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Alex, 18 años, casi Alexia de tan lindo

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Tiene el cabello rubio y lacio, con un mechón rebelde que le cae sobre la amplia frente, grandes ojos verdes, nariz breve y recta, labios carnosos y bien dibujados. Desde hace un tiempo vive una fantasía de sumisión con viejos pervertidos que lo dominan y abusan de él sexualmente. No puede quitar esa fantasía de su cabeza e incluso por la calle mira con disimulo a hombres de edad avanzada, aunque si alguno le devuelve la mirada baja la vista de inmediato y apresura el paso mientras ruega, por miedo, que al sujeto en cuestión no se le ocurra abordarlo. El chico está seguro de que esas fantasías jamás serán otra cosa, pero el destino ha comenzado a tejer otro plan para él.

…………..

Los tres hombres conversaban en el espacioso living de la mansión. Sus edades rondaban los setenta años, bebían whisky escocés y se llamaban a si mismos doctor, ingeniero y escribano. Los unía una pasión en común: los jovencitos, y sobre ese tema estaban dialogando.

-Desde que soltamos al último hace ya un mes, no hemos vuelto a gozar de carne fresca. –dijo como para si mismo el ingeniero.

-No podemos prolongar mucho más esta abstinencia, amigos. –acotó el doctor.

-Estoy de acuerdo, debemos poner en marcha la maquinaria y hacernos de un buen ejemplar lo antes posible.

Entonces, el ingeniero tomó su handy.

-Señora Ligia, venga al living, por favor.

-Bien, ingeniero. –contestó la tal señora Ligia y poco después hacía su entrada en el salón. Era una mujer de unos cincuenta años, de estatura media, complexión robusta y cabello gris peinado con rodete. Llevaba un vestido negro abotonado por delante y calzaba zapatos de cordones, negros también. Oficiaba de Ama de llaves y tenía su cargo todo lo concerniente a proveer de ganado a los señores y de la doma de cada nueva presa. Se detuvo ante el semicírculo que formaban los tres hombres en sus respectivos sillones y dijo:

-Manden los señores.

Fue el ingeniero quien tomó la palabra:

-Mi estimada señora, seguramente recordará usted que hace un mes liberamos al último cachorrito, ¿verdad?

-Claro, ingeniero.

-Un mes es un período muy largo, señora.

-Supongo que sí, ingeniero.

-Necesitamos nueva carne.

-Bien, ingeniero, mañana mismo pondré en acción a las cazadoras.

Los tres hombres sonrieron satisfechos y el doctor dijo alzando su vaso:

-Brindo por el éxito de la cacería.

El ingeniero y el escribano adhirieron al brindis e inmediatamente la señora Ligia abandonó el living para dirigirse al encuentro de las cazadoras en el ala de la mansión que éstas ocupaban.

Las cazadoras eran cuatro mujeres cuarentonas, entrenadas en la tarea de detectar y atrapar jovencitos que pudieran resultar del interés de los señores.

-Mañana mismo salen de cacería, señoras. Los Amos han decidido dar por concluido el período de abstinencia.

-Era hora, ya no soportaba más esta inactividad. –dijo cazadora 1 y las otras tres adhirieron entusiasmadas.

……………

Al día siguiente cazadora 1 merodeaba por el barrio de Recoleta, cazadora 2 por Puerto Madero, cazadora 3 por Belgrano y cazadora 4 por Caballito. Todas zonas de la ciudad en las que era abundante la cantidad de chicos de muy buen ver, lindos y finos, como les gustaba a los señores.

El procedimiento era el siguiente: cuando una cazadora detectaba un buen ejemplar, las cuatro se dedicaban a él. Comenzaban a seguirlo para establecer qué lugares frecuentaba, su casa, sus movimientos en general para poder establecer el mejor lugar y horario para atraparlo. Esto último estaba a cargo de las cuatro cazadoras a bordo de una camioneta con la parte posterior cerrada.

El caso fue que al tercer día dieron con la presa. Fue cazadora 3 que lo vio saliendo de una escuela secundaria del barrio de Belgrano que había comenzado a merodear ese día a la espera de que salieran los alumnos del turno mañana. Su experiencia y su instinto hicieron que lo viera de inmediato entre el numeroso grupo que se disgregaba en la puerta en distintas direcciones. Se iban de a dos, de a tres, pero él caminaba solo. Cabello dorado, lacio y con un mechón rebelde que caía sobre la amplia frente; ojos verdes, nariz pequeña y recta, labios carnosos y de dibujo perfecto. La época del año, finales de noviembre, hacía que vistiera sólo una remera y un jean, éste muy ajustado. Cazadora 3 comenzó a seguirlo mientras apreciaba el contorno de esa silueta ambigua, que no dudaba iba a enloquecer a los señores.

“Seguramente a éste no lo van a soltar en mucho tiempo.” Se dijo para luego calcular su edad. “Debe andar por los dieciséis”, le indicó su amplia experiencia al tiempo que el chico llegaba a la esquina de Cuba y José Hernández y se metía en un lujoso edificio de departamentos. Apuró el paso y tuvo la fortuna de que la puerta había quedado mal cerrada. La empujó, entró al vestíbulo y vio a la presa esperando el ascensor. El chico la miró como asombrado de su presencia y algo inquieto y ella, dominando a duras penas el impacto que le causaba esa belleza adolescente, tan extraña, le dijo dominando con esfuerzo sus emociones:

-Hola, vi que la puerta estaba mal cerrada y entré para esperar acá a una amiga. Le avisé desde mi celular y ya baja.

El ascensor había llegado a la planta baja. El chico asintió con la cabeza y segundos después llegaba al 9º piso, según pudo ver cazadora 3 en el tablero.

-Es increíblemente lindo, casi tan lindo como una nena, pero nada afeminado. ¡Un verdadero hallazgo! –se dijo entusiasmada. Luego abordó el otro ascensor, fue hasta el noveno piso y comprobó que el departamento A era el único de la planta.

De regreso en la mansión informó del valioso hallazgo a los señores.

-¿Creés que se lo puede cazar ya mismo? –preguntó el escribano.

-Sí, señor, en el trayecto que hace desde el colegio hasta la casa. Va solito, así que será fácil.

-Perfecto. –se entusiasmó el licenciado y luego dijo:

-¿Tenés los datos de la casa?

-Sí, señor, anoté la dirección, para no olvidarme. –contestó cazadora 3 y le extendió al hombre un papel.

De inmediato el licenciado llamó por teléfono a la persona indicada cada vez que estaban por atrapar a una presa.

-Hola, mi estimado amigo, ¿cómo está usted?

-Bien y confiando en que me llame con buenas novedades.

-Acertó, mi amigo, ¿anota los datos?

El otro tomó nota de la dirección que dio el licenciado y dijo:

-Mañana le tengo la información.

-Hasta mañana, entonces, y ya sabe, cuanto tengamos al pichón en la jaula lo llamo y se viene.

-¡Claro que sí! ¡y espero que sea pronto.

-Nos vemos. –se despidió el licenciado, y cortó la comunicación.

Al día siguiente el informante llamó para proporcionar los datos requeridos. El chico resultó llamarse Alex. Tenía dieciocho años cumplidos el mes anterior, tal como estimara cazadora 3, y era hijo único del matrimonio formado por Enrique W, poderoso empresario de la construcción y Abigail F. Tenían que apresurar la captura, porque apenas terminaran las clases, y eso sería en pocos días, la familia partiría hacia Punta del Este a pasar allí todo el verano. No bien en poder de esos datos los tres hombres convocaron al living al Ama de llaves y ésta, no bien recibió las instrucciones las traslado a las cazadoras.

-Los señores quieren a ese cachorro aquí mañana mismo. -les dijo.

-Aquí lo tendrán. -sostuvo con seguridad cazadora 3 y las otras asintieron con la cabeza.

Al día siguiente, cazadora 2 estacionó la combi en la esquina del colegio, a la espera del chico. Junto a ella iba cazadora 3 y en la caja, cerrada y sin ventanillas, iban cazadora 1 y cazadora 4, provistas de un paño y del frasco de anestesia.

Todo fue cuestión de segundos. Cazadora 3 vio venir al chico, bajó y abrió rápidamente la puerta trasera de la camioneta:

-Ahí lo tienen. –dijo señalando a Alex, que caminaba despreocupadamente con su mochila a la espalda. Lo dejaron sobrepasar el lugar de la camioneta y entonces cazadora 1 y cazadora 4 se le echaron encima. Cazadora 1 le aplastó en la cara el paño empapado en anestesia mientras cazadora 4 lo sujetaba de los brazos, dominaba su resistencia, y comenzaba a arrastrarlo hacia la camioneta, que partió velozmente, con un chirriar de neumáticos.

Una hora después, la bruma comenzaba a despejarse lentamente en el cerebro del chico. Lo habían encerrado en una de las celdas del sótano, un cuartucho pequeño con puerta de metal, piso de tierra apisonada, muros de piedra, ventanuco enrejado que daba a un pasillo y cielorraso de yeso, en medio del cual pendía una lamparita. El intenso olor a humedad le hirió las fosas nasales y contribuyó a despertarlo del todo. Estaba echado en un estrecho camastro de hierro, sobre un par de cobijas y la cabeza en una almohada sin funda. Contra la pared opuesta vio un lavatorio y un inodoro sin tapa.

Se sentó, desorientado y asustadísimo y fue en ese momento que la puerta se abrió con un chirriar de goznes oxidados para dar paso a Ligia. El chico la miró y su miedo se hizo más intenso ante el aspecto atemorizador de la mujerona, que empuñaba una fina vara.

-¿Qué… ¿Quién es usted?... ¿Dónde estoy?...

-Oíme bien, nene. ¿Querés saber quién soy? Tu domadora soy, la señora Ligia. La domadora que te va a dejar mansito y obediente como un perro faldero. Donde estás, no te importa pero muy pronto vas a saber para qué estás. –le dijo Ligia y ante la expresión de angustia en la cara del chico emitió una risita cruel. Después le ordenó ponerse de pie y el chico obedeció sintiendo que su miedo aumentaba. Vestía una camisa celeste ajustada, fuera del jean, también muy ceñido, y zapatillas blancas sin medias. La mujerona reparó en el torneado de las piernas, en lo estrecho de la cintura, y lo hizo poner de espaldas. Entonces pudo apreciar la deliciosa colita, empinada y firme.

“Es un manjar…” pensó y se dispuso a hacer su trabajo sin perder tiempo.

-Desnudate, cachorro. –le ordenó.

-Pero, ¿por qué, señora?... ¿Qué… qué quiere de mí?... –gimotéo Alex entre el miedo y una incipiente excitación que no podía negar.

-¡Que te desnudes, dije! –gritó Ligia y le pegó un varillazo en lo alto de las piernas.

Ligia sometió a Alex al proceso de doma durante tres días, mediante azotes con vara, paleta, fusta y látigo, más pezoneras de fuerte capacidad de presión que le aplicaba en las rosadas tetillas provocándole un dolor insoportable.

El chico resistía en realidad contra si mismo, contra esa esencia de sumiso que se le iba imponiendo sin remedio y que veía unida a sus deseos homosexuales cada vez más intensos, al punto de que luego de cada sesión de doma se masturbaba echado en el camastro.

Al tercer día y luego de darle una buena zurra con vara, Ligia le contó para qué había sido llevado allí.

-Estás en el sótano de una mansión propiedad de tres señores con gustos… digamos especiales.

Algo vibró con fuerza en el chico al oír eso de los tres señores con gustos especiales y Ligia prosiguió:

-A los tres les encantan los jovencitos, los jovencitos lindos, claro, lindos como vos. Nos encargamos de ubicar al chico indicado, lo raptamos y lo traemos acá. Eso fue lo que hicimos con vos. Los señores lo disfrutan a fondo durante el tiempo que ellos decidan y luego lo liberan.

Alex había escuchado a Ligia con un nudo en el estómago y el pecho oprimido por una emoción indescriptible hecha de miedo y excitación.

Su instinto de sumiso le indicó que no debía hablar sin permiso y entonces preguntó en un susurro, para despejar toda duda:

-¿Puedo… puedo preguntarle algo, señora Ligia?

-Preguntá.

-¿Qué es lo que… lo que pasa entre los señores y los jovencitos?... ¿Qué… qué va a pasar conmigo?...

-Te van a coger. Te van a hacer sentir sus pijas en el culito y en esa boquita tan linda que tenés. –respondió Ligia brutalmente. –Pero quedate tranquilo que dentro de un tiempo te van a largar, como hacen con todos, y no te ilusiones con denunciar esto porque no vas a poder. Los señores tienen muy aceitado todo el mecanismo.

Conmovido y temblando de pies a cabeza el chico murmuró:

-No me…no me castigue más, señora… Yo… hagan lo quieran conmigo, pero no me… no me castigue más… -y siguiendo un impulso se arrodilló ante la mujerona, cuyos labios dibujaron una amplia sonrisa de satisfacción.

La mujer le dijo que debía prestar ante los Amos el Juramento de Obediencia y Sumisión: OBEDIENCIA CIEGA, SUMISIÓN ABSOLUTA, DOCILIDAD TOTAL.

-Lo que usted diga, señora Ligia… -respondió el jovencito. La mujer se ausentó por un momento de la celda, tras ordenarle que permaneciera de rodillas, y regresó poco después con una hoja.

-Leé, es el juramento. –le ordenó. -Después de “yo” decís tu nombre, tu apellido y tu edad. -y el chico leyó entonces lo siguiente, entre jadeos y sintiendo que le costaba respirar:

“Yo, Alex Wilkinson, dieciséis años años, juro obediencia ciega, sumi… sumi… sumisión absoluta y… y doci… docilidad total a los Amos, y… y les entrego mi cuerpo y mi… y mi mente para… para que Los Amos hagan conmigo lo que deseen.”

-Muy bien. –aprobó Ligia para decirle de inmediato:

-Seguime. A partir de ahora vas a estar en una linda habitación. Te lo ganaste por ser buenito.

Alex siguió a la mujer a través de una escalera de piedra y después por un pasillo que los llevó a un amplísimo salón con grandes ventanales, cortinados de seda, cuadros, esculturas de distintos tamaños y varios muebles de estilo: una gran mesa rectangular, sillas y dos sofás. Salieron de allí a través de una escalera hacia la planta alta, donde estaba el cuarto que alojaba a todos los chicos llevados a la mansión. En el centro había una cama de dos plazas, con sábanas y almohada, todo de color rosa; a su derecha un pequeño armario empotrado en la pared y una mesita de noche con un cajón en su parte superior. A la izquierda una ventana enrejada, con una cortina hecha de pequeños listones de madera que se bajaba para impedir el ingreso de la luz del día y otra cortina, ésta de seda blanca. Junto a la ventana un gran espejo de pie. El ambiente se completaba con un baño en suite, con sanitarios blancos, azulejos también blancos y cerámica al tono en el piso.

-Tenés una linda vista desde la ventana, cachorro. Da al parque. En el armario está la ropita y el calzado que vas a usar mientras estés acá. Ahora decime, ¿sos gay?

-No, pero… pero tengo… tengo fantasías… -se sinceró el jovencito que, muy avergonzado, miraba obstinadamente al piso, cubierto por una mullida alfombra roja.

-Contame.

-Se que va a serle difícil de creer, señora, pero… -Alex hizo una pausa y tragó saliva dos veces.

-¡Seguí! –le exigió Ligia ansiosa de conocer esas fantasías.

-Mi fantasía es ésta, señora…

-¿Cómo ésta? ¿qué querés decir?

-Que mi fantasía es que soy… soy dominado por señores mayores que… que me usan sexualmente…

-¡Noooooooo! –exclamó Ligia asombrada. -¿Y decís que no sos gay? Gay y sumiso sos. ¿Ya te la dieron por el culito? ¿Algún compañero de escuela?

-¡Noooo! –negó enfático el chico. –Solamente me excitan los vie… perdón, los hombres muy mayores…

-Bueno, se te dio, nene. Acá estás para ser dominado y cogido por hombres muy mayores… -y al decir esto último emitió una risita. –Alrededor de setenta tienen estos tres sátiros, pero como sos virgen yo te voy a trabajar el culo durante algunos días antes de que los Amos te den pija, para no correr el riesgo de que te provoquen lesiones. Sos carne de primera calidad y hay que cuidarte. Una vez que yo considere que tu culo está en condiciones de recibir pija será la presentación ante los Amos, prestás el juramento de obediencia y sumisión y tenés tu noche de bodas. –dijo la matrona y lanzó una carcajada ante su propia broma de dudoso gusto.

La excitación del jovencito iba en aumento y llegó al máximo nivel al saber la edad de esos hombres: era la de edad de los viejos de su fantasía, esa fantasía que la realidad había enriquecido con la existencia de Ligia.

Cuando quedó solo se asomó a la ventana. Vio un amplio parque con algunos árboles y una zona de canteros con flores. Dos perros de gran alzada iban de un lado a otro. Un alto muro bordeaba el perímetro de la casa hasta donde alcanzaba su visión. Se apartó de la ventana y mientras se sentaba en el borde de la cama advirtió que el miedo, la calentura, la ansiedad y la confusión lo hacían su presa.

Pocas horas después llegaba a la mansión el escribano y mientras bebía un whisky en el living Ligia le contaba las novedades.

-Ya terminé con la doma, escribano. Hay algo muy especial en este jovencito.

-Cuénteme, señora.

-Resulta que ha venido teniendo fantasías homosexuales y de sumisión, escribano.

-Un putito sumiso.

-El niega ser gay, dice que únicamente lo excitan los hombres mayores, muy mayores.

El escribano esbozó una sonrisa:

-Como nosotros…

-Sí, efectivamente. ¿Sabe? El chico es virgen y por eso sugiero lo de siempre en estos casos, que yo le trabaje el culito unos días antes de que ustedes lo usen, para evitarle lesiones.

-Estoy de acuerdo, señora Ligia. Yo me salgo de la vaina por darle, pero lo que usted dice es muy razonable porque si le provocamos una herida vamos a tener que pasar varios días sin cogerlo. Adelante, señora Ligia, empiece a trabajar con él esta misma noche. Yo llamo por teléfono al doctor y al ingeniero y les cuento. Ahora me voy. Vine por novedades. Llámenos todos los días para informarnos cómo va el asunto. Ah, y otra cosa, señora, sáquele algunas fotos a ese chico. Yo mañana le mando a buscar la cámara. Es que si van a pasar algunos días hasta tenerlo en persona quiero ir conociéndolo.

-Sí, escribano, claro. Hasta mañana.

-Buenas noches, señora. Hasta mañana.

El funcionamiento de la mansión

Antes de seguir con el trabajo de la señora Ligia en el culo del jovencito -que comenzaría esa misma noche- conviene narrar detalles de cómo funciona la mansión en cuanto a mantenimiento, limpieza, cocina, compras.

Cuando los tres Amos decidieron instalar la mansión adquirieron en cárceles y orfanatos una cantidad de mujeres cuyas edades van de 18 a 35 años. Esas desdichadas fueron alojadas en el subsuelo de la casa, duermen en el piso y están a cargo de dos mujeres dominantes contactadas inicialmente por Internet y que perciben un excelente salario por ocuparse de que las prisioneras, divididas en grupos, hagan a diario trabajos de jardinería en el parque y se ocupen de la cocina y de la limpieza. La compra es gestionada por Ligia en un gran hipermercado de la zona que entrega la mercadería a domicilio. Narrado esto volvamos a la señora Ligia y al inicio de su trabajo en el culo del chico.

Comienza el trabajo en el culo de Alex

-Hola, mi amor. –saludó Ligia al entrar en la habitación llevando con ella un pote de vaselina sólida y la cámara fotográfica digital. El jovencito dormitaba echado en la cama sobre su costado derecho y se incorporó a medias al oír la voz de la mujerona. Respondió el saludo y obedeció la orden de salir del lecho mientras se restregaba los párpados con ambas manos tratando de despejarse.

Ligia lo metió en el baño, donde debió lavarse la cara y echarse un poco de agua fría en la nuca mientras la matrona admiraba, una vez más, la belleza tan especial del chico.

De regreso en el cuarto Ligia le anunció que empezaría a trabajarle el culo, pero que antes iba a tomarle algunas fotos.

-¿Puedo… puedo preguntarle algo, señora Ligia? –dijo el jovencito.

-Preguntá.

-¿Qué quiere decir eso de… de trabajarme… de trabajarme el… el culo?

-Los Amos están muy bien dotados. ¿Sabés que quiere decir eso?

-No…

-Tienen buenos miembros, buenas pijas, para ser clara, y entonces yo voy a ir abriéndote un poco el culito con los dedos para que no te lastimen cuando te metan sus vergas.

El jovencito escuchó estremecido la brutal explicación de la mujerona y después obedeció cuando Ligia le ordenó ponerse en cuatro patas sobre la cama. Había luchado denodadamente contra la posibilidad de ser gay, que lo asustaba emocional y culturalmente, pero el desarrollo de los acontecimientos desde su rapto lo tenía ahora excitadísimo en manos de Ligia y a la espera de ese trabajo en su culo.

 

(continuará)

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