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Euterpe y Tauro (1)

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Euterpe, en la mitología griega, era la musa de la música y el canto. Tauro, del griego “Taurós”, toro, mitológicamente era un semidiós, encarnación de la fuerza, la fertilidad, el masculino deseo sexual y la agresividad dentro de la nobleza; esto es, el valor masculino unido a la templanza, la caballerosidad. También era representación de la riqueza en el “cuerno de la abundancia”.

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“Llegar a ser figura del toreo es casi un milagro; pero al que lo logra, un toro podrá quitarle la vida…pero nada ni nadie podrá ya nunca quitarle LA GLORIA” (Miguel Hernández, poeta, en la obra enciclopédica “Los Toros”, de José María de Cossío, en cuya redacción colaboró entre 1934-35, siendo de su autoría las biografías de Manuel García, “El Espartero”; José Ulloa, “Tragabuches”; Antonio Reverte y Rafael Molina, “Lagartijo”)

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CAPÍTULO 1º

Juan Gallardo era un joven madrileño de 24 años; alto, 1,76 más o menos, atlético y atractivamente varonil. Pertenecía a la clase alta de la sociedad madrileña y española, hijo de catedrático en Derecho Internacional de la Universidad Complutense de Madrid, abogado del Estado y titular de uno de los despachos de abogados más prestigiosos tanto de España como a nivel internacional, y de una dama inglesa de lo más selecto de la sociedad londinense

Una noche de fines de Octubre, hacia el meridiano de la primera década del siglo XXI, digamos el 27 de Octubre de 2004, estaba en el Olimpia de París viendo el espectáculo de una cantante rusa, Elena Gaenva (Expresado fonéticamente, según lo oiríamos de un ruso, sería “Yelena Gayenva”). La cosa fue iniciativa de monsieur Perrín, abogado francés y buen amigo de su padre, quien le había pedido que fuera “cicerone” y “hayo” de su “ninio” mientras estuviera en el París de la France. La verdad, que meterse en un teatro, por selecto y buenas que fueran sus atracciones, no le ilusionaba en absoluto; vamos, que el “mocer” mucho mejor se habría metido en el Folies Bergere o en el Moulin Rouge; o se hubiera sumergido en la “Nuit Pigalle”

Pero tal opinión dio en quiebra tan pronto vio a aquél “piazo” de mujer que era la rusa de marras. Alta, más de 1,70, casi mediada la treintena de años; bella, pero que muy, muy bella, de pelo más azabache que negro, cayéndole en lisa melena hasta más allá de la cintura, aunque no pocas veces salía al escenario con el cabello recogido ora en trenza, ora en moño sobre la nuca; cuerpo de infarto, con muy, muy, generosas carnes aunque tan exquisitamente repartidas por su cuerpecito serrano que sólo un sublimado atractivo sexual aportaban a tal “body” de hembra humana de modo que todo en ella resultaba espléndido, soberano: Senos, caderas, culito... Vamos, “piazo” hembra humana que hasta a un cadáver encendería en loco, pasional, deseo, aunque muslos y piernas sólo fueran incógnitas prometedoras, al lucir en escena vestidos largos hasta los pies. No obstante al acusado recato de la diva, había algo que permitía, con algún fundamento, suponer la magnificencia de sus inferiores gracias: Los pies, blanquísimos, como su cutis, pequeñitos, preciosos, perfectos por demás, con unos deditos que eran todo un primor de podológica belleza. Lo de poder apreciar tales piececitos se debía a la marcada tendencia de la artista a descalzarse en el escenario, con lo que buena parte de su actuación la hacía a pies desnudos…

Otra particularidad de la artista del “País del Hielo” era su gran facilidad para conectar con el público, aunque aquí debe decirse que la inmensa mayoría de las personas que esa noche abarrotaban el teatro eran rusos, de nacimiento o estirpe, por lo que entendían perfectamente cuanto la estrella cantaba y decía, que esa era otra, los no pocas veces extensos parlamentos que precedían a muchas de sus canciones. A todas luces, en tales peroratas bromeaba con el público, pues era de verse la hilaridad que entre el auditorio provocaba en tales ocasiones

Pero no era esto sólo, sino que el despiporren era cuando la estrella bajaba del escenario, zambulléndose, más empírica que teóricamente, entre el público, y era de ver cómo, entonces, las gentes se levantaban de sus asientos y acudían a ella y cómo la artista recibía a todo el mundo con total liberalidad, sin mediar escoltas ni Cristo que lo fundó entre la estrella y sus admiradores; la gente iba a ella con flores, ya en ramos, ya una sola engarzada en su tallo. La rusa dejaba que ese público la tocara, la besara, la abrazara, rindiéndole así su homenaje de admiración y cariño, lo que ella agradecía con un “Spasiva”… “Balshoe Spasiva”, “Gracias… Muchas gracias”

Y a Juan Gallardo todo eso le impresionaba hasta lo más profundo de su ser. Como allende Despeñaperros suele decirse, por estos hispánicos pagos, esa mujer, en un Santiamén, le tenía “acharaíto der too”… Así, en una de esas veces que la estrella de la tundra y la estepa bajó del escenario, mezclándose abiertamente con el público, Juan Gallardo tuvo una ocurrencia para llamar la atención de la fémina que le traía loquito perdido, sobre sí mismo; en dos de sus canciones, la Gaenva había intercalado sendas frases en castellano, vulgo español: “Hasta mañana” y “Dentro de mí”; de modo que, valiéndose de ambas, hizo una nueva… Esperó a que la artista pasara junto a la fila de asientos que ocupaba y, cuando la tuvo bien cerca, se levantó y, a voz en grito, le dijo, formando  una sola frase con las dos que ella cantara.

—¡¡¡”HASTA MAÑANA”, bella entre las bellas!!!...¡¡¡Siempre estarás “DENTRO DE MÍ”!!!...

La rusa se paró en seco; se dio la vuelta y volvió hacia donde él estaba

—Pardon Monsieur; ¿comment dit?... (Perdón señor; ¿cómo dijo?)

Juan se sonrió; se puso en pie y, en un perfecto francés, le tradujo el requiebro que acababa de dedicarle…

La bella rusa, a su vez, le sonrió, complacida a tal galantería. El muchacho no ocupaba, precisamente, un asiento de pasillo, sino que se sentaba a cinco o seis butacas más allá; pues bien, la diva hizo intención de pasar hasta allá, a través de los espectadores que mediaban entre ellos, pero él se levantó rápido, saliendo a su encuentro, entre la curiosidad, por no decir asombro, de la próxima concurrencia. La mujer quedó en el pasillo, esperándole, y cuando por fin el joven estuvo a su lado, le pasó un brazo por el cuello para besarle en la mejilla, diciéndole, en francés, claro

—Muy amable caballero; muy gentil usted, caballero… ¿Español?…

Gallardo afirmó con la cabeza  y la Gaenva se separó de él, tornando al escenario… Pero aquello fue lo que a Juan Gallardo le faltaba para quedar más que fascinado por tan bella mujer, amén de tan tremendamente simpática… Y, en un arranque de pasión, “soltó” a monsieur Perrín

—Monsieur Perrín, necesito una joya digna de una reina, de una diosa; y la necesito ya. Cueste lo que cueste, pero la preciso ahora mismo, esta misma noche

—¡Oh, mon Dieu! ¡Mon Dieu!¡”C'est trés difficile”! ¡Es muy “difisíl” lo que usted “quiegue”, monsieur Gallagdó! ¡”Tout est fermé”! ¡Todo “seggadó”, monsieur Gallagdó!

—Y para qué están los amigos, monsieur Perrín. Seguro que tendrá usted algún amigo…algún buen amigo joyero que, seguro, atenderá su ruego. Mueva sus amistades, monsieur Perrín, sus influencias… Le quedaría muy, pero que muy agradecido. Y por el precio, no se preocupe; usted lógreme ese favor, que yo sabré agradecérselo cual merece

Y el franchute, ante el brillo del “vil metal”, se puso manos a la obra, aunque rezongando por las extravagancias de “monsieur Gallagdó”. Tomó su móvil, marcó un número y estuvo hablando un rato, para, finalmente, colgar y decirle al joven que, por unos días, era su pupilo

—Ya está, Monsieur Gallagdó; mon ami, monsieur Dunant, joyegó, le t(rg)aegá lo que quiegue. Pego, segá muy, muy, “cagó” Mucho, mucho dinegó…

—Perfecto, monsieur Perrín. No se preocupe; mañana se le reembolsará lo que sea. No se preocupe usted por eso

Pasaron como cuarenta minuto, puede que más, y “monsieur Perrín” recibió un llamada a su teléfono móvil

—Ya está aquí mon ami, monsieur Dunant, con lo suyo. Nos espega fuegá

Tiempo faltó a Juan Gallardo para salir volando hacia la entrada del teatro. Desde luego, la joya era una maravilla en belleza y elegancia; un conjunto de collar y pendientes en perlas negras, naturales, con los zarcillos largos, en colgante, y la perla trabajada en lágrima; pero tampoco era baladí el precio que le sacaron; iba a decir que un ojo de la cara, pero mejor sería decir que le dejaron tuerto de los dos. Pero ya se sabe, quién algo quiere, algo le cuesta, amén de que, “sarna, con gusto, no pica”, y ya lo creo que Juan Gallardo quería esa joya como nunca deseó nada en su vida, pues en ella cifraba sus esperanzas de pasar la noche con tan bella mujer entre sus brazos, refocilándose, bien refocilado, con semejante hembra humana

Esperó al final del espectáculo y salió escopeteado hacia el camerino de la estrella, bien pertrechado de la joya, en su estuche, y un monumental ramo de flores; allá le cortó el paso una especie de cancerbero en cuerpo de mujer entre asaz cincuentona y escasamente sesentona, que le dijo, en un francés más que macarrónico, que la señorita Gaenva no recibía a admiradores desconocidos, mas Gallardo porfía que te porfiarás, pero el “cancerbero” no desalentaba en su terminante negativa a hacerle accesible a su “jefa”…hasta que Juan usó la llave que abre todas las cerraduras por más seguras que sean: El famoso y tan deseado por todo “quisque” (todo el mundo) ”money, money”. En fin, que a la vista de un par de billetes de cien euros, la guardiana de la intimidad de la bella se avino a pasar adentro y entregarle a su ama el ramo de flores, el estuche con la joya y un billetito, un tarjetón más bien, donde el hombre invitaba a cenar a la despampanante mujer, aunque previniendo la matrona al joven enamorado con lo de

—Va a perder el tiempo, señor, pues la señorita Gaenva no acepta regalos de desconocidos. Pero allá usted, con su tiempo y su dinero, señor…

Ello, como es natural, dicho en su más que deplorable francés, pero resultó que la “fiera corrúpea” fue profeta en su tierra, pues escasos minutos después reaparecía ante Juan con la joya y el tarjetón devueltos al joven galán; vamos, que la bella decía que “nones” al “revolcón” tan bien planeado y a pies juntillas esperado por el bueno de Juan Gallardo. Y allí quedó “er Juanico”, como el “Gallo de Morón”, “cacareando y sin plumas”, obligado  pues a abandonar el Olimpia con el rabo entre las piernas (y sin coñas con lo del “rabo”, mis queridas/os, lectoras/es. ¡Que conste, leñe!), encorajinado, jurando para sus adentros eso tan bonito de “¡Qué se creerá esa…! Y me ahorro lo que esos puntos suspensivos quieren decir por evidente. Hasta se decía que qué narices se le había perdido a él en ese París tan esquivo, con el tremendo éxito de que disfrutaba entre las féminas de sus hispánicos lares; vamos, que de pocas no se largó al aeropuerto a enganchar el primer avión rumbo a Madrid

Pero, a pesar de todos los pesares, a la noche siguiente volvió a sentarse en una butaca del Olimpia y, como la primera noche, gritó a pleno pulmón lo de “Hasta mañana, bella entre la bellas; siempre te llevaré dentro de mí”, cuando la adorable rusa pasó cerca de donde él se sentaba, atrayendo así, de nuevo, la atención de tal mujer hacia él… Y eso mismo se  repitió a la noche siguiente, y a la otra, cuarta y última que Elena Gaenva actuó en el Olimpia parisino…

Pero no la última noche que la cantante surgida del frío actuó esos días en París, pues dos noches después estaba en una sala de juventud, un tanto cutre ella, como todo este tipo de locales, acompañando a la actriz y cantante, que ambas cosas era Elena Gaenva en su natal Federación Rusa, cantante y actriz de cine de indudable éxito, música “enlatada” en vez de la “banda” que la arropó en el Olimpia, pero la voz de la cantante, también aquí, de enlatada, nada de nada, que bien se hacía notar cuando, como en el Olimpia, bajaba del escenario hasta donde los jóvenes, y no tan jóvenes, estaban, mezclándose entre ellos, más bien, que sin orden ni concierto; como de igual a igual, como entre amigos de toda la vida…

La diva, aquella noche, estaba imponente; no vestía los trajes que luciera en el Olimpia, hasta los pies, rebuscados, recargados hasta resultar casi, casi, barrocos, sino que en esta  otra sala, más informal, apareció mucho más natural. Pelo recogido en un moño tras la nuca, vestido negro, de una sola pieza, de seda o símil seda, que los conocimientos textiles de Juan no alcanzaban a discernir lo uno de lo otro; ceñido, muy ceñido, adaptándosele al cuerpo como una segunda piel, con lo que sus femeninos atributos quedaban tan remarcados que hasta podría dar sensación de desnudez. Manga corta y escote rectangular, en vertical, largo hasta claramente mostrar la parte alta de sus senos, a todas luces sin sujetador, pues saltaban, bailoteando, según ella se movía por el escenario; la falda, claramente corta, por encima de medio muslo, y zapatos de tacón altísimo, abiertos por detrás, a modo de sandalias

Sí; esa noche la bella rusita mostraba en todo su esplendor la rutilante belleza de sus muslos, sus piernas, más esculturales, incluso, de lo que Juan Gallardo imaginara. La sala constaba de filas de asientos para el público asistente, en general, sillas más que butacas, pero su constancia resultaba más bien ociosa, pues el personal, con independencia de su edad, más estaba de pie que sentado, y cuanto más cerca del escenario mejor, aunque de todo había en la viña del Señor, pues tampoco faltaban espectadores casi permanentemente sentados en las sillas, aunque eso sí, protestando de la gente que estaba de pie, impidiéndoles ver bien a la artista

Juan Gallardo era de los que preferían mantenerse cómodamente sentados pese a los inconvenientes que la problemática visión entrañaba. Como acostumbraba, la bella, apenas empezó la primera canción, se descalzó y a poco de entrar en la segunda ya estaba confundida entre un público que, para variar, la adoraba como si fuera una diosa del Olimpo; y diosa del Olimpo artístico era, sin duda alguna, y la Diosa por excelencia para el joven Juan Gallardo. Tal Afrodita/Venus evolucionó entre el gentío que abarrotaba la sala, recibiendo y dando besos y abrazos por doquier, aceptando ramos de flores y simples flores únicas, repartiendo a diestro y siniestro su sonrisa, sazonada con los consabidos “Spasiva”, “Balshoye Spasiva” La Gaenva se llegó hasta la fila que Gallardo ocupaba que, por sobrar sitios vacíos, esa noche se sentaba justo junto al pasillo, con lo que pudo, con toda su voz y a su mejor gusto, soltar lo de “Hasta mañana, bella entre las bellas…Siempre te llevaré dentro de mí”… Entonces, la artista le miró casi con más detenimiento que otras veces, sonriéndole de manera tan deliciosa que el muchacho creyó morir de pura satisfacción, para de inmediato decirle, en francés, claro… Ese francés tan perfecto que ella hablaba

—¡Vaya! Conque es usted, el caballero español; también ha venido a verme aquí. ¡Qué amable es usted, señor! ¡Qué amable…y qué galante, señor caballero español!...

E, inclinándose hacia él, al tiempo que Juan se levantaba, por pura casualidad, sus labios se rozaron un instante, para de inmediato reparar ese más que fugaz beso, pasando a posarse los labios en las mejillas del otro. La Gaenva volvió a sonreír al joven español para, seguidamente, seguir su rumbo entre el público y, finalmente, regresar al escenario

Luego, cuando acabó el espectáculo, equipado con un ramo de flores en una mano, una botella de Dom Perignon en la otra, dos copas, una en cada bolsillo de la americana y el estuche con el collar y los pendientes de perlas en un bolsillo del pantalón, Juan Gallardo volvió a buscar el camerino de la mujer que, en no más de unas cuantas horas, le había sorbido el seso hasta niveles que ni él mismo entonces apreciaba en su total magnitud. De nuevo, como el primer día, se encontró con el infranqueable “cancerbero” en forma de mujer más que arisca; la “fiera” le cortó el paso apenas le “guipó”, con el consabido, “La señorita Gaenva no recibe a extraños”, como si él fuera un marciano o similar, pero ya Juan sabía de qué “pie cojeaba” la adusta fémina, con lo que, enseñándole el consabido par de cientos de euros, le dijo

—¿Querría la señorita salir aquí, al pasillo, ante la puerta de su camerino, y tomarse una copa de champán conmigo? Sólo pretendo eso, tomar una copa de champán con ella, a su lado; sin siquiera despegarnos de aquí, de la puerta de su camerino…

La “fiera corrúpea” torció el gesto, pero tomó los euros y el ramo y se metió por la puerta del camerino tan celosamente guardado y, minutos después, quien salía por tal puerta era la propia Elena Gaenva, ataviada con una bata, a ciencia cierta de seda natural, manufacturada en la antigua República Socialista Soviética de Uzbekistán, hoy República de Uzbekistán. Se acercó a él, tendiéndole la mano que Gallardo se apresuró a  besar, cual noble caballero  español, para, seguidamente,  intercambiar un beso en las mejillas y el joven, tras alargarle una, escanció el champán en las dos copas…

—Esto es muy, muy irregular. Es la primera vez que acepto la invitación de un desconocido…

—Pues eso tiene fácil arreglo; permítame que me presente: Juan Gallardo, de Madrid, para servirle en cuanto haya menester, como su más rendido adorador, ¡oh, suprema diosa del Olimpo de Euterpe y Talía!

La diva se rio con ganas

—¡Pero qué adulador es usted! Y, como todos los aduladores, seguro que un  mentiroso de marca mayor. ¡Ja, ja, ja! Pero bueno, ¿brindamos?

—Desde luego. ¿Por qué quiere usted que brindemos?

—Pues… No sé… ¿Por la vida?...

—Tengo una propuesta mejor: Por usted, bella entre las bellas, divina hurí del Edén de Allah, gran Diosa del Olimpo de Euterpe y Talía…

—Lo dicho; es usted un mentiroso adulador

—¡Líbreme Dios de tal cosa! En absoluto, señorita Gaenva; le digo sola, exclusivamente, lo que siento, lo que usted es ya para mí. Y desde el primer instante en que la vi, hace… ¡Dios, y cómo es la mente humana! Cinco días,  cinco tan solo han pasado desde que la viera en el Olimpia y me parece conocerla de toda la vida. Eso, que se me haya metido tan adentro y en tan poco tiempo, sí que es irregular; y más que cierto que nunca, jamás antes, me había pasado. Por cierto, ¿sabe usted qué significan esos nombres, Euterpe, la Musa de la Música, y Talía, la del Teatro?

—Mi embustero y adulador caballero español; en absoluto me avergüenza reconocer que, hasta ahí, mi sapiencia sobre la Mitología Griega Clásica no alcanza

—Pues Euterpe es “La Muy Placentera”, y Talía, “La Festiva”. Como anillo al dedo le sientan ambos nombres a su belleza, a su simpatía: “La Muy Placentera”, “La Festiva”…

Yelena Gaenva volvió a reír, alegre, divertida, por las salidas del “Caballegó Espagnol” y, a qué callarlo, su “labia”, capaz de “liar” a un charlatán de feria, que ya es “liar” a la gente

—Lo dicho: Un zalamero adulador y mentiroso es usted. Pero, ¿sabe? ¡Ay! ¡Me gusta lo que dice! ¿Cómo dicen ustedes, allá en España, de las personas como usted, aduladoras, mentirosas, embaucadoras, pero simpáticas. ¡Vamos, el personaje de Arlequín de la “Commedia dell'Arte”!

—¿Gitano?

—¡Eso es! ¡Tsyganskiy!... ¡Es usted un Tsyganskiy, muy, muy Tsyganskiy!

La cantante no había usado el francés para decir “gitano”, sino que lo había dicho en su materna lengua rusa, (“Tsyganskiy” es la transcripción a caracteres latinos, del ruso cirílico “Цыганский”)

—¡Sí señor; es usted un “Tsyganskiy”, embustero, embaucador y simpático! No hay más que verle: Tez morena, delgado y flexible como un junco, pelo rizado y negro, muy negro, como sus ojos. ¡”Tsyganskiy”! ¡”Boleye tsygana”!…

La rusa volvió a reír, alegre, desenfadada, y Juan la imitó, riendo también a mandíbula batiente

—Eso no vale, ¡oh Diosa! Juega usted con ventaja;¿olvida que no hablo ruso? Vamos, que como no traduzca… ¡Hasta podría pensar mal  de usted, creyendo que me pone de hoja perejil “p’arriba”!…

La Gaenva casi se desternilla ya de risa, antes de responder.

—¡Pero qué quisquilloso es usted! Sólo le decía “Gitano; más que gitano” Como verá, nada ofensivo para usted. La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad…

Rieron los dos de nuevo, pero al rato quedaron en silencio, mirándose a los ojos… Entonces, en un pasional arranque, dijo el joven español

—¡Me gusta usted, Yelena! Me gusta mucho, muchísimo. Hasta creo que me he “colado” por usted, que me he enamorado de usted; que la quiero, Yelena, que la quiero. Yelena o Elena, ¿verdad? Diría que es lo que significa en castellano

Y, sacando el estuche con el conjunto de collar y pendientes, se lo tendió a la bella, que lo tomó en sus manos y lo abrió

—Sí; así es; Elena es mi nombre en su idioma. Es bonito su obsequio; muy, muy bonito, muy elegante. Y, la verdad, me gusta; me gusta mucho…

La artista, diciendo esto, cerró el estuche y se lo alargó a Juan Gallardo

—Sí; muy bonito, muy fino y, claro está que me gusta mucho, pero no lo quiero, no se lo acepto. Quédeselo, por favor. Y no insista, se lo ruego, señor caballero. ¿Cree que no sé que le gusto, que no sé lo que hay tras de todo esto? Su invitación a cenar, su palabrería… Sencillamente, que acabemos en la cama, haciendo el sexo; pero, ¿sabe otra cosa, lo grande de todo esto? Que también usted me gusta y no me costaría nada cenar con usted y, luego, pasar la noche en sus brazos. Pero, ¿sabe otra cosa? Que tengo un marido, y una hija…y no estaría bien que cediera a… Bueno, a nuestros deseos. Me comprende, ¿verdad?...

Juan Gallardo no respondió; sólo bajó la cabeza, visiblemente apesadumbrado; hasta triste, podría decirse

—Adiós, mi gentil caballero; le deseo lo mejor en la vida. Y gracias por fijarse en mí, me siento halagada, complacida; muy halagada, muy complacida. Aunque sé que es usted un”Tsyganskiy” embustero y seductor; muy,  muy seductor; demasiado seductor,”Tsyganskiy”… ¡”Boleye tsygana”!

Yelena-Elena Gaenva, volvió a besar a Juan Gallardo, pero ahora lo hizo rozándole quedamente y por un  cortísimo instante, los labios para, al momento, desaparecer tras la puerta por la que salió…

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