Nuevos relatos publicados: 13

Dr. Hazlewood, mi supervisor

  • 18
  • 8.005
  • 9,71 (24 Val.)
  • 0

Conocí a mi actual supervisor, Dr. Hazlewood, hace un par de años, como en agosto de 2014. Entonces no sabría que él sería el encargado de asesorar mi proceso de doctorado. Era nuevo en mi departamento, pero con una amplia y reconocida trayectoria académica, toda una eminencia. Mi supervisor de entonces me sugirió que le comentara sobre mi trabajo.

Lo vi en su oficina. Tuvimos una conversación formal pero él siempre me hizo sentir cómoda. Me dio muy buenas recomendaciones sobre lecturas que me serían útiles. Me sentí fascinada por su conocimiento y experiencia, su acento deliciosamente inglés, su “politeness”, su sencillez, pero elegancia al vestir, sus ojos azules, su tono de voz grueso pero dulce, su contextura delgada, ligero. Noté una foto de dos pequeñas en un tablero frente a él, asumí que serían sus hijas. También vi su taza de té sucia, como si no la hubiera lavado en años, eso me disgustó.

Lo volví a ver durante mi examen del primer año. Vestía una camisa blanca de manga larga con un logo de Penguin, y unos jeans que acentuaban su delgadez, pero a la vez su porte. Fue muy cordial en sus anotaciones. Ya entonces sabría que él sería mi supervisor. Finalizado el examen nos reunimos y trazamos un plan de trabajo. En su oficina, una vez más, aproveché para obtener más detalles de él. Vi CDs y DVDs de Jazz y Fado en su biblioteca, al lado de una extensa colección de libros en comunicación. Observé sus manos largas, con sus uñas sin arreglar pero limpias mientras escribía algunas cosas ininteligibles sobre mi texto. Me gustó que fuera firme y tajante a la hora de pedirme un plan de trabajo. Le agradecí por su firmeza, le pedí que siguiera presionándome para lograr mi objetivo de entregar mi tesis antes de la fecha obligatoria. Dijo que había mucho trabajo por delante. Desde entonces nos hemos reunido por lo menos una vez cada mes. En una ocasión fuimos al bar de un hotel cercano, me invitó a un café y me hizo comentarios muy fuertes sobre mi trabajo. Tal vez quería disminuir el impacto de sus palabras al decírmelas en un ambiente menos formal.

Nunca me he esmerado en mi presentación personal mucho, y menos antes de una reunión con él. Hasta creo que siempre llevo lo mismo puesto por pura casualidad. Siempre me siento a su lado izquierdo. Él toma sus impresiones de mi trabajo y me pide que le haga un resumen sobre lo que envié. Luego comienza a crear abstracciones maravillosas sobre lo que he escrito, ayudándome a ver the big picture. Todo lo grabo porque su capacidad de razonamiento sobre mis propios análisis es simplemente impresionante. Es una delicia de académico.

Todo había sido así hasta hace unas tres semanas. Él sería el chair de un panel al que yo me había inscrito, pero que solo decidí presentar cuando él mismo me dijo que estaría ahí. Yo no quería presentar, no me sentía preparada. Lo estuve evitando por varios días hasta el mismo momento del evento. Lo estaba evitando no solo por razones académicas sino porque temía decirle que estaba en embarazo. Es mi supervisor, no sabía cómo le vendría la noticia, ni cómo afectaría eso nuestro proceso. Sin embargo, tampoco quería decírselo porque de alguna manera sentía que cerraría una puerta entre él y yo….

El día de la presentación lo hice terriblemente, lo bueno fue que él admiró mis zapatos tan pronto los vio, en broma le dije que no le servirían a él. En la presentación no me alcanzó el tiempo, el aire me faltaba. Pero al final un ruidoso aplauso de la audiencia me alivió. Cuando todos se fueron y lo vi en el hall, me felicitó con una distancia extraña, como incómodo. Yo me sentí incómoda también, como si algo hubiera pasado entre los dos. Como si nos hubiéramos descubierto en una atracción mutua y llena de miedo y tabú. En medio de la extrañeza de la interacción, me felicitó de nuevo tocando mi brazo, rompiendo esa distancia que siempre habíamos tenido pero que en ese momento se hizo evidente. Yo me sonrojé y no recuerdo que dije; él se vio torpe y al descubierto. Dijimos que hablaríamos después y nos despedimos. El evento continuó pero yo regresé a mi oficina, con la mente llena de ideas e imágenes que no me permitieron retomar mi trabajo.

Al día siguiente, en el mismo evento lo saludé y me miró sorprendido. Me dijo que había desaparecido el día anterior y que quería hablar conmigo. Le dije que yo siempre desaparecía, que no era buena para los momentos de socialización. Me preguntó que cómo le llamaba a eso, le dije que ineptitud y nos sonreímos. Me pidió que habláramos más tarde.

Durante la conferencia central me senté a su lado. Intercambiamos algunos comentarios tontos, pero todo el tiempo sentía mucha tensión, como una especie de imán que me estuviera atrayendo hacia su piel y ambos estábamos luchando contra ella.

Un par de días después, durante nuestra usual reunión de revisión de avances, le dije que estaba embarazada de mi novio de hace dos años y medio; soltó un chillido y un gesto falso de admiración, con sus ojos muy abiertos, sus cejas muy levantadas y una sonrisa que más parecía una mueca. Volvió a tocar mi brazo, torpemente. Agradecí y me fui. Allí se cerró esa puerta que parecía que habíamos descubierto recientemente, pero en mi mente se abrió de par en par. Todo el tiempo soñaba con rozar su mano, sentirlo sobre mi piel. Se me volvió una imagen constante en mi cabeza, al punto de impedirme avanzar con mi tesis. Intento encontrármelo casualmente por los pasillos, quiero sonreírle, coquetearle, quiero decirle que mi puerta está abierta para él. Me siento sexy, deseosa.

Semanas más tarde tenemos otro encuentro en su oficina: lo saludo con un"¡hi!" como de costumbre y tomo el asiento del lado izquierdo. "Hi", responde él mientras finaliza algo en su computadora. Miro todo a mí alrededor, la foto de sus hijas ya no está en la pizarra frente a él. Intenta escribir algo pero parece distraído, me mira de reojo y sus ojos se encuentran con los míos, y bruscamente mira a su teclado. "Espero que no esté muy fría la oficina para ti", me dice. "No, esta perfecta, se siente muy a gusto", respondo. Toma un respiro profundo, deja lo que está haciendo. Se levanta de su silla mirando hacia la ventana, dándome la espalda. Yo comienzo a temblar, siento que algo va a suceder.

Se voltea hacia mí, da dos pasos y se para a mi lado. Llevo puesta una blusa sin mangas y el escote deja ver mis pechos abultados. Alzo mi mirada y veo que la suya está fija en ellos, mira luego hacia la ventana que da al corredor, como asegurándose que no haya nadie. Pone torpemente su mano izquierda sobre mi hombro desnudo, es rasposa. Más que tocarme, la siento pesada, me mira el pecho y luego a los ojos. Yo lo miro expectante.

Su mano se suaviza y se desliza hacia mi barbilla mientras dice “No me aguanto las ganas de besarte”. “Y después?” Le pregunto haciéndome la inocente. “¿No te aguantarás las ganas de agarrar mis senos, de chupártelos, de meter tus dedos en mi vagina mojada y caliente, de meter tu verga dura hasta lo más profundo de mis entrañas?”. No sé de dónde me salieron esas palabras, o sí. Tal vez era mi lascivia acumulada por semanas.

A la altura de mis ojos está su bulto, que empieza a empujar su pantalón. Con su pulgar toca mis labios y me entreabre la boca. Dejo que mi lengua roce su dedo. Retira su mano abruptamente, se dirige a su ventana y me da la espalda mientras me dice que debe pedirle a la encargada de doctorados que me asigne otro supervisor. Me niego, y le digo que no es necesario, que nada ha pasado y que nada tiene que pasar. Que es normal que nos sintamos atraídos, que son cosas del trabajo.  Se voltea hacia mí y en dos zancadas está al frente mío nuevamente. Me levanta del brazo, creo que me va a sacar por la fuerza de su oficina. Me empuja contra la puerta, mira hacia el corredor otra vez.

Aprisionándome contra la puerta pone su mano izquierda en mi nuca, mientras que con la derecha Cierra la persiana que da al corredor. No me muevo. Siento su respiración rápida y caliente. Tiemblo. Mis senos se ponen duros. Sin soltarme la nuca, los mira y me respire fuerte en la cara. Siento su erección en mis piernas, las muevo un poco hacia él para ejercer presión sobre su pene y hacerlo excitar más. Relaja su mano izquierda y comienza a respirar sobre mis labios, intentando acercar los suyos sin atreverse. Solo quiero cogerle sus nalgas y apretarlo contra mí, apretar su verga con mi otra mano. Quiero morderle la boca, pero tampoco me atrevo. Quiero sentarme en su verga, en su cara, quiero sus manos y su boca sobre todo mi cuerpo.

Me suelta y se aleja un paso. Los dos estamos sudando, exaltados. “Por Dios”, me dice. “Te quiero coger muy duro”. “No era solo un beso lo que querías?”, lo reto. Siento mi vulva hinchada y los pantis mojados, siento como si me fuera a venir y en un reflejo involuntario me toco por encima del pantalón. “Vete, por favor”, me dice mirando al suelo. “No pasó nada, mañana te envío el capítulo terminado”, le digo para asegurarme que no va a pedir un cambio de tutor. “Sí, sí”, responde, y se sienta en su silla exhausto, mientras se lleva su mano a la frente en un gesto de vergüenza. No me mira más abro la puerta y salgo. La cierro tras de mí pero me quedo afuera. Comienzo a sentir una respiración fuerte y un sonido familiar, uno segundos después lo escucho exhalar aliviado. Me retiro.

Los días pasan. Solo quiero encontrármelo afuera del Departamento para saludarlo y ver qué me dice. Espero como una tonta haciéndome la que estoy al teléfono. No llega. Subo a mi oficina y una compañera me dice que Dr. Hazlewood me estuvo buscando, que le pidió que me dijera eso. Bajo corriendo a su oficina y desde el hall veo que está con alguien concentrado en la computadora. Desde afuera de la ventana que da al hall muevo los brazos y hago gestos pero parece que ninguno de los dos me ve. Regreso a mi oficina y le escribo un mail. “Hola, mi compañera me dijo que me estabas buscando. ¿Quieres que baje a tu oficina?”. Minutos después llega su respuesta. “No. era algo sobre tu registro que ya ha quedado resuelto. Disfruta el sol”.

Su negativa me deja devastada. Tal vez sí hizo cambios de supervisor. Tal vez es la forma de mantener la distancia. O tal vez quiere hacerse el difícil.

No envío mi capitulo en la fecha acordada. Sé que saldrá de vacaciones y no tendrá tiempo para leerlo. Me da más tiempo a mí para finalizarlo entonces. Cuando me entero que está de regreso, una semana después, envío mi texto y espero por su mensaje de respuesta.  Llega a las dos horas: “Estás disponible el jueves 14?” Miro mi agenda y le respondo que sí, pero que únicamente en la mañana. “8:30 a.m. está bien?” Responde. “Perfecto”, digo. 8:30? No hay casi nadie en el departamento a esa hora. Faltan dos semanas para el jueves 14 y cuento los días con desesperación. Por más que lo intento, no lo consigo ver en ningún corredor o reunión, pero tampoco lo contacto. Comienzo a pensar que es mejor así, que se enfríen las cosas, además, es probable que mi vientre esté muy grande ya para cuándo nos volvamos a ver… mejor no.

El miércoles 13, sin embargo, comienzo a fantasear de nuevo con él. No puedo dejar de pensar en morder su boca, por lo menos. En casa, con muchas más imágenes en la cabeza saco mi consolador y mi vibrador y comienzo a tocarme. De rodillas empiezo a introducirme el consolador mientras con el vibrador acaricio mi clítoris, imagino que es su verga penetrándome, la excitación es demasiada y no me tardo un minuto en venirme. Retiro el consolador temblando y un chorro blanco sale de mí. Cómo quisiera ver ese chorro escurriéndose por su verga.

Es jueves. Ya es el momento de vestirme para nuestra cita: decido ponerme mi única falda larga hasta las rodillas y nada de ropa interior. No creo que pase nada, la verdad, pero siento que estoy lista.

Llego a su oficina y me saluda como si nada, “¡Hi!”, “Hi!” Respondo y me siento. Sobre su escritorio está mi trabajo y veo innumerables círculos y comentarios. Parece que lo estuvo leyendo detenidamente. Esto es lo que me estaba temiendo. Se sienta a mi lado y me pide un resumen ejecutivo. Ya con temor de estudiante se lo presento y él comienza a hacer sus observaciones. Como siempre, lo grabo todo. 40 minutos después ya estamos finalizando, en todo ese tiempo yo no dejo de mirar sus labios y sus manos sobre la mesa, pero estoy enfocada en sus palabras. Le agradezco y comienzo a despedirme, me levanto de mi silla, le doy las gracias y giro hacia la puerta. “Espera”, me dice. Yo me quedo inmóvil mientras siento que su mano sube por mi entrepierna, despacio. Antes de llegar a mi vulva, mis vellos tocan su mano y se detiene, como sorprendido, y aprieta mi carne. Se levanta, siento su respiración agitada. “Oh god”, dice; con su mano izquierda alza la falda y comienza a acariciar mis nalgas desnudas.

Se levanta. Escucho el sonido de su cinturón y luego el cierre del pantalón. Sus dedos encuentran mi clítoris hinchado, palpitante, y mi vulva chorreando. Me acaricia suavemente y luego los introduce. Con su dedo pulgar acaricia simultáneamente mi ano, creo que me voy a enloquecer. Me encorvo ofreciéndole una mirada más completa de mi nalga descubierta y su mano entre mis piernas. Se acerca y siento su verga caliente, erecta, durísima contra mis nalgas. Mientras me sigue acariciando y penetrando con sus dedos la vagina y el culo a la vez, frota su pene contra mi nalga. Siento que se pone cada vez más caliente. La quiero adentro de mí. Trato de tomarla con mi mano izquierda pero Dr. Hazlewood me lo impide, y comienza a masturbarse más intensamente contra mis nalgas sin sacar sus dedos de mí. Estoy mojadísima y cuando siento que me voy a empezar a venir escucho su respiración incrementándose y un golpe de semen caliente sobre mi nalga, y luego otro, y otro. Con mi mano derecha me froto el clítoris y me vengo en seguida, mientras él unta todo su semen sobre mis nalgas y lo pasa luego por mi culo y vulva. Vuelve a introducir los dedos en mí. Aunque me vine, estoy desesperada por sentirlo adentro. Me toma ambas nalgas con sus manos y me aprieta. “Espera”, dice, y me comienza a limpiar con un Kleenex. Cuando termina me volteo y lo miro a los ojos. Su mirada es triste, y la dirige hacia el piso. Me doy la vuelta y salgo. Voy al baño a limpiarme un poco y regreso a mi oficina dos pisos más arriba.

Pasadas las dos de la tarde recibo un mensaje de él, “¿puedes bajar?”. “Ok”, respondo. Y me levanto como un resorte, aunque bajo las escaleras despacio, asustada. Pensando que ya es el fin, que me va a decir que no será más mi supervisor, que no es ético, que estoy embarazada y que ambos tenemos nuestras vidas con otras personas. Desde el hall de su oficina veo que está parado a la puerta, esperándome. Me acerco sin saber qué pasa. Me sonríe mientras sostiene la puerta y me invita a pasar. Cierra. La oficina huele fuertemente a sexo, nuestro sexo de la mañana. No sé qué está pasando.

Se sienta en su sillón que da a la puerta mientras yo sigo ahí de pie. Abre sus piernas y me pide que me suba la falda. Lo dudo al inicio y luego lo hago torpemente. “Desnúdate!”, me ordena. Me avergüenza mucho pensar en que me vea totalmente desnuda, me niego. Se levanta y se pone frente a mí y comienza a acariciar mis senos sobre la ropa, mete sus manos por dentro de mi blusa y busca el broche del sostén, desatándolo con facilidad. Alza mis brazos y comienza a quitarme la blusa mientras hunde su cara en mis senos. Sin mi blusa, acaricia mis hombros y mi espalda, mi cuello, huele mis senos, los toma entre sus labios, frota su frente contra ellos. Los mira, “son preciosos”, dice. Y procede a chuparlos, a succionarlos como si de ello dependiera su vida. Mis piernas tiemblan y tengo que asirme de una silla cercana.

Mientras golosea mi seno derecho, comienza a desabrochar mi falda que cae inmediatamente, dejándome solo con los tenis.  Se agacha sin despegar su nariz sobre mi piel, pasando por mi ombligo, pubis. Se queda ahí, con su nariz en mi pubis mientras me quita los tenis. Ya teniéndome toda desnuda se levanta de nuevo y me recorre toda con sus manos, de pies a cabeza, terminando con sus dedos en mi pelo, electrizándome toda. Quiero sus labios sobre los míos, su verga adentro de mí. Ya. Pero no.

Se regresa a su sillón y desabrocha su pantalón. A medida que lo va haciendo su verga parece querer romper la tela, empujándola con fuerza. Baja su cierre y la expone. No la había visto hasta entonces, es blanca con el glande muy rosado. Está muy dura y firme, llegándole a la altura de su ombligo. La sangre que la recorre acentúa las venas y la pone gruesa. Un líquido transparente comienza a brotar de su glande. Con dos dedos se toca la punta y esparce el líquido por toda la verga, comienza a masturbarse. Me encanta la escena pero decido intervenirla.

Me acerco y pongo mi pie izquierdo sobre su reposa manos derecho, mientras mi pie derecho lo ubico sobre el espaldar del sillón, posicionando estratégicamente mi vulva frente a su boca. Mi clítoris se deja ver hinchado, a milímetros de sus labios. Me huele y se toca más despacio, me huele y con su mano izquierda coge mi nalga y me acerca a su boca, me chupa, me come como un desquiciado. Su lengua en mi clítoris y mi vulva y uno de sus dedos en mi culo. Quiero agacharme para coger su verga, pero no me deja y me sigue devorando. Lo tomo del pelo y lo obligo a hundirse más, hasta que su lengua alcanza mi culo también. Su saliva y mis fluidos caen sobre su camisa, intento separarme para sentarme sobre su verga pero me toma de la cintura y me levanta mientras él se levanta del sillón también. El de pie y yo cruzo mis piernas sobre su cintura, sintiendo la punta de su pene presionando una de mis nalgas. Me mira a los ojos, me aprieta las nalgas. Asiento con mi cabeza y de inmediato se tumba otra vez sobre el sillón mientras yo me apresuro a alinear su verga con mi vulva, me sienta sobre ella justo a tiempo y presiona mis hombros a la vez que levanta su pelvis para hundirla hasta mi alma. Me muevo furiosamente mientras le chupo su garganta, vuelve a poner un dedo en mi culo y yo empiezo a correrme. Da uno, dos tres golpes y siento todo su semen caliente llenándome y luego chorreando. Nos detenemos exhaustos, vencidos.

Me levanto desorientada y trato de vestirme torpemente, sin dejar de temblar. Más semen recorre mis piernas. Me visto de espaldas a él. Al terminar sus brazos me rodean por la cintura, me voltea hacia él. Comienza a acariciarme la cara, el cuello, el pelo. Con su nariz roza mis pómulos, mis labios, me huele. Luego sus labios rozan los míos entreabiertos en un momento electrizante, sus labios y los míos secos, tocándose. Cierro mis ojos y respiro su aliento. Hunde su cara contra la mía en un beso apasionado y un abrazo fuerte. Nos besamos durante varios segundos hasta que mis piernas ceden y debo sostenerme. Me siento. Se sienta a mi lado y sin dejar de acariciarme la cara me pregunta, “¿qué vamos a hacer?”.

(9,71)