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Conflicto. Sexo en el consultorio, pared por medio espera el marido

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El presente testimonio está en tiempo real, se está desarrollando, desconociendo su definición o desenlace. Alterando un poco el entorno, por obvias razones de privacidad, intentaré exorcizar estos hechos que me tienen como arte y parte, intentando de ser todo lo objetivo posible por ser partícipe y particular interesado.

Tengo cincuenta y cinco, voy por mi tercera relación, solo la primera con libreta. Mi mujer está con una enfermedad motriz, hace casi dos años. En este tiempo he sido fiel y leal, como corresponde a cualquier persona bien nacida. 

Soy un profesional de la medicina, no tenemos hijos, para su atención he contratado los servicios de una señora que se ocupa de ella. Durante este tiempo para sobrellevar esta pesada mochila, salgo a jugar pool con amigos, trato de gastar todas las energías en el squash, como paliativo para superar este difícil trance.

Una tarde pasó por mi consultorio (soy ginecólogo) una hermosa mujer, de treinta y cinco briosos años, por su segunda unión, con dos adolescentes del primero. En mi especialidad es bastante frecuente que cuando la mujer venga a la consulta ingrese acompañada por su pareja, situación que con ella no se ha dado. Mientras se realiza la consulta, su esposo espera en la sala de recepción, puerta por medio. Esta mujer madura pero tan bien cuidad por la actividad física y las clases de salsa a que es más que adicta, como habrán notado ella es una mujer que me seduce de solo imaginarla, por tal motivo cuando asiste a la consulta periódica trato de que se prolongue al máximo dentro de lo prudente. Mi aprecio por ella, es algo que ella se ocupa por demostrar que no le soy indiferente, en esta ocasión había recomendado unos análisis, con tal de volver a tenerla en mi consultorio, arreglé una nueva consultad para dentro de dos días.

Arreglé el horario de las consultas para ese día, haciéndome un espacio suficiente para poder tenerla más tiempo, era lo que más deseaba. Los días previos había tenido una bruta erección de solo imaginármela entre mis manos, casi podría decir que esas noches previas, Lía, tal su nombre de ficción, había ocupado mis sueños más eróticos.

Acudió a la cita, con la excusa de realizar un examen ecográfico, de ese modo teníamos un tiento extra para estar solos los dos en el consultorio, mientras el marido la espera. Ella estuvo bien demostrativa de aceptar este juego de seducción, más aún demostraba complacencia sin demasiada timidez, lo que me permitió entrar en temas más personales.  

El “esperante”, más preocupado por el riego país y la suba de la bolsa que por sus necesidades de cama.  El antes amante, quedó en el pasado, ahora era solo seguridad económica para ella y la consabida rutina de la seguridad conyugal.

No disponíamos de tanto tiempo para extendernos en nuestras cuitas y dialogar más cómodamente pero abrimos una venta en el contacto personal, acordamos establecer esa vía para poder seguir platicando de “nuestras cosas” dijo ella, con una prometedora sonrisa que era presagio de los buenos tiempos por venir, acordamos en comunicarnos vía e-mail. Comenzamos esa misma noche.

El correo electrónico y el chat fue nuestro refugio personal, nuestro escondite, aprendimos a conocernos, a entendernos, consolamos, restañamos heridas viejas y calmamos las recientes. Se estableció una comunión de sentimientos y carencias en el deseo insatisfecho.

 A la próxima consulta, concurrió con su hijo, que fue atendido por la cómplice de mi recepcionista. Tan pronto pasó, fue vernos y fundirnos en un abrazo cargado de pasión reprimida y sexo insatisfecho, nos besamos con el alma a flor de lengua. Fusionamos nuestras almas, y perdidos en una pasión descontrolada tuvimos sexo sobre una camilla, con toda la carga emotiva del deseo y el riesgo del atrevimiento. 

La senté en la camilla, mientras arrimaba una tarima para compensar la altura, ella ya se había levantado la falda y corrido la tanga.  Llegué con la verga en mano, dispuesto a entrarle en el coño hecho una sopa de tan caliente.  En los días previos había aprendido mucho de sus gustos y un poco de sus fantasías, de un golpe entré en ella. Nos movimos con incomodidad, y con apasionamiento, ambos buscamos una satisfacción sexual, una revalorización como persona, el peligro de ser descubiertos aportaba la cuota de adrenalina que nos subía al tope el indicador de la lujuria.

Tan urgidos de un desahogo, llegamos muy rápido a la culminación, casi en sincronismo. Ella para no gritar en el clímax se mordía la mano, yo me sumergí en la almohada de sus hermosas tetas para ahogar mi gemido atragantándome con una en la boca, hasta se la mordí. Le acabé todo adentro de ese coño tan caliente y ahora más empapado por sus jugos y los míos.

Enchufados nos besamos en la boca. Se limpió la conchita y cambió la tanga, la muy previsora tenía otra de recambio en la cartera.

Quedamos en vernos en otro lugar más apropiado, y más cómodo. Al retirarse dijo:

-Hemos bautizado tu consultorio. Te quiero.

Quedé con las piernas temblando, igual que cuando de adolescente se la daba a la compañera de colegio contra el paredón de la plaza. Satisfecho por la necesaria eyaculación y por la fascinación que irradiaba ella.

A los dos días no fuimos al hotel y nos dimos como en la guerra, unos polvazos.  Me deleité en disfrutar de sus tetas, se las mamé, chupé y mordí hasta el hartazgo.  Nos besamos y chupamos cada rinconcito de nuestras bocas buscando la saliva del otro para degustarla.

 Le agarré la concha y le di con todo, hicimos un 69 apoteótico, que consiguió hacernos acabar en nuestras respectivas bocas. Yo tomé sus jugos con mi abundante saliva, ella tragó toda la leche que le largué dentro de la boca. Me pareció, y confirmó después, que antes de tragarla, la movió un poco dentro de la boca, para tener todo mi sabor durante más tiempo.

Más calmos, lo hicimos cambiando varias veces de posición hasta lograr acabar, no al mismo tiempo, ella antes y luego yo llenándole el coño con mi semen.

A la semana siguiente, en mismo hogar por horas, tuvimos otra sesión de pasión desenfrenada. La consabida mamada, fue seguida por un polvo intenso. Ya en el segundo, se la metí con todo, pero cambiando de posición, hasta quedar de bruces sobre la cama. Mientras la tenía ensartada por el coño, le acariciaba las rotundas nalgas, con deseo inconfeso de hacerle la cola. 

Buscaba la forma de hacérselo saber, quería pedirlo sin decirlo. Enfrascado en este pensamiento mientras le movía el choto dentro de ella, cuando dijo:

—Te gusta no?

—Y cómo!

—Todos me lo miran. Pocas veces me lo hicieron...

Mientras la tenía enchufada, me contó que el primero fue el primer noviecito que la inició, después

su marido en un par de ocasiones pero a él le parecía que eso no era lo adecuado.  Al actual, se le insinuó para que se lo hiciera, pero el tipo no se dio por enterado, al contrario decía que eso es propio de las prosti, no de una esposa.

Contento como loco por esta confesión, la saqué del coño y coloqué en el ano. Tan mojada como venía, apoyé el glande en el esfínter y entró. Empujó su cola ayudando tanto que en un par de movidas estaba todo adentro. Urgida de pasión insistió en fuera un poco más bruto, quería sentir el rigor de la dureza dentro del recto.

Mi alma impulsaba el choto para abrirla cuanto pudiera, queriendo llegar hasta la boca. Sentía el choto más caliente en lo profundo de su culo.  Incontenible en los movimientos del choto en el culito, no pudimos demorar por más tiempo la acabada que se insinuaba.

Le anuncié que estaba próximo, ella también esta vez. En un esfuerzo supremo, concentrado en la acción cerré los ojos, me tiré con todo contra ella. Su reacción fue echar el culo hacía atrás, nos encontramos en lo profundo, cuando acabé en ella. 

Grité sorprendido por la intensidad del polvo que acababa dentro de su recto. Nos reímos sin sentido de nuestros actos, felices por el placer de ambos en realizar este polvo tan enriquecedor en nuestra relación.

Nuestros encuentros siguen con toda la frecuencia que podemos, pero... eso de encontrarnos en un hotel había dejado de aportar ese plus del inicio, hasta que encontramos la respuesta… Nada era tan intenso como hacerlo en mi consultorio, sabiendo que el marido estaba aguardando del otro lado de la puerta.

Volvimos al inicio a cogernos en el consultorio, sentir la adrenalina del riesgo a ser descubiertos, sentirla reprimir los gemidos en la cogida salvaje, cuanto más salvaje, más disfrutada, de ese modo encontramos la forma de satisfacernos sexual y espiritualmente.

Siempre hay un pero, quisiéramos tenernos el uno al otro, juntos despertarnos, pero no podemos. Tenemos nuestros destinos atados a obligaciones adquiridas, insoslayables, de momento. Yo debo lealtad a quien me acompañó cuando la necesitaba, ella a un tipo que también la contuvo emocional y materialmente cuando se separó.

Estamos inmersos en un conflicto de lealtades, que debemos respetar, un problema de conciencia que en la actualidad está por encima del amor que nos prodigamos.  Nos enamoramos, aun cuando al comienzo de esta relación prohibida, quedó tácitamente acordado que no interferiría.

Vaya este mensaje para todos aquellos que están en condiciones similares, y una palabra de aliento para aquellos que también son prisioneros de sus pasiones y carceleros de sus emociones.

Te ha sucedido algo parecido, sé que sí, me gustaría compartir contigo estoy en [email protected]

 

Nazareno Cruz

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