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Una tarde haciéndome pasar como profesional del sexo -2-

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Ya el taxista se había dado cuenta que no tenía panty.

Me dijo a través del retrovisor:

—Ya preciosa, ve y pregunta por el cliente, él se debe presentar en la puerta para cancelarme, ya tú cobras en la “casa”, es por tu seguridad, la regla es para todas las chicas.

Mientras me deslizo sacando mi primera pierna del auto, se me abre más la culifalda subiéndose también.

El taxista comentó:

—Tienes un lindo chochito, linda rajita.

No le dije nada y entré a las residencias, por la primera puerta abierta, a timbrar en la segunda. Me sentí desnuda.

Abrieron y pregunté por el cliente. Este se asomó, me miró de arribaabajo, le dije:

—Usted pidió un servicio a domicilio.

—Espere, yo pedí 2 a escoger.

En esas entró detrás de mí otra mujer también en culifalda, de la misma edad quizás o tal vez mayor, pero un poco robusta, es decir más gruesa de muslos y sin querer discriminar, se notaba ser ella una profesional.                        

Me mostré sorprendida y un tanto molesta. Entró el taxista, le pregunté y este agregó:                                      

—Eh, si, doña Rosa envió 2 chicas a escoger, me lo acaba de informar, preguntando si ya estaban las 2 chicas presentándose ante el cliente.

El cliente se quedó mirándonos, comparándonos. La otra mujer se mostró coqueta, sonriendo, mientras que yo me sentí un tanto corrida. Las 2 teníamos la culifalda a la misma altura, en la curvatura donde termina el muslo y empieza la zona pélvica; zona donde más se le ven a una mujer gruesos los muslos.

La administradora de las residencias nos observaba con curiosidad.

El cliente se nos acercó aún más a ambas y mirando a la otra chica, mandó su mano abierta por debajo de mi culifalda, de atrás hacia adelante, rozándome muy bien mis labios genitales desnudos. Debí de sentirme muy molesta, pero, por el contrario, eso me excitó.                          

Entendí que es parte del oficio y, por ende, de la fantasía que yo estaba llevando a cabo.                                           

Mirándola a ella, le dijo al taxista:

—Me quedo con ella —refiriéndose a mí.                                                                 

—Me cancela entonces, por favor. Son….

—Incluyendo habitación, mamadita y todo —indagó el cliente.

—Eh, si señor —dijo el taxista.

El señor, un hombre de unos 55 años, gordito, de bigote, sacó el dinero y delante de la administradora le entregó el dinero correspondiente a mi servicio.                                                                             

La otra chica fue saliendo para irse. Algo le dijo al taxista si tendría ella que ir a la sede o si se iba con él.

La administradora nos llevó a la habitación, una del mismo primer piso, al fondo, nos preguntó si tomaríamos algo. Al cerrar la puerta, el cliente de nuevo mandó su mano debajo a tocarme el coño y destaparme las tetas. Me extrajo una y con furor, me la manoseo a un ritmo, que despertó más mi ansiedad por sentirme prostituta.

Introdujo uno por uno, 2 de sus dedos en mi vagina que ya estaba inundada por mis jugos.                               

Le envié mi mano a su pantalón, sintiendo su paquete, busqué extraerlo.

Ya estaba un tanto baboso; así que, sin perder tiempo, lo empecé a lamer a lo largo, para luego engullirlo en su totalidad, todo lo que pude.

—Eres de garganta profunda, ¡eh puta!... uuuuyyyy, que riiiico!

Sentí que elevó su mirada al decírmelo y volvió a mirar como engullía su falo erecto.

Su líquido seminal lo sentía excitante entre mi boca y labios, confundiéndose con mi saliva.                                            

Un “Click” suave se escuchaba cada vez que se movía de adentro hacia afuera y viceversa.

Terminó de desnudarme, mis tetas quedaron libres, mi coño con escasos vellos en forma vertical, en hilo, se abrió sin demora dando paso a su gruesa y dura polla que yo deseaba tenerla dentro hasta sentir su eyaculación, obviamente, colocándole el preservativo con mi boca, corriéndole el forro con mis dedos, el glande ya entre mis labios.

Atravesada en la cama, me elevó mis muslos y en un ritmo de entre y saca, fui sintiendo sus contracciones que me llevaron al orgasmo, no sólo por sus movimientos varoniles, sino por el hecho de consumir mi fantasía de sentirme una completa prostituta.

Terminadas sus contracciones, siguió sus movimientos hasta que poco a poco fue perdiendo su erección. Mirando hacia mi coño, vi como el condón, estaba lleno de su esperma blanca al contorno de su pene, dentro del preservativo.

Habiendo culminado mi servicio, le acaricié su pecho estando yo debajo de él.                                           

Vi como sacó su pene flácido y creyendo que lo tiraría a la cesta de basura, lo regó sobre mi vientre.

Aunque debí de haberme molestado, sentí su esperma cálida que la esparcía con su pene sobre toda mi área pélvica hasta mi ombligo y algo más.

Terminó en secar y sentí una película pastosa que se impregnaba.

Medio se bañó el falo en le lavamanos, yo me duché, me juagué la boca, me vestí con el pantalón, tal como había llegado a donde doña Rosa y salí de aquellas residencias rumbo a casa.

Allí me esperaba mi esposo que jugaba en la sala con la niña.

Me sentí como si se fuesen a dar cuenta, aunque actué con naturalidad, temí que mis nervios me traicionarían.

Aún sentía el sabor del líquido seminal en mi boca.

A los 2 días, pasé a cobrar lo de mi servicio, para así culminar con mi fantasía de “SEXO POR DINERO”.

Doña Rosa, tal cual era, de temperamento fuerte, calculadora y fría, se me quedó mirando antes de entregarme el dinero que ya lo tenía entre sus dedos, diciéndome:

—“Karen”, han quedado con sus servicios… (Temí un regaño de decepción) … totalmente satisfecho el cliente, de manera que ya le tengo asignado otro servicio para media noche.

 

Suspiré. No porque me fuese imposible, no. Sino porque ese era mi otro deseo alocado por hacer, de tener sexo en horas de la media noche con un extraño. El tener que volármele a mi esposo, sin que se diese cuenta, me parecía muy sexy y lujurioso.

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