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La historia de Claudia (9)

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Blanca dio por concluida la iniciación de Laura en el dolor y las lágrimas, le ordenó a Claudia que la soltara y la rubiecita se incorporó con esfuerzo, sintiendo que las nalgas le ardían como si se estuvieran quemando. Quedó de pie ante ambas mujeres, sollozando y frotándose el culo a dos manos en procura de aliviar el intenso dolor que sentía mientras Claudia la devoraba con los ojos y crecía en ella el deseo de echársele encima.

La señora se dio cuenta y le dijo:

-¿Qué pasa, perra en celo? Tenés ganas de revolcarte con ella, ¿eh? Muy bien, quizá te lo permita uno de estos días como premio por haberla cazado. Claudia sintió entre las piernas un torrente de calentura y Blanca agregó:

-Ahora vístanse porque mi marido está por volver del trabajo. Vos, Claudia, la dejás en su casa en un taxi y después te vas para la tuya. Mañana te ponés la minifalda de jean y una blusa blanca.

-Sí, señora. –asintió la joven.

-Y vos ¿tenés celular? –le preguntó a Laura.

-Sí, señora.

-Anotame el número. –dijo y le extendió su agenda.

Minutos más tarde, ambas viajaban en silencio en el taxi que las llevaba de regreso. Laura pensaba en la paliza que acababa de recibir y cuyos efectos aún sentía en las nalgas.

"Me dolió mucho, pero ¿por qué ese dolor me resultó tan placentero? ¿Por qué me excité tanto? ¿Por qué sentí que me mojaba como loca sobre sus rodillas?" se preguntó sin encontrar respuesta. Entonces se dijo que lo mejor era abandonar todo interrogante y entregarse en cambio sin reservas a esa mujer. Con ella y con Claudia empezaba a vivir un mundo propio, a tener una identidad, una noción de si misma que jamás había tenido con sus padres. "Soy una sumisa, soy una sumisa de la señora Blanca, soy algo. Le pertenezco a ella, a ella le importo, ella quiere algo de mí" –pensó. "A papá y mamá nunca les importé, no les interesa esta hija que seguramente no buscaron, pero a la señora Blanca sí le intereso" –y entonces sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Claudia la escuchó sollozar, la tomó por los hombros y la atrajo hacia ella.

-¿Qué pasa? ¿Te duele? La señora tiene la mano pesada ¿no es cierto?

-Lloro de felicidad... –le contestó Laura mirándola a los ojos.

Claudia tuvo la tentación de besarla, pero se contuvo sintiendo que debía esperar el permiso de la señora.

-¿De veras estás feliz? –le preguntó manteniéndola abrazada.

-Sí, Claudia, sí... Hace años que fantaseo con esto, que deseo esto... pertenecerle totalmente a alguien... ¿Cómo no voy a sentirme feliz?...

-¿Entonces no te vas a escapar? ¿Ya sos de la señora como lo soy yo?

-Sí, soy de la señora, como vos...Ella es nuestra dueña... –dijo la rubiecita reclinando su cabeza sobre el pecho de Claudia, que lanzó un prolongado suspiro.

A todo esto, Blanca cenaba con su esposo y el hombre le contaba cosas de su jornada de trabajo. Lo escuchó unos minutos. Después se dejó llevar por sus ensoñaciones y respondía sólo con monosílabos y movimientos de cabeza. En los últimos días había estado entrando en algunas páginas de esclavas en Internet, donde vio hembras cautivas que llevaban anillos en su concha. Esas imágenes la impactaron y pensó que bien podría hacérselos colocar a Claudia y a Laura para que fueran la marca que las identificara como perras de su propiedad. Seguía incorporando conocimientos en materia de dominación y en ese sentido recordó que nunca había visto en Internet una esclava que llevara su concha sin depilar. "Mañana mismo las depilo" –se prometió a sí misma. "y voy a averiguar dónde puedo hacer que les pongan esos anillos." La idea hizo que empezara a mojarse. Habían pasado varios años, que le parecían siglos, desde aquellos tiempos en que servía como mucama en casa de Claudia, y ella ahora era otra Blanca, una Blanca con apetencias insaciables de dominante total. Recordó las varias Amas que había visto en esas páginas tiranizando a sus esclavas en fotos y clips, y empezó a identificarse fuertemente con esas mujeres. Algunas vestían atuendos de látex o de cuero, pero rechazó eso por considerarlo artificial. "Hay algo como de teatro ahí" –se dijo. Prefería la ropa común en ella y en sus perras para que no hubiera cortes ni separación alguna entre la realidad cotidiana y el proceso de dominación al que las tenía sometidas. De pronto, algo que terminaba de decir su marido hizo que volviera a prestarle toda su atención:

-¿Cómo que te mandan de viaje? ¿Y por cuánto tiempo? –preguntó tratando de recomponerse y mostrarse creíble en su fingida contrariedad.

-Por quince días, salgo la semana que viene, lunes o martes. –explicó el hombre y la tomó del hombro:

-Bueno, querida, -agregó. -sí, ya sé que va ser duro estar separados tanto tiempo y que vamos a extrañarnos, pero pensemos que me conviene laboralmente y además haré una buena diferencia con los viáticos...

-Sí, eso es cierto. –dijo Blanca mientras por dentro ardía de entusiasmo pensando que durante dos semanas iba a disponer de Claudia y Laura sin ninguna interferencia, con absoluta comodidad.

Laura, entretanto, llegaba a su casa y se encerraba en su cuarto después de saludar a sus padres, que veían televisión en el living y no le hicieron demasiado caso.

Claudia, por su parte, terminaba de darse un baño y poco después, ya bajo las sábanas, se daba a fantasear con la rubiecita para terminar entregándose a una enfebrecida masturbación.

Al día siguiente estaba por salir cuando en el celular recibió un llamado de Blanca, que le ordenó ir a las ocho a la veterinaria para buscar a Laura y llevársela.

-Acordate de que tiene que traer un collar como el tuyo y recipientes para perros, así que vigilá eso. –le dijo.

-Sí, señora, así lo haré, calculo que a las ocho y cuarto estaremos en su casa.

-Muy bien. –dijo la señora y cortó la comunicación.

Minutos después de las ocho de la noche recibía a las dos sumisas sabiendo que dispondría de un buen margen de tiempo para gozarlas, ya que su marido la había llamado para avisarle que iba a cenar con el gerente de ventas de la empresa y que por tanto volvería tarde.

-Mirá cómo me saluda ella y después hacelo vos. –le dijo a Laura apenas cerró la puerta de calle. Claudia se arrodilló y le besó la mano. La rubiecita la imitó y una vez en el comedor Blanca las hizo desnudar, puso sobre la mesa el collar y los recipientes que Laura había traído, se las llevó al baño y preparó todo para depilarles la concha. Las hizo acostar de espaldas en la bañera, con las piernas flexionadas y bien abiertas, primero a Claudia, que le costó más trabajo por la abundancia y espesor de su vello púbico, y luego a Laura, con la que terminó rápidamente porque tenía una vellosidad escasa y suave.

-En esas conchas van a llevar mi marca dentro de pocos días. –les dijo con una sonrisa perversa mientras se las llevaba al comedor. Claudia se dio vuelta y abrió la boca como para decir algo, pero se lo impidió con tono severo:

-Al menor ladrido te dejo el culo ardiendo a rebencazos. -le dijo amenazante y la joven prefirió guardar silencio. Laura miró su entrepierna y pensó: "Me gusta el cambio... empiezo a dejar de ser la hija ignorada por sus padres... empiezo a ser otra cosa... empiezo a ser una sumisa de la señora Blanca... empiezo a ser algo..."

Una vez en el comedor hizo poner a Claudia en cuatro patas y a Laura inclinada sobre la mesa, y se encaminó hacia el dormitorio advirtiéndoles: -Quietas ahí.

-Sí, señora. –respondieron ambas casi al unísono.

Cuando regresó al comedor lo hizo desnuda con zapatos negros de taco alto, el arnés colocado y sofocada de calentura por el dildo posterior que llevaba metido. Portaba el rebenque y en la mano izquierda un largo pañuelo negro con el cual vendó los ojos de Claudia.

Entonces, muy cachonda, se dispuso a someter a Laura, cuyo culito miraba codiciosamente. Puso sus manos en ambas nalgas y le dijo:

-A ver si tenés buena memoria, perrita. ¿Le pertenecés a tus padres?

-No, señora... –contestó Laura.

-¿Te pertenecés a vos misma?

-Tampoco, señora...

-¿A quién le pertenecés?

-A usted, señora...

-¡Perfecto, perrita!... claro que sí, todo tu ser es mío, tu cuerpo, tu mente, tu voluntad, tu futuro... ¡todo!

-Sí... sí, señora, sí... nada de lo mío me pertenece... ¡Soy toda suya!... Haga... haga conmigo lo que usted quiera...

Claudia, cegada por el pañuelo que cubría sus ojos, seguía el diálogo excitada y un poco celosa a la vez. Había sido la primera perra de la señora y por un momento temió que Laura la relegara. Sin embargo, nada de eso pasaba por la mente de Blanca, que seguía considerando a su ex patroncita, ahora totalmente en su poder, como un muy preciado botín. Iba a someter a la rubiecita por el culo mientras Claudia se encargaría de lamerle el suyo. Con ese propósito fue hasta ella, se la puso detrás, le aplastó la cara contra sus nalgas portentosas y le dijo:

-Quiero tu lengua de perra lamiéndome el culo... ¡Vamos!...

Claudia respiró hondo sintiéndose feliz al saber que su dueña no la echaba a un lado y que, por el contrario, esperaba mucho placer de ella. Sacó su lengua fuera de la boca, la estiró cuanto pudo y buscó la hendidura que separaba ambas nalgas y luego el orificio que debía honrar con sus lamidas. La señora espero hasta sentir la lengua de Claudia y entonces tomó el dildo con una mano, lo dirigió hacia su objetivo y lo introdujo hasta el fondo de un solo y brutal envión, arrancándole a Laura un largo grito en el que se mezclaban el sufrimiento y el gozo. A partir de allí lo suyo fue un rosario de sollozos, jadeos, súplicas, gimoteos y aullidos que la señora respondía con insultos y exclamaciones obscenas mientras Claudia continuaba lamiendo y lamiendo el culo de su dueña sintiendo que allí, en ese orificio, se había concentrado el universo.

Instantes más tarde la señora y Laura estallaban en violentos y prolongados orgasmos. La rubiecita sintió que sus piernas flaqueaban y se deslizó por la mesa hasta caer de espaldas en el piso. Blanca se dio vuelta respirando agitadamente y miró a Claudia, que jadeaba con la lengua afuera. Se quitó el arnés y lo tiró sobre Laura, le sacó la venda de los ojos a Claudia y le dijo:

-Sos buena con la lengua, mocosa.

-Gracias, señora...

-"Gracias, señora, por concederme el honor de lamer su culo" –la corrigió, y Claudia repitió de inmediato:

-Gracias, señora, por concederme el honor de lamer su culo.

-Muy bien, perra, muy bien. –dijo Blanca y yendo hacia la rubiecita la levantó de los pelos, la puso en cuatro patas, le metió en la boca de punta el dildo posterior y le ordenó:

-Dales una lavada con agua y jabón que en cuanto me recupere un poco me voy a coger a esta otra.

Laura asintió con la cabeza y se fue hacia el baño mientras la señora se arrellanaba en el sofá para recobrar fuerzas y encargarse de Claudia.

(continuará)

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