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La historia de Claudia (8)

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La jornada laboral del lunes transcurrió para Claudia dentro de lo habitual. Salió vestida tal como le había ordenado Blanca. En la calle cosechó piropos y alguna que otra insinuación grosera. Entrevistó a seis comerciantes, dos de los cuales firmaron el precontrato de pautas publicitarias, y a las 5 de la tarde estuvo de regreso en la radio. Ernesto la estaba mirando desde su escritorio. Se le acercó y al saludarlo con un beso en la mejilla le dijo:

-Supongo que no comentaste nada.

-Quedate tranquila. -le respondió el joven y Claudia, confiando en él, suspiró aliviada. Después escuchó comentarios de todo tipo respecto de su nuevo corte de pelo, en general aprobatorios y poco más tarde iba camino a la veterinaria.

Se sentía tranquila y dispuesta a llevar a cabo exitosamente la cacería. "Si la señora dice que esa chica es una sumisa seguramente lo es y yo tengo que llevársela el miércoles. No le voy a hacer caso si me pone inconvenientes. Tengo que llevársela a la señora el miércoles." –pensó decidida.

Cuando entró en el local la rubiecita estaba acomodando unas bolsas de alimentos para perros en el estante donde se exhibían. Escuchó el taconeo y se dio vuelta.

-Hola ¿cómo estás? –saludó reconociendo a Claudia y acercándose a ella para darle un beso en la mejilla.

"Huele rico" –pensó la joven y le dijo: -Te acordás de mí ¿no es cierto?

-Claro, vos sos la perr... la chica que estuvo el sábado con esa señora.

"Iba a decir la perra" –se dijo Claudia. "La señora tenía razón, es una sumisa." –y se sintió definitivamente segura de que iba a tener éxito en la cacería.

-Sí, soy yo. –dijo. –La señora me ordenó que te llevara ante ella.

La rubiecita fingió una sorpresa que en realidad era alegría y dijo:

-Pero... pero ¿para qué me quiere?

-Sabe perfectamente que sos una sumisa como lo soy yo, una perra como lo soy yo y quiere tenerte, como me tiene a mí.

La rubiecita se puso colorada. Desde el sábado no había dejado de pensar en esa mujer. Era sumisa, sí, claro que era sumisa, aunque todavía sin ninguna experiencia y vivía anhelando entregarse a quien supiera dominarla a fondo.

-Tengo que llevarte ante ella el miércoles, así que decime a qué hora cerrás y te vengo a buscar. –le dijo Claudia.

-Bueno, es que el miércoles yo...

Claudia la interrumpió con una actitud de perra de caza que iba cercando a su presa:

-No, no, no. –le dijo. –Ninguna excusa. La señora se enojará mucho si no te tiene ante ella el miércoles y cuando te agarre te lo va a hacer pagar, así que te vengo a buscar el miércoles y punto. Decime a qué hora cerrás.

-A las ocho. –dijo la vendedora con un hilo de voz.

-A esa hora estoy acá. -dijo Claudia y le preguntó su nombre.

-Laura.

-¿Cuántos años tenés?

-Diecinueve.

-Bueno, Laura, el miércoles a las ocho estoy acá. –dijo la joven. Se despidió de la chica dándole un beso en la mejilla, muy cerca de los labios, y abandonó el local con el orgullo de haber realizado la misión que la señora le había ordenado.

Más tarde, en la intimidad de su departamento, Claudia se entregaba exultante a la satisfacción que la embargaba por haber completado a la perfección su primera cacería. En ese momento sonó el teléfono:

-¿Cómo te fue? –preguntó Blanca.

Claudia obedeció a un fuerte impulso y se puso de rodillas sin apoyar las nalgas en los talones.

-Me fue muy bien, señora. Tengo que pasar a buscarla el miércoles a las ocho de la noche, que es la hora que cierra, y se la llevo a su casa.

-¿Te opuso alguna resistencia? –quiso saber Blanca.

-Intentó decirme no sé qué cosa sobre el miércoles, pero no la dejé hablar y le dije que usted se enojaría mucho con ella si yo no se la llevaba ese mismo día y que cuando la agarrara se lo iba a hacer pagar.

-¡Perfecto! Veo que sos una muy buena perra de caza.

-Gracias, señora, me da mucho placer servirla. –dijo Claudia y escuchó la risita de Blanca, que le dijo:

-¿Recordás cuando yo debía servirte a vos, mocosa?

-Olvidemos eso, se lo suplico... –contestó Claudia con ánimo dolorido. Ella ya no era aquella jovencita caprichosa y altanera. Ahora era una perra, la perra de la Señora Blanca.

-Mañana te quiero vestida con conjunto azul de saco y pollera, blusa blanca y zapatos negros. –dijo la señora. –Y no olvides que de la radio te vas para lo de Inés.

Al día siguiente, a las 6,20 de la tarde, Claudia llamaba por el portero eléctrico al departamento 7° A de ese edificio ubicado en una de las zonas privilegiadas de la ciudad.

Instantes después bajó a franquearle la entrada una mujer entrada en años, de cabello gris peinado con rodete, robusta y muy silenciosa que con un gesto le indicó el camino hacia el ascensor, la hizo entrar al departamento y desapareció en busca de Inés. Claudia echó una mirada al inmenso living alfombrado en toda su superficie y lujosamente puesto. Estaba observando un retrato de Inés junto a un hombre bastante mayor que ella cuando escuchó la voz de la dueña de casa:

-Bienvenida, perrita.

Claudia se dio vuelta, vio a la mujer entrada en años cruzar el living y la escuchó decir:

-Hasta mañana, señora Inés.

-Hasta mañana, Amalia. –contestó Inés y se sentó en un sofá de cuero marrón con su mirada fija en Claudia. La joven la saludó:

-Buenas tardes, señora.

Inés vestía un conjunto de chaqueta y falda de color beige, blusa verde claro y zapatos marrones de tacones altos.

Claudia se sintió nerviosa y no supo si acercarse o no a ella, hasta que su instinto de sumisa le aconsejó esperar órdenes, y se quedó quieta en su sitio. Al cabo de unos segundos de mirarla de arriba abajo Inés le indicó que dejara la cartera en la mesa y se sentara junto a ella. Cuando la tuvo al lado le pasó un brazo por sobre el hombro y le dijo:

-Estás muy linda, queridita.

-Gracias, señora.

Inés acercó su cara a la de Claudia, le rozó la mejilla con los labios entreabiertos y luego buscó su boca. La joven nunca había besado a una mujer y echó hacia atrás la cabeza. Inés la aferró por la nunca y le dijo acercándole otra vez la cara:

-Mmmmhhh... no estuviste nada bien, cariño... A mamita no se la rechaza ¿sabés?...

Claudia sintió el perfume que exhalaba Inés, sus ojos se posaron en esos labios húmedos y llenos, rosados y carentes de rouge, y dijo:

-Perdón, señora, no volverá a suceder.

-Así lo espero, porque si volvés a ofenderme vas a saber quién es mamita. –le advirtió Inés. –Tu dueña me autorizó a emplear el método que yo crea adecuado para doblegarte si te me retobás. ¿Lo sabías?

-Sí, señora.

-Bueno, entonces ya sabés lo que te conviene. –y la besó en la boca sin que la joven esta vez opusiera la menor resistencia. Prolongó el beso con su lengua contra la lengua de Claudia, la puso de espaldas sobre el apoyabrazos del sofá y se le echó encima. La joven se dejó envolver por ese placer nuevo que le proporcionaba la boca de Inés en su boca, donde parecía haberse concentrado exacerbada al límite toda su sensibilidad de mujer. Inmediatamente se encontró correspondiendo las caricias de Inés, que le había subido la falda hasta la cintura y estaba deslizándole la bombacha muslos abajo. Estuvieron besándose y acariciándose afiebradas durante un rato hasta que Inés se puso de pie sofocada por la excitación, la tomó de un brazo y se la llevó al dormitorio.

-Desnudate y esperame en la cama. –le dijo, y salió de la habitación. Cuando volvió Claudia yacía desnuda y respiraba con fuerza. Inés, que traía una caja de regular tamaño, se sentó en el borde de la cama, la envolvió en una mirada ardiente y le dijo:

-Sos la hembra más apetecible que he tenido jamás.

-Gracias, señora. –contestó Claudia y entonces Inés abrió la caja. Había en ella varios dildos y vibradores de todo tipo y tamaño, incluido un arnés similar al que poseía Blanca. Inés dejó la caja sobre la alfombra, junto a la cama, y se tendió junto a Claudia.

-Blanca me comentó que goza mucho tomándote por el culito, porque lo tenés muy cerrado. –dijo.

-Es verdad, señora. –contestó Claudia enrojeciendo. –Nunca nadie me había poseído por ahí.

Inés sonrió, se puso de pie, apagó la luz principal, encendió otra lámpara y dejó a la habitación sumida en una sugerente penumbra que no le impedía apreciar la belleza de esa hembra a su disposición.

Fueron cuatro horas ardorosas. Inés la fue haciendo adoptar distintas posiciones, arriba y abajo, en cuatro patas sobre la cama, echada de espaldas y con las piernas abiertas y estiradas hacia arriba, de costado, de rodillas con las piernas bien separadas y la cara y las manos sobre el cobertor, le metió en sus agujeros todos los dildos, la penetró por el culo con el arnés, la tuvo entre gemidos, jadeos, gritos, llantos y súplicas en un enredo y desenredo de brazos y piernas, cubiertas ambas de sudor caliente, buscándose ansiosamente las bocas, horadándose una a la otra con sus lenguas ávidas, con sus dedos, explotando una y otra vez en el orgasmo y siempre anhelando el próximo. Hacían una pausa para recuperarse y después volvían a lanzarse hambrientas una sobre la otra. Se gozaron hasta el hartazgo y finalmente, después de un baño, comieron algunas empanadas que Inés encargó por teléfono en una rotisería cercana. Poco después, al despedirla, Inés la besó en la boca y le dijo mientras la mantenía apretada contra ella:

-No va a ser la última vez, perrita. Mi marido viaja cada tanto y espero que Blanca siga siendo generosa conmigo.

-Pídame cuando lo desee. –contestó Claudia. –A mí también me gustaría que mi dueña siga prestándome a usted, señora Inés.

Cuando volvió a encender su celular tenía un mensaje de Blanca: "Mañana te vestís con ese jean beige, la remera verde y zapatillas y después de las ocho de la noche te quiero acá con la chica de la veterinaria."

-Sí, señora. -dijo como si Blanca hubiera estado allí y con las últimas fuerzas que le quedaban puso el despertador, se quitó la ropa y se derrumbó sobre la cama.

Al día siguiente llegó a la veterinaria unos minutos antes de las ocho. Vio que Laura estaba atendiendo a un cliente y esperó en la puerta. Cuando el hombre se retiró entró al local y la rubiecita fue a su encuentro. Se besaron en las mejillas y Laura le dijo retorciéndose las manos

-Estoy nerviosa ¿sabés? No sé... Es muy fuerte para mí... llevo años fantaseando con esto y ahora...

-Ahora cerrás y te venís conmigo. –la interrumpió Claudia totalmente identificada con su rol de perra de caza.

Ya en el taxi que las llevaba a la casa de la señora, Claudia quiso saber algo más de la presa que había cazado y le preguntó:

-¿Vivís sola, Laura?

-No, con mis padres. –contestó la chica.

-¿Y tenés novio? ¿estás saliendo con algún chico?

-No.… no sé, es como que... que los chicos ya no me interesan mucho ¿sabés? Tuve dos novios, pero... pero después empecé a sentir cosas por las mujeres.

Claudia disimuló su entusiasmo y siguió interrogándola:

-¿Te acostaste con esos dos novios?

-Con el último sí, fue hace dos años.

-¿Y con una mujer tuviste algo?

-No, todavía no. Me gusta mucho una compañera de facultad, pero no creo que pase nada. A veces me animo y le hago alguna sugerencia, pero ella hace como que no me escucha y se pone a hablar de otra cosa.

-Bueno, ella se lo pierde. –dijo Claudia como al pasar. Laura se movió en el asiento y le preguntó sin mirarla:

-¿Vos... vos sos... a vos te gustan las mujeres?

-Sí, soy lesbiana. –contestó Claudia sorprendiéndose a sí misma con esa respuesta que le había surgido desde su interior más profundo.

-Ah, qué bien... ¿y yo te... te gusto?... porque vos me gustás... me gustás mucho ¿sabés? Y pienso que podríamos.... dijo la rubiecita y se le acercó un poco más aunque sin tocarla.

-Vos también me gustás. –le dijo Claudia. –Pero mejor no pienses nada. Cuando seas de la señora ella va a pensar por vos y será la que decida si vamos a tener algo entre nosotras. Esto es así. Ella piensa y ordena y una tiene que obedecer.

-Sí, supongo que es así. –dijo Laura. -Ésa es mi fantasía, que alguien me domine tanto que yo no pueda ni pensar.

-Con la señora esa fantasía se te va a convertir en realidad. No te imaginás lo dominante que es. –le aseguró Claudia justo cuando el taxi se detuvo y el chofer les dijo:

-Bueno, aquí estamos.

Claudia pagó, bajaron, tocó el timbre y mientras esperaban la chica le preguntó:

-¿Tan dura es la señora?

-Durísima, cruel, perversa. Ya la vas a conocer. –le contestó cuando la puerta se abría.

Blanca se hizo a un lado para dejarlas pasar, posó en Laura una mirada caliente, posesiva, y dijo adelantándose:

-Vamos al comedor.

-Sí, señora. –dijo Claudia, que se había acostumbrado a responder de esa manera cada vez que Blanca le daba una orden.

Ya en el comedor la señora se sentó en el sofá y miró de arriba abajo a la rubiecita, que con la vista clavada en el piso se retorcía nerviosamente las manos.

-Buena cacería, Claudia. –dijo.

-Gracias, señora.

-Y vos vení acá. –le ordenó a Laura, que vestía una camisola celeste abierta sobre una remera blanca y un jean azul. La chica se le acercó mirando al piso y Blanca comenzó a interrogarla mientras Claudia permanecía de pie con la cabeza gacha, las piernas juntas y las manos atrás.

Le preguntó el nombre y la edad y después si vivía sola.

-No, señora. contestó la rubiecita. –Vivo con mis padres.

-¿Tenés hermanos?

-Soy hija única, señora.

-¿Novio?

-No, señora.

-¿Los tuviste?

-Sí, señora, tuve dos.

-¿Te cogían?

-El segundo sí, señora.

-¿Te daba por el culo?

-Sí... sí, señora.

-Ésta –le dijo la señora con una sonrisa y señalando a Claudia –tenía el culo virgen y yo se lo estrené. -Es una lástima que no pueda hacer lo mismo con el tuyo. Espero que no lo tengas muy abierto.

La jovencita enrojeció ante la crudeza del lenguaje que había empezado a utilizar Blanca y dijo en voz baja:

-No, señora, fueron... fueron apenas dos veces.

-¿Cuánto tiempo hace?

-Dos años, señora.

-¿Y después no saliste con ninguno más?

-No, señora, no volví a tener novio.

-Bueno, ya se te debe haber cerrado.

"¡Qué brutal es! –pensó la chica. "Claudia tenía razón..."

Blanca le ordenó entonces quitarse las zapatillas y las medias y le dijo a Claudia que la desnudara. La joven lo hizo con lentitud, solazándose en la contemplación de cada una de las partes que iba dejando al descubierto. Sus manos temblaban cuando le sacó el corpiño y por último la bombacha negra y diminuta. Las mejillas de Laura eran como brasas ardiendo de vergüenza y excitación.

Blanca hizo volver a Claudia a su lugar y enseguida le ordenó a la rubiecita que diera una vuelta lenta sobre si misma con los brazos a los costados. Contempló cachonda sus tetitas paradas, sus piernas largas, de rodillas finas y muslos bien torneados, cubiertos por una suave pelusita rubia apenas perceptible sobre la piel clara y tersa, su culito redondo, empinado y carnoso. Cuando terminó el giro le dijo echándose hacia atrás en el sofá:

-Sos un buen ejemplar, cachorrita. Vamos a comprobar el estado de tu culo. –mientras Claudia envolvía a la chica en una mirada larga y caliente.

-Inclinate hacia delante con las manos en los tobillos. –le dijo y luego hizo que Claudia le abriera las nalgas.

La señora se puso de pie, fue hasta la chica que esperaba temblando y le metió un dedo en el orificio trasero. Laura saltó hacia delante emitiendo un gritito al sentirse perforada, pero Claudia la contuvo con firmeza, abrió las piernas y metió la cabeza de la rubiecita entre sus muslos apretados. Enseguida volvió a inclinarse y entreabrió nuevamente las nalgas de Laura. La señora le dirigió una mirada aprobatoria y le dijo:

-Sos una muy buena perra de caza. –le dijo y Claudia sintió que lo más vivo en ella era su conciencia de pertenecerle por completo a Blanca y ese creciente deseo sexual que sentía por la rubiecita.

"Quizá la señora me deje gozarla como premio por haberla cazado" –se ilusionó en tanto Blanca reanudaba la inspección y Laura gemía indefensa con la cabeza aprisionada entre los muslos de Claudia. El dedo entró lentamente hasta los nudillos en medio de la complacencia y exclamaciones de la señora por la resistencia que ofrecía ese estrechísimo sendero.

Cuando dio por concluida la exploración mandó a Claudia a su sitio, volvió a sentarse y le dijo a Laura, que había caído de rodillas y respiraba agitada.

-No hay rastro alguno en tu culo de esa pija que alguna vez te anduvo por ahí, perrita. Puede decirse que tenés virgen ese agujero. –y la chica se puso coloradísima.

-A partir de ahora sos de mi propiedad –continuó Blanca. Y vas a hacer sólo lo que yo te ordene o te permita que hagas. ¿Está claro?

-Sí, señora.

-Mañana en cuanto cierres el local te venís para acá con un collar de cuero como el que tiene la perra Claudia y un par de recipientes de plástico.

-Sí, está bien, señora.

-Cerrás a las ocho, ¿no es cierto?

-Sí, señora, y los miércoles, viernes y sábados de ahí me voy a la facultad.

-¡Ah, pero mirá vos! ¿y qué estás estudiando?

-Sociología, señora.

-¡Pero qué bien! –dijo. -¡Tengo una perra muy culta! –y lanzó una carcajada burlona para agregar inmediatamente: -Oíme bien. Toda esa cosa que la facultad te mete en la cabeza me importa un carajo. Yo quiero perras con mentes de perras, así que cada vez que estés ante mí te olvidás de todo y pensás únicamente en obedecerme y servirme. ¿Entendiste?

-Sí, señora. –contestó la chica sintiéndose presa de un torbellino de

emociones muy fuertes que la dejaban totalmente desvalida ante esa mujer.

Blanca miró a Claudia y le ordenó que se desnudara.

-Sí, señora. –contestó la joven y empezó a quitarse la ropa bajo la mirada ardiente de Laura. Cuando estuvo en cueros la señora le dijo a la rubiecita:

-Volvé a inclinarte.

La chica lo hizo y entonces Claudia debió inspeccionarle la concha. Ganada por una intensa excitación se demoró algunos segundos acariciando y pellizcando los labios externos que después entreabrió para hundirle un dedo mientras temblaba de pies a cabeza.

-Está muy mojada, señora. –dijo Claudia contestando la pregunta de Blanca en tanto de la boca de la rubiecita brotaba un interminable gemido. Luego ante un gesto de la señora volvió a su lugar y Laura obedeció la orden de arrodillarse con las manos en la nunca sin apoyar las nalgas en los talones. Entonces Blanca reanudó el interrogatorio:

-¿Te dominaron antes alguna vez? ¿Estuviste ya en manos de alguien?

-No, señora, es la primera vez. No tengo experiencia.

-Ya veo, hasta ahora solamente fantasías ¿eh?

-Sí, señora.

-Ahora esas fantasías son una realidad, perrita. Y decime, ¿tus papis te siguen mandando? ¿son personas rígidas?

-No, señora, para nada, en realidad creo que no les importo demasiado. No se preocupan mucho por mí.

-Bueno, mejor, si a tus papis no les importa mucho su cachorrita a partir de ahora yo soy tu autoridad suprema. ¿Está claro?

-Sí, señora.

-Que hagan su vida. Vos sos de mi propiedad. Tu cuerpo y tu mente me pertenecen. –dijo Blanca. -Quiero escucharte decírmelo.

- Laura tragó saliva y dijo:

-Mi... mi mente y mi cuerpo le... le pertenecen, señora...

-¡Muy bien, cachorrita! ¡Muy bien! –exclamó Blanca dando por finalizada la cacería con pleno éxito. Debía darle a su nueva sumisa la zurra bautismal y entonces le ordenó que se echara boca abajo sobre sus rodillas. Laura la miró entre asustada y ansiosa. Jamás le habían dado una paliza, ni sus padres ni ningún docente en la escuela y sintió una emoción muy fuerte mientras se acostaba sobre las piernas de la señora, quien le ordenó a Claudia que le sujetara las manos.

Blanca miró ese hermoso culito a su entera disposición, respiró hondo, alzó el brazo y descargó el primer chirlo que hizo gemir a Laura. A medida que la zurra avanzaba los golpes eran más fuertes e iban tiñendo de un rojo ambos cachetes. La rubiecita gritaba y suplicaba entre jadeos. Quería defenderse cubriéndose las nalgas con su mano, pero Claudia la sujetaba con fuerza y le era imposible.

En determinado momento Blanca comenzó a hablarle entre golpe y golpe:

-Esto es para que aprendas de entrada que conmigo hay que portarse bien, cachorrita...

-¡¡Aaaayyyyyy!!...

-Tenés que ser muy obediente y sumisa...

-¡¡¡¡Aaaaahhhhhhh!!!!... por favor... por favor, señora... –suplicaba Laura entre sollozos.

-De la mañana a la noche tenés que pensar en mí como tu dueña...

-Sí, señora... sí... ¡¡¡Aaaaaayyyyyyyyyyyyyy!!!...

-¿Quién es tu autoridad suprema?

-¡Usted, señoraaaaaaayyyyyyyyyyy!!!!!

-¿A quién le pertenecés?

-A usted, señora... a usted... ¡¡¡aaaaahhhhhhhhhh!!! –y las mórbidas redondeces de Laura se veían ya muy rojas mientras sus mejillas eran lechos de dos ríos de lágrimas.

(continuará)

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