ya estaba herida de gravedad, y la vieron matarle.

—¡Princesa Súm!, —gritó con fuerza Ramírez cuando la grabación terminó.

—¡Siempre! —respondieron todos a la vez, incluida Matilda.

La Princesa jamás estuvo sola. Mientras estuvo en coma, los suyos se turnaron para estar siempre con ella. Y cuando su estado mejoró, también. Por fortuna para todos, disfrutaron de casi dos semanas de tranquilidad mientras salían de la Nébula a paso de tortuga.

 

 

Coincidiendo con la salida de la flota de la nébula de Pétara, Matilda reunió a su circulo más intimo en la cantina principal de la nave. Su hermano Neerlhix, Ushlas por supuesto, Camaxtli, Daq, Moxi, y una renqueante Princesa Súm, que con muletas y precaución, ya se movía entre el hangar de infantería y el puente.

—Los humanoides están obsesionados, —afirmaba con vehemencia Moxi—. Sois tan arrogantes que solo entendéis el sexo a vuestra manera.

—Joder, es que es la mejor manera, —Camaxtli le miraba con cara de perplejidad.

—¡Y dale! El que creáis que es la mejor manera para vosotros, no significa necesariamente que sea la mejor manera para todo el mundo, —Moxi seguía igual de vehemente—. Mis copulas son totalmente satisfactorias.

—¿Cómo que tus copulas son totalmente satisfactorias? —preguntó sorprendida Matilda.

—¿Con quién son satisfactorias? —preguntó Neerlhix.

—En esta nave no hay más morlom que tú, —afirmo Daq.

—Ni más polimorfos en toda la flota, —afirmo Ushlas.

—¡Sois una banda de cotillas! —exclamó Moxi provocando la hilaridad de todos los demás. Incluso la Princesa que se puso a toser del ataque de risa.

—Venga Moxito ¿Quién es ella, o él? —preguntó Matilda con actitud cariñosa mientras metía un dedo por el orificio auricular de su traje.

—No me puedo creer, que unos aventureros galácticos como vosotros, en realidad sois una banda de comadres, cotillas y chismosas, —y mirando a Matilda, la dijo—. ¡No me metas el dedo en la oreja!

—Si no tienes oreja; además, me gusta tocarte: estás blandito, —y con actitud seductora insistió—. Anda, dímelo.

—Que no.

—Que si tonto.

—Que no Matilda, ¡joder que no!

—Que si, dímelo al oído, que no se lo digo a nadie, —seguía insistiendo.

Siguió insistiendo un rato, hasta que finalmente, Moxi cedió y se lo susurro al oído. A esas alturas, todos los presentes en la cantina, más de cincuentas personas, estaban pendientes de Moxi.

—¿La cabo Shy? —repitió Matilda sin poder contenerse por la sorpresa.

—¿La cabo Shy? —repitió a coro toda la cantina.

—¡Me cago en la leche Matilda! —explotó Moxi muy cabreado—. Era confidencial.

—¡Uy! Lo siento, lo siento, lo siento, se me ha escapado, —exclamó Matilda tapándose la boca.

—¿La cabo Shy, la rubita de logística? —insistió Neerlhix.

—¡Pues claro! ¿Cuántas conoces?

—Es mona… y… muy simpática, —afirmó Camaxtli.

—Pues claro que es simpática.

—¿Y como lo hacéis? ¿Te haces un agujero en la entrepierna del traje? —preguntó la Princesa con ingenuidad causando las risas de los demás.

—¡Mirad! Me estáis tocando los huevos…

—Venga, no te enfades tío; además, no tienes huevos, —intervino Matilda—. En serio, ¿Cómo lo haces?

—Me quito el traje.

—Tío, que yo te he visto sin traje y pareces un charco muy grande, —a Matilda se la veía interesada, como todos los demás.

—¿No ves? Es vuestra arrogante visión del sexo: todo lo que no sea un acto físico, no lo comprendéis.

—Vale… muy bien, ¿Pero como lo hacéis? —insistía Matilda con paciencia—. Anda, dímelo.

—Pues, la cubro y la rodeo totalmente, como una segunda piel, y conecto mis ondas cerebrales con las suyas. La llevo a un estado de éxtasis total, y a un orgasmo continuo, casi indefinido, mientras yo aguante.

—Muy bien, ella se lo pasa de cojones, —dijo Daq—. Pero, ¿Y tú?

—Yo también. Al estar conectadas nuestras ondas cerebrales, su placer es el mío. Desafortunadamente, el proceso requiere mucho esfuerzo por mi parte: más de dos horas no aguanto.

—¿Tienes a la cabo Shy en un orgasmo de dos horas? —preguntó Ushlas—. ¡Te cagas!

—Para no tener polla, soy mejor amante que todos vosotros juntos… ¡humanoides!

—Moxi, cariño ¿Cuándo lo podemos intentar? —le preguntó en tono zalamero Camaxtli. Resultaba gracioso ver a un ser de dos metros, color rojo, y con cuatro brazos, hablando de esa manera tan zalamera.

—¡Nunca! Recuerda que una vez, hace unos años, lo intentamos y termine salpicado por las paredes, y eso que casi no habíamos ni empezado.

—¡Jo! Se me fue la mano, —respondió Camaxtli, provocando las risas de toda la cantina.

—Nena, mi amor, contrólate, —dijo Matilda en tono cariñoso—. A A2 lo abollaste, a Daq, lo pelaste, y a Moxi lo… salpicaste. Me vas a dejar sin tripulación.

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