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Vacaciones para recordar

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Mis amigas me habían invitado a pasar una semana a la playa, a un pequeño apartamento que tenía los padres de Victoria.

Yo acababa de cortar con mi novia y no me apetecía ir, pero Rocío, mi mejor amiga no dejaba de insistirme por lo que finalmente accedí.

Cuando llegamos al apartamento vi que no era muy grande. Una cocina pequeña, un salón, un baño y dos habitaciones. Como solo éramos tres personas no teníamos problemas de espacio. Yo pensaba que me tocaría dormir en la habitación pequeña y ellas dos en la grande, pero Victoria dijo que prefería dormir sola. A mí me dio igual. Vi como Rocío se sonrojaba un poco, pero no le di importancia.

Pasaron cuatro días y me fui animando. Todas las mañanas nos bajábamos a la playa, comíamos en casa, luego nos volvíamos a bajar y al anochecer volvíamos. Pero ese día a Victoria le dolía un poco la cabeza así que Rocío y yo nos bajamos solos a la playa. Estuvimos toda la mañana tirándonos agua, bañándonos y tomando el sol. Después subimos a comer y a ver como estaba Victoria. A continuación, volvimos a la playa.

Mientras jugábamos a ahogarnos entre nosotros noté como me agarraba del pie para hundirme, pero con un giro logré escapar, ponerme en su espalda y atraparla. Con la emoción del momento no me di cuenta que mis manos se posaron en sus tetas. Cuando me di cuenta quería soltarlas, pero mis manos no me respondían hasta que mi mirada se posó en la de Rocío y la solté. Después me fui nadando más adentro. Rocío no me siguió y menos mal. Cuando paré vi como tenía una fuerte erección por haberle tocado las tetas. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo guapa que era.

Nos conocíamos desde pequeños y siempre habíamos estado juntos. Ella nunca había tenido novio. Yo, por el contrario, había tenido un par de relaciones, pero nunca duraban mucho. Cuando volví a la orilla la vi tumbada. Tenía en pelo largo castaño, unos ojos verdes ahora cerrados, un cuerpo normal; ni muy delgado ni muy gordo, pero con unas tetas grandes. Al abrir los ojos me sonrió:

—Te has ido nadando porque sabias que te iba a ganar ahogándote —dijo poniéndose de pie.

—S-si —dije nervioso.

Cuando subimos no hablamos de lo sucedido. Victoria nos estaba esperando en casa haciendo la cena. Rocío decidió darse una ducha antes de cenar. Mientras ella se duchaba y Victoria hacia la cena yo me dirigí a mi habitación y me saqué ropa seca. Me di cuenta de que me habían desaparecido unos calzoncillos desde hacía dos días y nos los había encontrado, pero no le di mucha importancia. Rocío salió del baño con solo una toalla que la cubría desde el pecho hasta encima de las rodillas. Salí del cuarto sin decir nada. Cuando me giré para cerrar la puerta vi como la toalla iba cayendo y pude ver la espalda de Rocío y su precioso y perfecto culo. Me dirigí al baño para taparme otra erección que me había provocado lo que acababa de ver. Intenté hacerme una paja, pero por más que lo intentaba no logré correrme, así que desistí.

Después de cenar Victoria se fue a dormir. Rocío y yo nos quedamos en el sofá viendo una película. Ya entrada la noche se había quedado dormida en el sofá. Cuando fui a despertarla, me incliné y vi que no llevaba sujetador. Me acerqué más y vi un pezón rosado y me entraron ganas de tocarlo y chuparlo. Roció hizo un movimiento que me asustó y me incorporé. Abrió los ojos, me miró y se fue a la cama. Me cambié en el baño. El pantalón del pijama no podía ocultar la tremenda erección que tenía. Cuando entré en el cuarto, me tiré rápidamente en la cama y me puse de lado para que no la viese.

Estuvimos hablando un poco hasta que, sobre la una de la mañana nos quedamos ambos en silencio hasta que dijo:

—¿Te duele? —dijo sin apartar la vista del techo.

—¿El qué? —le pregunte extrañado.

—Tu polla. Llevas todo el día teniendo erecciones. Debe de dolerte

Me pose colorado. Se había dado cuenta.

—Lo has visto.

—Jaja para no verlo. Primero en la playa, luego cuando íbamos a cenar y ahora tienes otra. ¿Eso —note como se ponía también nerviosa—  eso es que te gusta mi cuerpo?

No me salían las palabras así que asentí y esperaba que ella lo viera en la oscuridad.

—Tu siempre me has gustado Alberto, desde que éramos pequeños. Pero siempre te gustaban otras y últimamente con tus novias no podía hacer nada.

—Lo siento. No me había fijado en que te gustaba, como siempre me regañas y me das golpes.

—Perdón, no sé porque lo hacía.

Nos volvimos a quedar en silencio un buen rato que me pareció una eternidad. De pronto Rocío volvió a hablar:

—Entonces en la playa te has puesto cachondo por tocarme las tetas ¿no?

—Si. Lo hice sin querer.

—Pero te gusto.

—Si —le respondí.

—Y en la cena ¿Por qué te pusiste erecto?

—Antes de cerrar la puerta te quitaste la toalla y vi tu cuerpo desnudo.

—Esperaba que lo hubieses visto —noté como su voz sonaba nerviosa.

—Y esta última ha sido por mirarme las tetas por encima de la camiseta.

—¿Cómo lo sabes?

—No estaba durmiendo —se incorporó en la cama— ¿las has visto bien?

—Un poco, pero no mucho —me llene de valor— me gustaría verlas mejor.

Sin decir nada más encendió la lámpara de noche y empezó a quitarse la camiseta. Vi como sus pechos revotaban al quitársela. Y ahí estaba, mi amiga de la infancia con las tetas al aire. Eran bonitas y redondas, con los pezones rosados. Sonrojada me cogió la mano y la puso en una de sus tetas. Empecé a acariciarla. Tocando cada centímetro de carne. Después me dirigí al pezón y con el pulgar empecé a tocarlo, notando como se iba poniendo cada vez más duro. Con la otra mano hice lo mismo con la otra teta. Mi polla cada vez me dolía más de la gran erección que tenía y apretaba los pantalones deseando salir.

Cuando clave la vista en Rocío nos fuimos acercando, nuestros labios se juntaron y nos besamos. Primero despacio, sin despegar los labios, pero después fuimos más rápido, abriendo nuestras bocas para dejar pasar las lenguas. Un continuo intercambio de saliva mientras mis manos seguían jugando con los pechos. Me quité mi camiseta dejando ver mis músculos trabajados por el futbol y seguimos besándonos apasionadamente.

Noté como su mano iba recorriendo mi torso desnudo e iba bajando hacia mi ombligo cuando se posó en mi polla dura, que me había provocado un efecto de “tienda de campaña” en los pantalones. La empezó a masajear por fuera. Mi mano también bajó de sus pechos hasta posarse en sus pantalones cortos y palpé su entrepierna. Estaba ya bien mojada por la excitación.

No paramos ni un segundo y ambos nos quitamos las ultimas prendas que nos quedaban. Estábamos de frente los dos, desnudos. Pude ver como de su coño con un poco de pelo resbalaban unas gotas de sus fluidos. Al verla, mi polla alcanzó la máxima erección que había tenido. Me medía unos 18 cm, pero ahora creo que me medía incluso más. Yo también tenía algo de pelo en la base de mi polla y alrededor de mis testículos.

Me tumbé boca arriba y ella me puso su coño en mi cara mientras se ponía mi pene en la suya. Me impresionaba lo segura que parecía. Cuando noté como el calor de su boca empezaba a recorrerme el pene empecé a lamerla. Nunca había hecho un 69. Con mis anteriores novias había tenido besos, frotamientos e incluso me habían hecho alguna paja; pero nunca algo como esto y me gustaba. Notaba como aceleraba el rito de la succión mientras con una mano me recorría los huevos. Yo le lamía todo lo rápido que podía por los labios, el clítoris, etc., mientras le metía con cuidado un dedo. Ambos no parábamos de gemir, pero con cuidado para que Victoria no nos escuchara. Al final dijo:

—Dios Alberto sigueee. Me está gustando mucho.

—A mí también. Siento como me absorbes la polla y me encanta.

—No creooo que aguante más. Me estás dando mucho placeeer. Me corrooooo.

Se corrió y sus líquidos cayeron sobre mi cara. M excitó tanto que yo también me acabé corriendo en su cara.

Ambos nos sentamos. Estábamos sudorosos, cansados y cubiertos de líquidos. Nos miramos y nos besamos más apasionadamente que antes. Tenía un sabor más salado, pero me seguía gustando.

Recuperé un poco el aliento y me dirigí a mi maleta. De un bolsillo oculto saqué un par de preservativos y me acerqué a la cama:

—Es la primera vez que lo voy a hacer —me dijo mientras miraba el paquete.

—Yo también —le dije— si quieres lo dejamos aquí.

—No —y me quitó el condón de la mano.

Lo empezó a abrir mordiendo el envoltorio y provocó que se me pusiese dura de nuevo. Me lo fue poniendo poco a poco hasta que mi polla quedó cubierta. Se apoyó en la cama y se abrió de piernas. Le lamí un poco más para lubricarlo, aunque todavía estaba húmedo de la corrida anterior. Después me escupí en la mano y la pasé por todo mi miembro y la empecé a penetrar despacio. Notaba que cada vez que la metía un poco, todo su cuerpo se contraía mientras soltaba una mezcla de gritos de dolor y de placer. Cuando ya la conseguí meter entera vi cómo un poco de sangre salía de su coño:

—Estas bien. Si quieres podemos parar.

—No. No pares el dolor se me pasara, pero ve despacio.

Empecé a meterla y a sacarla lentamente. Sus piernas se enrollaron en mi cintura y sus brazos sobre mi cuello. Fui acelerando el ritmo y me tuve que apoyar en la cama porque mis piernas no dejaban de temblarme.

Después me puse yo boca arriba y ella se sentó sobre mi polla y empezó a cabalgarla. Veía como sus tetas rebotaban y mis manos fueron a por ellas y a por sus pezones todavía duros. Seguimos así durante un rato, pero yo también quería moverme así que la cogí, le levanté la pierna y mientras la penetraba y gemíamos la iba dando besos por el cuello o le cogía la teta y le succionaba el pezón. Finalmente me puse yo encima y la seguía penetrando:

—Siii Alberto me encantaaa sentir tuu fuerteeee pollaaa dentro de miii.

—A mi tambieeen me gusssta tu coño apretaado, perooo ahhh baja la voz que vas aaaaaa despertarla.

—Noo puedoo me estooooy derritiendooo de placeeer.

—Ahhhh siento quee me voooy a correeeer.

—Dioooos siii cooorreteee

No tarde mucho más y me corrí más que en toda mi vida, mientras ella también llegaba al orgasmo. Caí desplomado sobre sus tetas y me eché boca arriba a su lado. Nos quedamos mirándonos mientras nos sonreíamos:

—Quiero que todos mis días sean así —me dijo.

—Sí, yo también —Le puse una mano en su estómago que todavía intentaba recuperar el aire— quiero estar siempre contigo.

Se incorporó y me dio un beso largo:

—No te librarás de mi tan fácilmente.

Y sonriendo me quitó el condón con el semen dentro, lo ató y lo metió en una caja donde vi los calzoncillos que había perdido. Finalmente apagó la luz y ambos nos dormimos desnudos y abrazados.

¿Fin?

(9,12)