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Metamorfosis FemDom (4)

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Hoy es Lunes y estoy en mi despacho trabajando con asuntos rutinarios, suena el móvil, es Wanda, inmediatamente contesto

-A sus ordenes Señora

Se oían risitas y voces femeninas de fondo, era obvio que estaba el móvil de mi Ama en forma de “manos libres” o de autoparlante

-“Esclavo inútil, ven en seguida a la avenida…., edificio…piso…, me llamas tan pronto como legues al edificio para recibir instrucciones”

Se oyó un clic, me apresure en tomar las llaves del auto y dar una rápida excusa a la secretaria por tener que atender un asunto urgente. Mi miembro purgó por extenderse, pero las tiras del arné de cuero  sobre mi pene lo impidieron, dificultando mi normal caminar por la presión que ejercía dentro del ya apretado  cinturón de castidad

Había mucho tráfico y demore unos veinte minutos en llegar, aparque cerca , y con el corazón  a mil pulsaciones llame de nuevo a mi Señora Wanda

-A sus ordenes Señora

De nuevo advertí que el teléfono estaba en forma de parlante abierto a juzgar por las diversas voces que se oían de fondo

- “Sube al nùmero 3-I y al pulsar el timbre te me presentas como esclavo”

¿Y como esperaba mi Señora que lo hiciera?, si bien es cierto que llevaba bajo la ropa los grilletes, el collar y el cinturón permanentemente cerrado con candados y disimulado con el traje y la corbata, ¿Cómo y donde me quitarìa la ropa?. No era posible dejarla en el auto, asi que decidí con mucho temor hacerlo frente a la puerta, rogando que el pasillo estuviera libre. Afortunadamente así fue por ser media mañana, se trataba de un edificio modesto en uno de los barrios más populares de la ciudad, donde los habitantes casi todos laboran a esa hora.

Rápidamente me quite la americana y la corbata, doblándolas en el piso junto a la puerta y puse allí también la camisa, los pantalones y las botas, únicas prendas de vestir que llevaba.

Una sensación de desconcierto y temor me invadió al concienciar que estaba casi desnudo frente a una puerta de un apartamento desconocido y sin saber que o quienes esperaban dentro. Toque el timbre a la vez que me arreglaba rápidamente las pinzas sobre mis tetillas, que pendían de la cadenita firmemente unida al colar de mi cuello.

Un ojo se asomo por la mirilla de la puerta y escuche una carcajada, pasos rápidos de ir y venir tras la puerta, y alternativamente varias sucesiones de ese o de otro ojo se asomaron por la mirilla de la puerta, las risas y murmuraciones detrás de aquella puerta me hicieron enrojecer, cuando finalmente una voz de mujer, que no era la de mi Ama Wanda, preguntò:

-Quien es, ji ji ji?

En fracciones de segundo articule la respuesta, no podia decir mi nombre real, y por la facha de esclavo ya manifiesta ante ella no tenia caso sino decirle mi nombre de esclavo:

-soy lamepies, el esclavo de la señora Wanda

-risas y de nuevo “hable mas duro, que no le oigo bien” (mas risas)

Así que tome aire y con buen tono de voz, dije despacio, no sin sonrojarme

-soy lamepies, el esclavo de la señora Wanda

La puerta se abrió y me recibió una mujer un poco mayor que mi Señora Wanda, completamente asombrada, mas bien regordeta, vestida con vaqueros y unas chancletas humildes que mostraban sus descuidados y gorditos pies. La cara no pude detallarla, pues en mi condición de esclavo debo mirar a las personas hacia abajo y nunca hacia la cara.

-“pase, Ella está al fondo en el balcón”

Me dijo sonriente y haciéndose a un lado; sentí como me seguía con la mirada mientras yo caminaba hacia el fondo del recibidor.

Me apenaba no solo mi aspecto sino que el cinturón de castidad dejaba por detrás mis nalgas desnudas, marcadas por las caricias diarias de la fusta de mi Ama Wanda.

Ella estaba sentada compartiendo con otra mujer mas joven, alrededor de una mesa,  ni siquiera me miro, limitándose a estirar sus pies hacia delante, luego que dejara caer las sandalias que llevaba bajo su aposento.

Me acerque hacia mi Señora, prácticamente ignorando a sus acompañante, y me eche a sus pies, lamiéndolos con esmero para descubrir su bello color opacado por la gruesa capa de polvo y sucio que los opacaba.

El paroxismo de esa humillante situación, me transportó a un estado tal que no puedo atinar a recordar la conversación entre ellas, solo recuerdo las innumerables sonoras carcajadas.

-“llegas tarde esclavo inutil”

Dijo de repente mi Ama Wanda, cuando casi terminaba de limpiar la planta de sus pies y tenia la boca medio reseca; al tiempo que levanto de su asiento y comenzó a azotarme en el piso.

Mas con la intención de demostrar mi sumisión que por el deseo mismo de castigarme, lo cierto es que ordeno enseguida

-“eres mi y puedo usarte como quiera, saluda a la señora C como si fuera yo misma”

No podía creer que mi Ama me estuviera prestando a los pies de C, como quien presta unos zapatos para una fiesta. Dos sonoros fuetazos en mis adoloridos glúteos me arrojaron a los pies de la joven, quien sin descalzarse y tomándose la cabeza con ambas manos, en señal de incredulidad, medio estiro la pierna aplastando mi cara con su sandalia de tacón alto.

La señora C estaba bien arreglada y vestida, su aspecto elegante contrastaba con la primera dama que me recibió, intuí como se evidenció luego que aquella era la empleada o domestica y ésta la Dueña. La señora C sin preámbulo alguno blandió en el aire el látigo que le paso mi Ama Wanda y lo estrello repetidamente en mi espalda mientras me esforzaba en limpiar sus pies y sandalias mas por sumisión que por pulcritud.

 Al cabo de unos instantes, ¿o será la escena se me antojó breve por el placer del gozo?,  me ordenaron voltearme boca abajo y  mientras el ama Wanda acariciaba en medio de una placida conversación, mi cabeza rapada y mi rostro con sus bellos pies desnudos; el Ama C hacia lo propio introduciendo frenéticamente el tacón de sus sandalias en mi año y lacerando con esas agujas mis piernas y nalgas.

Habrían pasado un par de horas mas o menos desde mi llegada, cuando la Ama Wanda sentenció

-“ya puedes irte lamepies”

Y sin mas me despidió obsequiándome el elixir de su boca en mi rostro. El Ama C se despidió pateándome mi pene erecto aprisionado por el arné de cuero, justo antes de que mi Ama me ordenara ponerme nuevamente el cinturón de castidad y vibrador en el culo. Ponerme el vibrador delante de ambas Damas fue verdaderamente degradante por las burlas de ambas:

-“que le den por el culo, a esa esclava guarra”

-“vaya, que perrita tan viciosa tenéis!”

Tuve que salir gateando en cuatro patas hasta la puerta, donde la señora que me abrió la puerta me esperaba, con mi ropa en una mano y una correa de cuero en la otra, con una burlesca sonrisa que no presagiaba nada bueno.

Y quitándose las chancletas dijo:

-“las señoras dicen que te gusta lamer los pies y que te azoten, vamos a ver si te ganas tu ropa”

Y acercó sus regordetes, manchados y olorosos pies hacia mi, que los lamí devotamente y limpie con mucha dificultad por lo descuidado que estaban, como es natural en una doméstica.

Cada correazo propinado por esa mujer en mi espalda arrancaba risas lejanas de las Señoras que seguían compartiendo distraídamente en el balcón.

 Finalmente me dejo salir hacia el pasillo arrojándome la ropa encima y cerrando la puerta inmediatamente.

Una pareja en el pasillo me observo de reojo mientras esperaban el ascensor y tuve que correr rápidamente a la escalera donde me vestí lo mejor que pude, para volver a la oficina a las dos de la tarde.

La humillación, los recuerdos y mi espalda adolorida no me permitieron concentrarme en el trabajo.

Al volver a casa, como de costumbre, me esperaba mi Ama Wanda tras la puerta para acariciarme con algunos azotes, y rutinariamente como de costumbre, darme sus sobras como cena, mezcladas con su orina y encerrarme en la mazmorra amarrado y amordazado hasta el próximo día, previa flagelación con el látigo de tres colas, su preferido.

Esa noche el Ama Wanda, refiriéndose a la experiencia de la mañana, me acotó

-“mis amigas se han divertido contigo, les prometí prestarte algún día de estos”

Uno de mis deberes de esclavo consistía en atender en todo a mi  Señora Wanda, sirviéndole de silla mientras se maquilla, por ejemplo o sosteniendo su ropa mientras se termina de acicalar.

También arreglar sus uñas y hacerle el pedicure, tarea esta especialmente grata para mi al tener que ablandar con mi saliva las cutículas de sus deditos y limpiar con esmero sus plantas usando solo mi lengua y labios. Claro que los resto de uñas ya cortadas debía comerlos y agradecer como si se tratase de un manjar especial, a lo cual también me acostumbre menos rápidamente. El caso es que esa tarea solía ser los jueves por la noche, cada dos semanas; pero mi Ama Wanda se atonjò que podía usarme para cobrar  a sus amigas por el pedicure, sobre todo que en ese alquiler Ellas podían tratarme al igual que mi Ama Wanda, según les explicó. Es decir que podían azotarme y maltratarme mientras les lamía sus pies y les hacia el pedicure. 

La cliente de mi Ama Wanda mas asidua era Mistress M, una señora no muy agradable físicamente, morena, de pies enormes y de mal carácter. Solía llegar vestida con licras y sandalias sin tacón. Se arrellanaba en el sillón y, mientras degustaba alguna cerveza me humillaba:

-“ven a lamerme, que tengo varios días sin bañarme” “quiero usarte como alfombra para limpiar mis pies”

Y en verdad, parecía que esperaba tener sus pies expresamente sucios para venir a hacerse el pedicure, mas por pagar el derecho  a azotarme y ver a un hombre humillado lamiendo sus pies, que por la necesidad real de arreglar sus uñas, las mas de las veces era suficiente una limpieza profunda con mi lengua, que ella aprovechaba para introducir su pie en mi boca casi hasta el talón, a modo de mordaza para ahogar los posibles gritos de los fuertes azotes con los que me marcaba.

Mi Ama Wanda lo sabia, y lo permitía mas porque me dejaba el culo bien marcado con la fusta, cosa que ella adoraba, que por el dinero que ganaba en mi alquiler de pedicurista.  Como también permitía que le hiciera luego el cunnilingus mientras ambas conversaban o se besaban cariñosamente.

 

(continuara)

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