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Tormenta sexual de verano

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Son las tres de la mañana. Duermo plácidamente, mientras el frescor de las noches de Julio, se cuela a través de las cortinas de mi dormitorio.

De repente, un fuerte resplandor ilumina la estancia y a continuación un estremecedor ruido, hace que tiemble mi alrededor.

Me despierto sobresaltada.

Una tormenta de verano.

¡Pues vaya! no hace ni cinco minutos que me desperté, y ya noto su influjo en mi cuerpo.

Comienzo a jadear. No sé por qué, las tormentas me ponen cachonda.

Me levanto como puedo, mientras noto como la humedad se apodera de mi sexo. Abandono las sábanas con la huella de mi cuerpo marcada en ellas, aunque entre ellas me siento bien, necesito buscar algo que me haga sentir mejor.

Llevo puesto un sugerente camisón y estoy dispuesta a salir a la calle tal cual voy, tengo las entrañas en pie de guerra, y me veo obligada a darles lo que necesitan.

Cuando estoy a punto de salir por la puerta, la voz de la conciencia transformada en la de mi madre, susurra a mi oído.

—¿A dónde vas así vestida? Ya sé que son las tres de la mañana, pero debes acicalarte. Nunca sabes lo qué te espera a la vuelta de la esquina.

Yo obedezco.

Sé que necesito buena presencia física, si mi objetivo es calmar la sed del cuerpo que habito.

Regreso de nuevo a mi estudio y en cinco minutos, llevo puesto mi mejor vestido. Color crudo, muy ceñido. Marcando mi prominente trasero y sus turgentes caderas.

Salgo a la calle.

—¡Mierda!

Está lloviendo.

—¡Qué más da!

A medida que me dirijo calle abajo, la lluvia empapa mi pelo y se me esparce por todo el cuerpo. Es una agradable sensación, la mezcla de agua fresca que cae del cielo, con la humedad que desprende mi sexo y los poros de la piel.

Las calles están desiertas, y es extraño, pues a pesar de estar rodeada de asfalto, el suelo huele a tierra mojada.

—No sé si habrá sido muy buena idea salir a buscar plan.

De pronto, unos silbidos que provienen del bajo toldo de un bar, que ya cerró sus puertas.

—¡Guapa! ¡Guapa!

Observo y veo la figura de dos personas que a duras penas se mantienen en pie

—Dos borrachos!

Exclamo en voz alta, mientras acelero el paso y les pierdo de vista.

Continuo con mi hazaña, pero veo claro que voy a tener que volver a seguir mojando las sábanas de sexo frustrado.

De repente, la calle nuevamente se ilumina y a continuación, tiembla el asfalto a causa del trueno. Se hace el silencio, pero una voz agradable lo perturba.

—¡Hermosa! ¡Hermosa!

Doy media vuelta y observo una figura masculina, resguardada bajo un paraguas. Nada tiene que ver con los borrachos de antes. A través de mis ojos, nublados por las gotas de lluvia que se han filtrado en ellos, descubro un cuerpo escultural, bien formado, acompañado de un rostro aniñado y amable.

Me hace señas para que me acerque.

—¡Jolín!

A medida que me aproximo, noto una corriente eléctrica, que me atrae más y más a él.

—¡Ufff...! Estas tormentas van a acabar conmigo.

Suelto por la boca mientras nos topamos frente a frente.

—¿Qué haces sola y mojada por esta calle solitaria?

—Las tormentas me trastornan.

—¡Estás muy, pero que muy empapada!

Responde, mientras con la mano que tiene libre, pues con la otra sujeta el paraguas, retira un mechón mojado de mi rostro.

—A mí también me afectan las tormentas. Me he visto obligado a salir un rato.

Como yo, voy a lo que voy, quiero comprobar hasta cuanto le afectan a él, y fijo mi vista en su bragueta, que, al llevar puesto un tejado ceñido, noto un bulto prominente que parece querer salir de allí para también mojarse, aunque deduzco que no debe ser con agua de lluvia.

Él se da cuenta, pues mis ojos no pueden apartarse de aquella enorme verga, que permanece oculta bajo la tela, arde en deseos de salir al exterior, y acoplarse a mi chorreante sexo.

—Veo que las tormentas de verano también te ponen.

Muy sonriente, separa la tela de mis pechos, que están libres del sujetador y dirige sus labios hacia ellos.

—Tus pechos están torneados y debo saborear sus durísimos pezones.

Comenta entre dientes, pues su boca provoca que vea las estrellas, a través de las nubes que cubren el cielo.

Yo le sigo el rollo y desabrocho su media empapada camisa blanca.

Mi lengua intenta danzar por su cuello en forma famélica, pero el efecto que causa en mí su boca, hace que pierda un poco el compás.

Noto sus hábiles dedos subir mi falda con rapidez y hundirse en mi húmedo e hinchado sexo, que pide a gritos desgarradores que se hundan hasta el fondo de una vez.

Se entretiene un buen rato jugando en la entrada de la cavidad, mientras yo, atino a abrir su bragueta como puedo, y rescato su empinada verga de su oscura prisión.

Me da un suave tirón, y no sé cómo, me veo tumbada en el suelo, mientras los dedos, han sido sustituidos por su boca, que me devora sin piedad.

Succiona tan fuerte, que noto como el aro que llevo en el clítoris, se separa de mi palpitante carne, y por un momento, se pierde bajo su lengua.

Le agarro tan fuerte del pelo que oigo un quejido.

—¡Ay...y!

En un segundo, su lengua se mete en mi boca, noto el sabor de mi sexo hambriento. Su verga entra en mí, con exquisita precisión.

Gracias al mojado asfalto, nuestros cuerpos, resbalan y se acoplan con rapidez. Casi no necesitamos esforzarnos. Las idas y venidas de su cuerpo sobre el mío, que se desliza con la humedad del suelo, provoca una sincronización absoluta.

Una vez más, se ilumina nuestro entorno, el suelo vuelve a vibrar.

Yo me dejo ir.

Él también.

Ambos llegamos al clímax, ayudados por la tormenta, que parece acercarse de nuevo.

Caen las primeras gotas de otro posible chubasco.

Nos ponemos en pie. Bajo mi vestido y tapo mis pechos.

Él, abrocha su camisa y sube sus pantalones. Abre el paraguas y me invita a que me proteja de la lluvia bajo él.

—No es bueno que estemos solos una noche de tormenta. Explica, mientras esboza una sonrisa angelical e irresistible.

Me aproximo lo más que puedo a su cuerpo, aunque continúo empapada, no me apetece más lluvia sobre mi cabeza.

Nos perdemos calle abajo en busca de una habitación donde cobijarnos de la lluvia, para acabar de pasar la noche.

Mientras, en un bar que hay en la esquina, suena de labios de Sabina, una canción de amor.

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