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El esclavo de las muchachas del barrio

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Recién había cumplido yo mis 18, recuerdo...

Era aquélla una tarde calurosa de primavera, y ardiendo en otra de aquéllas mis despampanantes sobreexcitaciones eróticas, salí corriendo hacia el bosque ahí muy cercano al barrio donde vivía, y, como era mi costumbre desde niño, saciaba solitariamente aquellas ganas de exhibir mi desnudez, a la soledad de la verde naturaleza del bosque, imaginándome un antiguo sátiro de aquellos de las fantasías mitológicas que tanto me agradaba leer.

Imaginábame espiado por esculturales ninfas desnudas que estarían escondidas entre las espesuras vegetales aquéllas, y así andando y empalmado como un burro, caminaba por las soledades de aquel bosque, sin perturbar ni ser obsceno con nadie.

Pero aquella tarde, ¡aquella tarde sí andaba una ninfa!: La Marina.

La Marina: vecina de casa y de mi misma edad, que aquella tarde justamente se le había ocurrido ir hasta la casa de una amiga, y no tuvo peor idea que cortar camino para su viaje, que atravesando el bosque aquél precisamente. Y.… ¡me descubre!

Yo, para hacer aquellas mis caminatas desnudo, me desnudaba dejando juntas mis ropitas contra un tronco, para después, cuando saciaba aquélla mi costumbre y debía volverme, las recogía de donde las había dejado, me volvía a vestir, y listo... me volvía tranquilo y sin problema ninguno. Pero aquella tarde, la Marina justamente me descubre desde que llegaba yo y me desnudaba dejando mis ropas ahí, y sin haberla yo a ella visto, la muy cochina descubre ésa mi costumbre, y sabiendo ocultarse y estudiar todos mis movimientos, corrió a esconder mi ropa vaya uno a saber dónde, para aparecérseme sorpresivamente largando las carcajadas estando yo completamente desnudo y empalado como un burro, y ahí nomás ya comenzó ella conmigo aquel juego dominante donde yo, corriendo desesperadamente hacia el lugar donde había dejado mis ropas para vestirme...obviamente no las encontré, y la Marina, que venía siguiéndome a las carcajadas, comenzaba ya a divertirse conmigo.

Le imploraba yo me devolviese las ropas, cosa que ella negaba tenerlas con un cinismo exprofeso diciéndome que no sabía absolutamente nada de mis ropas, y que era yo el que andaba ahí desnudo y yo debía saber por qué andaba desnudo.

La Marina había resultado ser una verdadera experta en saber desesperarme, y rápidamente quedé envuelto en su telaraña en la que supo rápidamente envolverme, comenzando aquel juego en el cual yo, desesperado y dispuesto a cumplirle todo lo que me ordenase, comencé a ser el juguete de ella ahí adentro de aquel boscaje estando yo... completamente desnudo.

La Marina, una hermosísima muchacha alta y escultural, comenzó a andar acaballada sobre mis hombros haciéndome así llevarla por los senderos interiores de aquel inmenso bosque, llevándola yo sobre mis hombros así completamente desnudo y con el chorizo duro y horizontal bamboleándose en el aire al ritmo de mi paso. La Marina... reía.

Descalzándose, La Marina me hizo llevar en mi boca así agarrando entre mis dientes sus sandalias a las que le iba sintiendo el olorcito de sus pies, mientras descalza, iba ella toqueteándome los huevos y la pija haciéndome ir dando corcovos y retorciéndome en el sentir atroz de las cosquillas que me iba así haciendo, largándose ella las más socarronas de sus carcajadas estridentes.

El cuerpazo inmenso y hermoso de la Marina, sus peso sintiéndolo yo encima mío y sus gordas piernas ahí a un lado y otro de mi cara viéndolas yo colgar desde mis hombros al ir ella en mí montada, eran como un excitante sexual que me multiplicaba aquella creciente calentura en la que estaba yo como un animal poseído, y pronto los orgasmos comenzaron a invadirme en caravanas locas, y por mi verga comenzaron a aflorar los chorros de leche saltándome al aire desde la punta de mi chorizo atrapado entre los pies de la Marina que se largaba las carcajadas haciéndome acabar pajeándome con sus pies.

Aquello, estaba ya, siendo el comienzo de una gorda cosa donde yo, iría a desembocar en una loca consecuencia de situaciones donde la Marina iría a decidirlas a su más completo antojo.

Iba la Marina con su celular filmando todo lo que me estaba haciendo, y dirigiéndoselo a sus amigas vecinas también del barrio, comenzaron todas a aparecer a las carcajadas, para sumarse a la orgía aquélla en la que yo, iba a ser el juguete de todas.

Era cosa como de película oír cómo se escuchaban las carcajadas de las chicas que por entre el bosque nos buscaban sabiendo ya lo que estaba pasando. Y cuando aparecían encontrándonos... aquellas carcajadas que se multiplicaban en sonoridad femeninamente grotescas festejando tal cosa.

Era... el comienzo de la cosa gorda que les decía.

Comencé a ser el juguete de todas, y poseído por una caliente avalancha de deseo masoquista por entregarme sumiso y feliz a todas ellas, comenzábamos ellas y yo ahí, aquella loca relación de ser yo el continuo objeto de todas, y todas mancomunadas en esa complicidad de tenerme para ellas como el esclavo conquistado.

La Marina les contaba con lujos de detalles cómo había logrado capturarme descubriéndome en aquella loca costumbre, y todas se largaban las carcajadas mirándome despiadadamente burlonas. Yo... mudo ahí ante todas: desnudo por completo y con mi chorizo vibrando por las calenturas que me provocaban las cosas que entre todas a vivas voces hablaban comentando mi situación.

-"Ahora te vamos a traer siempre aquí para hacerte cosas, y vas a ser el juguetito caliente de todas nosotras, y serás nuestro esclavacho eterno ¡y ése será tu destino!" -Me decían.

¡Las carcajadas de todas, coronaron aquello!

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