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Alex, 18 años, casi Alexia de tan lindo (2)

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Cuando había introducido dos falanges de ese dedo dobló el índice y comenzó a meterlo para luego hacer avanzar ambos dedos hacia el interior del culito mientras los gemidos y corcovos del chico se acentuaban.

-¿Te duele, precioso? –quiso saber la matrona.

-No… No, señora… -contestó Alex entre suspiros.

Ligia siguió un poco más con el ir y venir de sus dos dedos en el estrecho sendero mientras sobaba con su otra mano las deliciosas nalguitas del chico, que no dejaba de suspirar y gemir, hasta que decidió dar por terminada esa primera sesión. Quitó sus dedos del tierno culito y sentada en el borde de la cama, con Alex echado boca abajo, preguntó:

-¿Qué sentiste, nene?

-Me… me gustó, señora… -admitió el jovencito con las mejillas arrebatadas por la vergüenza.

-Mmmmhhhh, muy bien, bomboncito, muy bien… Mañana seguimos. En un rato te traigo la cena.

A la noche siguiente de esa primera sesión de trabajo en el culo del chico, Ligia agregó un dedo a los dos con los cuales había comenzado su tarea. Tenía a Alex nuevamente en cuatro patas sobre la cama y entonces, tal como la noche anterior, introdujo el dedo medio de la mano derecha en el estrecho sendero, regodeándose con los gemidos del jovencito, que eran, indudablemente, expresiones de goce. Luego repitió el operativo de plegar primero y meter después el dedo índice, ambos hasta los nudillos mientras el chico corcoveaba suavemente sin dejar de gemir y jadear. La matrona disfrutaba intensa y morbosamente de su tarea y una sonrisa lasciva le curvaba los labios.

-Gozás, ¿eh, perrito?...

-Sí… sí, señora… -admitió Alex luego de una pausa.

-Bueno, vamos a ver que sentís ahora. –dijo y al mismo tiempo hizo girar hacia la izquierda ciento ochenta grados sus dedos dentro del culo del jovencito e inmediatamente después metió el dedo índice de su mano izquierda sobre los dedos anteriores. Ante la nueva intromisión Alex volvió a corcovear, esta vez un poco más violentamente, al par que exhalaba un quejido.

-Ay, me… me duele, señora, me duele…

-Es que estás muy tenso, bebé, relajate, vamos, flojito… flojito… -y después de unos instantes el chico consiguió relajarse para beneplácito de la mujerona, que había interrumpido el ir y venir de sus dedos para favorecer la relajación de Alex, mientras admiraba la pureza y suavidad de la piel del jovencito, su absoluta ausencia de vello (salvo en las axilas y la zona genital) que contribuía decisivamente a darle esa sugerente ambigüedad tan excitante.

-¿Estás más relajado, bebé? –preguntó por fin.

-Sí… sí, señora, sí…

-Bueno, entonces voy a continuar el trabajo. –dijo Ligia y puso en movimiento otra vez sus dedos, con lentitud, prudentemente, atenta a la reacción del chico, que permanecía tranquilo, moviendo suavemente sus caderas hacia un lado y el otro entre gemidos.

Ligia se dio cuenta de que ahora estaba gozando y entonces se inclinó hasta rozar con su boca la nalga derecha de Alex. Besó la carne firme y tibia para después deslizar su lengua por toda esa tentadora superficie. El chico suspiraba, gemía y jadeaba, evidentemente gozando de esa lengua que acompañaba el ir y venir de los dedos dentro de su cola.

Ligia interrumpió por un momento la travesía de su lengua y dijo:

-Estás gozando mucho, ¿eh, perrito?

-Sí… Sí, señora… -admitió el jovencito luego de carraspear para aclararse la garganta.

La mujerona retiró lentamente sus tres dedos del culo y dirigió la mano derecha hacia el pene de su presa, que estaba erecto y duro. Alex corcoveó ante el contacto y Ligia dijo: -Aahhhhhh, estás muy calentito, bebé… -y agregó: -¿Tenés ganas de masturbarte?

-Ehh, sí… sí, señora… -admitió el chico con las mejillas ardiéndole de vergüenza.

-Bueno, ahora me voy y masturbate nomás, te has ganado ese placer por lo bien que te portaste. –dijo Ligia poniéndose de pie para después dirigirse a la puerta. La abrió y dijo antes de retirarte: -Mañana voy a empezar la última prueba en ese culito hermoso que tenés y espero dejarte listo para los Amos en no más de dos o tres días.

Al quedar solo, el chico recordó de pronto lo de la ropa y el calzado que usaría mientras estuviera en la mansión y ganado por la curiosidad fue hasta el armario, lo abrió y extrajo una rara prenda blanca que pendía de una percha. La liberó, devolvió la percha a su sitio y entonces vio que en el piso del armario había un par de ojotas de cuero con tobillera que se ajustaba con una hebilla. Las tomó y volvió junto a la cama, dejó las ojotas en el piso y extendió la prenda sobre el lecho mientras los latidos de su corazón se aceleraban. Sintió un intenso deseo de ponerse eso que parecía ser una suerte de túnica de tela muy liviana y transparente. La tomó con manos que temblaban y de pie ante el espejo se la puso para después anudar a un costado el fino cordel que oficiaba de cinturón. Se contempló en tanto respiraba con fuerza por la boca, muy excitado, sintiendo que le gustaba cómo lucía con esa túnica de tul de seda que transparentaba su cuerpo. Tenía un solo bretel, sobre el hombro izquierdo, y del lado opuesto calzaba bajo la axila. Era muy corta, al punto que apenas tapaba el pene y descubría casi totalmente los muslos largos y bien torneados, desprovistos de vello al igual que el resto del cuerpo con las excepciones ya mencionadas. Al cabo de un momento se puso de espaldas al espejo, giró la cabeza y observó, cada vez más excitado, cómo sus nalgas abultaban la seda, transparentándose. Corrió a ponerse las ojotas y volvió al espejo, ante el cual estuvo observándose un rato más, ya con el pene erecto, ardiendo de morbosa calentura, deleitándose con el roce de la seda sobre su piel.

Corrió al baño con la piel erizada de pies a cabeza y las mejillas arrebatadas, se sentó en el inodoro al revés y se masturbó frenéticamente mientras se imaginaba en manos de esos viejos.

La noche siguiente, una hora después de que Alex cenara, Ligia se hizo presente en la habitación del chico con un consolador de considerables dimensiones equiparables a las vergas de los Amos: veinte centímetros de largo por cinco de diámetro. Era una imitación perfecta del pene y los genitales, de un tono marrón muy claro.

-Cuando tu culito pueda tragarse este chiche estarás listo para ser usado por los Amos, cachorro. –dijo Ligia y exhibió el sex toy ante la mirada temerosa del jovencito.

-Ay, señora, es… es enorme esa cosa… -murmuró Alex con voz estremecida por el miedo.

-Tranquilizate, nene, tengo mucha experiencia y sé que todo culo está en condiciones de ser penetrado por vergas de esta dimensión. Duele al principio, pero después el dolor le deja su lugar al placer, de sobra lo sé por experiencia propia… Vamos, cachorro, ponete en cuatro patas. ¡Vamos! –exigió la matrona ante la vacilación de Alex, que miraba obsesivamente el vibrador, temeroso y excitado a la vez.

Por fin, ante la amenaza de ser devuelto al sótano y padecer la vara, el jovencito adoptó la posición ordenada y se estremeció cuando Ligia le untó con vaselina el orificio anal para después lubricar el consolador con esa sustancia. La matrona lo tomó por los cojones y lo fue acercando al objetivo hasta apoyar la punta en el pequeño orificio. Alex volvió a estremecerse y acompañó el temblor con un largo gemido. Ligia pasó su brazo izquierdo por debajo del vientre del chico, para mantenerlo bien sujeto, y después de una presión inicial del extremo del consolador sobre la diminuta entradita comenzó a introducirlo despacio.

-¡Nooooo! ¡ay, señora, me duele, me duele mucho! –gritó Alex e intentó, sin éxito, liberarse de esa cosa que le martirizaba el culo. Gemía de dolor y corcoveaba, aunque firmemente retenido por el brazo de Ligia, que seguía metiendo el sex toy en el estrecho sendero, virgen de pijas.

-Tranquilo, cachorro… Tranquilo que ya pasa… -le aseguró la matrona mientras hacía avanzar y retroceder el juguete, y en efecto el dolor fue atenuándose pronto hasta casi desaparecer. Entonces Alex comenzó a sentir un goce tan intenso como lo había sido ese lacerante dolor inicial, cuando los primeros centímetros del consolador penetraron en su culo. Ligia lo oyó gemir y jadear, mientras percibía, complacida y excitada, ese movimiento de las caderas que seguía sujetando con su brazo izquierdo.

-Te suelto, cachorro, y cuidado con lo que hacés. –le dijo.

Alex no contestó, siguió en cambio ondulando sus ancas y exhalando gemidos y jadeos cada vez más sonoros.

Ligia llevó su mano izquierda al pene del chico y notándolo duro y erecto dijo:

-Mmmmhhhh, estás gozando, ¿eh, putito?... Mami te está haciendo gozar…

Al chico le dolió lo de putito. Significaba todo un hondo conflicto la posibilidad de ser gay, pero en ese momento su conciencia era apenas un débil reclamo acallado por el intenso placer que estaba sintiendo.

-Gozás… -insistió Ligia y Alex lo admitió entre gemidos.

-Decilo, nene. –le exigió la matrona.

-Estoy… estoy gozando… sí… -murmuró sin dejar de jadear, ahora roncamente, abrasado entero por una excitación cada vez mayor.

Ligia se inclinó sobre él, aplastando sus grandes pechos contra la espalda de su presa y le murmuró al oído:

-¿Querés masturtbarte, bebé putito?...

-Sí… ¡Sí, señora! ¡por favor! –rogó Alex en medio de la más intensa calentura.

Ampliamente satisfecha por el curso de los acontecimientos Ligia sacó del culito lentamente el consolador, sobó durante un instante las deliciosas nalgas del jovencito, lo incorporó tomándolo de un brazo y le ordenó que se arrodillara ante ella, con la cabeza gacha y las manos atrás. Se regodeó observando ese pene erecto y palpitante y luego dijo:

-Gozaste, Alex, gozaste mucho con ese juguete en tu culo, ¿cierto?

.Sí, señora… -aceptó el chico tras una pausa.

-Decilo.

-Gocé… gocé mucho con…

-¡¿Con qué?! –apremió la matrona.

.Con… con eso que usted me… me metió en la cola… -murmuró Alex sintiendo que el estar arrodillado ante esa mujer incrementaba su excitación. Por momentos lo turbaba la conciencia de ese camino por el que lo estaban llevando, pero le era inapelable el placer que sentía recorriéndolo y adentrándose cada vez más en ese territorio donde imperaba el morbo.

-Enderezate. No apoyes el culo en los talones. –ordenó Ligia y el chico obedeció de inmediato.

-Muy bien, sos muy obediente, cachorro, y a los Amos y a mí nos gustan mucho los nenes obedientes. –dijo la mujerona mientras miraba el consolador y comprobaba, muy complacida, que estaba totalmente limpio, sin huella alguna de su incursión por el culo del chico.

-Bueno… -agregó. –Ahora te voy a enseñar a tomar la mamadera. Es algo que a los Amos les da mucho placer y tenés que hacerlo muy bien, así que mami te va a enseñar. Mirame y abrí la boquita…

Alex lo hizo, pero le costaba engullir semejante ariete con su boca pequeña, redonda, de labios carnosos y muy bien dibujados.

-Vamos, cachorro, bien abierta esa boquita. –exigió la matrona y el chico se esforzó en dar a su boca la mayor diámetro posible hasta que Ligia por fin pudo meterle el glande y un par de centímetros más. Entonces, satisfecha porque Alex podría mamar las pijas de los Amos, retiró el consolador y le ordenó a Alex que lo tomara por la punta. El jovencito lo hizo y Ligia le indicó:

-Una buena mamada empieza por los huevos, cachorro; lamelos.

-Sí, señora… -aceptó Alex estremecido al imaginar que pronto serían huevos de verdad los que debería lamer.

Chupalos un poco, también. Lamés y chupás, así vas a empezar siempre cada mamada, ¿oíste?...

-Sí, señora…

-Bueno, ahora agarrá este chiche de los huevo y empezá a lamer el tronco, le vas dando lamidas hasta llegar arriba, al glande. Eso es, muy bien… -aprobó la mujerona mientras observaba el lengüetear de Alex, que había cerrado los ojos.

-Abrí los ojos y mirame. A los Amos les gusta que los chicos los miren mientras maman.

Alex obedeció y Ligia pudo deleitarse con la belleza de esos ojos grandes, luminosamente verdes que de vez en cuando aparecían semiocultos tras los párpados entornados.

Después de un rato de dejarlo lengüetear el tronco y el glande, Ligia le ordenó al chico que se metiera el consolador en la boca y lo chupara.

-Tenés que ir chupando a veces con fuerza, oprimiendo con tus labios el pene y a veces suave, ¿se entiende?... Alex retiró el consolador de su boca y asintió, para después volver a engullirlo y cumplir con las instrucciones. Seguía imaginando que aquello era una pija de verdad y que a fuerza de ser chupada y lamida terminaría por inundarle le boca de semen. Decidió que le preguntaría sobre eso a su instructora y lo hizo cuando ésta dio por terminada la sesión.

Arrodillado ante Ligia, mirando al piso y con las manos atrás, sin apoyar las nalgas en los talones, murmuró:

-¿Puedo… preguntarle algo, señora?...

Ligia lo autorizó.

-Cuando… cuando mame las… los penes de esos señores, ¿me harán… me harán tragar la… el semen? –preguntó el chico ardiendo de ansiedad y algún temor ante lo desconocido.

Ligia recordó que una dominante amiga llamada Hilda y dueña de un mocoso hacía que cuando el chico se masturbaba acabara en el piso de bañera, para después lamer y tragar su leche. Entonces dispuso emplear esa práctica con Alex, aunque con cierta variante.

-Por supuesto que sí, mocoso, así que te sugiero algo. –respondió. -La próxima vez que te masturbes acabá en la palma de tu mano, así podrás tragar tu lechita y empezar a conocer qué sabor tiene el semen.

El chico sintió que las mejillas le ardían.

“¡¿Tragar mi semen¡?”, se inquietó para después preguntarse hasta qué extremos de morbo y perversión lo llevaría esa gente y reconocer, de inmediato, que fuera lo que fuere que hicieran con él no tendría fuerzas para resistirse.

-Bueno, basta por hoy, mocoso, me voy. Vos masturbe, pero recordá que debés acabar en la palma de tu mano y tragar toda tu lechita, ¿oíste?

-Sí, señora… sí…

-Y mañana me contás… dijo Ligia mientras se dirigía hacia la puerta con la certeza de que la próxima sesión educativa sería la última y el chico estaría listo para ser presentado a los Amos.

Cuando quedó solo, el jovencito fue hasta el armario, se colocó la túnica y calzó las ojotas mientras de su pene bien erecto y duro brotaba ya un poco de líquido preseminal.

Corrió al baño, se sentó al revés en el inodoro y comenzó a masturbarse recordando las instrucciones de Ligia respecto de acabar en la palma de su mano. El orgasmo no demoró mucho y en medio de los temblores y el jadeo Alex se ocupó de dirigir la punta del pene hacia la palma de su mano izquierda, hacia la cual brotaron tres chorros de semen. El chico llevó esa mano hacia su boca y sin vacilar lamió cada uno de los goterones para después tragarlos. Encontró que el sabor era un tanto agrio, pero el placer morboso de estar degustando su propio semen superó ampliamente cualquier sensación desagradable que hubiera podido sentir. El corazón le latía con fuerza inusitada mientras iba hacia el armario después de haberse lavado el pene. Se despojó de las ojotas y la túnica, las puso en su lugar y se echó en la cama con la mente llena de fantasías para poco después quedarse profundamente dormido.

 

(continuará)

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