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Una vida sin vida: relatos cortos de un gigoló

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Hola, soy Felipe. Un chico que ha dejado de ser chico, pues he tenido que experimentar algunas cosas que la mayoría de los muchachos de mi edad ni siquiera pensarían. Decidí plasmar mis experiencias en este pequeño espacio porque me gusta registrar las cosas que me pasan: raro, ¿no? Creo que tampoco es fácil saber que tienes una vida en la cual debes estar oculto de los ojos inquisidores de los demás: es lo malo. Me alegra que existan ese tipo de espacios en los cuales pueda abrir mis pensamientos y, si cabe, poder entretener a las personas que me lean con mis relatos. Sin más, comienzo.

13 de febrero

Uno de los eventos que me marcó la vida fue el ingreso a la universidad: allí encuentras cualquier cantidad de personas tan diferentes que no te imaginas todo lo que puedes vivir allí. Mi primer semestre fue muy movido: literal. Yo sabía que yo era un gay empedernido y que me encantaban los hombres: estaba pendiente de cuanto hombre pudiera mirar, de cuanto hombre me excitara con solo verlo, de cuanto hombre quisiera tener en mi cama... Yo, para entonces, un chico de 18 años entregado a las banalidades de la juventud, al deseo de la carne, sabía que era un versátil de miedo: me fascinaba que me penetraran y yo penetrar, disfrutar de ambas cosas sin restricción ni complejos. Amaba esa libertad. Después de salir de clase, salí a la cafetería a tomarme un refresco. Mientras hablaba con mis amigos, estaba pendiente de quién podría ser una buena opción para la noche (o para los baños de la facultad), hasta que lo vi: un chico guapísimo: cabello negro corto, alto, piel canela y una barba tan baja como mis ganas de ser hetero y tan linda como una buena verga venosa. Me dije: "Felipe, ese es para usted". No lo perdí de vista. Tenía que encontrar la forma de conversarle sin molestarlo y sin ser tan obvio. Sonia, mi mejor amiga, detectó de inmediato esa forma mía de mirar semejante Adonis.

-Feli, si le mira el culo se anima a ir con más ganas: seguro. Se ríe y luego se va con mis amigos. -¡Vaya! ¿Será que Soni puede ver que hasta me rasuré hoy? ¡Chismosa! -me río porque Soni es una buena amiga y me recuerda que debo cogerme a ese tipo como sea. Lo bueno es que como dicen por ahí: "ojo de loca no se equivoca" y me lancé a la caza. 

-Disculpa, ¿eres nuevo por aquí? Es que estoy como perdido y pues quisiera saber si podrías ayudarme a encontrar mi salón para más tarde -le dije con una cara de preocupación (la técnica del perdido sí que me ha funcionado).

-Hmm, no. Llevo bastante tiempo por aquí, ¿no se me nota? -me pregunta y suelta esa sonrisa que me hace pensar que me lo tengo que coger ahí mismo. 

-Jajaja, tal vez no me ha fallado el ojo, ¿cierto? -le digo yo mientras hago que miro hacia mis zapatos para verle esas piernas que se le ven a través del pantalón.

-Pues deberías darme ese ojo, entonces, porque se ve que es bueno. ¿Salimos y me dices a dónde hay que ir? 

En ese momento, siento como si me pasaran rayos X por el culo, porque sentí como una mirada de deseo. De lujuria. Pensé que sería la comida más fácil en un buen tiempo. Tenía que ser discreto, sin embargo, porque no podía lanzarle a la pulga sin saber lo que pica.

-Y bien, ¿cómo te llamas? Yo soy Felipe, mucho gusto. Y me daba gusto: en serio. Pero era otro gusto el que quería sentir. Un gusto bien grueso que me dejara recordando por qué es que me gustan los hombres. -Santiago. Estudio artes escénicas. ¿Y para dónde es que vas? Más que ponerle atención a la pregunta, no podía dejar de mirar esos labios rojos: daban ganas de arrancárselos a mordiscos. ¡Qué goma los hombres!

-Hmm, sí. Voy para el U105. ¿Conoces? 

-¡Claro! Siempre paso por allí. Pero te acompaño si después me acompañas a tomar un café.

-¡Obvio! Antes es poco por el favor que me estás haciendo. 

Todo salía muy bien, pensé. Yo sentía que era un hombre simpático que sabía lo que quería. Un hombre a toda regla. "Rico que me des a tomar algo más", me dije. Esa respuesta que le di me dejó ver en él una mirada de complicidad. Una mirada a la cual ya estaba acostumbrado. Supe, entonces, que no tendría que esperar mucho más para poder sentir esa verga dentro de mi culo.

-¿Sabes? ¿Qué tal si nos tomamos el café primero? Igual, tengo que esperar como tres horas para mi siguiente clase -le dije con esas ganas de acabar con eso de una buena vez. 

-¿Ahh, entonces tienes tanto tiempo? -me dijo al instante- Entonces, vamos a mi casa que allá tengo un café muy bueno. Vivo a tres cuadras de aquí.

No tuve que decir nada más. Creo que, si Soni hubiera estado ahí, ya me habría dicho hasta de qué me iba a morir (debo dejar de ser tan obvio con mi forma de mirar). Lo acompañé hasta su casa: era muy bonita. Tenía muchos cuadros colgados en sus paredes y en su aire se sentía una buena vibra a sexo. 

-¿Te gusta mi casa? Pues sé que te va a gustar más esto -y se me viene a cogerme el culo con esas manos varoniles. Me agarra duro y me muerde el cuello. Me tira al sofá de su sala de estar y me quita la camisa rápidamente. -Creo que el café queda para después, ¿verdad? -me dice jadeante- Ahora lo que quiero es abrirte ese culo con mi verga. Cuando me dijo eso, me saltó al pecho y me empezó a lamer mis tetillas como si fueran dos caramelos. Tenía una lengua fuerte y ancha: con solo verla me dije "¿qué tal se sentirá cuando me lama el culo?" Me recorrió un corrientazo en toda la espalda: el tipo sabía cómo hacía sus cosas porque me cogió y me volteó de una boca abajo. Luego me abrió las piernas y me abrió las nalgas con las manos. 

-¡Qué delicia comérmele ese culito lampiño, Felipe! Mira lo que te tengo para hundírtelo -en ese momento se quita la pretina del pantalón y se lo baja con fuerza. Lo que vi superó todas mis expectativas: una verga cabezona, gruesa y se le veía la vena que le llenaba de sangre ese pedazo de carne. Tenía unas bolas como pelotas de tenis y con vello bajito, como esa barba que tenía. Me volteé inmediatamente para mandarme esa vergota a mi boca. La rodeé con mi lengua y luego me la fui metiendo suave, succionándole esa cabeza que me tenía loco. Mientras lo hacía, le cogía esas pelotas y jugaba con ellas entre mis dedos. El empujó mi cabeza a la base de su verga con fuerza: sin duda era bien experimentado.

-¡Métetela toda! No me gusta que dejen la comida por fuera.

Ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Sentía que me iba a ahogar con semejante verga en mi boca, pero dejé de prestarle atención a eso porque Santiago botaba harto líquido seminal (yo creo que con eso hubiera alcanzado para lubricar mi culo y su verga a la vez). Yo me lo tragué sin tardar y lo succioné más para ver si salía otro tanto. Al hacerlo, Santiago me tiró al sofá de nuevo y me pidió que me pusiera en cuatro.

-Separa más las piernas, Felipe. Quiero que se te vea ese hueco bien. 

Cuando lo hice, se agacha y se pone a darme lengua. ¡Uff! Lo hacía tan rico que yo hice de cuenta que era una verga que me quería romper el culo y me le moví para que me penetrara con ella. Él me siguió el juego y la metió. Se sentía más rico cuando la empezó a mover en forma de círculos dentro de mí. Sin duda era un maestro para esos menesteres.

-Para el culo que aquí viene mi verga -me dijo mientras ponía sus manos sobre mi espalda. No me di cuenta cuándo se había colocado el condón y cuándo me había puesto el lubricante: estaba tan embobado con la lamida que lo único que sentí fue esa verga dura dentro de mí. La había metido de una y sentí ver el diablo, pero luego se me pasó rápido y lo que sentí fue unas ganas de empujársela más hacia adentro. Él me cogió de la cintura y me empezó a dar duro: tan duro que sentía cómo sus pelotas rozaban las mías.

-¿Te gusta, Felipe? ¿Te gusta que te rompan ese culo con una verga como la mía?

No pude responder: estaba tan ocupado sintiendo su verga dura dentro de mi culo que lo único que me preocupaba era que siguiera dándome como de esos martillos con los que rompen las calles. No me importaba nada más. Mientras pensaba eso, Santiago me dio tres nalgadas tan duras que yo pensé que me iba a quedar con las marcas de sus manos hasta el otro semestre. "¡Qué duro pega!", pensé. Luego me hizo acostar boca abajo y me siguió dando. Yo no podía hacer nada: me tenía tan dominado que parecía que yo estaba drogado. Los golpes que daba contra mi culo se hicieron cada vez más sonoros; tanto que ya esperaba yo que estuvieran grabando tanta algarabía los vecinos (porque la gente es chismosa, seguramente porque no les dan en la casa).

-Me encanta su culo, Felipe. Quiero que me dé más -dijo Santiago casi sin voz- Quiero abrírselo todos los días hasta que le quede como un fondo. Cuando terminó de decir eso, sentí que ya no tenía control de mi verga y que parecía que me quedaba como sin aire. Dos corrientazos subieron por mi espalda y como por obligación, solté unos gemidos tan involuntarios que parecía un burro contento: ya sentía un calor natural cerca de mi ombligo. Mi semen ya había salido sin necesidad de masturbarme: ¡qué loco! Segundos después, Santiago sacó su verga de mi culo y se quitó el condón. Se mandó la mano a ese pedazote de carne y se vino sobre mi espalda. Creo que no había sentido tanta leche en la vida. Sin embargo, lo curioso fue que Santiago me empezó a recorrer la espalda con su lengua y se tomó toda la leche que pensé que me iba a dejar a mí.

-Me va a tener que dejar repetir, Felipe. Estás súper. Parecía que dudaba lo que me iba a decir luego, pero finalmente se decidió y me dijo casi que sin cavilar: ¿has pensado en poner a trabajar ese culo?

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Aquí, la primera parte de mi historia. Si quieren que continúen, por favor déjenmelo saber. ¡Un beso para todos!

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