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Las confesiones de Jorgito (3)

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Ya dije que soy muy tímido y muy vergonzoso, pero me faltó decir que soy también muy asustadizo y eso de ir a casa del señor Manuel me dio miedo al principio.

Esa noche la pasé pensando en esa invitación y casi no pude dormir. Mi ánimo iba desde el miedo a las ganas, de las ganas al miedo hasta que cuando llegó la hora decidí ir movido por mis ganas de pene, de volver a gozar en brazos del señor Manuel.

Él cerraba el local a las ocho de la noche, así que me presenté allí diez minutos antes, cuando el señor del sex shop estaba atendiendo a un cliente.

-Ya estoy con vos… -me dijo aparentado no conocerme. El cliente, un muchacho joven, me miró por sobre su hombro derecho, pero sin darme ninguna importancia. Poco después se fue y el señor Manuel dio por terminada la jornada de trabajo. Me dio un beso en la boca, me palpó las nalgas mientras emitía una risita y una vez afuera me dijo mientras cerraba la puerta con candado:

-Estás cada vez más lindo…

-Ay, gracias, señor Manuel… -le contesté poniéndome colorado.

Mientras íbamos en su auto no paró de sobarme los muslos y yo, a favor de los vidrios polarizados que no dejaban ver nada desde afuera, eché mano a su pene que él había sacado del pantalón. Se lo puse bien duro y una vez hasta me atreví a inclinarme y besárselo.

-No, lindo, no… dejá que vamos a chocar si seguís con eso…

-¿Falta mucho para llegar, señor?

-No, cinco minutos… -me alentó. –Tenés ganas, ¿eh, lindo?

-Sí, señor… ¡muchas ganas!... –reconocí.

-No te vas a quedar con hambre, te lo aseguro, lindo… dijo él y emitió una risita.

El señor Manuel vive en el quinto piso a la calle de un edificio de ocho plantas ubicado en una calle tranquila.

Subimos al apartamento y mientras me estaba proponiendo que pidiéramos una pizza para cenar sonó el portero eléctrico.

-¡Ay! –me inquieté. ¡¿quién puede ser, señor?!...

-Tranquilito… -es un amigo, gente de confianza… Ya te dije que no te vas a quedar con hambre… -y otra vez esa risita.

-Ya bajo, Enrique… Sí, sí, está acá… - le escuché decir a través del portero eléctrico… y la risita.

Me puse nervioso y hasta me asusté, pero no había vuelta atrás. El señor Manuel había bajado a abrirle la puerta del edificio al tal Enrique y poco después estaría yo en manos de dos hombres, porque no me quedaban dudas de que ése era el plan.

En los pocos instantes que transcurrieron hasta el regreso del señor Manuel con su amigo mi ánimo fue del miedo a la expectativa y la excitación. Por fin me encontré ante ambos madurones, porque el visitante resulté ser más o menos de la misma edad que el señor Manuel. Un poco más alto que el dueño de casa, calvo, de rostro afilado y contextura delgada, me comió con los ojos apenas verme, mientras el señor Manuel le decía: -Él es Jorgito…

El hombre se acercó a mí, me besó en la mejilla, muy cerca de la boca y al separarse dijo:

-Es un gusto, Jorgito… sos muy lindo… -dijo directamente.

-¿Viste? –intervino el señor Manuel. –Te lo dije…

-Sí, y hasta creo que te quedaste corto… -comentó el recién llegado.

-Bueno, voy a pedir la pizza y una cerveza… -dijo el señor Manuel y se dirigió al teléfono.

-Manuel me dijo que tenés dieciocho años… -me dijo el señor Enrique.

-Sí…

-Pero parecés de quince…

-Sí… me lo dice mucha gente…

-Nunca vi a un chico tan lindo como vos… -me halagó haciendo que me pusiera colorado.

En ese momento volvió el señor Manuel: -La pizza vendrá en cuarenta y cinco minutos. –anunció y de inmediato nos invitó a pasar al dormitorio, donde me pidió que me desnudara: -Mostrale a mi amigo todos tus encantos, lindo…

-Sí, dale, Jorgito, mostrame… -

Yo me puse coloradísimo, pero a la vez me excitó eso de exhibirme ante un hombre al que acababa de conocer.

-Está bien… -murmuré y empecé a quitarme la ropa: las zapatillas, la camisa, el jean y finalmente el calzoncillo, siempre mirando al piso y con las mejillas ardiéndome.

El striptease se dio en medio de comentarios admirativos que iban intercambiando los dos hombres.

Cuando quedé desnudo estuvieron mirándome en silencio durante unos segundos, hasta que reanudaron los elogios, el primero del señor Enrique:

-Es increíble el cuerpo que tiene…

-Sí, nunca vi algo parecido en un chico, y mirá que me he comido varios…

-Esa cinturita, esas piernas, si parece una chica…

-Y ahora preparate para verle el culito… Date vuelta, lindo… -me ordenó el señor Manuel y cuando giré oí la exclamación del señor Enrique:

-¡Increíble! ¡qué culo! ¡qué hermoso culo!... Che, quiero darle ya, ¿tenés vaselina o alguna cremita?

-Ya te traigo, vos dale que me va a dar morbo mirar…

Yo esperaba que me cogieran después de cenar, pero me encantó que el señor Enrique quisiera darme un anticipo.

Cuando el señor Manuel volvió del baño el señor Enrique se había quitado los zapatos y el pantalón y sacado su pene sin molestarse en quitarse el calzoncillo.

-Tomá, untate bien la pija y ponele al nene un poco en el agujerito.

-Vaselina, muy bien… -aprobó el señor Enrique y lo vi lubricar abundantemente su pene, que tenía más o menos el mismo tamaño que el del señor Manuel. Yo estaba muy excitado y obedecí enseguida cuando el señor Enrique me hizo subir a la cama y ponerme en cuatro patas. Me encanta esa posición porque me hace sentir un perrito. Se me escapó un gemido cuando sentí que me ponía vaselina en el orificio anal y sin demora apoyó allí la punta de su pene para después empezar a metérmelo.

Grité cuando sentí ese dolor intenso que ya me era bien conocido, pero como ya sé desde mi primera penetración con el vibrador el dolor fue mermando hasta desaparecer casi por completo. A partir de allí fue goce, solamente goce, un goce tan intenso como lo había sido el dolor inicial.

El señor Enrique jadeaba fuerte y eso me ponía más caliente y aumentaba mi placer. Lo mismo que cuando el señor Manuel, que miraba desde un costado de la cama alentaba a su amigo.

-¡Bien, Quique, bien! ¡dale duro! ¡duro! –y sí que me daba duro, su pene iba y venía dentro de mi culo con un ritmo que se iba acelerando, tanto como se hacían más fuerte sus jadeos que de pronto se transformaron en gruñidos. Me tenía aferrado por las caderas y seguía bombeando mientras yo estaba ya en la cumbre del disfrute.

De pronto sentí los chorros de semen inundándome y el rugido del señor Enrique, que segundos después, cuando hubo lanzado el último chorro de leche en lo hondo de mi culo, retiró su pene y se desplomó de espaldas ante el aplauso y las risas del dueño de casa.

Después, cuando ya repuesto del trajín quise vestirme, el señor Manuel me dijo que él y el señor Enrique se iban a quitar la ropa y los tres cenaríamos desnudos. El señor Enrique aprobó la idea muy entusiasmado y pronto los tres estuvimos desnudos; el señor Manuel con una semi erección.

Poco más tarde llegó el delivery y nos sentamos a la mesa, que por ser vidrio nos permitía observarnos por completo. Yo miraba obsesivamente los penes de los dos hombres, que, aunque flácidos me provocaban una gran calentura.

Creo que con gusto hubiera renunciado a la cena para seguir comiendo esos penes a los que imaginaba en erección, listos para entrarme en la boca y en el culo.

Tomé un vaso de cerveza, comí dos porciones de pizza y de pronto el señor Manuel me sorprendió con una orden: -Lavá los platos y los vasos, lindo…

La orden me excitó porque hizo que repentinamente me diera cuenta de que servir era lo mío. Servir de esa manera a los dos señores con ese lavado de la vajilla y más tarde (ojalá que muy pronto, pensé) comerme dos penes. Imaginé que me usarían a dúo: uno por la boca y el otro por el culo y eso fue lo que pasó.

(continuará)

(9,50)