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La Colorada. Coger en la oficina con la pelirroja

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En el curso de la vida se van ganando amigos, algunos siguen acompañándonos en el decurso de nuestra vida, otros van quedando a los costados. Con algunos tenemos una reciprocidad de actitudes y lealtades que nos lleva a intimar en el sentido sano de la amistad, bien supremo en la difícil tarea de vivir. Tengo una amiga y compañera de trabajo, Nilda, “amiga de fierro”, de esas que puedes hablar de todo, también de aventuras y conquistas. Precisamente hablamos de conquistas y le referido que nunca se me había dado por ligar con una pelirroja, seguía siendo mi asignatura pendiente. Sabía que ella tenía una en su plantel, por eso me respondió con una sonrisa cómplice, que ambos sabíamos que prometía…

Al día siguiente llegaba a mi oficina diciendo:

—Y… para no quedar en deuda, jefe, te tengo una pelirroja, que es todo un canto al deseo.

—Tráela ya mismo!!!, dije con incipiente calentura.

Al día siguiente llegó la pelirroja (le decimos la colorada) Lidia, era su nombre, y se presenta:

—Hola señor jefe!, soy Lidia, me envió Nilda con este sobre para Ud, y debo esperar su respuesta.

—Veamos pues…, toma asiento, mientras leo el contenido.

Decía: “Para el Jefe con cariño: este bomboncito pelirrojo es para vos, que lo disfrutes”.

Leía, disimulando la emoción de tener el “bomboncito” de cuerpo presente, cruzada de piernas era más apetitosa, ¡y que piernas!

La sonrisa de la muchacha me anoticiaba que ella era totalmente consciente del contenido de la carta de mi amiga, por eso y envalentonado por la visión de sus piernotas, me fui derecho al regalo, pensando en lo que había cuando deshaga el envoltorio, hmm…

—Me acompañas?

—Vamos “jefecito”, lo sigo.

No parecía sorprenderse cuando marqué el 4to. Piso en el ascensor, más bien creo que era “vox populi” que en ese piso teníamos un lugar para tratar los asuntos de intimidad…

—Ponete cómoda.

—La señora Nilda, dijo que puedo tomarme toda la tarde libre, no tengo prisa.

—Mejor, cuánto mejor… para nosotros.

Simpatizamos de inmediato, sencilla e incitante, dócil y comprensiva, entendía todo sin necesidad de obvias explicaciones. No sé cómo, ni en qué momento, pero de golpe nos estábamos abrazando a todo dar, tenía el camino expedito. Dije:

—Preciosa, ¡estás muy buena!

—Desde que me viste te estuviste ratoneando (fantasear) conmigo, me siento halagada.

Dicho lo cual se abrió la blusa y mostró sus opulentas tetas, llenas de pecas, y dijo:

— Para vos!... todas para vos!

Realmente eres una peca…dora, ¡ja! Una preciosa pecadora, con tantas pecas que te mereces un beso en cada una.

—Pero te llevaría mucho tiempo… y vos tenés mucha curiosidad por saber si abajo... los tengo pelirrojos, ¿no?

—Me leíste el pensamiento?

—Casi..., todos los tipos quieren saber lo mismo.

Al quedar solo con la tanga, se le asomaban por ambos lados, los pelirrojos pendejos. Con un delicado y sugerente movimiento escénico, quedó sin la tanga, se ofreció a mis ojos algo el matorral sorprendentemente bello. Me senté para poder admirarla con la mirada cargada de sexo y lujuria. Esta enloquecido por la “colo”.

—Te vas a quedar así por mucho tiempo? –sonreía jugando con el deseo pintado en mí.

Como un rayo quedé en pelotas, con el choto erguido y apuntando desafiante a su vientre.

—Eso que tenés, parado, no es de adorno… lo quiero tocar…

Bajó su mano y tomó mi pedazo endurecido y vibrante con intención de usarlo de mamadera.

—Le voy a hacer los honores que se merece este choto salvaje.

Comenzó a chupar y mamar, de manera atolondrada y salvaje, haciéndome gemir de placer. Chupaba a todo tren, tanto que la calentura que me producía esa boca de fuego me sorprendía y manejaba mi lujuriosa excitación, tanto que casi no me podía controlar, que iba a eyacular en cualquier momento. Para poder controlarme pedí que me dejara besarla, sacándole, casi por la fuerza de la mamadera de carne palpitante.

—Déjame besarte, ¡por favor!

La tomé de la cintura y la atraje, la coloqué de espaldas en el sillón, la besé, le comí la boca. Luego fue tiempo de recorrer algunas pecas en el viaje por el vientre, antes de bajar a la mullida selva pelirroja que tanto me calentó. Besé esos pendejos, uno por uno, y finalmente un beso húmedo en la húmeda abertura de su vulva.

Recalientes como estábamos, nos acomodamos para el acto decisivo. Abrió las piernas, levantó las rodillas para hacerme lugar en el hueco y poder meterme en su cachucha  

—Papito, ponete forrito (condón), si no me vas a embarazar, y no queremos…

—Déjame sin nada primero, para sentirte. Cuando esté por venir me lo pongo.

—Bueno, vamos que no me aguanto, quiero tragarme ese pedazote que tenés lleno de lechita.

Me acomodé entre sus piernas y fui poniéndosela poco a poco. Comencé a moverme, despacito, a recorrer su interior sintiendo cada milímetro de concha. Mi creciente excitación contagió la suya, sumadas hicieron bullir el volcán interior. Mientras la bombeo me hice un tiempo para chuparle los pezones con fiebre y avidez.

—No me hagas daño, métela así, despacio, sino me duele. La siento muy gorda.

—Déjame ser un poco brusco, estoy muy loco por tenerla dentro de una colorada como vos.

Nunca había cogido con una pelirroja como vos, déjame así que no te voy a lastimar mamita.

Se entregó, se dejó coger con todo, dejándose llevar por el placer del sexo que nos tenía en carne viva. Le estrujaba las tetas mientras la tenía ensartada, la espalda quedó dibujada por sus uñas por la muestra de su calentura. 

La tenía empalada de tan dura que estaba, la tenía bien apretada con las manos debajo de sus nalgas, dijo que la hacía recordar con si perdiera el virgo por segunda vez.  La concha era una flor abierta cuando tuvo todo el choto dentro de sí. Probamos varias posiciones, todas igual de placenteras y en cada una le entraba un poco más que la anterior. La vi llorar de incontrolable gozo al momento de tener un orgasmo muy intenso y prolongado.

Cambiando de posición, ahora ella arriba, me permitía dirigir las acciones, a tiempo que se le enterraba todita en el fondo de la concha llena de sus flujos. Tan mojada la tenía, que cuando se la saqué para ponerme el forro como habíamos acordado, aprovechó y se la secó un poco con el pañuelo.

Enfundado en el preservativo, retomamos la acción, ella debajo, como al comienzo. De un solo golpe le entró a fondo. Serruché dentro de ella cuanto quise, me dejaba hacerle de todo. Los movimientos se fueron haciendo violentamente profundos y nos acercábamos a la culminación.  Un empujón profundo dentro de su argolla y me salió toda la leche urgente que el látex contuvo para no inundarla.

Retiré la poronga de la cachucha maltratada por el intenso traqueteo de este polvo interminable, el descanso fue mínimo, casi sin tregua.  La colorada ya estaba nuevamente dispuesta para un segundo round, y tomó la ofensiva. Inicia las “hostilidades” con unas caricias bucales al choto. Se lo metió en la boca cuanto pudo, tanto se entusiasmó que por momentos me mordía.

En pocos minutos ya estaba en condiciones de darle “pelea” nuevamente gracias a sus caricias bucolinguales. Recorrió toda la extensión del choto, bajó a los testículos y volvía al glande para “ensañarse” con la cabezota.

La calentura guio mis actos, la besé con profusión e intensidad, metí dos dedos en su mojadísima conchita. Al soltarme de sus brazos, la di vuelta, coloqué a cuatro patas, como perrito y se la mandé adentro. Tirándome encima de su espalda, la tenía nuevamente clavada a fondo, con la mano derecha acariciaba el clítoris. Un par de minutos en esta actitud para después con esta mano con los dedos llenos de sus jugos se los ponía en el culito con movimientos que simulaban una cogida.

Era notorio que le gustaba lo que estaba haciendo, gemía y movía revelándose como una maestra en las artes sexuales. Se movió, a pesar de estar sobre ella, en contorsiones vibrantes generadas por sus caderas endemoniadas, respondiendo con embestidas con metidas en profundidad. Era de prever, con tanta intensidad se fue, acabó en un nuevo orgasmo tan bullicioso como violento, tanto que tuve que sostenerla para no caernos. La violencia de sus orgasmos y el tener que contenerla para no caernos hizo demorarme, por suerte, pues estaba sin condón.

Se la saco de la concha, la voy apoyando en el culito, “con paciencia y saliva”, voy iniciando el camino a su interior. Se fue relajando como le indicaba, se le notaba que no era novata en sexo anal, aspiró aire por la boca y sacó la cola para atrás, ofreciéndose. En ese preciso momento se la enterré hasta la mitad, otra aspirada de aire y entró la mitad faltante.

Me volqué encima de ella, cayó derrumbada sobre el sofá, encima de ella, las rodillas a los costados de sus caderas.  Aprovechando el espectáculo de su colita pecosa, se la acaricié con ternura, con dulzura, después le “agarré” las tetas, una en cada mano apretándolas con algo de rudeza, en simultáneo la mordía el cuello, debajo del cabello, para que no dejar rastros.

Al tenerle tomadas las tetas, vibraba y levantaba la cola a más no poder. La pija estaba alojada toda dentro del orto, tan ardiente que imaginaba era virgen aún. Me sentía un troglodita así todo dentro del culo tan apretadito. Incontenible, estaba “sacado”, me incorporo, ella levanta cuanto puede las caderas, ayudo con mis manos a levantarlas hacia mí.

Los movimientos se hacen más violentos, escucho sus gritos, como distantes, por momentos pierdo la noción por la intensidad del acto. La escucho con en estado de ensoñación decir:

—¡Te quiero adentro, te quiero todo adentro! ¡Rompeme toda, rompeme el culo, venite adentro mío! ¡Llename, no aguanto más y me está doliendo! ¡Acabame!!!

Me adentré en ese culo ardiendo por la calentura y por la fricción del miembro en el recto, era como para sacar chispas, bastaron varias empujadas más para anunciarle:

—Lidia me voy a ir en cualquier momento, me falta poco…

—Vení, venite por favor, no aguanto más me estás matando, de goce y de dolor. ¡Ya!   

Llegué… en un último grito empujé toda mi humanidad dentro del estuche y en un instante estaba dentro ella, mi leche bañando el interior de su recto dolorido. Me moví hasta que no me quedó ni una gota de leche.  Permanecí un largo tiempo dentro del apretadísimo culito, hasta que compadeciéndome de su maltrecho orto se lo desocupé de la carne aún palpitante y agotada por el esfuerzo, pero satisfecha en entrega de mí, sacarla fue la sensación de haber descorchado una botella de buen vino.

Separamos nuestros cuerpos, pero nuestras almas quedarán unidas en el sufrimiento y placer compartidos en el acto. Muestra de su entrega, eran leves rastros del inevitable desgarro lógico del sexo anal algo violento y prolongado, mezclados con un poco de semen licuado que emergía burbujeante de ese culo pecoso.

Nos higienizamos, y vuelta a abrazarnos otra vez, agotados por la intensidad de los polvos, decidimos dejar para otro día la continuación.

—Por hoy es suficiente, este cuerpo todavía tiene que soportar un polvo doméstico, menos mal que el boludo de mi marido termina enseguida, y se duerme.

—No es creativo como el que te abraza no?

—No, para nada. Dos veces me hizo la cola, no me dolió nada, fue tan suave que no me hizo sentir como vos. Vos me hiciste ver las estrellas, me lo rompiste en serio, pero me gustó.

—A mí también me gustó lo que hicimos, me gustaría repetirlo.

—En eso quedamos, la “colo”, como me llamaste, te necesita, yo lo pido, quiero repetirlo.

Esto recién comienza, va a continuar hasta que nos cansemos y no ha de ser pronto.

¿Has sido infiel? Me gustaría conocer tu opinión, el autor del relato espera en [email protected]

 

Nazareno Cruz

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