Cuento corto
Érase una vez un maestro budista, que iba pasando con su aprendiz cerca de un río.
Al momento de pasar vieron en la orilla a una mujer joven y muy bella, que no podía cruzar el río por que la corriente de este era muy fuerte. Esta se acercó a ellos y les pidió ayuda. Le dijo al maestro:
—¡Ayúdeme a cruzar buen hombre!! ¡Tengo que cruzar al otro lado junto con mi gallina que es mi única pertenencia y no quiero perderla!
El maestro dijo:
—¡Puedes perder más que eso mujer! ¡La vida misma! —Más sin embargo el maestro accedió con gusto, cargando a la mujer en su espalda le dijo— Listo, sostente con fuerza.
En ese momento el aprendiz le gritó al maestro:
—¡Espere! ¡No puede hacer eso! ¡Tenemos votos de castidad y no podemos tocar a ninguna mujer!
A lo que el maestro le dijo en tono muy fuerte y serio:
—¡Agarra la gallina en tu cabeza y cruza el río! ¡Yo llevaré a la mujer en brazos!
—¡Pero maestro...! —Replicó el aprendiz.
Y el maestro tomó a la mujer y cruzó el río y la depositó al otro lado y el muchacho los siguió con la gallina sobre la cabeza. Y ella le dijo:
—¡Gracias buen hombre! ¡Benditos sean ambos!
Y les dio un beso a ambos en las manos y en la mejilla y se fue feliz. Y el alumno venía replicándolo al maestro por su comportamiento.
—Qué mujer tan bella ¿verdad, maestro? ¡Vaya vaya! ¡Sí que era hermosa! ¿De qué pueblo sería? ¡Rayos no puedo olvidar esos labios! Pero.... sigo pensando que romper nuestros votos ¡no estuvo bien!
A lo que el maestro respondió:
—¡Calla ya! ¡Lo que hicimos estuvo bien! Acaso ¿ibas a dejarla morir? Veo que no has podido olvidarla. A esa mujer yo la dejé en la orilla del río a salvo.... Mas sin embargo.... Tu aún la sigues cargando a cuestas.