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Una vida sin vida: relatos cortos de un gigoló (II)

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13 de febrero

Santiago me había sorprendido con tamaña proposición: jamás se me había cruzado por la mente ofrecer mi cuerpo a gente por plata. No sé, tal vez suene majadero, pero me parece que uno no disfrutaría más de lo que el dinero lo dejaría a uno contento porque pensar al mismo tiempo en dos cosas que dan sumo placer no deja de despistar hasta la mente más aterrizada.

-¡Qué preguntica! ¿Es que tú eres un putico o qué? Porque bueno, si lo eres, te digo que estás bastante bien- le sonrío porque él me hace una mirada de complicidad que ni mi madre me la da. Me río de inmediato- ¿cuánto me cobras por el ratico?

-Jajaja, no Felipe. Esa cuenta ya está paga, pero si quiere quedar bien endeudado conmigo… Apenas dicho, me da una palmada en el culo que me prende enseguida para un segundo round “seguro le aguanto hasta tres”, me digo. Tal vez ya sea tiempo de irme porque este tipo es capaz de dejarme sin con qué sentarme.

Estar fuera de aquella casa me permitió retraer mi conciencia. “¡Qué casa más rara! Uno como que se queda enfrascado en tener sexo. Claro que es un hechizo como rico” pienso mientras recuerdo cómo Santiago me abría mi pobre anito. “Debo darle un break porque de lo contrario…” En ese momento, Sonia me grita desde la entrada de la universidad:

-Bueno, mi querido. ¿Y es que no piensas volver a la universidad o qué? ¿Qué estabas haciendo, picaron? Esas miradas de Sonia me inquietan a veces: en serio. Como que uno no pudiera mentirle porque ahí mismo te estaría colocando de espaldas listo para que te fusilen el alma.

-Hmm, sólo estaba dándome un regalito. Eso no está mal, ¿verdad?

-¿Ahh sí? ¿Y por qué no me has traido uno a mí también? Hace tiempo no me dan nada.

-Jajaja lo malo es que ese regalito no te lo habría podido empacar… Ay ya, mejor vamos a clase porque si no, el regalo que nos dé el profe sí que nos va a dejar bien encoñados. Nos vamos juntos para clase. Sonia quedó muy inquieta con ese comentario; tal vez no lo debí haber hecho pero ya qué. Eso es como si uno se arrepintiera de eyacular sobre uno mismo: queda muy feo uno, todo pegajoso; pero es delicioso sentirse así.

-Soni, ¿tú qué piensas de las personas que se prostituyen? ¿Se ven muy mal haciéndolo? Se queda sorprendida. Aligera el paso como si la estuviera persiguiendo un ladrón. Salto a correr para que no me deje pensando solo, porque mis pensamientos son muy peligrosos antes de entrar a clase.

-¿Qué te pasó, Soni? No me dirás que nunca has sabido de eso o, peor aún, que no has visto a un hombre haciéndolo.

Sonia se queda como brava conmigo. No pude decirle nada porque llegamos ya a la clase de inglés. “Algo le debe pasar, es raro que no me diga nada. Ella no es tan callada” Dejé de pensar eso apenas entró el profe de inglés:

Nombre: Sergio

Altura: 1.75 cms

Ojos: cafés, pero grandes. Parece que le brillaran todo el tiempo.

Cuerpo: se nota que ha explotado ese gimnasio desde que nació. Delicioso.

Orientación: no importa, pero sea lo que sea con que se le dé buena verga por ese culo se le cambia la idea.

-Felipe, can you tell us what the answers of yesterday’s task are? El profesor me mira fijo a los ojos. “Espero que no se haya dado cuenta del cuestionario que estaba llenando sobre él. Creo que me reprobaría… O quién sabe”. Debo dejar de pensar esas cosas. Al ver que no respondo, el profesor se me acerca y me queda la pretina de su pantalón casi que sobre mi cara. Se siente un olor a hombre, un olor que me lo para ahí mismo. “Dios mío, ¡qué incómodo!”

-Felipe, are you there? Did you do your homework? “Yo le haría la tarea todo el tiempo, mi querido”. Le doy las respuestas que necesita. Él se queda contento y se va: así debería ser la vida, sencilla y sin compliques. Sin enredos y sin más compromisos que el mismo de vivir. En ese momento tenía otras cosas en qué pensar que escuchar cómo recitan Romeo and Juliet en clase. Mi verga está a reventar y no tenía cómo moverme: lo notarían. Necesito ir al baño.

Lo bueno de los baños de la universidad es que se ven tan privados que parecen de uno: nadie parece utilizarlos. “¡Qué rico que fuera así todo el tiempo, y qué más que viniera un chico bien bueno para bajarme estas ganas!” Me quito la pretina del pantalón y me bajo pantalón y todo. Ahí estaba mi verga: blanca, con una vena que la recorría toda como dueña y señora. Mis huevos se ven todos bonitos porque cuelgan como dos cocos en palmera. No tengo tiempo, así que me pongo a pensar rápidamente en el culo del profesor Sergio. Ese es un culo que no se ve todos los días: pareciera que se quisiera salir del pantalón del profesor, sin que él siquiera se apriete nada. “Debe ser lampiño. ¡Cómo me calienta un culito lampiño!”. Me masturbo más rápido. Me puse a pensar en los labios de él: se ven rojitos y esponjositos. “Tal cual debe ser ese culito, más esponjoso que una almohada fina. Deben dar ganas de dormirse sobre él” Estoy a punto de venirme. “Ese rotico debe ser rojito como esos labios. Me encantaría besarlos a ambos”. Sentí un calor tan fuerte en ese momento, y una debilidad en las piernas que casi me hace caer; pero me recompuse al recuperar el aire en mi pecho: la leche que me quedaba salió disparada a todo el frente del inodoro.

“Felipe: debe meterle todas esas ganas que le tiene al profesor por el culo y que le grite oh my God yeah, fuck me apenas le esté rompiendo como bestia ese culo”, me digo y sonrío. Segunda corrida del día. Debo rezar para que se multipliquen, como Jesús multiplicó los panes. “Blasfemo, Felipe”. Salgo del baño y voy directo al salón. Allí me encuentro parada a Sonia:

-Bueno, como el caballero se perdió el final de la obra; aquí le manda el profesor este veneno para que se una con el Montesco y la Capuleto.

-Tan graciosa- la tomo de la mejilla y le recibo el mensaje del profesor- Espero que no hayas leído correspondencia privada, ¿verdad?

-Jajaja, no pero estoy esperando ya que leamos lo que dice.

Sonia se queda esperando a ver que yo abra el contenido del papel. En ese momento llega Carlos, un compañero de la clase de inglés, y como un Deus ex machina, le pide a Sonia que lo acompañe un momento. Me dice que no me la demora y yo le digo que no me la vuelva a traer, que tranquilo.

Apenas veo la caligrafía del profesor, me quedo como sin alma:

“Felipe, la próxima vez puedes gemir un poco más bajo a menos de que lo quieras hacer público. Por cierto, me faltó el aplauso”.

No sabía qué pensar. “¡Qué vergüenza! ¿Ahora con qué cara lo voy a mirar?” La pena me recorría el cuerpo como cuando el sudor me recorre cuando estoy culiando bien sabroso. Pero, esta vez, no era de placer…

¡Gracias por leer esta segunda parte de los relatos, chicos! Me gustaría saber qué piensan en la caja de comentarios. Espero poder seguir escribiendo, si quieren. ¡Un beso!

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