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La locura de mi tía

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El rollo con mi tía empezó un día de cena familiar en una casa de campo. Era invierno y estábamos cenando toda la familia; yo me excusé un momento para ir al lavabo, y como no me encontraba muy bien decidí ir al lavabo del piso de arriba para evitar ruidos embarazosos. Como el lavabo de abajo quedaba libre, pasé de echar el cerrojo.

Me paré un momento en el espejo, y en el momento en que me dirigía a la taza a orinar, oí a alguien que picaba suavemente a la puerta y súbitamente la abría: era mi tía. Yo la miré extrañado, pues no sabía qué hacía ahí. No estaba especialmente ruborizado, ya que aún ni siquiera me había bajado la cremallera.

Iba a preguntarle qué quería cuando sin decir una palabra se me echó encima y me empezó a dar un morreo tratando de abrirse paso con la lengua al interior de mi boca... no pasó mucho rato antes de que le siguiera el juego y no sólo su lengua explorara mi boca, sino que la mía también explorara la suya.

Al cabo de un rato nos soltamos, y ella me miró.

—Venías a mear, ¿no?

Yo titubeé.

—eerr… sí.

—Venga que yo te la aguanto.

Me indicó que me pusiera ante la taza y allí me bajó la cremallera y me sacó la polla, aguantándomela para que meara.

—Venga, ya puedes empezar.

Me costó un poco al principio, pero al poco rato el chorro de orina salió. Ella seguía aguantándome el rabo mientras miraba el chorro caer, pero poco después, aun agarrándomela, se acuclilló quedando al lado de mi miembro y del chorro de orina. Entonces alzó la mano libre, justo por encima de la taza y la colocó justo por debajo del chorro, con lo que la orina caía directamente sobre su mano. Así, agachada, agarrándome la polla con una mano y llenándose la otra con mi orina, se inclinó hacia delante y bebió de la orina que había recogido, lamiéndose la mano.

Yo estaba completamente sorprendido. ¡Mi tía estaba allí, bebiéndose mi meada!

Por supuesto, la meada acabó y ella se volvió a levantar.

—Oye, ¿Por qué no te haces una paja para mí?

—¿Eh?

—Que si te haces una paja para mí.

Yo estaba aturdido por la sorpresa, pero la idea me gustó, así que poco a poco empecé a meneármela ante ella, que se volvió a acuclillar, esta vez delante de mí, y observaba mi polla con atención.

Yo, dadas las circunstancias, me permití observarla con descaro: Llevaba una falda negra, unos pantys también negros, unos zapatos de tacón y una blusa un tanto ajustada que marcaba unos pechos normales, aunque la blusa no transparentaba nada. Mi vista iba de sus piernas a su pecho y a su cara, que sólo perdía de vista mi miembro para mirarme a la cara. Adiviné un poco su juego y me atrevía a interrumpir brevemente mi masturbación para tirar de la piel, sacar todo el capullo, y apuntarlo hacia ella en actitud desafiante, y cada vez lo acercaba un poco más a su cara o a su boca. Ella no se movía, y no llegué a tocarla, aunque las últimas veces le puse el capullo muy, muy cerca de los labios.

Pero al final me llegaron los estertores, y la avisé de que me iba a correr. Ella se levantó rápidamente, se giró hacia mi izquierda y se remangó la falda hasta la cadera, doblando ligeramente la pierna y ofreciéndome la parte superior del muslo enfundada en el panty.

—Córrete aquí, vamos, rápido.

Me eché hacia delante y pegué mi capullo a su pierna, y enseguida salió el primer chorro de semen al que le siguieron tres más que cayeron en el lado de su pierna justo por debajo de la cadera, y empezaron a gotear hacia abajo. Poco antes de que el semen cayera demasiado bajo, mi tía se bajó la falda y cubrió con ella mi corrida. Antes de volver al comedor, quedamos en llamarnos y quedar más tranquilamente.

En efecto, nos fuimos llamando, aunque no tuvimos la oportunidad de vernos. No obstante, hablamos a menudo aprovechando que ninguno de los dos tenía a nadie en casa y hablamos de nuestras preferencias. Al cabo de tres meses, a la vista de una boda familiar, planeamos un juego sucio:

Ella me compraría un conjunto de ropa interior, y yo le compraría uno a ella. Nos los haríamos llegar y nos los pondríamos el día de la boda, donde nos los enseñaríamos puestos, a partir de ahí, lo que saliera.

Yo pedí por Internet un conjunto de tanga y liguero negros, unas medias con costura y, sintiéndome espléndido, también le compré unos zapatos de tacón con punta. Esperé pacientemente y cuando tuve la oportunidad se lo envié. A los pocos días recibí un paquete, y al abrirlo me encontré con un conjunto similar al que yo había enviado, con la salvedad de que era blanco y en lugar de un tanga traía unas braguitas blancas de encaje.

Llegó el día de la boda, y yo me puse mi conjunto debajo del pantalón, que elegí grueso para que no se notaran demasiado las hebillas del liguero. Fuimos a la boda y empezamos a saludar a los asistentes, aunque yo estaba más pendiente de encontrar a mi tía. Al final la encontré: llevaba un vestido negro, pero estaba detrás de un coche charlando con otros familiares, así que disimulé como pude mientras esperaba a que sus piernas quedaran al descubierto y poder comprobar si se había puesto lo que yo le había comprado.

Al cabo de un minuto el coche se movió, y pude comprobar complacido que sus piernas calzaban la costura de las medias y sus pies los zapatos de tacón.

Se me puso dura casi al instante, ya al ver que ella estaba en un sitio relativamente apartado de la gente me apresuré a acercarme casualmente a ella para darle los dos besos de rigor. Al acercarme a ella para darle los dos besos, levanté mi mano como si fuera a tocarle suavemente el brazo, pero lo que hice fue pellizcarle una teta. Mientras, cuando fui a besarle la mejilla que quedaba alejada de la gente, saqué mi lengua y se la lamí muy levemente con la punta.

Ella me miró, sonriendo, pero sorprendida, y me golpeó jovialmente con el bolso. Seguidamente cada uno fue a la suya, aunque no nos perdíamos de vista.

Acabó la ceremonia y los novios salieron de la iglesia para ser bombardeados con el arroz; Yo ya había elegido mi sitio con antelación, justo enfrente de mi tía, y aparentemente tiraba el arroz a los novios, cuando en realidad se lo tiraba a mi tía en el escote. Más tarde supe que ella lo notó.

Y llegamos al restaurante donde se hacía el banquete… nos dimos una pausa para comer, pero acabado el postre me excusé de nuevo para ir al lavabo, y justo antes de doblar la esquina del pasillo me giré para ver que mi tía también se había levantado. Me apresuré al lavabo y eché mi meada (me había aguantado un rato esperando el momento en que la gente se dispersara un poco de las mesas), y al cabo de un minuto apareció ella por la puerta, a la que yo intencionadamente había dejado el pestillo puesto.

Cerramos la puerta con pestillo y nos apresuramos, ya que el lavabo era público y no teníamos mucho tiempo: Nos metimos en uno de los compartimentos con taza y nos pusimos uno a cada lado para vernos bien. Mi tía me miró a los ojos:

—Tú primero.

Enseguida, como si me hubiera dado una orden, me desabroché el pantalón y me lo bajé, remangándome un poco la camisa para que ella pudiera ver el conjunto blanco en toda su extensión. Ella no perdía detalle mientras veía cómo mi polla se ponía morcillona bajo la braguita. Ella extendió una mano y me masajeó el paquete suavemente.

La dejé tocarme el asunto por unos segundos y me subí los pantalones, apresurándome mientras reclamaba mi turno; Ella se levantó el vestido hasta la cintura y me enseñó los zapatos, las medias, el liguero y el tanga sin ninguna vergüenza. A través del tanga se podía ver que llevaba el chochito rasurado, y ya que ella se había permitido tocar, yo me atreví a hacer lo mismo: Alcé mi mano y empecé a acariciarle la entrepierna mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar, y como el tanga era muy delgado no tardé en apartarlo a un lado y acariciar sus labios directamente, atreviéndome ocasionalmente a aventurar un dedo entre ellos y comprobar que estaba mojadísima.

—Venga, ya vale.

Me susurró un par de veces. Yo, acuciado, me agaché rápidamente hacia su entrepierna y le planté un beso y una pequeña caricia con la punta de mi lengua, que se respondió con un sonoro suspiro.

Volvimos rápidamente al salón, y nadie nos había echado de menos, así que volvimos a nuestros asuntos.

No había pasado una hora cuando mi madre me interrumpió en una conversación, y en un lugar discreto me dijo que mi tía no se encontraba muy bien y que si podía llevarla en coche a su casa. No se cómo, pero mi tía se las había apañado para conseguir que mi madre me pidiera que la llevara a casa, así que seguí un poco el juego y protesté. Mi madre insistió y entonces acepté a regañadientes, lógicamente actuando.

Me llevé a mi tía al coche y salimos del restaurante camino de su casa. Por el camino me recordó que no habíamos hecho nada desde la cena y que estaba ansiosa por hacer guarradas. Yo no había estado en su casa, ya que se había mudado recientemente, así que me informó de que en su edificio había garaje subterráneo, y que tenía un plan: Por el camino se remangó el vestido, quedando sus piernas descubiertas, y en las paradas de los semáforos se apañó para quitarme a mí los pantalones. Como ya era de noche, no me preocupaba demasiado porque no había muchos conductores en las calles. Al entrar en el garaje, se apresuró a quitarse el cinturón, tiró hacia arriba del vestido y se quedó completamente en ropa interior; Entonces abrió su bolso y sacó un collar de perro con una cadena y se lo puso alrededor del cuello.

El garaje estaba desierto y yo ya me hacía una idea de lo que quería hacer, así que busqué un sitio que no estuviera demasiado lejos del ascensor, ni tampoco demasiado cerca, porque yo también quería disfrutarlo: Paramos el coche y pusimos mis pantalones, su vestido y su bolso en una bolsa de plástico. Abrí la puerta del coche y salí sin pantalones, tan sólo con la camisa, las medias, el liguero y las braguitas, cogí la bolsa, cerré la puerta del coche y me dispuse a abrir la puerta del acompañante. Tan pronto como la abrí, mi tía me ofreció el asa de la cadena, invitándome a que la sacara del coche, y tirando un poco de ella se inclinó apoyando las manos en el suelo y saliendo del coche a gatas. Se apartó de la puerta, la cerré y me dirigí a la puerta del ascensor, a unos 50 metros de distancia, paseando a mi tía en lencería negra a gatas como si fuera un perro.

Mi tía no se levantó hasta que nos metimos dentro del ascensor, donde me dijo que tenía unos zapatos blancos que me iba a regalar, ya que yo le había comprado un par. Cuando llegamos a casa, se puso a buscarlos: Eran unos zapatos blancos, de tacón, tipo sandalia, y pese a que me venían un poco pequeños, no le di mucha importancia porque de entrada ni siquiera esperaba que me regalara un par de zapatos suyos, y eso ya me la ponía dura.

Con los zapatos puestos, mi tía me pidió que acabara lo que comencé en el restaurante, así que me arrumbé a ella, la besé y mientras empecé a acariciarle la entrepierna hasta que le aparté el tanga y lentamente empecé a meterle dos dedos en la vagina. Ella empezó a gemir, ya sin disimulo porque estábamos solos en casa. Seguidamente se quitó el tanga me llevó a la cama y echándose encima me pidió que le comiera el coño. Ahí fue la primera vez que pude ver su entrepierna al descubierto, rasurada, con unos pequeños labios saliendo por entre los mayores… me incliné sobre ella, que con sus dedos se abría aquel hoyito, y empecé a comérmelo a besos y a meterle la lengua mientras ella se dejaba hacer.

Lentamente metí dos dedos mientras seguía lamiéndole el coño, y ella dio un respingo, aunque no protestó. Yo andaba también pendiente de su ano, que había visto sólo un momento antes de empezar el trabajo oral, así que en un momento me chupé el dedo y se lo metí en el ano. Ella se convulsionó un momento, pero me dejó hacer hasta que se levantó y me echó sobre la cama; se tiró encima mío y apartándome las bragas sacó mi miembro ya duro y empezó a apuntarlo hacia su vagina… no tardó en encontrar el agujero y en un momento se había tragado mi nabo entero. Empezó a mover las caderas y así estuvimos un rato con el metisaca.

Cuando se cansó, se dio la vuelta, se acostó de espaldas sobre mí y, para mi sorpresa, apuntó mi polla a su ano. Descubrí que era virgen porque no se metió toda la tranca de golpe, sino que se la introdujo suavemente… Yo podía sentir cómo hacía fuerza y se introducía mi tranca poco a poco hasta que le entró del todo, y entonces me pidió que bombeara. Así lo hice, y sus gemidos pasaron a ser casi gritos de placer pidiéndome que me la follara, que la jodiera y que se la metiera hasta el fondo, levantó las piernas y se las agarró mientras yo seguía empujando.

Al final la avisé de que estaba a punto de correrme, así que se la sacó rápidamente y me pidió que me corriera en su cara; Se arrodillo mientras yo me levantaba rápidamente y con su carita maquillada pegada a mi pierna solté sobre ella varios chorros de leche que cayeron sobre su cara, su pelo y su boca, que no cerró en ningún momento. Al acabar, me deleitó metiéndose mi polla en la boca y limpiando con su lengua los restos de semen que había en ella.

Seguidamente me reclamó que ella aún no se había corrido, y le pregunté qué se le ofrecía que le hiciera. Sonriendo de forma traviesa se echó sobre la cama, abrió un cajón de la mesita y de él sacó un consolador.

—Quiero que me folles con esto.

Yo sonreí y tomé el aparato con mis manos mientras ella se acomodaba.

—¿Dónde lo quieres? —Le pregunté.

—De momento en el coño, luego ya veremos.

Escupí sobre el consolador, que imitaba la forma y el color de una polla de verdad ligeramente más grande que la mía. Cuando ella se abrió nuevamente de piernas me eché entre ellas, apoyé mi cabeza en uno de sus muslos muy cerca de su vagina, y con mucha lentitud procedí a penetrarla con aquel juguete mientras observaba cómo se introducía lentamente dentro de ella. Empecé un lento metesaca con el consolador, que fui acelerando a medida que los gemidos de ella aumentaban de volumen hasta que al final entre unos espasmos increíbles, se corrió.

Se quedó echada sobre la cama, extenuada, mientras yo me levantaba y me sentaba a su lado. Al cabo de un minuto más o menos, me dijo con una sonrisa:

—Me has destrozado, cabrón.

Yo me incliné, tiré de su sostén dejando una de sus tetas al aire y besé su pezón.

—Tú también has estado muy bien.

—¿Crees que soy una viciosa?

La pregunta me pilló un poco desprevenido, por lo que traté de salirme por la tangente.

—¿A ti te gustaría serlo?

Ella respondió dibujando una sonrisa en su cara que yo interpreté como un sí.

—Eres muy viciosa —le respondí.

Como respuesta se incorporó y con los labios aún manchados de semen me dio un beso en los labios, me miró durante unos segundos y como tratando de poner fin al asunto se levantó.

—Bueno… voy al lavabo rápido, que tengo que hacer pis.

Mientras iba dando saltitos por el pasillo la seguí al lavabo con una idea en la cabeza.

—¡Espera, que aún me debes una!

Ella me miró extrañada, pero enseguida cayó en la cuenta: rio brevemente y con los brazos en jarra me preguntó:

—Bien… ¿y cuál es tu idea?

—Pues había pensado hacer lo mismo que tú y ayudarte con el pis, o tal vez hacer algo en la bañera.

Lo de la bañera me ponía como una moto, pero ella se lo pensó un momento y eligió la primera opción explicando que lo de la bañera ya sería mucho jaleo, así que me invitó a ponerme a su lado mientras ella se colocaba encima del lavabo con una pierna a cada lado. Yo, ligeramente agachado, rodeé su cintura con el brazo dirigiendo mi mano a su chochito y abrí sus labios, y entonces ella empezó a orinar. Yo contemplé con mucha atención el chorrito de orina y al cabo de unos segundos pude mi mano bajo su chorro como ella lo había hecho aquella primera vez. Cuando acabó de orinar, yo me eché la mano a la boca y me bebí su orín ante su mirada.

Cuando ella fue a coger papel para limpiarse, yo la paré ofreciéndole algo mejor. Ella abrió un poco más las piernas y se abrió la vagina con sus manos, y muy suavemente me volví a acercar y limpié su rajita con la lengua.

Lamentablemente aún me esperaban en el restaurante, así que me despedí de mi tía con un beso muy húmedo, me puse los pantalones, guardé los zapatos de tacón en una bolsa y salí del piso con la promesa de que volveríamos a vernos.

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