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Historias de fotógrafo. La tía entretiene al esposo, luego será ella. La tanga

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El fotógrafo es un ladrón de realidades, su ojo es la lente de la cámara, su objetivo la vida, su fin eternizar ese instante de vivencias.  Aprende a mirar donde los otros solo ven, captar esa instantánea que nadie percibe, estar atento a situaciones y circunstancias, la cámara se convierte en una extensión de sus ojos, hacer inmortales vivencias volátiles, retener una imagen tan fugaz como un destello, dejar impresa la realidad que nadie mira. 

Es una profesión muy gratificante, además la actividad permite observar sin ser observado, ver como nadie actitudes y gestos, se aprende a entender el lenguaje corporal, de la gestualidad, conocer actitudes y conductas, sobre todo en las fiestas, cuando el licor hizo más fácil el sí y menos contundente el no.

Mi rubro principal, es fotos de estudio, pero lo más frecuente es la fotografía social, ámbito propicio para el levante, que por lo general deviene en relaciones ocasionales, algunas duran lo que el efecto liberador de la soledad o la bebida en demasía.  La tarea de fotógrafo no impide la del cazador furtivo que siempre llevo conmigo como equipo profesional.

La tarea del cazador se asienta en dos pilares: táctica y estrategia.  Táctica, estudiar el terreno, evaluar el ambiente femenino, cuáles se encuentran solas o mal atendidas, esperar el momento propicio, cuando la bebida las hace más permisivas, o el tedio por haber concurrido sola hizo mella.  Seleccionadas las posibles presas es tiempo de poner en práctica la estrategia.  La estrategia consiste en el sigiloso acercamiento, captar su atención, como por ejemplo robarle una sonrisa en una instantánea tomada por sorpresa en alguna actitud que amerite conseguirle una sonrisa.  

Esa técnica casi siempre me da buenos réditos, de todos modos, casi siempre busco más de una para tener un plan b.

Puestos al tanto de la metodología voy a contar una de mis andanzas.

Voy a presentarme: Daniel, cuarenta y cinco años muy bien llevados y mejor vividos, casado, pero no castrado, sin atadura moral para ejercer a pleno mi rol de cazador nato, tomar del árbol del amor el fruto prohibido, disfrutar del sexo y libertad en deseo.  Tengo un dicho que me sirve de leiv motiv: las mujeres son todas peras en el árbol del amor, y como soy un gran consumidor de frutas…

En esta ocasión fue una fiesta de casamiento, había concurrido acompañando de un ayudante para la tarea de iluminación, un trabajo más como tantos, pero esa reunión no era lo habitual, desconozco el por qué, pero por alguna circunstancia que no supe el ambiente no era tan alegre y chispeante como en otras, digamos algo pesado y hasta por momentos un tanto tedioso. 

Rutina estándar, lo de costumbre, en los momentos de pausa recorrer el salón buscando alguna mujer que amerite despuntar el hábito de cazador y regular la mira para adecuar el momento oportuno del abordaje seductor.  

En rápida recorrida, visualizo a dos de ellas estaban sumando puntos como para ser objeto de posible abordaje en algún momento de la reunión.  Que por esas casualidades compartían la misma mesa, una se veía sola y bastante aburrida, la otra, acompañada pero no demostraba demasiado entusiasmo en la fiesta, ambas daban muestras de desgano y hasta contrariedades.

Cuando fue el momento de acercarme a tomar las habituales fotos de los invitados tuve la delicadeza de requerir su atención al formular breve comentario de la postura para que saliera más favorecida en la foto, como en orden de prioridades, seguí el orden del descubrimiento, recibiendo de amabas una amable sonrisa, que por lo que pude observar si no era la primera de la noche andaba cercano a eso.

La táctica había dado sus frutos, ya estaba incorporado en su campo visual, las miradas entre nosotros establecían esa complicidad que acreditaban las sonrisas furtivas.

Muchas fiestas suelen prolongarse hasta que se haga de día, por esa razón en algunas personas se toman un momento para salir al parque para alejarse del ruido o tomarse un momento de relax para digerir la comida en exceso o la bebida de más, dicho de otro modo, perderse un poco del alocado ruido del musicalizador de turno, lo mismo vale para el fotógrafo.

En esas circunstancias pude observara como las mujeres que había mencionado dejaban a su acompañante y salían al frescor de la noche.  Con la habilidad que me caracteriza seguí a prudente distancia a las dos mujeres, hasta que, por el azar del destino, ¡ja! Nos encontramos fuera del salón, ahora solo hacía falta esperar la ocasión.

La oportunidad se produjo bien rapidito, Claudia, la que estaba sola sacó un paquete de cigarrillos y quien relata, más rápido que un bombero, estuvo al instante con el encendedor llameando para encenderle el cigarrillo.  No soy fumador, pero llevar siempre un encendedor es como equipo estratégico para, como en esta ocasión, sirve para trasponer el umbral de la presentación.

Perspicaces como casi todas las mujeres, no les pasó desapercibido el detalle de tener encendedor y no ser fumador, con eso tenían el primer indicio de las intenciones del caballeroso gesto.  Por eso mismo la risa cómplice abría el juego de seducción, el siguiente paso fue acercarme un paso más en la intimidad, invitarlas a que me dejaran robarles una instantánea de ambas como premio personal de esa noche, nuevamente las risas.   Acceden y aceptan posar para otras fotos, sobre todo en una parte más alejada del salón, subido al carro del primer éxito voy por más, tomarlas bien cercanas, en posturas algo más sugerentes, y hasta que Rosa, la que venía en pareja se anima a bajarse un bretel del vestido para que fuera más osada.

—Vamos chicas, pueden atreverse a más… estas fotos solo son para ustedes… Nadie sabrá de esto, Vamos dejen la timidez, ¡vamos!…

Esta parte de la estrategia también me aportó buenos resultados, esta vez sería otro tanto.  El gesto de Rosa fue imitado por Claudia, más tarde sabría que son tía y sobrina, para la cuarta foto hasta bien subido el vestido y en poses casi lésbicas, que nos hacía fantasear a los tres.   La situación se estaba cargando de atrevido erotismo, el morbo de estar a metros del resto de la familia y de la pareja de una de ellas aportaba ese plus que hacía todo mucho más incitante. 

Me acerqué susurrando al oído de Rosa: 

—Ahora voy a entrar al salón para ver si es necesario que tome alguna foto, pero en media hora te espero en este lugar… he venido más veces a esta locación, en una parte de este parque hay un lugar donde guardan los elementos de jardinería… tu forma de ser y haberte visto ahora ha despertado mis instintos más salvajes.  En media hora estaré esperándote, si no vienes lo entenderé, pero si vienes te daré mis besos más obscenos.

Llegó y sólo puso la condición de que debía volver prontito, había dicho a su pareja que como estaba indispuesta debía ir al toilette, la amiga había sido cómplice y cubría la escapada manteniendo a su marido ocupado.

Un piquito furtivo sirvió para recibirla, tomados de la mano nos escabullimos al fondo del parque donde sabía que teníamos un espacio para esos besos prometidos.  Cerré la puerta trabada con una vara, por cualquier eventualidad.  No hacía falta explicarnos casi nada, somos adultos y bien sabíamos a qué habíamos venido.

El abrazo intenso y los besos de lengua fueron el prólogo del sexo urgente.   Sus pechos ofrecidos en sus manos para una mamada febrilmente alocada que la llevó arrastrando a sus primeros gemidos, mis hábiles manos se entrometen en sus carnes tomada de las nalgas y con la cabeza bajo el vestido de gala me estoy dando un festín de aromas y jugos al por mayor.  Venía toda mojadita, con una calentura atroz, corrida la tanga hice gala de mi reconocida fama de buen lamedor de conchas, esta era sabrosísima.

Se levantó el vestido para poder ver de qué modo me comía su sexo.  Nuevos gemidos y comienza a revelar que está por llegar a un prematuro orgasmo, los epítetos más soeces son alabanzas al hombre que la enloquece con su lengua en la cuca que no deja de moverse.

El tiempo apremia, no hay tiempo para sutilezas, la calentura obliga a la rápida acción, le saco la tanga, casi en el mismo movimiento me la dejo a modo de collar, en un tris el pantalón y el calzoncillo se quedan en los tobillos. Atraigo de las nalgas fuertemente, me incrusto entre sus piernas y de una sola estocada entro en ella, tan mojadita, hasta el fondo.

Se toma fuertemente de mi cuello, casi suspendida en el aire, comienza el movimiento coital, ritmo violento y urgente, entrarle con todo, a empellones en su conchita que arde de calentura.

Sigue profiriendo improperios dignos de un carrero, expresa en palabras lo que su vagina en contracciones, la fiebre de la calentura consume su resistencia y el orgasmo avanza descontrolado.   Me aprieto más contra ella, más y más fuerte, más y más hondo, golpeando en el fondo que es lo que más disfruta.  Siento los jugos más calientes, los latidos más cercanos, los jadeos más intensos.

La presión de sus brazos rodeándome me incrustan entre sus tetas… el más delicioso de las torturas, la cabeza de arriba entre sus tetas y la de abajo devorada por su vagina insaciable.

Los jadeos y puteadas se suceden durante todo el tiempo de ese orgasmo increíblemente vivido por esta mujer, realmente estaba necesitada de esta alegría, breve en tiempo, pero prolongado en la intensidad del emotivo orgasmo. 

Entre la pausa de los jadeos y los epítetos groseros le pregunto si puedo venirme dentro…

—Sí, sí, por favor, acaba dentro, tengo protección, regálame tu leche, porfa….

Esperé que se calmaran los latidos del profuso orgasmo para poder vaciarme dentro.   Un golpe fuerte, hasta el fondo y comencé a descargar esa calentura que ardía en mis riñones.  La emisión del semen activó el postrer orgasmo de la mujer que acompañó a los envíos de mi leche.

Separados, le “presto” mi collar para limpiarse el semen que comienza escurrirle de la cuca, y cuando levanta la cabeza se encuentra con mi pija que aún la tengo afuera y con la humedad y restos de la faena sexual brillando y me regala una fugaz lamida.

Acondicionamos las ropas y la acompaño a un lugar del parque donde hay otro acceso a la zona de toilette para que pueda acondicionar el maquillaje y no llevarse los rastros del tremendo polvo compartido. 

Un beso y una palmada fue la despedida, la tanga mostrada cuando giró la cabeza quedaba como ofrenda de buena voluntad.

Siempre hay un lugar para una sorpresa más, ya promediando la fiesta, se me arrima Claudia, la que había venido sola, me dice más o menos así:

—Daniel, en un rato más termina la fiesta, vine en taxi… pero me quisiera ir en tu auto, podrías… Acercarme a…, ¿porfa?  Si me llevas, tengo otro trofeo para ti, no te vas a llevar solo la de mi sobrina, yo tengo una tanga con muchas ganas de estar en tu bolsillo….

Esa fiesta se terminó bien entrada la mañana, después de la fiesta hubo otra más privada en el hotel con Claudia, y su tanga quedó como pago por atenciones recibidas.

¿Tú pagarías un momento de sexo con tu tanga? Quisiera saberlo, estoy en [email protected]

Lobo Feroz

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