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Una tormenta atroz y dos vecinos. La combinación perfecta III

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Al día siguiente, en la tarde llegó su esposa con los niños. Tuvieron una convivencia familiar toda la tarde, comportamiento común de ellos hasta entrada la noche cuando ya se encontraban los dos en la habitación y los niños ya estaban dormidos en sus respetivos cuartos.

Él está rondando en la habitación un poco excitado, se quita la ropa y queda en calzoncillos, se acuesta en la cama, abraza por la espalda a su esposa, empieza a acariciar su brazo mientras le da un beso tierno en la mejilla, ella estaba vestida solo con una playerita ligera para dormir y en ropa interior de abajo. El un poquito más cachondo baja la mano para acariciar el inicio de la cintura de su mujer y sube su mano a sus pechos. Ella hace movimientos sutiles para que se detenga. El sigue insistiendo un poco, ya besando su cuello y siendo un poco más candente en sus caricias.

Comienza a excitarse y aprieta su pecho con cierta lujuria. Ella en un movimiento de desagrado lo quita y le expresa que la deje dormir. El no cede y sigue besando su cuello mientras se sube arriba de ella diciéndole al oído:

—Te extrañe mucho, princesa.

Ella seguía haciendo gestos de reprobación y se movía con más determinación para que él la dejara en paz.

El en el movimiento aprovechó para acariciarle lo senos y apretarlos lujuriosamente. Mientras comenzaba a acariciar con su pelvis, el trasero de su esposa. Ella se sentía un tanto extraña pues no era usual que se pusiera así, pero, no le desagradaba tanto, aunque si prefería descansar. Siguieron forcejeando ella abogando por su descanso y él por satisfacerse en ese momento.

Todavía un poco renuente pero el acomodó una almohada a la altura de la pelvis de ella con el fin de dejarla más elevada. Ella ya un poquito más prendida cedió un poco y el la penetró hasta el fondo, los dos comenzaron a gemir, tuvieron un sexo bastante bueno, ella se sentía bastante satisfecha, él gemía mucho, se la estaban pasando bien. Terminaron de copular, se abrazaron unos minutos y ella se quedó dormida.

Él se quedó en la misma posición y quedó un poco consternado. Si bien era un hecho que él amaba a su esposa y siempre la ha deseado (es lógico al ser una mujer tan guapa), se dio cuenta que no sintió esa efervescencia que esperaba sentir y que siempre creyó que sentía al hacer el amor con ella, pero, estaba claro que no era así. También por el hecho de haberla nombrado princesa, él rara vez la llama así. Él sabía lo que significaba eso, sin embargo, no le dio tanta importancia.

Estuvieron pasando los días y él quería tener relaciones casi diario. Cosa que a ella le resultaba un poco raro porque tenían múltiples actividades en la semana y les limitaba el tiempo.

La primera semana ella toleró bastante la calentura de su esposo y lo estuvo complaciendo, sin embargo, con el paso del tiempo se volvía más y más renuente al punto de salir enojada porque ya era mucha calentura de parte de él.

Pasaron como quince días de la vez que la vecina lo visitó. Él estaba encendiendo su camionera y ella se dirigía a la tienda que justamente está al lado de la casa de él. El sintió un disparo de adrenalina en su cuerpo, le dio demasiado gusto verla, pero tuvo que disimular porque iba con la familia. Fueron a una reunión familiar donde se la pasó un poco aburrido y estresado. Además, el volverla a ver le ocasionó ciertos estragos durante toda la tarde. Ellos se quedaron unos días allí en casa de los familiares por razones ajenas al relato. El andaba con una lujuria que sentía que no iba a aguantar mucho. Estando en casa de los familiares, invadió un par de veces a la esposa en la ducha para devorarla enterita y más de una vez, la acariciaba debajo de la mesa mientras comían lo cual eso si le causaba bastante molestia a su esposa.

Una noche, toda la familia fue a una fiesta. Los niños se quedaron con los papás de su mujer y ellos se regresaron a casa, solitos. Ella iba vestida muy guapa. Iba con un vestido muy sexy, blanco, ceñido a su figura, llegaba a medio muslo, con un escote muy sexy sin caer en lo vulgar. Tenía una hilera de botones en medio del vestido de la parte de enfrente.  Se veía muy sexy su mujer. La estuvo elogiando toda la noche y quería devorarla.

Llegaron a casa ya entraditos de copas. En cuanto cerraron la puerta el comenzó a besarla apasionadamente, ella le correspondía gustosa, el andaba muy prendido y se fue directamente a sus senos, acariciándolos.

Él: ¿Me los regalas princesa?

En todo ese tiempo no había vuelto a decirle princesa hasta esa noche.

Esposa: Pero si son tuyas. —Dijo la esposa bastante excitada.

Fue como si ella hubiese encendido la mecha de un cañón. Él le tomó la parte del escote y lo jaloneo un poco, ella le pedía que la esperara a que se quitara el vestido, pero él no entendió de razones. Impulsivamente la empujó contra la pared, estando allí, jaloneó el escote, rompiendo los botones que llegaban hasta el abdomen y casi en el mismo movimiento arrancó el sostén, ella intentó protestar, pero él la calló con un beso que destilaba lujuria pura. Ella sucumbía un poco. El acariciaba sus pechos y los besaba frenéticamente.

El: Quiero devorarte los pechos. ¡Quiero devorarte!

Sin esperar respuesta. Dominado por la lascivia, la volteó contra la pared un tanto brusco. Ella se sintió bastante incomoda con la situación. El perdido en sí mismo, le acariciaba el trasero, las piernas, estaba que hervía. Le subió lo poco que quedaba del vestido que ahora fungía como falda, le chupaba el cuello desesperadamente y allí mismo intentó penetrarla, pero ella se puso renuente. Le decía con voz firme que se detuviera. Él no podía escucharla, estaba enceguecido. No le hizo caso, forcejearon bastante, pero él consiguió correrle el tanga y en el mismo acto la penetró sin contemplaciones, se la cogió sin más hasta correrse. Ella se mantuvo callada durante todo el acto.

Cuando el terminó ella se aleja de él encabronada y se fue al cuarto, lo amenazó que no volviera hacer eso nunca. El un poco consternado por su descontrol se recarga en la pared y se desliza hasta quedar sentado en el suelo. Cierra los ojos envolviéndose en su perplejidad. Lo que le consternaba no era tanto su acción ni el que su esposa esté enojada, lo que realmente lo tenía trastornado era que en todo el acto sexual no fue a su esposa a quien veía, sino a su vecina. Y lo que más le frustraba era que aun al haber sido tan rudo con su esposa, no fue el mismo fervor que con la chica. Cayó en cuenta que, si ama a su mujer, pero, quien le hace arder de pasión era su princesa. Ahora si realmente comenzaba a preocuparle su comportamiento, del hecho de no podérsela sacar de la cabeza y de desearla todo el tiempo. Era in hecho que anhelaba estar otra vez con ella. La deseaba demasiado.

Cuarta parte…

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