Nuevos relatos publicados: 11

Rebeca

  • 5
  • 15.557
  • 8,93 (46 Val.)
  • 5

Mi vida estaba marcada por la rutina. Iba de casa al trabajo, del trabajo a casa y apenas me quedaba tiempo para hacer deporte, para leer o para disfrutar del buen sexo. La verdad es que me moría por echar un polvo, pero, ¿qué chica iba a fijarse en mí, en aquella camarera ojerosa?, ¿de pronto aparecería en el bar una preciosidad dispuesta a acostarse conmigo? Pues sí, así ocurrió. Se llamaba Rebeca, pelo castaño, ojos claros y la cara más dulce que hayáis visto jamás. Cuando la miraba no podía dejar de pensar en cómo sería contemplar su rostro mientras me practicaba sexo oral.

Solía frecuentar el lugar, pero no habíamos cruzado palabra más allá de lo estrictamente necesario. Aquel día, sin embargo, fue diferente. Rebeca espero hasta última hora y justo cuando me acerqué para avisarla de que cerraríamos en breve:

-¿Haces algo ahora al terminar?

-Depende de lo que me propongas –contesté mostrándome interesada una vez pude reaccionar, pero a la vez tratando de disimular lo ansiosa que me sentía.

-Me encanta cuando os hacéis las interesantes –rio-. Iré al grano. Me he percatado de cómo me miras, y no hablo solo de hoy. Lo cierto es que tú también me resultas atractiva, así que mi propuesta es que me acompañes hasta mi casa, ofrecerte una copa y, digamos, pasarlo bien.

-Dame veinte minutos –contesté atropelladamente.

No podía creérmelo, estas cosas no solían ocurrirme, al menos no de forma tan aparentemente sencilla.

Pasado el tiempo acordado, encontré a Rebeca sentada en un banco cercano. Comenzamos a caminar en dirección a su piso y al doblar la primera esquina me empujó contra la pared con cierta violencia.

-Apenas tardaremos diez minutos en llegar, pero no creo que pueda contenerme sin un... anticipo –me susurro casi rozando mi oreja con sus labios.

En cierta medida me sentía cohibida, lo cual contrastaba con la imposibilidad de contener lo mucho que me gustaba. Por supuesto ella se percató, así que comenzó atacando mi cuello, primero besándolo suavemente, luego llegando incluso a morderlo, logrando que me estremeciese mientras la ciudad mantenía su ritmo frenético ajena a nuestras muestras de pasión y lujuria.

Justo cuando estaba a punto de dejar escapar un gemido, se detuvo, alejándose poco a poco de mí con una sonrisa pícara. No dijo nada, simplemente retomo la marcha invitándome a que la siguiera. Ese era su juego: hacerme desearla tanto que tuviera que luchar por contenerme.

Una vez cruzamos el umbral Rebeca se desvistió hasta quedarse en ropa interior. La visión de aquellas nalgas prietas que tan solo podía intuir bajo el vestido me sugerían una infinidad de pensamientos lascivos.

-Puedes ponerte cómoda –dijo mientras se mordía el labio inferior.

-Puedes ayudarme a hacerlo –contesté señalando los botones de mi camisa.

No tardó en acercarse mientras sus ojos azules devoraban los míos. Fue desvistiéndome poco a poco para finalmente aproximarse aún más, de forma que sus senos tocasen los míos, aun cubiertos por el sostén. Nuestros labios permanecían tan solo a unos pocos centímetros. Mi respiración comenzó a acelerarse, aunque empezaba a preguntarme que había ocurrido con la euforia que mostraba antes.

Solo se estaba conteniendo. Justo cuando pensaba que iba a besarme me lanzó al sofá, separó bruscamente mis piernas y se sumergió entre ellas. Yo gritaba, no tanto por la sorpresa y la imposibilidad de zafarme de ella como por el enorme placer que me producía. Su lengua se movía a una velocidad pasmosa.

“¡Joder, me corro!” exclamé al tiempo que salpicaba a Rebeca con mis flujos. Tras relamerse ascendió hasta mi boca y comenzó, esta vez sí, a besarme lentamente. Creí que me había dado un respiro, pero casi inmediatamente utilizó sus dedos para juguetear con mi clítoris. Presa de la excitación me sujete a su cuello. Rebeca gimió levemente. Le gustaba, a aquella putita le gustaba que la asfixiaran. Sin pensarlo dos veces me incorporé, rodeé su cuello con una mano e introduje tres de mis dedos en su coño. Rebeca sonrió confirmándome que estaba haciendo exactamente lo que ella quería. Emitía intermitentemente gritos de placer ahogados, hasta que su voz se fue apagando y sus ojos se pusieron en blanco. Se acercaba el momento de soltar su cuello. Al hacerlo, Rebeca tomo una profunda bocanada de aire seguida de gemidos y un abundante flujo. Después se recostó sobre mí. Estaba exhausta, ambas lo estábamos. Todo me daba vueltas.

***

¿Dónde est… ah, mi cabeza? ¿Qué cojones es esto, un sótano? Y… ¿qué hago atada a esta silla? Joder, no hay nadie aquí. ¿Y qué son todos esos utensilios?

-¡Socorro! ¡Ayuda!

Mierda, Victoria ¿qué coño está pasando? Un momento, eso son pasos. Alguien está acercándose.

-Te he escuchado mientras bajaba. No deberías esforzarte, cielo, ni siquiera las ratas pueden oírte. Estamos solas tú y yo.

-¿Qué es lo que pretendes? ¿Qué coño quieres de mí?

-Shhh… tranquila, cariño, quiero que te sientas cómoda. No llores, no todavía. Tan solo debes sonreír a la cámara.

Jodida loca, no, no puedes estar pensado en hacer eso.

-Lo de anoche fue maravilloso, en serio, no sabes cuánto lo disfrute, pero me temo que solo eran los preliminares. Es ahora… cuando empieza el juego.

(8,93)