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Alex, 18 años, casi Alexia de tan lindo (3)

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Sentía que… que estaba obedeciendo su orden, señora, y… yo no puedo… no puedo negar que… que me excita mucho obedecer… -se sinceró Alex mientras sentía un nudo en el estómago.

-Muy bien, lindo, te excita obedecer porque sos un putito sumiso… -lo humilló la mujerona cuyos labios dibujaban una sonrisa malévola y el chico sentía, una vez más, cuánto lo excitaba ser humillado.

Después, la última sesión preparatoria, mamada y penetración con el consolador.

-A ver si recordás lo que te enseñé de cómo mamar una verga… -probó Ligia y el chico lo hizo a la perfección mientras sentía que se iba excitando cada vez más. Después, en cuatro patas sobre la cama y la penetración con el consolador, el dolor inicial intenso y enseguida el placer que sentía en el interior de su culo y en todas y cada una de sus células, aunque el conflicto seguía vigente, “no quiero ser gay”, se repetía una y otra vez mientras Ligia comprobaba, satisfecha, que el chico ya estaba listo para ser usado por los Amos.

Al quedar solo su cabeza era un torbellino en el que giraban vertiginosamente el deseo, la ansiedad, la culpa y el miedo. Esa noche apenas pudo dormitar de a ratos, entre los varios y diversos pensamientos que lo asaltaban desordenadamente. Se preguntaba cómo serían físicamente esos hombres que iban a usarlo. ¿Altos, bajos, de estatura normal?... ¿Calvos o con cabello?... ¿delgados, gordos? ¿panzones? De pronto se encontró deseando que fueran feos y descubrió que esa característica lo excitaría mucho. El torbellino mental continuó durante toda la noche, con excepción de los breves intervalos en el que se dormía.

……………

A media mañana Ligia llamó al escribano para darle la buena nueva:

-El chico ya está listo, señor. Ustedes dirán para cuándo lo preparo.

-¡Qué notición, señora! Lamaré a los otros y le avisaré en un rato.

Apenas diez minutos después Ligia escuchó el sonido de llamado en su celular:

-Hoy mismo, señora, a las siete de la tarde. –dijo el escribano y Ligia se frotó las manos, entusiasmada ante lo que se venía, el uso intensivo por parte de los Amos de ese bomboncito que el azar le había regalado para su morboso deleite. La excitaba que Alex se resistiera a aquello que era evidente: su homosexualidad, aunque muy especial, por cierto, ya que su deseo se limitaba a hombres muy mayores, viejos. La excitaba humillarlo tratándolo de putito, la calentaba muchísimo cogerlo con los dedos y con ese consolador cuyas dimensiones eran iguales a las vergas de los Amos, que el chico iba a empezar a probar ese mismo dìa.

Eran las 18,30 cuando se hizo presente en la habitación-celda del jovencito

Hizo que tomara una buena ducha, con lavado de cabeza incluido, luego extrajo del botiquín una pera para enema, la llenó de agua y el chico se estremeció ante la sensación que, con vergüenza y miedo, admitió como placentera. Una vez que hubo evacuado ruidosamente le cepilló el pelo, lo perfumó y extrajo del amplio bolsillo de su vestido un collar de cuero negro con tachas de metal plateado y cadena. Alex no dejaba de temblar de nervios, miedo y una creciente excitación. De regreso en el cuarto Ligia extrajo del placard la túnica que el chico vestiría esa noche y las ojotas: -Ponétela. -le ordenó extendiéndole la túnica y las ojotas. El chico obedeció y Ligia dijo, admirada:

-Mmmmmhhhhhh, se te ve precioso, Alex… ¡Precioso!... Mirate al espejo.

El jovencito se paró ante el espejo y sintió que sus mejillas se encendían. ¿Vergüenza? ¿Temor? Advirtió que la túnica le daba cierto aire femenino que lo perturbó. Llevado por un impulso se colocó de espaldas, giró la cabeza por sobre el hombro derecho y vio que la cola abultaba y se transparentaba, sugerente, bajo la seda. Se mordió el labio inferior y volvió a quedar de cara a la mujerona, que lo observaba con evidente regocijo.

-¿Sabés una cosa? Sos el chico más lindo de todos los que trajimos… Y mirá que fueron muchos… Alex, casi Alexia de tan lindo… -Completó Ligia y el jovencito se estremeció de pies a cabeza agitado por fuertes y oscuras emociones.

Poco después, llevado del brazo por Ligia, ingresaba tembloroso a una habitación espaciosa donde había, contra la pared de la derecha, una cama de grandes dimensiones y un armario empotrado en la pared de la izquierda; al fondo una barra y sobre ella un estante con bebidas. El piso estaba totalmente cubierto por una mullida alfombra roja. Los tres viejos, desnudos, bebían whisky escocés entre risotadas e hicieron silencio de inmediato al ver al jovencito, que con la cabeza gacha había mirado a hurtadillas y estremecido a los tres sátiros.

-Señores, aquí está, ya listo para prestar el juramento.

-De rodillas, Alex. –le ordenó Ligia y el chico se arrodilló:

Yo… Alex Wilkinson, dieciocho años… -comenzó a recitar con voz temblorosa. -juro obediencia ciega, sumi… sumisión absoluta y… y doci… docilidad total a los Amos, y… y les entrego mi cuerpo y mi… y mi mente para… para que los Amos hagan conmigo lo que deseen.

Al terminar el juramento los tres viejos rompieron en aplausos y carcajadas mientras el chico era presa de fuertes y opuestas sensaciones: angustia por saber que permanecería largo tiempo allí, lejos de su familia, de la escuela, de sus amigos, de lo que había sido su vida normal; excitación indisimulable y también miedo ante la certeza de que estaba por iniciar un camino que no tendría retorno. Erizado de los pies a la cabeza sentía las mejillas ardiendo y hacía esfuerzos para no mirar a esos sátiros y mucho menos a sus penes, que empezaban a dar muestras de cierta inquietud. Su fantasía, para bien o para mal, había comenzado a hacerse realidad.

Como ocurría siempre en el estreno de un nuevo cachorro, los Amos invitaron a Ligia a quedarse y participar de la sesión mientras el jovencito cedía a la tentación de observar disimuladamente a los tres viejos. Uno (el escribano) era robusto sin ser gordo, con una abundante pelambre grisácea en el pecho, de cara larga y ancha y cabello lacio teñido de color caoba. Otro (el ingeniero) era extremadamente flaco, con sus huesos marcados notoriamente bajo la escasa carne, calvo, de cara angulosa y ojos saltones. El tercero (el doctor) era de estatura media, de cabello escaso, gran papada y voluminoso abdomen.

Los tres formaron un círculo en el amplio espacio que había entre la cama y la pared de la izquierda y el doctor pidió: -Tráigalo, señora.

-En cuatro patas, cachorro. –ordenó Ligia -que empuñaba la cadena del collar- y así llevó al chico hasta el centro del círculo mientras los Amos habían empezado a sobarse las vergas con los ojos clavados en Alex. Lo envolvían en miradas hambrientas y fue el doctor quien le pidió a Ligia que lo pusiera de pie: -Queremos apreciarlo bien, señora. Verlo enterito, por todos lados. –explicó el vejete.

-Parate, mocoso. –le ordenó Ligia. El jovencito recordó las instrucciones y antes de obedecer murmuró -Sí, señora… -mientras sus sensaciones se iban haciendo cada vez más intensas.

-Poné las manos en la nuca. –le ordenó el ingeniero y el chico lo hizo después de musitar: -Sí, señor…

De pie, con las manos en la nuca, la cabeza gacha y las piernas juntas, lucía para los cuatro pervertidos toda su singular belleza, con la cadena del collar cayéndole por delante hasta las rodillas.

Ya las pijas de los tres Amos estaban duras y erectas, listas para la acción y Ligia sintió que se estaba mojando.

-Girá sobre tus pies… despacio… -ordenó el doctor.

-Sí, señor… -dijo el jovencito y comenzó a hacer lo ordenado en tanto sentía cada vez más ansiedad, más excitación, más miedo.

Había cuatro pares de ojos envolviéndolo en miradas lascivas, calenturientas, recorriendo el contorno de su figura, el triángulo de su espalda, la curva leve de las caderas acentuada por lo estrecho de la cintura, el delicioso torneado de los muslos, las nalgas empinadas, redonditas y firmes, todo transparentado por la seda de la túnica.

-Sacate las ojotas. –le ordenó el escribano.

-Sí, señor… dijo Alex y se sentó en la alfombra para descalzarse y cuando se hubo quitado las ojotas volvió a ponerse de pie. Súbitamente sintió en su mejilla izquierda el impacto de la fuerte bofetada que le aplicó Ligia y de inmediato la pregunta de la mujerona, en tono duro:

-¡¿Alguien te autorizó a pararte, mocoso?!

-Pe… perdón, señora… perdón… -se disculpó el jovencito sin atreverse a frotar con su mano la mejilla castigada para aliviar el dolor.

Ligia lo aferró por el pelo y con su rostro casi pegado al del chico le dijo:

-Grabate en tu cabeza esto que voy a decirte. Acá no podés hacer nada por tu cuenta. Acá hacés únicamente lo que se te ordena o lo que se te autoriza. ¿Fui clara?

-Sí… Sí, señora Ligia, pe… perdón…

-Muy bien, señora. –aprobó el escribano. –Cada chico que tengamos acá debe ser un perrito faldero.

-Por supuesto que sí, escribano, y en cuanto a éste, si vuelve a actuar por su cuenta lo meto de nuevo en el sótano y le hago probar otra vez la vara y todo mi repertorio de métodos educativos que él conoce muy bien.

Al oír tan aterradora amenaza Alex se estremeció entero mientras escuchaba las risitas siniestras de los tres viejos. Algo oscuro, turbio y a la vez potente seguía desarrollándose en su interior sin apelación posible. En ese momento supo que el estar por completo a merced de esos cuatro pervertidos le daba miedo, sí, pero al mismo tiempo lo excitaba mucho.

Mientras percibía en su conciencia esa suma de sensaciones escuchó la orden de Ligia:

-Sacate la túnica.

-Sí, señora… -dijo el jovencito y con manos temblorosas se quitó la prenda para quedar totalmente desnudo.

-Las manos en la nuca y volvé a girar despacio sobre tus pies, putito.

-Sí, señor… -murmuró el chico y comenzó a girar en tanto sentía el doloroso aguijonazo que le producía esa palabra cada vez que era empleada para calificarlo.

Mientras giraba oía los comentarios:

-Fíjense que culito…

-¡Y qué piernas!...

-Sí, parecen las de una chica…

-La cinturita que tiene es increíble…

-Y las caderas…

-Es asombrosa su figura, en el medio del varoncito y la nena…

-¡Exacto! Y hay otra cosa que me calienta mucho, que siendo casi una chica de tan lindo no es afeminado… En sus modales es totalmente un varoncito.

-Sí, eso es muy excitante… -convino el ingeniero y luego ordenó dirigiéndose a Alex.

-Bueno, mocoso, ahora arrodillate de frente a nosotros…

-Sí, señor… -dijo Alex y se arrodilló como sabía que debía hacerlo: sin apoyar las nalgas en los talones. Quedó frente al ingeniero y a hurtadillas pudo ver que el vejete tenía la verga bien erecta.

-Vas a tomar la mamadera… -le dijo el hombre y luego soltó una risita malévola,

-Tres mamaderas va a tomar, debemos tener bien alimentado al bebé… -agregó el escribano provocando las risas de los otros dos y de Ligia, que dijo:

-Le enseñé como debe tomar la mamadera, señores, así que seguramente va a ser un buen mamoncito.

A Alex el corazón le latía con fuerza y respiraba con dificultad mientras iba acercando su rostro a la verga erecta y palpitante del ingeniero. Recordó lo aprendido y tomó con su mano derecha el tronco de la verga para mantenerla vertical y puso la palma de su mano izquierda bajo los huevos, los besó y succionó provocando en el viejo una sucesión de largos gemidos y estremecimientos que lo sacudían de pies a cabeza.

Después de un momento comenzó a deslizar su lengua por la pija, despacio, como Ligia le había enseñado, a veces rozando apenas el miembros y por momentos presionando fuerte con su lengua hasta llegar al glande y siempre sin dejar de mirar al vejete a la cara mientras sentía arder sus mejillas. El ingeniero alternaba jadeos con gemidos y cada tanto alguna frase: -¡Muy buen, putito! ¡Muy bien! ¡Así se hace! ¡Qué buen mamón sos!... ¡Aaaaaahhhhhhhhh!... ¡Qué buen mamón!...

Alex estaba a esa altura totalmente poseído por un intenso placer y la excitación más extrema. Todo cuestionamiento había sido borrado de su conciencia y no le importaba otra cosa que seguir gozando con esa verga dentro de su boca. Chupaba y chupaba, a veces suavemente y a veces oprimiendo con sus labios ese ariete duro y palpitante. Ligia, a sus espaldas, lo sujetaba por el pelo, sólo para disfrutar morbosamente del dominio que ejercía sobre tan bella presa.

De pronto los gemidos y jadeos del viejo se acentuaron y segundos después se corrió inundando con tres chorros de semen la boca del jovencito, que tragó hasta la última gota de esa sustancia agria y espesa, temblando, sacudido por intensas y oscuras sensaciones.

-Traigameló, señora. –pidió el escribano, el próximo del círculo hacia la derecha.

-Con gusto. –dijo Ligia y le dio un tirón de pelo a Alex. –Vamos, movete.

Sí, señora Ligia… -contestó sumisamente el chico y se desplazó de rodillas hasta la siguiente verga que lucía dura y parada, ya soltando un poco de líquido preseminal.

-¡Vamos, mamón, vamos, que estoy ardiendo! –lo apuró el viejo mientras se sobaba el miembro. Alex repitió la perfomance y poco después su boca recibía dos chorros de semen y en seguida debió lamer y tragar el resto de esa leche que seguía brotando de la pija mientras ésta iba poniéndose fláccida.

-¡Acá, nene! ¡Acá! –reclamó el doctor que había observado las dos mamadas con los ojos casi fuera de las órbitas.

Alex fue de rodillas hacia él, con Ligia a sus espaldas empuñando la cadena del collar y cuando estuvo frente al viejo éste le dijo: -Me vas a masturbar y te voy a acabar en la cara. ¡Vamos, empeza ya, cachorro!

Alex tomó con su mano derecha la verga y comenzó a sobarla mientras la mantenía apuntando hacia su rostro.

-Mirame. –le ordenó el sátiro y el jovencito obedeció de inmediato sin interrumpir el trabajo de su mano derecha en esa pija dura y palpitante. Todos sus dudas y miedos habían quedado atrás, arrasados por el vendaval del goce intenso que lo envolvía entero y lo mantenía erizado. Su conciencia se había reducido a saber que estaba allí para obedecer y gozar. Él era eso, ése que estaba allí excitadísimo masturbando a ese vejete que jadeaba y lo animaba a a seguir mientras lo devoraba con los ojos:

-Bien… Bien, putito… Muy bien…. aaaahhhhhhhhhh…

Alex sentía los dedos de Ligia aferrándolo fuertemente por el pelo y ese gesto dominante contribuía a su excitación.

De pronto la pija expulsó dos chorros de semen que dieron en la frente y en la mejilla derecha del jovencito mientras el viejo prorrumpía en gritos roncos. Ligia se colocó frente a Alex y recogió con el dedo índice de su mano derecho ambos goterones.

-Limpiame el dedo. –y Alex se aplicó a lamer y sorber para trasladar a su boca ese semen que ante una nueva orden de la mujerona debió tragar.

Los tres viejos reposaban de espaldas en la cama, para reponer fuerzas y seguir después abusando del chico.

-Ya sabe, señora. –dijo el escribano. –Si mientras tanto quiere divertirse con el cachorro puede hacerlo.

-Sí, gracias, escribano… Realmente después de ver lo que vi me dan ganas de usarlo… -dijo y dirigiéndose a Alex le ordenó: -Quedate así, de rodillas, putito y ya sabés, sin apoyar el culo en los talones.

-Sí, señora… -contestó el jovencito agachando la cabeza.

Ligia sabía que en el armario se guardaba un pote de vaselina y fue en su busca, para después regresar junto al chico.

La mujerona le entregó el pote y le ordenó: -poneme vaselina en el dedo del medio y en el índice. –y extendió su mano derecha.

-Sí, señora… -murmuró Alex para después cumplir la orden.

-Ahora ponete un poco en el agujerito del culo.

-Sí, señora… -dijo el jovencito con voz algo enronquecida por la excitación y obedeció de inmediato.

-Bueno, ahora en cuatro patas, bebé. –y el chico adoptó de inmediato esa posición.

Los tres vejetes observaban la escena reclinados en la cama y luciendo en sus rostros una expresión lujuriosa mientras el jovencito respiraba por la boca, presa de la ansiedad. La extrema intensidad de lo que había estado viviendo, ese altísimo voltaje erótico que reinaba en la sala habían borrado de su conciencia toda culpa, todo temor y sólo ansiaba seguir gozando.

-Separá bien las rodillas, putito. –le ordenó Ligia.

-Sí, señora… -murmuró el chico y obedeció de inmediato mientras sentía crecer el deseo de ser penetrado por esos dedos que habìan resultado ser muy hábiles en tales menesteres.

Ligia introdujo primero el medio y mientras lo hacía avanzar y retroceder dentro del culito se deleitaba con los gemidos del chico.

-Estás gozando, nene putito… ¿Querés otro dedo?...

-Sí… Sí, señora Ligia, sí… aahhh…

-Suplicámelo…

-Se lo suplico…

-¿Qué me suplicás?...

-Que… que me… que meta otro dedo… aahhhh…

Al jovencito ya no le importaba humillarse y, por lo contrario, era una práctica que lo excitaba cada vez más.

Ligia plegó su dedo ìndice y luego lo introdujo en el estremecido culo del chico, que exhaló un largo gemido mientras el pequeño pero agresivo ariete lo penetraba hasta el nudillo. Ligia comenzó a hacer girar ambos dedos hacia la izquierda180 grados y luego hacia la derecha y enseguida otra vez hacia la izquierda, juego con el cual Alex se iba excitando más y más en tanto de su boca brotaban gemidos y jadeos enronquecidos. Ligia llevó su mano izquierda hacia el pene del chico imaginando que lo encontraría erecto, y así fue. Lo soltó en medio de una risita burlona. Se inclinó hacia delante y murmuró al oído de su presa:

-Estás muuuuy caliente, ¿eh, nene putito?

-Sí… Sí, señora, sí…

La mujerona había dejado de mover sus dedos para concentrarse en la humillación al que deseaba someter a Alex y que los Amos disfrutaran de eso.

-¿Y por qué estás tan caliente? –preguntó Ligia con sus dedos inmóviles dentro del culo.

Alex vaciló un instante y luego dijo:

-No… no sé, señora…

Ligia lanzó una carcajada cruel:

-¡Mentira! ¡Lo sabés muy bien, cachorro!...

A esa altura los tres viejos seguían atentamente el desarrollo del espectáculo sentados en el borde de la cama y con sus vergas ya semierectas.

Alex estaba a punto de quebrarse en sollozos, tensionado al límite por la inactividad de los dedos de Ligia, que acicateaba su hambre insatisfecha, y el objetivo de la pregunta que presentía sin duda alguna.

Ligia hablaba en voz alta, para regocijo de los Amos y la vergüenza del chico, que ofrecía una última resistencia aun sabiendo que estaba destinada al fracaso, que era un muro que Ligia estaba derribando sin piedad.

-Te voy a repetir la pregunta, putito: ¿por qué estás tan caliente?

-Decilo, perrito, decilo. –intervino el ingeniero. –Todos incluido vos sabemos porqué estás tan caliente mientras la señora Ligia te viola, pero queremos que vos lo digas.

Alex ya no pudo contener los sollozos y se quebró, presa de sus deseos homosexuales mezclados con la vergüenza y la humillación.

Ligia sacó sus dedos del tierno culito y eso fue un acicate decisivo para Alex:

-No… -murmuró el jovencito.

-No, ¿qué?... –inquirió Ligia presintiendo la inminente victoria.

-No me… no me saque los dedos… por favor, señora… ¡por favor!…

-Mmmmhhhhh, ¿y por qué será que querés tener mis dedos en tu culo?... ¿Será porque sos un nene putito?

Alex vaciló un momento, tragó saliva y sabiéndose vencido dijo por fin:

-Sí…

-Sí, ¿qué? –lo apremió Ligia.

Alex volvió a tragar saliva, sacudió su cabeza varias veces de un lado al otro y musitó:

-Sí… soy… soy un nene putito…

-¡Más fuerte! –exigió la matrona y Alex repitió a voz en cuello, ya derrotada por completo su resistencia:

-¡Soy un nene putito!...

Los Amos se pusieron de pie entre risotadas y aplausos, ya con sus vergas a punto.

-Excelente trabajo, señora! –exclamó el escribano.

-¡Excelente de verdad! –coincidió el doctor.

-¡Es usted genial, señora! –juzgó el ingeniero y los tres se acercaron a ella y al chico, que temblaba incontrolablemente.

-Gracias, señores… El putito está listo para que ustedes prueben sus vergas en ese delicioso culo de nena que tiene.

-¡Muy bien! ¡Muy bien! –gritó el doctor y Ligia, el ingeniero y el escribano prorrumpieron en nuevos aplausos.

 

(continuará)

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