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La picazón oportuna

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Hacía unos días que venía teniendo una picazón molesta en algunas partes de mi cuerpo. A simple vista parecía que eran pequeños granitos los que habían aparecido, pero luego de verlos bien y por la cantidad que habían salido me incliné a pensar que se trataba de alguna enfermedad eruptiva, de esas que son muy molestas y que tardan mucho en irse.

Por eso, algo temeroso y dudando, decidí sacarme de una buena vez la duda que tenía. Fui al servicio de dermatología del hospital que voy siempre. Al llegar, me hice anunciar, y me quedé esperando hasta que mi turno llegara. Sólo éramos tres los que esperábamos: una pareja joven y yo. En un momento determinado, desde uno de los consultorios salió una doctora, de aproximadamente cuarenta años, estatura mediana, pelo castaño enrulado, de silueta delgada y muy poco simpática. Si bien yo estaba algo distraído pude percibir de alguna manera que me dio un rápido vistazo y pude escuchar: "Dejá que se lo tomo yo". Se ve que en ese día la solidaridad de esta doctora para aliviar el trabajo de sus colegas era mayor de lo común.

Dijo mi nombre y ambos fuimos al consultorio correspondiente. Al entrar ella ya estaba sentada, lista y al saludarla esbozó una sonrisa sugestiva. Su manera de mirar me intranquilizaba. no sé por qué. Yo lo único que quería era que esa maldita picazón no perturbara más a mi cuerpo. Le conté mi problema, a lo cual ella me pidió que le mostrara las zonas afectadas. En primer lugar me quité el pullover azul oscuro, luego me desabroché la camisa del mismo tono, la abrí y le señalé dónde me picaba.

Al volver mi vista sobre los ojos de la doctora vi —para mi sorpresa— que ella había estado contemplando toda mi anatomía. Se sobresaltó y rápidamente miró más atentamente la zona específica.

Después le comenté que cerca de la entrepierna también me picaba. Le pregunté si era necesario que le mostrara aquella zona, a lo cual ella asintió como si fuera algo obvio. Desabroché mis jeans, me los bajé hasta que quedaran a la altura de la rodilla con algo de timidez. La notaba cada vez más excitada; podía ver que sus labios estaban más húmedos que cuando los había mirado antes. "Vení, acercate más a la luz". Yo me encontraba en medio de aquel consultorio, semi-desnudo, solo con ella, que me tocaba suavemente, recorría las yemas de sus finos dedos por mi entrepierna, haciendo que mi pija fuera endureciéndose paulatinamente. Yo seguía en ropa interior, con mi torso desnudo, casi inmovilizado de pies por los jeans bajos mientra que las manos de la doctora tardaban en abandonar mi cuerpo. Parecían no querer irse.

Yo esperaba que me dijera algo, aguardaba que me comentera el diagnóstico, quería saber qué tenía, y sólo recibía como respuesta un silencio que a esa altura me resultaba incómodo. Ella siguió tocándome y tocándome, y justo en el momento en que le iba a decir que se detuviera, la doctora curiosa me bajó mi ropa interior quedando mi inhiesto miembro al descubierto."¿Y acá también te pica?" —me preguntó con picardia. Tomó mi erecta pija poniéndosela en su boca sin pausa. Comenzó a mimarla con tacto profesional, ahora con más dedicación que antes. La forma que tenía de hacerlo me excitó mucho más que las otras tantas veces en que alguna mujer hubiera estado jugando con mi sagrada porción de carne.

El grado de excitación era superlativa. Lentamente succionó mi miembro hasta la mitad para empezar a chuparla. A esta altura mi pija estaba erecta a más no poder, lo que hizo que ella la disfrutara en toda su larga extensión. Por momentos sus ojos buscaban los mios y yo me calentaba cada vez más. Además, por otro lado, un nerviosismo adicional sobrevolaba el ambiente por el temor que teníamos ambos por si alguien entraba a interrumpirnos.

Parecía gustarle mucho mi sabrosa pija, tanto que por momentos su mano que la sostenía me apretaban más de la debido, cosa que por un lado me lastimaba y por otro lado me calentaba mucho más.

Le pedí que parara y que se levantara. Me acomodé un poco para tomar mi turno. Así como estaba, desabroché rápidamente los botones de su blanco uniforme, luego le saqué aún más a prisa su molesto buzo hasta que terminar de sacarle su corpiño negro. Mi lengua se lanzó a la búsqueda de sus excitados pechos, cuyos pezones firmes denunciaban su excitación. Acompañando a mis mimos linguales, las manos de la Dra. acariciaban mi cabeza muy lentamente. Le bajé la bombacha de un tirón, logrando calentarla mucho, mucho más.

Calcé mi gran miembro en su húmeda cavidad. ¡Ay! ¡Cómo disfrutaba la doctora! A cada embestida estallaba en ahogados gemidos y yo me excitaba más y más. De alguna manera podía admirar y sentir los orgasmos que tenia por la manera en que se movía, y la saliva que segregaba y por cómo me clavaba sus punzantes uñas en mi piel.

A todo esto, el sudor había invadido mi cuerpo, por todas partes y cuando pasaba por las zonas en las que tenía picazón, me irritaba mucho, pero con la excitación general que tenía esta irritación en vez de inquietarme añadía más calentura a la escena.

Estaba a punto de acabar, entonces retiré mi tórrida pija de su vagina para acabar en su rostro. Había quedado empapada del sagrado líqudo blanco, caliente y delicioso.

Nos vestimos, me hizo la recete y dijo que me vería en veinte días, palabras acompañadas de un gesto cómplice. Extrañamente, al salir de allí, curiosamente me picazón parecía no afectarme..

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