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La novia de mi amigo

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Al fin llegó el momento esperado. Hacía tiempo que deseaba que esto pasara y aquí estoy respirando hondo, disfrutando de mi victoria con la compañía de este cigarrillo que está por terminarse. Ah, suspiro tranquilo. No dejo de sorprenderme cómo el tiempo a veces parece pasar lento, muy lento, cuando el deseo se ve retenido por las circunstancias, y cuán rápido transcurre mientras la fantasía se concreta. Y asimismo cómo mi mente recrea a cada momento, desde que concluí lo que tanto anhelaba concretar, cada segundo, cada momento de aquella escena que a continuación paso a relatar.

Como todos los fines de semana, salíamos con mi amigo a disfrutar de la noche, a conocer chicas y a pasarla bien. Un día yo no fui aunque mi amigo sí salió, con otros amigos, y terminó conociendo a una chica, de la cual se enganchó pronto. Apenas nos vimos me comentó todo, como solíamos hacerlo, y bueno, en el momento no le di demasiada importancia porque era común que cada uno contáramos nuestras aventuras y que, en muchos casos, exageráramos detalles e incluso mintiéramos para sentirnos mejor. Esta vez el insistía e insistía con que la chica que conoció era algo mejor que las anteriores. Yo tampoco le di esa vez importancia.

Pasó un tiempo desde que la conoció hasta que salimos en barra: Ellos dos, yo y más amigos. Ay, bendito sea el día en que la conocí por primera vez a esa chica de baja estatura, pelo largo oscuro y enrulado, mirada ingenua, de naturaleza simple pero que, lo supe desde un principio, era capaz de albergar sensaciones furtivas.

Yo tenía la ventaja de que al conocerla ella me dedicara algo más de simpatía natural y de tiempo de charla con respecto a los demás, ya que como era el mejor amigo de su novio era natural que eso pasara. Había más confianza. Me acuerdo que esa noche en que la conocí me había gustado lo suficiente como para sentirme mal, ya que se trataba la novia de mi amigo. Es por eso que preferí evitarla, por las dudas.

Unas salidas más se sucedieron hasta que, llegado un punto, un día mi amigo me llama y me pregunta si la novia le había caído mal. Le dije que no, en un tono neutro, y él no me creyó y me contó cómo se habían dado las cosas, que me notaba esquivo con ella y con él también. Le di una excusa falsa, como para zafar de aquella situación, consiguiendo que no insistiera.

Salimos otro día y para mi sorpresa noté que me gustaba cada vez más. Aquella noche no pude evitar charlar con ella. De a ratos me quedaba sólo en una mesa mientras los demás bailaban, momento en el cual pude conocerla algo más. Cada minuto me calentaba más esa mujer. Su pecho mirado de perfil hacía notar sus amplios y redondeados pechos que, resaltados por su remerita ajustada, parecían más grandes de lo que eran. Además de su cintura delgada, me encantaba la manera que tenía ella de mover las piernas, de cruzarlas, de exhibirlas con sensualidad. Pero lo que me encantaba era su boca; era una tentación permanente. No sé cómo hacía para que sus labios siempre luzcan húmedos, cosa que me incitaba al deseo como ninguna otra cualidad suya.

Durante aquella charla, ya notaba que su simpatía era demasiado evidente como para que me sintiera como el amigo de su novio. Dudando de aquella situación, y con la ayuda del alcohol que habíamos consumido, más la música del lugar que también la tenía como oportuna aliada, acerqué mis labios a su oído y le dije que me encantaba cómo era y que en el futuro desearía conocer a una hembra como ella.

Sin dudas me había entendido. Lo comprobé con su mirada ardiente y su labio inferior levemente arrugado revelando su deseo. Sin embargo, por pudor y seguramente por prudencia, exhibió una diplomática sonrisa y escapó rápidamente a la pista. Yo -para disimular- desaparecí de la mesa por un tiempo y me fui a quitarme las ganas con la primera chica que seduje.

Más tarde, volvimos a reunirnos en la mesa de aquel pub entre todos. Éramos bastantes, pero a mí sólo me importaba ella, no me interesaba nada más en aquel lugar. De a ratos cruzábamos miradas y era inevitable que el deseo fuera cada vez mayor.

Volvimos a la pista de baile, esta vez a bailar todos. Hubo un momento en que nuestros cuerpos se rozaron, haciendo que sólo con ese detalle mi miembro cobrara una rigidez que pocas veces había sentido. Tremendamente excitado de alguna manera volví a arreglármelas como para que eso sucediera de vuelta y volví a excitarme como nunca.

Todo esto pasaba dentro de este lugar que de por sí era grande: había muchas columnas y contaba con una especie de subsuelo, con muchos sillones, y en la parte superior había una especie de semi-piso en donde estaban los baños. Mientras terminábamos de bailar, logré acercarme a su oído nuevamente. Le dije que la esperaba arriba.

Fui lo suficientemente astuto como para ir enseguida para no levantar sospechas. Me quedé esperando un buen rato y por momentos me sentía nervioso por si venía alguien de nuestro grupo sorprendiéndome esperando a la salida del baño. Esa impaciencia sumada al deseo me volvió loco. Llegado un momento decidí entrar.

Pasaron como quince minutos hasta que alguien entró. Deseaba que fuera ella, pero me decepcionó al saber que era un hombre el que había entrado. Entró una segunda persona a los dos minutos y por el ruido de tacos supe que era ella. Abrí la puerta, tomé su mano y conseguí en fracción de segundos encerrarla en aquel baño.

La besé salvajemente mientras ella manoseó mi trasero con avidez. Le comí la boca como si la estuviera deseando desde hace semanas. Nuestras lenguas voraces chocaban, luchaban, lamiéndose mutuamente. Al tiempo que nuestras manos exploraban frenéticamente nuestras anatomías. La senté abruptamente en el inodoro, con la tapa baja, subí sus piernas bastante alto, y comencé a lamer su entrepierna.

¡No había tiempo! Teníamos que hacerlo a pura velocidad. Abrí más sus piernas para lamerle y succionarle el clítoris. Qué húmeda sentía su vagina. Mis dedos que jugueteaban nerviosamente en aquel lugar en vez de mojarse parecían inundarse de su sagrada secreción. ¡Cómo me calentaban sus callados gemidos! La combinación lengua dedos la volvía loca.

Luego fui subiendo, sin detenerme hasta sus pechos, los manoseé sin delicadeza, los recorrí con mi alcoholizada lengua y volvimos a besarnos. Quiso que nos detuviéramos, me pidió que me parara. Bajó bruscamente mis pantalones, con esa mirada como que sólo existiera mi erecto pene. Lo miraba fijamente como si lo deseara como nunca. Lo tomó con su mano derecha, abrió grande su boca y lo comió y lo chupó. Yo estallaba de placer. Su mirada que, antes era ingenua, ahora era libidinosa, sabía chupar muy bien y además la situación de que alguien entrara y nos sorprendieran me excitaba mucho.

Siguió succionando, mamando, succionando, mamando hasta que le subí el vestido, busqué su tajo y la penetré brutalmente. Cogimos, cogimos y cogimos sin parar, como dos amantes enfurecidos por la calentura de la noche. Acabamos con un gemido tan profundo como sincronizado. Empapados de sudor y satisfechos bajamos a seguir con el circo.

Desde aquella noche no dejamos de vernos, de tiempo en tiempo, como buenos amantes.

FIN

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