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Flor –Abriendo una flor en primavera. Sexo en la oficina.

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En la estación del amor, las flores, y de los recuerdos, tal es mi caso.  Lo que sigue es el más grato de cuantos guardo, y de particular forma para esta época.

Sucedió con el advenimiento de la democracia (Argentina´80), ella recién estrenados 21 años, solterita, yo entrando al síndrome de los cuarenta, diez de matrimonio, un hijo, suegros y un perro. La primavera en su comienzo.

Compañeros laborales, durante más de un año siempre nos tratamos con amabilidad y buen feeling desde el primer día, nada más.  Un día tomando un café, dijo estar sola y sin compañía. A partir de ahí se generó una química diferente, a la salida compartíamos una copa o un café antes de despedirnos.

Al cabo de una semana sucedió que como un pende en su primera cita una noche le pedí si podía darle un beso.

-Uno solito, respondió.

Fue en mi auto, cuatro o cinco, pero tan largos. Flor metió la lengua en mi boca, entregarnos en besos. Sin saberlo estaba entregando una parte de mí.

En la tarde siguiente, en un parque, nos besamos y abrazamos con tanta pasión que el calor generado ponía en peligro la arboleda. En la despedida, debimos esperar a que se me bajara el bulto que tenía en el pantalón, imposible caminar exhibiéndolo, nos reímos con sana inocencia.

Como novios, mimos y arrumacos. Un viernes le dije si quería acompañarme a realizar una gestión, volviendo el domingo en la tarde, accedió complacida.

Realizamos la gestión y todo el tiempo libre por delante.  Nada había sido planeado, los hechos se sucedían sin pautas establecidas.

Caminamos por la ciudad, por la noche a cenar en buen restaurante, buena cena, y abundante borgoña puso marco adecuado.

A la salida del local, el mozo le acerca a Flor dos copas (las usadas en la cena), enlazadas y una rosa roja. Este toque (pedido, en secreto) la dejó absorta y sorprendida, se detuvo y me besó, con el alma en los labios.

La emoción embargando nuestras almas, la pasión quemando nuestros corazones.  Acostados juntos, nos abrazamos, besamos con todo, acaricié esos pechos por primera vez sobre la piel. Besando, lamiendo, para terminar, chupando esas masas de carne, quemando con mi boca hecha fuego y la lengua llama.

Apretaba mi cabeza contra sí, con agitación, los calores la consumían por dentro.  Preguntó si me animaba a...

—A qué?

—Bueno... a...

Volvió, envuelta en el toallón, estaba en los últimos días y que no bajaba casi nada.

La abracé, la mano en las nalgas, tratando de hacer camino. Indicó que sería mejor por delante, se ofreció.

Bastaron unos besos y unas caricias para ponernos a punto.  Entre sus piernas flexionadas, las rodillas a los costados de mis caderas. Apoyé el glande entre los labios abiertos de la vulva, empujé, se resistía, empujé otro poco, se resistía.

—Sé que no sos virgen, pero no entra, no quiero lastimarte, ayudame.

—Soy estrecha, no creías. Como hace meses que no la uso se habrá cerrado.

Costó, entré en ella, duro y caliente, tantas ganas, costó aguantarme, demoré cuanto pude, ya en el límite de la resistencia le avisé, me pidió que dejara todo adentro de la conchita, quería sentirme todo en ella.  Todo mi ser entraba contenido en el caliente semen que se volcaba en ella.

Agotado por la pasión contenida, era el desahogo liberado, el deseo rebasando para expresar en líquida respuesta el amor naciente en mí.  Era el amor como nunca antes manifestado a mujer alguna, un placer supremo que excedía la entrega sexual.

Nos abrazamos, disfrutando la intimidad del contacto de la piel.  No era todo perfecto, no pudo llegar al clímax. Explicó que habitualmente no llegaba, fingía siempre para no hacer sentir mal a su pareja, esta vez no mintió, fue auténtica.

Comentó que la anorgasmia tendría su génesis en la formación ósea de su pelvis, que la hacía estrecha para la penetración (yo digo gloriosa), pero tal vez impedía llegar al orgasmo.

Nos dormimos, enamorados, colmados de felicidad.

Amanecimos abrazados, enlazada entre mis brazos y mis piernas, una mano en la ingle. Nos enfrentamos, besamos y tomé la teta mañanera, mamando de las dos con hambre insatisfecha hasta ponerla recaliente.  Leve presión en la nuca, se miró en mis ojos y entendió el pedido, sin más bajó a la verga, tomó en sus manos.

La boca se posó en la cabeza, lamió mientras registraba el efecto de sus caricias. Cuando creyó oportuno se la engulló.  ¡Qué placer!

El maravilloso masaje bucal me transportaba, durante él pregunté qué pasaba si salía. Sacó la boca para responder con naturalidad:

—Me la tomo, es tuya.

Aunque no se crea nunca había acabado en la boca, y menos pensado que se tragaran lo mío.

Ahora su turno, la mano en su conchita, tan húmeda, los dedos haciendo la delicia de ella, en el clítoris por dentro, haciéndola disfrutar. Ahora de bruces en la cama, le estoy dando un tratamiento manual, con ambas manos haciéndola llegar al orgasmo, luego de prolongado toqueteo.  En pocas ocasiones le saqué un orgasmo vaginal con la pija.  Lo común es hacerlo de este modo, o junto con una chupada de concha, o bien mientras la estoy haciendo por la vagina, desde atrás, ella acaricie el clítoris como forma de llegar al clímax.

El orden, casi siempre, primero hacerla llegar a ella y dejarla satisfecha, luego mi turno del disfrute de la delicia de una conchita tan estrecha.  Tan delicioso es estar en ese lugar estrecho, tan placentero que no encuentro adjetivos para calificarla.

Obtenido de ella la satisfacción de un prolongado orgasmo, y tras breve recuperación, retomó su dedicación a la verga que ansiosa esperaba nuevamente probar la caliente estrechez de su femineidad. Se la puse, entró más fácil ahora, después de unos momentos entrando y saliendo de ella, pidió que la colocara boca abajo. Se acomodó sobre una almohada y la enchufé desde atrás, coincidíamos en la postura que nos satisfacía por igual.

Me la cogí con todo, con total profundidad, gozando del estrecho recinto, apretando la verga con deliciosa calentura, apretando sus tetas a más no poder.  Ella ayudó con una mano en su clítoris haciendo lo que la pija por su posición no podía.

La gocé cuanto pude aguantarme, hasta que llegó el momento supremo de derramarle todo mi amor en esta conchita tan caliente.  Salió como si fuera mi primera vez, con fuerza, intensa y caliente (según ella), no sé cuánto semen volqué, pero era interminable, no paraba de salir.  En medio de mi acabada, ella pudo acabar nuevamente, por ende, doblemente placentero.

El resto del fin de semana fue de entrega sexual a full, ambos buscando refugio afectivo y satisfacción en el cuerpo del otro, como si en ese tiempo hubiéramos encontrado al alma gemela que necesitábamos. Estuvimos plenos.

La relación se prolongó por doce años, dos y tres veces a la semana teníamos nuestra cuota de sexo. Conformamos una pareja durante la semana laboral con hogar “transitorio, por horas”, lo más doloroso de la situación era cuando finalizaba “su turno”.

El vínculo afectivo se fue afianzando, pero mis circunstancias familiares no permitieron concretar una convivencia efectiva.

El sexo siempre fue de primera, como si este tópico transitara por carriles distintos a los problemas habituales, al llegar al ámbito de la habitación solo entramos nosotros dos y la necesidad de tenernos.

No era solo sexo, aunque sí tenía importante papel.  No tomó ningún anticonceptivo, cuando la fecha biológica no permitía acabarle adentro (era un perfecto reloj), el semen tenía como destino su deliciosa boca, siempre fue así desde la primera vez, excepto cuando circunstancialmente podía acabarle en el culito.

Respecto del culito, muy estrecho, y mi pija bastante gruesa, según ella, no podía entrar en ella más allá de poco más de la mitad, le dolía de verdad.

Hacerle la cola no era tarea fácil, aún con mucho cuidado, aguantaba quedando con lágrimas en los ojos, dolorida. El polvo anal, terminaba con ella consolándome por el sentimiento de culpa de dejarle el culito como flor, por ello solo lo hicimos en toda la relación no más de seis o siete veces a lo sumo. Sin embargo, ella si lo pudo realizar con un novio anterior, tanto que una vez lo repitió dos veces, pero conmigo no era posible, aunque ella ponía todo su empeño para ello, pero el grosor del aparato la cohibía haciendo el trámite dificultoso.

Ha pasado el tiempo, sigo con la misma mujer, con el hijo adulto, sin Flor, pero no hay día que no la recuerde, que no la tenga presente, creo que formará parte de mi vida por siempre acompañando mi devenir como individuo.

Esta relación que me tocó vivir, fue la etapa más hermosa, la que me salvó del llamado síndrome de los cuarenta. Su recuerdo tiene sabor dulce, la única amargura es la de no haber podido darle lo que pedía, convivencia. Deseo lo mejor para Flor, que pueda conseguir la compañía que no pude darle: Que pueda ser feliz.

El autor de este testimonio, absolutamente real desearía saber la opinión de alguna mujer que sintió lo mismo que he tratado de transmitir, estaré esperándote en mi correo [email protected], me gustará leerte y prometo responder.

 

Nazareno Cruz

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