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Sexo con maduros: Pedro

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Conocí a Pedro, un día de verano cuando hacía más que calor que nunca y mi madre me había llevado con ella a la playa para refrescarnos un poco. Recuerdo que él había agarrado su culo y le había dado un beso que a mi hermana le pareció asqueroso, pero a mí me pareció bastante excitante, apenas me estaba descubriendo y encontraba a Pedro el hombre más hermoso que mis ojos, para mí fue amor a primera vista, aunque el hombre me llevaba diez años de diferencia y estaba muy interesado en mi madre. Recuerdo sentir furia cuando le dijo que la amaba. 

No sé si fue furia o alegría lo que sentí durante los siguientes meses en los que Pedro dormía en mi casa, en la cama de mi madre. Los escuchaba gemir y lo escuchaba llegar al orgasmo, mi hermana hervía en furia, pero muchas fueron las veces en las que deslicé más de un dedo debajo de mis bragas y gemía pensando en que era Pedro quien lo hacía, yo misma me complacía pensando en él, recuerdo que una vez me descubrió gimiendo su nombre y que no pudo ver en más de una semana, aunque me las arreglé para mentirle y decirle que era un chico de mi clase que se llamaba así. Desde entonces decidí ser más cuidadosa. 

Por desgracia, Pedro terminó yéndose de mi casa después de una intensa pelea con mi madre, yo lloré durante días mientras la repudiaba en silencio. Poco a poco los días fueron pasando y Pedro encontró a otra mujer al igual que mi madre encontró otro hombre al cual yo despreciaba, lentamente mis deseos por Pedro desaparecieron o más bien se ocultaron. Una que otras veces lo veía, sus ojos se conectaban con los míos y me dedicaba una sonrisa que yo intentaba ignorar porque no lo perdonaba por irse. Decidí ignorarlo y a mi vida llegaron otros chicos como Juan, a quien pensé regalarle mi virginidad, pero al final no pasó porque me engañó con mi propia hermana. Recuerdo haber corrido llorando después de encontrarlos teniendo sexo en mi cama, después de correr choqué con Pedro que estaba con una chica de mi misma edad. Esa fue la noche en que mi corazón se rompió dos veces.

Como mi madre siempre dijo, el tiempo curaba. Perdoné a mi hermana porque al final la familia es lo más importaba y a Pedro lo volví a enterrar en un rincón de mi corazón, comencé a estudiar más y a alejarme de chicos porque me parecían solo una maldita distracción. Mis amigas se burlaban de mi virginidad y me llamaban "Virgen María", luego de un tiempo me di cuenta de que realmente no eran amigas así que también me fui alejando de ellas a medida que los libros se apilaban en mi escritorio y llegaba a mí un tipo de fiebre por los chicos famosos de ese tiempo. Con esa fiebre también vino Pedro.

Me vi a mi misma de vuelta en la obsesión con Pedro, lo seguía a todas partes, lo veía siempre y me apegaba a él lo más que podía. Recuerdo que muchas veces con sus amigos hacían bromas sobre mí, me llamaban "la sombra" y eso no me molestaba porque a él no le importaba. Sólo se reía y me miraba con esos ojos que me volvían loca. Hubo una vez en la que estábamos juntos sentados en el patio de uno de sus amigos.

— Vaya, Pedro, esa niña no se despega de ti ni un momento. Es tu sombra — había dicho una mujer que yo desconocía pero que ya comenzaba a caerme mal por lo apegada que estaba a él últimamente. 

— ¡Esa es la verdad! — dijo él para mi sorpresa y me asusté un poco por la idea de que mi presencia ya le fastidiase, él me tomó por la cintura y me sentó en su regazo como hacía cuando yo era niña — ¡Es que es mi hija! — y antes de que yo pudiese decir algo estampó sus labios en mi mejilla haciéndome colorar. 

Desde entonces en serio que no despegué de él, acostumbraba acompañarlo a todo lugar sin importar que tarde era o si era un lugar apropiado. A mi madre mucho no le importaba porque había tenido otro bebé y debía de cuidarlo y a mi padrastro mucho menos, mi hermana se había ido a la ciudad y yo no tenía interés en estar en mi casa. Yo dormía en casa de Pedro, comía con él y hasta me bañaba con él. Desde ese primer día, en el que le pregunté si podía ducharme con él todo cambió lentamente.

Al principio le pareció una locura, pero después de verlo con grandes ojos aceptó no muy convencido, él mismo me había quitado la camisa grande que traía sobre mi cuerpo ocultándole mis pechos que ya no eran planos.

— Ya no eres una niña — había dicho mientras me miraba a los ojos raramente serio.

— Eso es lo que he intentado decir, papi.

Me deslizó las bragas, lo escuchaba maldecir mientras las deslizaba por mis piernas y todo en mi estaba vivo. Intentaba no saltar de la felicidad, aunque está dominaba mi cuerpo, sin embargo, ese solo fue el primer paso, aunque no me decepcionó en lo absoluto. Ambos estuvimos durante minutos bajo el agua y por fin, mis labios conocieron los de él a plenitud, había descubierto el cuerpo desnudo de mi ex padrastro, el cuerpo que tanto deseaba y el que me hacía vibrar. Aquel cuerpo que había deseado desde ese caluroso día en la playa. Había probado sus labios, los mismos que había probado muchas más mujeres, pero eso no importaba porque yo los sentía míos. 

Después de aquella ducha, él secó cada parte de mi cuerpo y me vistió. Me hizo jurarle mantener el secreto y así lo hice, todos seguían pensando que yo era la sombra de Pedro, la hija de su ex pareja que lo llamaba papi porque lo veía de una forma paternal. Sin embargo, ese apodo iba mucho más de lo paternal, era erótico y me encantaba ver la reacción que causaba en el él. Él era mi papi. Yo era su niña. Todo iba bien.

Recuerdo haberle dicho que me quería casar con él, pero solo causé que se enojara. Recuerdo haber llorado durante horas por el simple hecho de que él me dijera que no quería casarse con una chiquilla virgen que estaba obsesionada con él, tal vez eso era verdad. Al final había decidido tomar todas mis cosas e irme, ya tenía mis cosas reunidas cuando el irrumpió en el cuarto y me suplicó no irme. En mi cuerpo hubo felicidad al saber que él me necesitaba, tanto como yo a él.

Ese día me entregué eternamente a Pedro. Recibí cada uno de sus besos en mi cuerpo, sentí sus labios, los cuales me llevaron al cielo, en mi vagina explorándola completamente haciéndome gemir tan fuerte que puedo jurar se escucharon en todo el barrio. Luego lo sentía a él, sentí como nuestros cuerpos eran uno en esa pequeña cama. Toda su longitud dentro mío por primera vez, y agradecí no haberle dado ese regalo a Juan, a pesar de todo Pedro lo hizo lento, entrando y saliendo de mí muy lentamente sacándome otros gemidos. Luego se movió y yo sentí la gloria, pronto le entregué mi primer orgasmo y el me dio otro. Esa noche, Pedro y yo dormimos muy juntos y no nos importó nada más.

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